Artículo publicado en el Anuario de la Universidad Internacional SEK, N°5, año 1999, pps. 47 a 59, Sección: Ciencias del Patrimonio Cultural. ISSN 0717-2508, Altazor Impresores, Santiago de Chile.
Un ensayo sobre su cerámica*
Durante la década de 1970 se hicieron excavaciones en el ex convento jesuítico (y actual museo) de Alta Gracia, provincia de Córdoba, Argentina. En ellos se descubrió un imponente conjunto de materiales históricos que nunca fue estudiado. Su actual revisión -aunque sólo se ha trabajado lo hallado en dos de los sitios excavados del edificio , nos permite penetrar con una mirada diferente al problema del papel de los estudios de cultura material en arqueología. Trataremos de ir más lejos de las viejas polémicas entre procesualistas y posprocesualistas tan comunes durante el decenio pasado, mostrando que el estudio sistemático de los materiales sigue siendo una veta crucial para penetrar en la vida de personas y familias, en hechos históricos específicos y, por lo tanto, ayudarnos a comprender mejor a la sociedad y a los hombres que actuaron en momentos determinados del pasado.
During the 70’s some excavations were carried out in the ex jesuitic monastery (and current museum) of Alta Gracia, province of Córdoba, Argentina, where a set of imposing historical materials was discovered but never studied. lts current revision, though only two of the building sites have been woked out, has allowed us to take a different view into the matter of the role of the studies of cultural material in archeology. We will try to go further the old controversy between processualism and posprocessualism so common in the last decade, showing that the systematic studies of the materials is still a crucial seam to go into the life of people and families in specific historical facts, and, therefore to help us understand better society and men that acted in some specific moments of the past.
La vajilla atribuida al Virrey Liniers (1810)
Durante el año 1806, y nuevamente al año siguiente, las fuerzas militares de Inglaterra atacaron la ciudad de Buenos Aires y penetraron en ella. Yen ambos casos, con más o menos esfuerzo, la aventura imperial falló. Increíble como podría parecer un ejército bien organizado fue anulado por la población civil y un grupo de soldados desharrapados y mal organizados, en lo que no era más que una pequeña ciudad perdida en los confines del Imperio Español en el sur de las Américas. Y el responsable de organizar la llamada Resistencia contra la segunda invasión fue un francés asentado en la ciudad, Santiago Luis Enrique de Liniers (17531810), que llegó a desarrollar en Buenos Aires sus capacidades industriales, comerciales, políticas y militares. Un verdadero personaje de su tiempo sobre el cual existe una bibliografía tan extensa que ni siquiera es posible citar. Tras la expulsión del ejército invasor hubo un movimiento político de los grupos sociales relacionados con el poder, quienes reemplazaron al Virrey español acusado de abandonar su puesto, por Liniers, en un acto que ha sido visto como el primer paso hacia la Independencia.
En 1809 arribó el nuevo Virrey y Liniers dejó el poder; la situación confusa y la lucha de poderes desatada lo obligó a trasladarse hacia Mendoza como única forma de evitar la cárcel en España; pero durante el camino decidió radicarse en una antigua estancia de los jesuitas ubicada en un remoto paraje de las sierras al centro del país, llamado Alta Gracia, más exactamente Nuestra Señora de Alta Gracia. Allí los jesuitas se habían establecido en 1643 construyendo una estancia y una iglesia, ambos ejemplos de la mejor arquitectura barroca, llegando a tener allí 310 esclavos africanos conviviendo con sólo tres blancos y una población indígena de dimensión aún indeterminada. La marginación de Liniers fue un hecho político, una forma de alejar a una persona que no sólo reunía un enorme poder a su alrededor, sino que había sido el centro de un verdadero movimiento popular que era visto con extremo desagrado por España. Pero a su vez había salvado al virreinato y sostenido las instituciones tradicionales; por lo tanto no había hecho una verdadera revolución. Esa postura le ganó numerosos y poderosos enemigos en todos los bandos: para los patriotas era a la vez héroe y traidor, para los conservadores era extranjero, progresista y demasiado ilustrado. Incluso una fuerte liberalidad en sus relaciones personales, en especial con la hermana de su yerno, fueron motivo de escándalo en un sociedad cerrada y tradicional.
