Ponencia de Ana Igareta (Centro de Arqueología Urbana, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, UBA; Museo de La Plata, FCNyM – UNLP, Becaria CONICET) en The Gordon R. Willey Simposium in the History of Archaeology realizado por The Society for American Archaeology 71st Annual Meeting en San Juan de Puerto Rico el 29 de Abril de 2006; co-organizadores Daniel Schávelzon y Eleanor King.
En el año 2004 y a raíz de la posible creación de una Cátedra de Arqueología Histórica en la Universidad Nacional de La Plata (provincia de Buenos Aires, República Argentina) se me encargó el diseño del plan de estudios de la materia y la selección de la bibliografía pertinente. Por tratarse de la primera -y hasta el momento única- asignatura de la carrera de antropología que se ocuparía específicamente de la temática, considere importante incluir en los temas a tratar un breve pantallazo acerca de cómo esta rama de la disciplina arqueológica surgió y se desarrolló en nuestro país y cuales fueron sus intereses a través del tiempo, hasta llegar a la actualidad.
Una primera lectura de varios de los textos disponibles referidos al surgimiento y consolidación de la Arqueología Histórica en Argentina casi me convence de que se trata de una práctica de desarrollo relativamente reciente, con apenas algo más de 20 años de antigüedad y cuya actividad apenas está en pañales. Al menos esa fue la impresión que me transmitieron muchos de los escritos, en los cuales tras una mínima e imprecisa mención de los «trabajos pioneros», se salta a la década de 1980 y a partir de allí se analizan los desarrollos más recientes (insertar cita). Por otra parte, me resulta curioso el hecho de que la aparición de trabajos de Arqueología Histórica fuera interpretada por muchos de los historiadores de la disciplina como el resultado de un proceso intrusivo, en el cual la práctica «normal» de la arqueología se ve sacudido por la irrupción de profesionales abocados a la práctica de una actividad percibida como conceptualmente distante del cuerpo principal de la arqueología académica. Tal distancia derivaría justamente de la supuesta juventud de la Arqueología Histórica y de su virtual falta de profundidad temporal en el contexto general de las ciencias argentinas.
Una segunda y más cuidadosa revisión de la información, sin embargo, me llevó a considerar una perspectiva diferente y a elaborar la siguiente hipótesis: la Arqueología Histórica de la República Argentina es una actividad cuyo origen se remonta a fines del siglo XIX -al momento del surgimiento de la arqueología como disciplina científica- y que acredita al corriente más de 100 años de práctica sostenida. Es posible que la falta de reconocimiento de dicha historia se deba en parte a que esta práctica se construyó a partir de intereses y protagonistas diferentes de los que el campo «oficial» de la arqueología definió para sí, lo que influyó en su percepción como una disciplina temáticamente singular.
Nudo
«… en nuestros tres países [Argentina, Brasil y Uruguay] la Arqueología se desarrolló mucho después de la Historia y, desde sus comienzos, fue concebida como prehistoria. Así que se puede decir que el estudio de la cultura material del período histórico fue llevado adelante por mucho tiempo … principalmente por no arqueólogos, arquitectos e historiadores del arte».
Funari, 1996.
Hacer referencia al surgimiento de la arqueología en la República Argentina implica situarnos en las últimas décadas del siglo XIX y describir muy brevemente la singular relación que se dio entonces entre esta disciplina y la investigación histórica.
En algún punto entre los últimos ataques sistemáticos a las parcialidades indígenas del centro sur del país, la apropiación de sus territorios y la llegada al poder de la llamada «generación del 80» (1870), la Historia se consolidó como una ciencia rigurosa dedicada al estudio formal del pasado de la nación. Abogados, militares y eruditos se dedicaron entonces a dar cuenta de los eventos más significativos de la historia argentina, en la mayor parte de los casos tomando como punto de partida la revolución del año 1810 y asumiendo que lo ocurrido con anterioridad -en los «tempranos tiempos coloniales»- no poseía mayor interés. Concebida y utilizada como herramienta de consolidación de una pretendida identidad y unidad nacional, la investigación histórica se abocó al estudio y recuperación de un pasado que podríamos resumir como «occidental, cristiano, blanco, épico y civilizado». Lo ocurrido antes de la República y la existencia y participación de otras identidades culturales -indígenas, negros, mestizos, criollos- en su historia fue ignorada o, en el mejor de los casos, dejada en manos de las ciencias naturales.
