Artículo publicado en la revista Caras y caretas, número 2.222, correspondiente al mes de Mayo del 2008, página 49, ISSN 0327-6384, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
La depredación del patrimonio histórico y cultural de la ciudad porteña parece no tener límites. No sólo casi no se conservan construcciones de la época colonial. Ya ni siquiera van quedando de comienzos del siglo XX.
A comienzos de marzo el arquitecto y conocido artista Clorindo Testa hizo una presentación pública en la que tras alabar una hermosa vista de la esquina de Santa Fe y Callao tomada hacia 1895, indicó su felicidad sobre lo que había cambiado ese sitio, irreconocible salvo por las torres de dos iglesias. Y aclaró que eso era positivo porque esto no es Florencia, donde el solo XVI está en todas partes, acá no hay nada, y eso para él es bueno; le genera felicidad.
Muchos de los presentes, me incluyo sentado a su lado, quedaron estupefactos. Por supuesto era imposible, y hasta absurdo, decirle que Florencia está conservada en el siglo XVI precisamente porque fue preservada ya desde esa época, no por milagro. Hubo quienes discutieron lo que nosotros aún no hacemos, ya hace cuatro siglos. Y Buenos Aires no está como era entonces (ni en el XVI ni en 1895) porque el proyecto fue precisamente destruirla y reemplazar sus inmuebles. Nadie le preguntó a nadie qué quería, sino que se tornaron las decisiones conscientes de no preservar la ciudad antigua y, como si no hubiera lugar suficiente en las pampas, concentrar y demoler para concentrar más. La diferencia: Florencia es hermosa y se puede caminar, Buenos Aires es un hormiguero de departamentos, un caos vehicular, estacionamiento sin límites, tráfico bestial, entorno polucionado de todo tipo, transporte colectivo colapsado, villas miseria donde cientos de miles habitan más que precariamente en un conurbano ilimitado y ni una obra de arte para disfrutar en la calle porque alguien se la roba al minuto. Ni hablemos de violencia, pobreza, quedémonos en el patrimonio que es lo nuestro, mientras alguien nos da con el codo al pasar.
Buenos Aires no ha conservado ni un solo ladrillo de los siglos XVI y XVII, sólo alguna pared interna del XVIII en unas iglesias rehechas miles de veces y muy poco del XIX, pese a que hay quienes absurdamente llaman «colonial» a San Telmo, donde no hay casa alguna de esa época; y una Manzana de las Luces de la que mejor no recordar. Alguien creyó que parte de la casa de Castagnino lo era; basta mirar sus ladrillos para desilusionarse, la casita íntegra de San Juan 338 la demolió el propio municipio en 2005, y ahí se acaba. ;Ah! Me dirán que hay un restaurante cuya mitad de la fachada fue parte de otra que posiblemente fuera casa de un gran héroe, y una más, olvidada, que quizá…
Los turistas nos han hecho esa pregunta mil veces, cuyo valor radica precisamente en que vienen de afuera: ¿dónde está la verdadera ciudad antigua? ¿Por qué no se hizo la nueva a un lado? ¿No hay lugar en el país? No hay respuesta: somos diferentes, mejores, más inteligentes, hacemos que Mar del Plata en lugar de ser una playa hermosa sea la Capital del Pulóver; que su barrio de Los Troncos desaparezca para hacer torres y que a su gran monumento histórico, la Casa del Puente, le prendieran fuego; listo, fácil, y si alguien no está de acuerdo igual somos los «ganadores morales». Con la foto junto al lobo marino es suficiente, nos conformamos con poco. Cuando los silos de Puerto Madero fueron considerados en sus libros por —ni más ni menos— que Le Corbusier y Walter Gropius como los mejores ejemplos de la modernidad, los demolimos en 1998. Cuando encontramos el búnker de Perón entero, bajo el edificio de Microsoft, el estudio de Mario Roberto Alvarez ordenó demolerlo para hacer tres cocheras más, y la municipalidad lo autorizó, y era el año 2005. Cuando la fachada de la iglesia de San Ignacio, la más antigua de la ciudad, se fisuró en 2003 de arriba abajo porque sus supuestos restauradores la sobrecargaron en sus bóvedas, y hubo que apuntalarla y cerrar la calle Alsina, el párroco contrató un ingeniero para encontrar el «tesoro de los jesuitas» y excavaron un túnel por debajo de la iglesia que llega casi al altar; obviamente no encontraron nada más que el verdadero túnel antiguo —al que se entra desde el Colegio Buenos Aires—, y destruyeron todas las tumbas que había bajo ese piso. Pudimos sacar una fecha de carbono 14 de lo que quedó y nos ubicó en que eran entierros de mitad del siglo XVIII: volatilizados por un cura y un ingeniero que no entendían que se les caía la iglesia en serio. Somos los ganadores morales, de eso no hay duda.
O nos sentarnos a pensar el tema en serio, o llegaremos a un Bicentenario sin nada del Centenario.