La verdadera revolución llegó en 1810 cuando un grupo de vecinos de Buenos Aires, los más importantes personajes de la ciudad, declararon la libertad y se formó un primer gobierno independiente. Liniers, plácidamente instalado como un verdadero señor de sus nuevas tierras y dedicado a mejorar su cultivo y cría de ganado, reaccionó de inmediato: formó junto al obispo y al gobernador un ejército para reconquistar Buenos Aires de manos de los revolucionarios, y volver las cosas a su estado tradicional; él mismo escribió que «estoy persuadido y convencido que la Providencia me tiene destinado para la defensa de Buenos Aires contra toda clase de enemigos» (1). Desde su óptica lo que sucedía en Buenos Aires no era más que un conato para destruir un orden establecido por Dios y para siempre; y nuevamente él era el elegido para revertir la situación. Pero la situación ya no era la misma: el movimiento independentista tenía un enorme poder que se dispersaba rápidamente por el interior del territorio, y se envió de inmediato un grupo armado para capturarlo y fusilarlo sin juicio previo. El día 5 de agosto fueron encontrados los cabecillas del movimiento y 21 días mas tarde fueron fusilados. Así se cerró una época y se inició otra en la actual Argentina.
Durante los trabajos de restauración de la estancia e iglesia jesuíticas de Alta Gracia hechos entre 1971 y 1974, se llevaron a cabo excavaciones en el interior de cada habitación, galería y patio del edificio. Se trató de un estudio pionero en el país hecho bajo la dirección de Marta Slavazza, con estricto rigor científico pese a la casi absoluta falta de experiencias. Se fue excavando pisos y muros para obtener información sobre las actividades desarrolladas en cada espacio y dándoles a los restauradores los datos necesarios para los trabajos de arquitectura. El resultado está a la vista en uno de los mejor conservados edificios del siglo XVIII hecho museo. Pero por problemas ajenos a los trabajos arqueológicos y de restauración toda la información recabada, cientos de fotos, dibujos, planos y miles de objetos, quedaron sin publicar y olvidados en un depósito mal acondicionados, aplastándose las cajas por su propio peso a lo largo de 25 años. Fue en 1998 cuando, por inquietud de nuevas autoridades en el museo que abrí las cajas para hallar dentro de ellas miles de tiestos y restos de lo que fuera la vida cotidiana en el sitio desde el siglo XVII hasta el XX.
Lo más significativo de esta «arqueología de la arqueología» fue encontrar las evidencias materiales de lo que creemos es un momento determinado en la historia: lo que pudo suceder en relación con el fusilamiento de Santiago de Liniers en 1810. Porque mas allá de los eventos políticos que tanto nos describen los papeles, no hay duda de que hubo otras situaciones, las que pasaron desapercibidas a los documentos escritos como las hogareñas y domésticas, las que no quedaron en la historia: ésta parece ser la expresión material de una de ellas. Se trata del hallazgo de dos vajillas completas, una Creamware y otra Pearlware -más cientos de otros objetos- desaparecidos dentro de la gran letrina que habían construido los jesuitas. No se trata de simples desperdicios arrojados al pozo de basura a medida que se iban deteriorando o gastando: se trata de haber arrojado dos juegos casi completos y cientos de otros objetos en buen estado y en una sola oportunidad, en un sitio en que nunca antes ni después se arrojó basura.
La estancia constaba de varias dependencias: la iglesia y a su lado la Residencia, un gran obraje, la Ranchería -residencia de los esclavos-, corrales, un lago limitado por un dique o tajamar, la huerta y un molino. En la Residencia la construcción forma una gran L de dos pisos, un lado ubicado al norte y el otro al oeste del patio principal. En el lado menor, los Jesuitas construyeron un sistema de baños que consistía en una pared doble, separadas entre si casi 50 cm, a la que desaguaban los inodoros -simples bancos de madera con agujeros- a una canaleta inferior que cruzaba desde el patio hasta el exterior del edificio y el lago cercano. Se lavaba cuando llovía o arrojando agua desde el aljibe cercano.