Como una de ellas surge la Arqueología, destinada a hacerse cargo de ese universo «primitivo e incivilizado» que la Historia deja de lado por falta de interés; la prehistoria de las poblaciones aborígenes del país se transformó rápidamente en su principal foco de atención. Y fue en esa línea de «arqueología como prehistoria» (al decir de varios autores) que la investigación arqueológica se consolidó como ciencia. En función de ello, el estudio de la vida en la Argentina prehispánica se transformó también en el núcleo de la organización académica de la disciplina, el centro alrededor del cual giraría la formación de los futuros profesionales y casi la totalidad de recursos destinados a la investigación. A partir de entonces y por muy largo tiempo, ser arqueólogo fue -casi- sinónimo de ser estudioso del pasado aborigen (pasado que, por otra parte, se daba por súbitamente concluido a finales del siglo XV con la llegada de los conquistadores españoles).
En tal contexto -del cual la descripción anterior no es más que un esquema hipersimplificado- es posible observar como el período histórico quedaba, en cierto sentido, huérfano de arqueología. No parecía fácil que el análisis material de un pasado no prehistórico y parcialmente revisado por la historia atrajera la atención de los investigadores.
Y sin embargo, profesionales de muy diversos campos se dedicaron directa o indirectamente a ello, abordando el tema desde perspectivas e intereses muy diversos. Por supuesto que en sus inicios no se trató de un intento orgánico o coordinado (¿acaso alguna ciencia lo es al principio?) sino de una superposición de trabajos orientados por un mismo interés. Así, es posible trazar una línea que conecte la labor de investigadores a lo largo de todo el siglo XX, cuyo arbitrario punto de partida bien podría ser el trabajo de principio de siglo de Eric Boman, en el cual identifica en su análisis de la Cultura de Viluco, en la provincia de Mendoza, la existencia de un cementerio posthispánico a partir de la aparición de puntas de lanza de origen europeo. Tal línea podría continuarse con el trabajo de 1921 de Salvador Debenedetti referido a la influencia hispánica en los cementerios indígenas de Caspinchango (provincia de Catamarca); con el relevamiento y análisis de los túneles existentes bajo la Manzana de las Luces de la ciudad de Buenos Aires desarrollados por el arquitecto Héctor Greslebin en las décadas del 20 y del 30; con la excavación de los restos de la primera máquina de vapor fija del país realizada en 1935 por el Ingeniero Ricardo Gutiérrez; con los trabajos del zoólogo Carlos Rusconi en las décadas del 30 y del 40, en el curso de los cuales excavó sitios coloniales en las provincias de Mendoza y Buenos Aires; con el estudio que los arquitectos Carlos Onetto y Vicente Nadal Mora desarrollaron sobre las ruinas de las misiones jesuíticas de San Ignacio Miní en la provincia de Misiones; en el monumental proyecto que el abogado y sociólogo Agustín Zapata Gollán desarrolló durante la década del 50, dedicado a la localización y excavación de la antigua ciudad de Cayastá en la provincia de Santa Fé; con el análisis de los restos de la población colonial de Concepción del Bermejo llevada adelante también en los 50 por Juan Martinet y Monseñor José Alumni y con la búsqueda de los restos de la primitiva ciudad de Ibatín (en la provincia de Tucumán) desarrollados por la profesora e historiadora Amalia Gramajo en la década del 60.
Esta enumeración, arbitrariamente construida con ejemplos que pudieran ordenarse cronológicamente, representa a una cantidad significativamente mayor de trabajos que a lo largo del siglo XX se ocuparon de sitios y materiales relativos al período histórico y que -analizados retrospectivamente- pueden ser considerados como intervenciones de Arqueología Histórica, más allá del contexto disciplinar en el cual se insertaron originalmente.
Ahora bien: si aceptamos la afirmación de que hubo investigaciones arqueológicas dedicadas al período histórico desde temprano y que este no era un tipo de investigación propiciado por la arqueología «oficial», debemos preguntarnos acerca de que elemento generó tal divergencia.
El hecho de que muchos de los trabajos antes mencionados fueran desarrollados por profesionales provenientes de otros campos y no por arqueólogos strictu sensu no es un dato menor. Al menos, cabe considerar la posibilidad de que se tratara de individuos menos influidos o condicionados por los requerimientos oficiales de la disciplina de su tiempo, dado que la actividad se desarrollaba a partir de un abordaje (supuestamente) no arqueológico. A la vez, explica también porque su producción científica fue ignorada -e incluso frecuentemente obstaculizada- por sus pares arqueólogos, quienes no veían con buenos ojos la intromisión de otros profesionales y otras temáticas en su bien definido campo de trabajo y quienes, probablemente, se sentían también algo amenazados por investigaciones que revelaban como significativos elementos del pasado que ellos habían preferido no considerar.