Durante las excavaciones lo que se encontró fue que allí se había arrojado: primero tierra incluyendo piedras e incluso fragmentos cerámicos, luego se arrojó la vajilla, restos orgánicos animales, cubiertos, armas y botellas entre otras cosas, lo que fue cubierto por una gruesa capa de cal, único sistema en la época para destruir lo orgánico y evitar enfermedades, y luego se completó con más tierra y piedras. La enorme mayoría es contemporáneo entre sí, no habiendo casi basura anterior y nada posterior. La estratigrafía dentro de la letrina indica que los objetos fueron arrojados primero, luego vino la tierra que penetró entre los fragmentos ya rotos, luego la capa de cal que fue arrojada toda desde la primer letrina del piso superior, y luego el escombro que fue llenando el espacio restante a medida que se lo arrojaba más sistemáticamente desde todos los agujeros de las letrinas. Demás está decir que esto canceló para siempre el uso de éstas (2).
El material hallado puede ser descrito de la siguiente manera: 561 fragmentos de loza Creamware inglesa de Davenport incluyendo platos Queensware y redondos, una sopera con tapa, un cucharón, una frutera, tazones, fuente, bacinicas y otras formas no determinadas aún; hubo tres fragmentos de un plato Tortoishell de Whieldon, seis fragmentos de decorados en impresión en negro, siete con una banda neoclásica de una cremera, cinco pintados con flores y cinco con decoración anular Mucha. Es decir, que la loza Creamware sin decorar es el 95,77%, que suponemos pertenecen a una misma vajilla. La loza Pearlware es un total de 526 fragmentos cuya mayoría está decorada por impresión en azul (50,20%) que, incluyendo las secciones sin decorar hace una cifra mucho más alta y que suponemos como al menos otra vajilla completa. Hay también algunos fragmentos de otros motivos decorativos como el Borde Decorado azul, floreal pintada a mano o anulares, pero en cantidades muy reducidas (siempre menos de 15 fragmentos de cada una) y que por lo general corresponden a una única pieza. La porcelana europea era poca (26 fragmentos) de al menos una taza y un plato muy delicado. Las mayólicas españolas se reducen a una taza y un plato provenientes de Triana, fragmentos de tejas, huesos y 296 fragmentos de vidrio verde oscuro, ingleses y franceses de vino (55%) y de ginebra holandesa (45%), y algunos vidrios de ventanas, vasos, copas y jarrones. Los demás materiales son: una cantidad indeterminada de objetos de metal y de bronce ya muy deteriorados, 437 fragmentos de cerámicas locales y regionales que formaron parte de cerca de 25 ollas o vasijas, un candelero, dos cubiertos de mango de hueso labrado, una pipa Afro, dos torteros de hilar, seis cuentas de collar, dos dientes de animal perforados para ser usados colgando y una figurilla. Se han identificado al menos una vasija proveniente de Mendoza, una bacinica vidriada de Tucumán y varias del Litoral, con fechamientos muy diversos entre el siglo XVI tardío y el XVIII.
¿Quiénes pudieron ser los dueños de esas vajillas y objetos, en especial las lozas? No hay duda de que nadie pudo haberlos tenido antes de que existieran, es decir antes de cerca de 1770 para las lozas Creamware y de 1780 para las Pearlware. Las marcas son de John Davenport, en Longport, y pueden ubicarse entre 1774 y 1810, quizás más cerca de los años 18051810. Las botellas son del período 17701820, al igual que los botellones, y las botellas de ginebra holandesa son también del mismo período. Es interesante destacar que no hay lozas ni vidrios posteriores al primer cuarto del siglo XIX. Únícamente la cerámica de manufactura local y regional tiene cronología diferente, más antigua, y los fragmentos corresponden en realidad a muy pocos objetos y casi siempre a uno o dos de cada tipo.
La historia nos indica que tras la expulsión de los Jesuitas en 1767 la Estancia estuvo en manos de la Junta de Temporalidades para su administración y venta hasta 1773; luego pasó a manos de José Rodríguez (17731787). Éste fue un hombre importante y poderoso en Córdoba pero que nunca pagó la deuda de $ 44,527 por la compra, teniendo que devolver todo embargado a la Junta. Luego fue vendido a Manuel Rodríguez (1787-1796), hijo del anterior, quien la administró por un salario de S 500. Luego fue traspasada a Victorino Rodríguez y Antonio Arredondo (1796-1810) quienes la compraron en $ 9000 en un remate ordenado para cubrir la deuda de su propio abuelo; luego procedieron a arrendarla a Ramón Olmedo y después a Manuel Derqui. Este Rodríguez fue también personaje notable, rector de la universidad, abogado de la Real Audiencia y gobernador en 1806; fue fusilado junto a Liniers en 1810. En síntesis, el edificio cambió de manos constantemente, nunca tuvo una época de lujo y esplendor como para que sus propietarios usaran vajillas de ese valor, y cuando tuvo dueños importantes estos no residieron allí sino que simplemente la alquilaron a terceros. Liniers, quien la adquirió en S 11,000, fue el primero que vivió realmente allí durante cinco meses de 1810; amplió los terrenos, construyó la nueva cocina «moderna» e hizo cambios importantes en el edificio adecuándolo a una vivienda de jerarquía. Fue el primero que llevó allí una vida de cierto lujo -es un ex virrey por cierto- y que pudo adquirir y usar este tipo de vajillas. Tras su fusilamiento la familia siguió allí hasta 1820 momento en que por la falta de dinero tuvieron que vender todo a José Manuel Solares, fundador del pueblo de Alta Gracia en 1865; si bien era un hombre importante en su tiempo su capacidad económica era muchísimo menor que la de Liniers (3)
Si bien no tenemos datos sobre lo ocurrido en la casa y con la familia de Liniers tras el fusilamiento, no podemos dejar de pensar que la vida allí debió ser en extremo difícil. Diez años más tarde tuvieron que vender todo e irse. Pienso que fue en esos años en que se arrojó la vajilla a las letrinas y se quiso borrar todo rastro del pasado; ¿pillaje?, ¿venganza?, ¿intento de olvido?, ¿forma de borrar el pasado? Imposible saberlo. La hipótesis que puedo construir es que se trataba de la vajilla de mesa, cocina y de objetos de la vida doméstica de los Liniers lo que allí se destruyó, y que la intención fue más allá del descarte; se quiso desaparecer todo eso. De una vez y para siempre y en el peor lugar posible. ¿Lo hicieron sus enemigos que entraron en la casa?, ¿lo hizo su propia familia en forma inmediata o antes de dejar la casa?, ¿lo hizo el nuevo comprador? Estamos en los límites de la arqueología histórica.
Quedarían dos opciones que no podemos dejar de considerar: la primera es que esto haya sido arrojado junto con la cancelación de la letrina, es decir como simple parte de basura y escombro al haberse hecho un nuevo sistema sanitario. Esta hipótesis es tentadora y es muy común que al cancelar pozos se arroje basura, pero aunque así haya sido no explica el porqué se arrojaron dos vajillas enteras al mismo tiempo, que no eran viejas ni estaban gastadas o despostilladas ni habían salido de la moda de su tiempo; la cal y el escombro se arrojaron por separado, e incluso pudo haber sido en un momento diferente. Al revés resultaría más lógico: que nuevos ocupantes -o los mismos después del evento- tuvieron que cancelar con escombro en forma definitiva la maldad que se había hecho al dejar fuera de uso las letrinas. La segunda hipótesis es que se las haya arrojado por viejas y fuera de servicio. Esto también es posible pero lo que no se explica es la absoluta falta de objetos posteriores, es decir contemporáneos al evento destructivo.
Desde el punto de vista documental sabemos que Liniers tenía una enorme capacidad económica. Cuando se casó sus bienes declarados eran de $ 20,800 incluyendo alhajas de todo tipo; además de lo de su esposa. Cuando decidió mudarse tuvo problemas para transportar todas sus pertenencias; el embargo de sus bienes en Alta Gracia tras el fusilamiento fue una verdadera tarea de inventario por los responsables; sólo su biblioteca era formidable. Lamentablemente hay una única referencia a: «Fuentes, platillos, platos, soperas, pocillos, salsera, platitos lecheros, tacitas de café: todo de loza blanca y orilla amarilla»; además, cita la presencia de «limetas» -frascos de ginebra holandesa-, frasqueras, «un cajón para medicinas con algunos frasquitos chicos y un tinajón grande de 2 varas de altura, de barro» (4). Casi sin dudas podemos identificar esa vajilla de «orilla amarilla» con una cremera encontrada en el conjunto, pero nada más. Esta referencia nos indica sólo que Liniers, sin duda, tenía al menos una vajilla Creamware. ¿Hubo otras vajillas?; esta pregunta no es ociosa ya que es evidente que el inventario es parcial porque, entre otras cosas notables, no señala objetos de cocina de ningún tipo, lo que es casi imposible; también quedó registrado que el yerno indicó objetos como pertenecientes a él y no a su suegro y que no fueron embargados. Se abren así nuevas preguntas: ¿habían otras vajillas que a la fecha del inventario ya habían sido destruídas?, ¿no se las inventarió por ser de propiedad de su hija, yerno y/o terceros? -recordemos que los bienes de la iglesia tampoco se incautaron por estar bajo el patrocinio de Manuel Rodríguez-. Ya habían pasado 26 días desde su aprensión cuando se inició el inventario y no sabemos cuantos días duró.
No hace falta destacar que no hay ninguna evidencia documental acerca de un evento destructivo, saqueos o hechos semejantes. El silencio de la historia no significa que nada pasó, sólo señala la falta de registro. El único dato que podría relacionarse es que «en tiempos de Rosas las tropas federales asaltaron y trataron de quemar la villa» (5) aunque el autor no da la referencia a documento alguno que lo confirme, aunque entrecomilla la cita. Podemos alegar que esto con todas las dudas al respecto de que haya sido verdad indica una fecha que puede estar ubicada entre 1840 y 1852, y recordamos que no hay un solo objeto tan tardío; por ejemplo no hay una sóla botella hecha en molde o una sola loza Whiteware; menos aún la presencia de porrones de ginebra o botellas de gres para cerveza; todo lo que debería ser parte de un contexto doméstico en esas fechan. También existe una hipótesis planteada por Carlos Page a resultados de este estudio: considerar la reacción de la hija de Liniers -huérfana de madre y ahora fusilado su padre, no tuvo más hijos y crió a sus hermanas-, quien tuvo que vender la estancia presionada por el embargo, viajó a Buenos Aires y desde allí comenzó la campaña para lograr recuperar los restos de su padre, que fueron enviados a España. Page abre la posibilidad de que ella lo haya hecho para cancelar el servicio sanitario, destruir lo que no se podía -o quería- llevar, vengándose en cierta forma del sitio que tantas desgracias le trajera.
Por último podemos preguntarnos qué nos dicen los objetos en sí mismos, como contexto arqueológico. Es evidente que el conjunto más grande es el de las lozas Creamware y Pearlware. Ambas forman vajillas, no piezas sueltas; si bien la primera es más antigua y la otra más moderna, la diferencia está en la misma década; en ambas el patrón de ruptura es el mismo: sólo fragmentos grandes, en muchos casos la pieza se ha roto en dos partes. En el caso de los platos de la vajilla Pearlware floreal se armaron -para exhibición- nueve platos; todos estaban completos y todos se habían roto entre 10 y 25 fragmentos, con un mayoría ubicada entre 14 y 19 fragmentos. Esto no es terminante pero la vajilla parece haber sido arrojada toda junta, los platos uno encima del otro, rompiéndose con un patrón similar. Cuando un plato se rompe por el uso habitual y es levantado para ser arrojado a la basura, habitualmente se pierden los fragmentos más reducidos. Lo mismo sucede con las botellas, las que en este caso forman un conjunto cronológicamente homogéneo de vidrio soplado. No hay dudas que de haberse arrojado en tiempos posteriores debería haber materiales más tardíos aunque fuera en mínima cantidad. La presencia de cerámicas locales y objetos de manufactura y/o uso indígena o afro, presumimos, deben provenir a la vez de la cocina y de la tierra arrojada para cubrir todo y cancelar las letrinas definitivamente. Por último, si presumimos que las vajillas y todo lo demás realmente fueron arrojados enteros, esto puede -y debería- responder a una situación de extrema violencia ya que el valor de cada una esas piezas, en conjunto o sueltas, era importante para su época y lugar. Eran símbolos de poder y de prestigio nada despreciables; un simple saqueo no hubiera desdeñado objetos de ese valor; tampoco se los hubiera descartado por el motivo que fuera; lo esperable era su redistribución y continuidad en el uso por mucho tiempo más, lo que era norma habitual.
En síntesis, asumimos como hipótesis que todo el evento está conectado con el fusilamiento de Liniers, con una posible situación de extrema violencia producida en la casa en forma mediata o inmediata y de la cual no ha quedado registro documental, o si ha quedado ha pasado desapercibido hasta la fecha.
Un posible taller de ceramista del siglo XVIII
Durante los trabajos hechos entre 1971 y 1974 por Marta Slavazza se excavó en el piso de la llamada Habitación 8 de la planta baja. Este es un recinto de grandes dimensiones al que se accede por una puerta directamente desde el exterior y, para pasar al patio es necesario cruzar lo que antiguamente eran los baños. Durante los trabajos de excavación se halló en ese lugar un conjunto de materiales en un contexto muy peculiar, lo que debido a la suspensión repentina de la investigación no llegó a ser interpretado. Cabe destacarse que, tampoco fue posible completar parte de la excavación ya que fue destruida en forma involuntaria por un obrero que decidió alisar el sitio para pasar carretillas (7). Pero gracias a la excelente documentación conservada es posible hoy revisar ese descubrimiento.
El piso de la Habitación 8 era de ladrillos y fue excavado en cuadriculas mostrando una se cuencia de estratos con piedras, huesos, tierra y materiales cerámicos. Se usó un sistema de trabajo siguiendo capas naturales; la primer cuadrícula arrojó una profundidad total de 1,16 metros desde el nivel del piso hasta la piedra del cerro natural. Fue la segunda, ubicada en la esquina noroeste, la que nos interesa: la secuencia mostró una capa de tierra floja de 17 cm, luego se encontró el cimiento del muro aledaño de forma que dejó poco lugar para seguir excavando. Había evidencias de postes y restos de madera. Luego, en el llamado Nivel 3 se halló gran cantidad de cerámicas, carbón en grandes fragmentos e incluso ramas quemadas; por debajo de los 49 cm se hallaron «tres piedras bolas, blancas, clavadas y agrupadas y unos ladrillos de canto pegados a la pared, fragmentos de hueso de animales, alrededor y debajo y entre dichas piedras gran cantidad de mica, cáscaras de huevo» (8). Bajo este posible fogón la tierra estaba muy consolidada y quemada y terminaba a los 74 cm de profundidad. Es interesante que esto estaba sobre los restos de una pared más antigua y había otras capas de carbón. Siguiendo, «cada vez aparece más cantidad de cerámica, huesos, fibras, huevo (…) aparecen las pirámides de tres lados de todos tamaños, con la punta esmaltada de los cuales poseemos una cantidad enorme de ejemplares y cuyo funcionamiento desconocemos ya que no parece fragmentado en ninguno de sus extremos, por lo tanto no es parte de una pieza, no tiene perforación, no se usó como adorno». Al llegar a los 0,85 m de profundidad todo fue destruido por un obrero que usó el sitio como paso de carretillas.
Al revisar esto se observan dos datos importantes: el contextual que nos indica un posible fogón y la presencia masiva de lo que la investigadora llama «pirámides de tres lados» y no lograba explicar. Asumimos la hipótesis de que era el taller de un ceramista ya que los objetos inexplicables son las «patas de gallo» típicas de los hornos de cocer cerámica usados en Europa desde el medioevo hasta la actualidad. Y luego veremos que no son los únicos objetos cerámicos hallados que apuntan hacia esta interpretación. Volviendo al contexto, parecería posible que en algún momento, antes de fuertes transformaciones en el edificio que implicaron cambios en los muros, hubo un horno en el lugar en el cual se coció cerámica.
La revisión de los materiales encontrados allí nos indica la presencia de cerámicas rústicas en su gran mayoría, con la presencia de Monocromo Rojo pintado litoraleño, Carrascal mendocino, vidriados color verde, marrón y negro, tinajas grandes, tejas, cerámicas cepilladas y Monocromo Rojo Pulido. Además, hay una mayólica de Panamá del siglo XVII y 16 fragmentos de mayólica portuguesa del siglo XVIII. La presencia de lozas y materiales del siglo XIX se dio únicamente en el estrato superior debajo de los ladrillos.
Las «pirámides» en realidad son de dos tipos: unas son exactamente eso, pequeñas piezas piramidales que servían para separar los platos que se meten en el horno. Los otros son «patas de gallo», tal su nombre popular debido a su peculiar apariencia, y pueden tener tres o cuatro brazos con sus respectivos conos en los extremos (9); sirven para que sólo quede una pequeña marca en la superficie de la cerámica, posible de observar a simple vista. Es típico de cualquier horno hasta la actualidad que siga con el sistema tradicional en España. Se encontraron 33 conos y 21 patas de gallo. Pero además se encontraron varios de los últimos cubiertos por vidriados fundidos y chorreados. ¿Se usaban los primeros para cocer la pieza y los segundos para el baño de plomo? Imposible contestar aunque es muy posible. Los vidriados son color marrón. También hay en el contexto fragmentos de cerámicas vidriadas en verde con la cubierta quemada, sobre expuesta al calor: ¿son parte de piezas que se quemaron y fueron descartadas allí mismo? También esto es posible y forman parte de los deshechos habituales en cualquier horno histórico de cerámica.
Por último, asociadas se encontraron varias «piedras sapo», una piedra en extremo blanda muy usada para tallar, e incluso había al menos un fragmento trabajado en forma de mano atada a lo que interpretamos como el brazo de una cruz. ¿Era más amplio el taller y se hizo allí también escultura?. También es imposible de aseverar, pero es al menos probable.
Desde la perspectiva de la documentación histórica tenemos un solo dato hallado por Carlos Page (10). Se trata de una referencia dejada por el padre José Sánchez Labrador quien vivió en Alta Gracia entre 1734 y 1746:
«…un alfarero, natural de la ciudad de Lucena en la Andalucía, que trabajaba en la hacienda llamada Alta Gracia, hallándome yo en ella, descubrió una veta de arcilla finísima y de bello color y sabor; torneó en ella cosas curiosas como jícaras, azafates, mates, etc. Más delicados que los que venían de Chile. Caía la veta casi inmediata al cercado de la huerta, que mira al Camino Real» (11).
Por ahora ha sido imposible identificar el nombre de dicho alfarero. Pero llama la atención que su presencia está asociada a muchos fragmentos de mayólica importada de Portugal del siglo XVIII; más que muchas: eran las únicas mayólicas en ese contexto salvo un único fragmento de Panamá, muy antiguo por cierto ya que se remonta a 16001650.
¿Ha sido este citado personaje el que hizo el horno y produjo cerámicas en Alta Gracia?, es difícil saberlo ya que las cerámicas de vidriado verde que tenemos aún en la región son pocas, muy semejantes a las que se hicieron en todo el país en el siglo XVIII y XIX; los vidriados marrones son aún más difíciles de identificar, al menos en el estado actual del conocimiento de la cerámica histórica en la región y en especial porque fueron producidos en muchos sitios del territorio. Pero no podemos dejar de citar un dato llamativo: los vidriados marrones parecen coincidir con lo que en Buenos Aires llamamos Vidriados Utilitarios; y éstos los hay en Alta Gracia como sartenes con formas típicas del siglo XIX incluso en esta excavación. Pero de todas formas, al menos por ahora, no podemos avanzar más; sólo un estudio detallado de este conjunto podrá permitirnos avanzar en el tema.
BIBLIOGRAFIA
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REFERENCIAS
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4. Grenón (1929), p. 159.
5. Caferatta (1954), p. 53.
6. Schávelzon (1999): Schávelzon Silveira (1998).
7. Slavazza (1971), p. 91.
8. Slavazza (1971), p. 88.
9. Lister y Lister (1982), pag. 93-95. Lister y Lister 1987
10. Información personal 1999
11. Furlong (1960), p. 21.
(*) Este trabajo fue hecho por iniciativa de la directora del Museo Histórico de Alta Gracia, Mónica de Gorgas: agradezco en forma especial al señor Justo Torres quien logró preservar esta colección como un tesoro personal. Todo el equipo del Museo hizo posible mi trabajo; la Sociedad de Amigos del Musco facilitó mi viaje y estadía. Agradezco en particular a Marta Slavazza quien excavó estos objetos y me autorizó a publicarlos, a Carlos Page y a Marta Bonofiglio.