Por otra parte, casi desde el inicio de su práctica, la arqueología prehistórica consolidó su posición como ciencia a partir de la construcción de corpus de información y referencia en los cuales los rasgos tipológicos y los esquemas cronológicos jugaban un papel fundamental; tal organización de los datos disponibles (posteriormente superada pero sin lugar a duda necesaria en las instancias iniciales de la actividad) no posee un correlato exacto en los trabajos de Arqueología Histórica durante los primeros cincuenta o sesenta años. En cambio, las investigaciones respondieron a objetivos particulares derivados de intereses particulares de los investigadores; se trata en su mayoría de trabajos descriptivos e interpretativos a escala local, en los que no es posible identificar un evento fundacional como fue el pensamiento tipológico en la arqueología prehistórica.
Parece justo mencionar entonces que, hasta hace un par de décadas, no existía entre sus protagonistas una conciencia de existencia de la Arqueología Histórica como rama específica de la disciplina, y que es ésta -y no la práctica en sí- la que se consolida a partir de la década de 1980, con la aparición de los primeros trabajos de síntesis.
Final
A mi entender, un segundo factor puede haber influido en la ya mencionada percepción de la Arqueología Histórica argentina como «ciencia de desarrollo reciente» o «ciencia sin pasado» y, nuevamente, la participación de profesionales no arqueólogos tuvo que ver con ello.
Como apunté antes, los primeros trabajos de investigación histórica se enfocaron en el relato de eventos macro, de gran impacto a nivel social (revoluciones, guerras, gobiernos tiránicos y luchas por la independencia); siguiendo esa línea de pensamiento -la construcción del pasado como la sumatoria de hechos que podemos definir genéricamente como «épicos»- los primeros trabajos de indagación arqueológica se enfocaron en los indicadores materiales de lo ceremonial, lo ritual, y lo de gran impacto, en el estudio de los llamados bienes suntuarios y su papel en la dinámica social prehistórica.
Por el contrario, el ecléctico universo de intereses de los profesionales cuya actividad permitió el desarrollo de la Arqueología Histórica, incluyó desde temprano la dimensión doméstica y cotidiana de la vida de los grupos que estudiaba (de la forma en que los ladrillos se disponían en los cimientos de una cierta casa, del origen la vajilla utilizada por los esclavos de una familia adinerada o del diseño de las pelelas de período colonial). En más de un sentido, la arqueología histórica se alejó del estudio de lo exótico y lejano para ocuparse, en cambio, de eventos en todo sentido más próximos y familiares, lo que ahondó aún más la brecha entre quienes la practicaban y la corporación arqueológica oficial y académica. Si bien tal propuesta es apenas el esbozo de una posibilidad, considero que un análisis más detallado de la misma arrojará interesantes datos en tal sentido.
En este punto, es posible realizar la siguiente afirmación: la Arqueología Histórica en Argentina toma cuerpo a partir de la sumatoria del trabajo desarrollado por profesionales de diversos campos de la investigación con el recelo ejercido hacia éste por los arqueólogos profesionales; a ello se agregan por supuesto los ineludibles efectos de enfrentamientos políticos, rencores personales y celos individuales entre los protagonistas. El resultado final es la historia de la disciplina y las distintas formas en que puede ser contada.
Bibliografía
Centro Argentino de Etnología Americana
1985 Evolución de las Ciencias en la República Argentina 1872-1972.
Tomo X. Sociedad Científica Argentina. Buenos Aires.
Debenedetti, Salvador
1921 La influencia hispánica en los yacimientos arqueológicos de Caspinchango (provincia de Catamarca). Revista de la Universidad de Buenos Aires. Tomo XLVI. Facultad de Fisolofía y Letras, Publicaciones de la Sección Antropología Nº 20. Buenos Aires.
Fernández, Jorge
1982 Historia de la Arqueología Argentina. Asociación Cuyana de Antropología. Mendoza.
Funari, Pedro
1995/96 Arqueología e Historia, Arqueología Histórica Mundial y América del Sur. Anales de Arqueología y Etnología. Vol. 50/51.
Morresi, Eldo (Director de la obra)
1982 Presencia hispánica en la arqueología argentina. Vol. 1 y 2. Instituto de Historia de la Universidad Nacional del Nordeste. Resistencia.
Politis, Gustavo
1992 Politica nacional, arqueologia y universidad en Argentina. Colección textos universitarios.
Raffino, Rodolfo
1996 La Academia Nacional de la Historia y la Antropolgia. Investigaciones
y Ensayos n 45. Enero-diciembre 1995. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires.