Trabajo publicado en «Ancient America. Contributions to New World Archaeology», editado por Nicholas J. Saunders, Oxbow Books, Park End Place, Oxford, Gran Bretaña, junio de 1992. ISBN 0-946897-48-4.
Northwest Argentina, Potrero de Payogasta was an important Inca administrative settlement. The architecture, which shows an occupation prior to the Santamariana culture, has been enlarged and modified by the Incas. This study analyzes in detail the architecture, the settlement pattern and the constructive techniques, as part of a wider project of restoration of the site. We must point out that the present kind of analysis is new in the region, where there is no previous experience of archaeological restoration. Some of the Inca buildings are very large, and the good state of preservation has yielded valuable information about Inca architecture in the peripherial regions of the empire. The Kallanca, a building of 300 square meters of inner surface, is the most important type of its kind in Argentina.
Los asentamientos prehispánicos del noroeste argentino no han llamado, mayormente, la atención de los arqueólogos e investigadores. Pero una buena cantidad de sitios, de extensión y complejidad variables con restos de construcciones, se sitúan en la región. No es fácil precisar el total, ya que las provincias que lo conforman (Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca) carecen de registros confiables. Una idea de ese número puede formarse considerando que tan sólo en el Departamento de Cachi, en Salta, donde se ubica Potrero de Payogasta, se habían detectado a febrero de 1988, ciento cuarenta y tres sitios con algún vestigio de esa época. En la actualidad todos ellos están deteriorados y, en muchos casos, se encuentran al borde de su destrucción total. Si bien se ha trabajado en su exploración desde hace un siglo, es relativamente escaso el conocimiento alcanzado en algunos aspectos. Cuestiones ligadas a la tecnología constructiva, el análisis de organización espacial y de localización no han estado en la atención de los especialistas. Se carece incluso de elementos básicos como la planimetría, y cuando ésta existe, resulta extremadamente elemental o no se ajusta a la realidad. Tampoco se ha reparado en la necesidad de conservar estos vestigios, únicos documentos que permitirán, en un futuro, elaborar las explicaciones de los fenómenos históricos producidos en el actual territorio argentino.
A diferencia del Perú, Bolivia o Ecuador, donde en los últimos años se han concentrado ingentes esfuerzos por su estudio y preservación. El noroeste argentino había sido recorrido y descripto, e incluso excavado en innumerables oportunidades antes de 1950, pero sólo recientemente se ha operado un proceso intenso de investigación, en especial la gran concentración de restos Incaicos (Raffino 1983, Schávelzon 1986). Esto se debió no sólo a complejos problemas que aquejaron la arqueología del país por la inestabilidad política, sino también a la permanencia de paradigmas más preocupados por la cerámica que por los patrones de asentamiento, la arquitectura con toda su compleja gama de posibilidades, o la restauración. Por otra parte fue necesario superar la antigua polémica acerca de la presencia de la cultura Inca en la región y de su importancia. Expresión de esta superación son los trabajos de Rodolfo Raffino y sus colaboradores, entre otros ejemplos. Por otra parte, en toda América Latina el reconocimiento de la importancia de la arquitectura vino aparejada a la necesidad de implementar tareas de restauración en los sitios arqueológicos, lo cual en Argentina aún no se ha producido. Es más, salvo el proyecto inicial de Salvador Debenedetti y Juan Ambrosetti en 1910 en Tilcara, las demás experiencias fueron funestas. Podemos recordar la reconstrucción sin bases científicas de Tilcara hecha por Eduardo Casanova a partir de 1950, o el caso similar de Quilmes en 1980 (Schávelzon 1979), ninguno de los cuales aportó nada al conocimiento científico de los respectivos sitios. De allí que se haya establecido, como caso piloto, el proyecto de Potrero de Payogasta, con el objeto de establecer las bases metodológicas para el relevamiento de un sitio y de sus deterioros, poder diagnosticar las causas y proponer soluciones accesibles’.
La elección del sitio se estableció a partir de la importancia de sus restos arquitectónicos, en especial en el edificio conocido como Kallanca, cuyo hastial se conserva a más de 6 metros de altura, y cuya falta de conservación amenaza con su caída inminente; asimismo los grandes recintos circulares y otras construcciones cercanas lo ubican como uno de los grandes asentamientos Incaicos de la región. Por otra parte no han habido casi estudios serios del sitio, al igual que tiene pocas excavaciones, tanto de saqueo como arqueológicas, lo cual ha conservado en buen estado los muros de piedra.
Potrero de Payogasta se encuentra ubicado dentro del sistema ecológico conocido como de los Valles Calchaquíes, sobre una loma de escasa altura, y en la margen derecha del río Potrero, a unos 4 kilómetros de la localidad de Buena Vista, todo ello en la actual provincia de Salta. Ocupa una superficie de 10 hectáreas y está en relación a otro sitio pequeño, hasta ahora no descubierto, que hemos denominado Potrero de Payogasta II, también de filiación Incaica, aislado y amurallado, a unos 1,000 metros de distancia. Se trata de un asentamiento amplio, abierto, sin protecciones de ninguna índole y con fácil acceso desde el río y desde los grandes terrenos planos cercanos. En su conjunto reúne prácticamente todos los rasgos que caracterizan la arquitectura Incaica en la región (Raffino 1983), y ha sido numerado en la clasificación de Myriam Tarragó y Pío Díaz (1972) como SSalCac42. Podemos citar, como primera enumeración incompleta de esos rasgos, la presencia de sillares tallados, nichos en muros, construcciones rectangulares, torreones, muros con revestimiento de barro, ventanas o aberturas en muros, la presencia del Rectángulo Perimetral Compuesto, la asociación a un sitio o altar de altura, un Pucará o fortaleza cercano (Potrero II), escalinatas, paredes de pirca doble con relleno interior y otros.
Su ubicación temporal fue prefijada en 1947 por su primer explorador, Horacio Difrieri quien, coincidiendo con los estudios posteriores, como el ya citado de Díaz y Tarragó, lo encuadran en la Cultura Santamariana del período Agroalfarero Tardío, con una superposición Incaica muy marcada. Creemos que es posible demostrar a través del estudio arquitectónico, que hay por lo menos dos épocas constructivas muy diferentes; la primera de recintos irregulares en su mayoría, aunque algunos poseen claramente paredes en ángulos rectos, y una posterior, que demuele muchas construcciones en forma parcial o total, generando así una rectificación general del conjunto. Esto se detalla más adelante y permite suponer que esas etapas podrían asociarse a las dos ocupaciones culturales del sitio.
La región en que se encuentra es de clima desértico con escasas lluvias, y vientos permanentes en la mayor parte del año, lo que determina que la vegetación esté casi exclusivamente compuesta por plantas xerófilas. Esta región, en la época prehispánica tuvo un desarrollo basado en una economía agrícola de irrigación, complementada por la cría de algunos animales domesticados, fundamentalmente camélidos, la recolección y la caza. Los grupos sociales se organizaron en tribus o señoríos, existiendo cierta especialización laboral y jerarquías entre sus miembros. Se calcula que la población de la región antes de la llegada de los españoles superaba los ochenta mil habitantes.
Por entonces ya habían recibido influencias de las culturas andinas próximas, como los Incas, con las que establecieron diversas formas de contacto e intercambio.
En Potrero de Payogasta, al igual que en muchos otros sitios de la región, se hace notar la falta de cartografía adecuada; y esto es básico para encarar cualquier tipo de proyecto de intervención o análisis a nivel del asentamiento o de la arquitectura. En este caso existen dos relevamientos anteriores, el primero presentado por Rodolfo Raffino a partir de la información relevada por él en base a las notas de H. Difrieri tomadas años antes (Difrieri 1947 y Raffino 1983:105). Si bien el plano es bueno, en él sólo se incluyeron las estructuras más relevantes, dando así la sensación de ser un conjunto de grandes construcciones aisladas, subdividido en tres grupos. Poco más tarde Pío Díaz (com.pers,) levantó un plano más detallado; el resultado es bueno y presenta la mayor parte de las estructuras, así como algunos otros restos (muros, acumulación de materiales), que por su estado de conservación no permiten identificar su función original. Si bien este plano contenía pequeños errores y se detectaron algunos faltantes en la información, pudo ser completado y corregido sin grandes dificultades. De su comparación resulta que de los 39 recintos registrados por Raffino y de los 65 del plano de Pío Díaz, hemos documentado aproximadamente 90 recintos y unas 50 unidades construidas de diverso carácter. En todo caso los dibujos de Raflino sugieren alguna relación entre el edificio que habría servido como Kallanca, el «recinto compuesto» y los dos edificios circulares o torreones ubicados más al sur. Esto es lo que parece indicarse en los planos, pero en la realidad la diferencia de nivel en el terreno parece mostrar otra cosa: estos edificios circulares que hemos denominado B y E, están espacialmente ligados al resto de las estructuras.
Conforme el patrón habitual en este tipo de asentamientos, Potrero de Payogasta está ubicado en un sitio estratégico que facilitaba el control visual de un área extensa. Se situó sobre un cerro bajo, junto al río, en medio de un valle angosto y largo, rodeado de cerros de mayor altura. Por este valle pasaba la ruta Incaica que vinculaba los territorios dominados del sur con el resto del imperio. Pero aún antes debió haber cumplido similares funciones en relación a las poblaciones preexistentes.
Analizando la bibliografía existente, al sitio se lo presentaba como formado por diversos conjuntos de recintos relativamente dispersos y aislados. Sin embargo, a partir de un análisis más cuidadoso puede decirse que se trata de un conglomerado continuo y de estructura compleja. Los grupos se vinculan entre sí a través de diferentes elementos como muros y plataformas, que no habían sido tenidos en cuenta en los relevamientos efectuados hasta entonces. Internamente es posible identificar conjuntos de estructuras vinculados entre sí en torno a recintos de mayor tamaño; por ejemplo, esto se da en el caso de los que fueron denominados D y J del Grupo V. También en relación a espacios de mayor tamaño como ocurre con el llamado Recinto Perimetral Compuesto del Grupo I.
El sitio está constituido por estructuras, distribuidas en función de la topografía y adaptadas a las irregularidades del terreno. Por tratarse de terrenos en pendiente, sus habitantes emplearon distintos recursos para obtener los espacios requeridos para implantar sus construcciones: existen plataformas que han sido ubicadas en la pendiente del cerro, levantando para ello un muro de contención de piedra, y rellenando su interior con tierra, destinadas a generar superficies planas para permitir la circulación o la instalación de puestos de observación, ligados a la estrategia defensiva de sus antiguos pobladores. Este tipo de construcciones también se encuentra en la parte alta del terreno y pueden haber servido para el desarrollo de algunas tareas ligadas a la economía o a la administración de gobierno, como en el caso del «usñu», es decir la estructura que fuera denominada U-I.
Potrero de Payogasta debió ser un núcleo administrativo, con áreas ligadas a actividades complementarias como la habitación y la defensa. Las estructuras arquitectónicas estaban dedicadas a funciones diversas y, aun cuando se conoce poco de sus destinos originales, es dable suponer que estaban dedicadas a cumplir con distintas funciones, entre las que pueden mencionarse los patios, plazas, caminos, viviendas, corrales y sepulcros. En el sitio no se han desarrollado, hasta el momento, excavaciones sistemáticas que permitan elaborar con mayor certeza algunas hipótesis de funcionalidad.
En términos generales, los materiales y sistemas constructivos utilizados en Potrero de Payogasta son similares a los empleados en otros asentamientos prehispánicos de la región, como Cortaderas, La Paya o Puerte Quemado. Las formas de las estructuras que lo conforman son diversas. Las plantas de los recintos son rectangulares, como en el caso de la Kallanca (I-T) cuadrangulares (I-R y II-A), trapezoidales (V-Y) e irregulares o mixtilíneas (V-D). También las hay circulares, como los denominados torreones (III-B y III-E), algunos depósitos o tumbas y el recinto de uso habitacional V-M.
La mayor parte de las construcciones fueron resueltas empleando piedras asentadas en barro batido. El tipo de piedra, así como el cuidado en la ejecución y la técnica empleada, no es la misma en todas las estructuras del sitio. En general se usó una roca granítica de composición y dureza diversas, siendo los colores predominantes el verde grisáceo en una tonalidad muy oscura y la gama de los ocres. Las piedras se usaron en su estado natural y se hallaron indicios de que algunas fueron canteadas o trabajadas. Sus caras, en algunos casos, han sido elegidas para generar paramentos lo más planos posible. En general han sido dispuestas horizontalmente, es decir apoyadas sobre su cara mayor. Para mejorar el asiento y la trabazón de los mampuestos se utilizaron piedras de distintos tamaños, asegurando de esta forma la estabilidad del conjunto. Se detectaron casos en que predomina un tipo o tamaño de mampuesto: por ejemplo en los muros de la estructura III-B hay una proporción muy importante de piedras grandes y resistentes. En cambio, lajas delgadas, más friables y que tienden a fracturarse con facilidad, han sido empleadas en muros de menor tamaño, delimitando recintos pequeños como el V-O, ubicado en un sector relativamente periférico del asentamiento.
Algunos muros presentan un leve talud constructivo, es decir que sus paramentos están levemente inclinados hacia el centro. Esto se verifica especialmente en los muros altos, y se trataba de un hecho intencional para ayudar a mantener la estabilidad. En el muro 59 de la Kallanca el desplome es de aproximadamente 6 cm. por metro. En el caso del muro No 9 del Edificio III-B, varía entre 4, 5 y 6, 7 cm. por metro de altura.
Los muros que delimitan los recintos son de dimensiones variables, fueron construidos empleando el material disponible en el lugar y, de acuerdo a sus características, pueden ser simples o dobles. Los primeros están constituidos por una sola hilada de piedras y sirven para contención del terreno, por ejemplo, en la conformación de plataformas. Son relativamente angostos y, en general, no superan los 45 cm. de ancho. Los dobles se encuentran delimitando recintos y pueden tener un espesor mayor, alcanzando incluso 1.30 m. En estos casos están conformados por una serie de piedras alargadas o lajas trabadas entre sí. En algunos casos los muros dobles presentan dos hiladas verticales de piedras o lajas y un relleno interno de ripio y barro. Cabe citar que han sido construidos empleando el material disponible en el lugar y que sus dimensiones son variables. El ancho que predomina es de 60 cm., pero alcanzan en algunos casos hasta 1.30 m., y alturas de 2.40 m., como en las estructuras denominadas B y E, del grupo III.
Un caso excepcional es el hastial de la Kallanca Incaica, cuya altura total supera los 6.50 m. Este muro denominado 59 y situado al Este de la estructura, presenta otra peculiaridad ya que el sistema constructivo varía con la altura. En la parte baja, donde el ancho es de 1.30 m. está compuesto en su totalidad por piedras más bien largas y planas asentadas en barro con la inclusión de algunas otras, de escaso tamaño, que aseguran un correcto trabajo del conjunto. Una franja central situada aproximadamente entre los 2 y 3 metros de altura, fue resuelta en adobe. El remate tiene un sistema similar al descripto para el basamento, pero el ancho mínimo es de sólo 50 cm. Ese muro posee una pequeña ventana a mitad de su altura total. Un vano de similares características se ubicó sobre en la parte alta de la pared que delimita por el lado Este al recinto circular denominado III-B. En otros casos, como en el III-E y el V-G, es posible identificar las que fueron las puertas de acceso al interior de las estructuras.
En la Kallanca también encontramos que los muros Norte y Oeste son de adobe, midiendo aproximadamente unos 40 cm. de largo, 20 de ancho y 8 de altura cada uno de ellos. Están hechos con tierra y grava, con el agregado de algunas fibras vegetales para mejorar la cohesión y resistencia final. Esto mismo ocurre con el tramo central del muro 2, en el recinto I-A. En todos los casos han sido colocados empleando un mortero de asiento de barro batido.
En Potrero de Payogasta existen restos de un único muro de tapia muy destruido, que denominamos 7, al norte de la estructura IV-B. Apenas se conserva un tramo de unos 90 cm. de largo, 35 de espesor y 60 de altura máxima. Recordemos que este sistema constructivo supone el empleo de una cimbra de madera dentro de la que se cuela la mezcla de barro, grava y ripio. Esta cimbra se desplaza verticalmente conforme se avanza con la construcción.
Algunos paramentos fueron recubiertos con un revoque de barro que posee una cantidad importante de arcilla y fibras vegetales; estas últimas habrían servido para darle mayor cohesión y resistencia. Su espesor en ciertos lugares alcanza a los 10 cm, Se encuentran en sectores de los muros de la Kallanca y, en especial, en el recinto circular denominado III-E. Cabe citar que no es habitual hallar restos de este elemento constructivo en los asentamientos de la región.
Los pisos, según algunos indicios, fueron de tierra compactada. Este dato se obtuvo como uno de los resultados de la última excavación realizada en campo (Buliubasich y otras; 1987).
Se observaron pisos de similares características en los perfiles de los pozos de saqueo y trincheras abandonadas de anteriores investigaciones. Por su parte, según la información arqueológica con que se cuenta hasta el momento, éste era el sistema habitualmente utilizado durante la época prehispánica en la región.
No hay mayores datos sobre el modo en que fueron resueltos los techos en Potrero de Payogasta, exceptuando el caso de la Kallanca, donde existen evidencias al respecto. Como se dijo anteriormente, el muro E de esa estructura, denomina do 59 en nuestro relevamiento, está rematado por un hastial o mojinete. Debió existir uno similar del lado oeste que se derrumbó hace algún tiempo. Esto nos permite inferir que el techo se habría resuelto siguiendo las técnicas habitualmente utilizadas por los Incas (Gasparini y Margolies 1977). Esto es mediante la ejecución de una estructura de madera a dos aguas, sostenida por pilares ubicados a lo largo del eje longitudinal del recinto y cubierta de fibras vegetales. Datos referentes al resto de las cubiertas podrían obtenerse a través de una cuidadosa exploración arqueológica. Debe considerarse que tampoco se cuenta con mayores precisiones sobre el modo en que fueron techados los recintos de otros sitios contemporáneos a éste y situados en la misma región. Un caso excluyente es Rincón Chico, un sitio ubicado a 3 km. al Oeste del actual pueblo de Santa María, en la provincia de Catamarca, a unos 250 km. al Sur de Payogasta; allí se encontraron huellas de postes en un recinto rectangular de gran tamaño, que podía tratarse de un patio donde se desarrollaban parte de las actividades domésticas de sus ocupantes. Los postes estaban colocados en forma paralela a uno de los muros más largos y separados aproximadamente 3 m. entre sí y con el paramento. Habrían sostenido una cubierta de ramas, que servía para proteger a las personas de los rayos del sol, muy intenso durante las horas del mediodía. En el caso de una estructura circular situada en el conjunto RCh 18, cuyo diámetro era de unos 5 m., se encontró una única huella de poste en el centro. Este poste habría sostenido vigas de madera, dispuestas radialmente, sobre las que apoyaba un techo del mismo material terminado con una cubierta de barro. Un sistema similar se utiliza en la actualidad en algunas localidades de la región y se lo conoce con el nombre de entortado. Es de suponer entonces, que sistemas similares de habrían empleado en los techos en Potrero de Payogasta (Tarragó, com. personal).
El estado de preservación del sitio es malo en su conjunto, aunque quizás no tan grave como en otros casos de la región. Entre los deterioros de su arquitectura, es frecuente encontrar muros fuera de plomo, con sus componentes disgregados. Algunos han perdido la verticalidad como consecuencia de los deslaves de mortero de asiento, del material de relleno y/o la destrucción de sus elementos de amarre (estructura de la cubierta o muros transversales). Los desplomes en algunos casos no son importantes, por lo que no comprometen la estabilidad del conjunto. Un caso particular lo constituye el muro 59 del Edificio I.T (Kallanca), donde la pérdida total de la verticalidad es considerable y deberán tomarse urgentes medidas para su consolidación y reestructuración. Aquí es fundamental la esbeltez del muro, que tiene una altura total de ó.50 m. medidos desde el nivel de piso interior actual. El desplome real, hacia el lado oeste, está en el orden de los 13 cm. por metro.
Los deslaves provocados por la acción del agua de lluvia son importantes como factor de deterioro. A esto se suma la intemperización de los morteros, los movimientos sísmicos y la acción de animales que se desplazan sobre el coronamiento de los muros. Estas acciones generan desprendimientos de mampuestos, fisuras y grietas, que culminan con el derrumbe de las estructuras. En algunos casos, derrumbes parciales afectan los basamentos, poniendo en peligro la subsistencia del resto del muro. Esto ocurre en el Muro 59 de la Estructura I-T, donde la pérdida del ángulo SE ha debilitado considerablemente el conjunto, haciéndose necesaria su urgente reintegración y consolidación. Resultan graves las alteraciones que presentan los restos de muros de adobe (5ó y 57 de la estructura 1.T) y tapia (7 del recinto IV-B), existentes. El muro 5ó se encuentra parcialmente derrumbado, con parte del material acumulado sobre el lado norte. Estos adobes se derriten por efecto de los deslaves. Si bien es posible distinguir parte de los mampuestos caídos, éstos tienden a convertirse en una masa informe. El tramo oeste del mismo en su encuentro con el Muro 57 se conserva en aproximadamente 1.ó0 m. de altura. Presenta deslaves e intemperización en su paramento externo, sobre el lado norte y graves alteraciones en el paramento interno. Sobre este último se han formado oquedades importantes. Una situación similar presenta el único resto de tapia que formaba parte del Muro 7, de la Estructura IV-B. En los muros de piedra, en general, la disgregación se debe a la pérdida de la capacidad de cohesión del mortero de asiento y/o del material de relleno. En algunos casos la causa ha sido la fragmentación de las piedras que lo componen.
Los revoques que se encuentran en unas pocas estructuras (III-E y I-T/Kallanca), también se presentan disgregados. Es posible observar microfisuras locales, probablemente provocadas por los movimientos originados en los procesos de dilatación-contracción del material. Las chorreaduras han sido provocadas por el escurrimiento del agua de lluvia. En general, presentan una costra exterior más dura, parcialmente separada del substrato. A esto debemos agregar el brillo que posee la superficie en algunos sectores que indica la presencia de sales solubles cristalizadas por subflorescencia y, en general, el que estos revoques se hallan desprendidos de su soporte.
Los deslaves también afectan al terreno fundamentalmente por su conformación y pendiente, originando la alteración de los contextos arqueológicos, como consecuencia de la remoción y el arrastre de material cultural de un sector a otro del sitio. Ese tipo de alteración también ocurre en relación a la acumulación de material de derrumbes y al removido durante las excavaciones. El sitio se encuentra cubierto por cactáceas y otras especies vegetales como las herbáceas y arbustivas. Es importante el deterioro provocado por la acción de cabras que pastan en el sitio. Su número es grande — varios cientos — y suelen desplazarse diariamente sobre las estructuras favoreciendo la disgregación y fracturación de los muros y acelerando los procesos de derrumbe.
Las excavaciones arqueológicas han sido un factor de destrucción, del testimonio histórico y de las estructuras. En Argentina habitualmente no se toman recaudos para garantizar la recuperación de la totalidad de los datos del hallazgo, en forma rigurosa y metódica. La destrucción se facilitó por la falta de consolidación de las estructuras excavadas o, simplemente, porque no se concretó la recolocación del material removido dentro de los pozos una vez finalizados los trabajos de investigación. La acumulación de material extraído en el proceso de excavación dentro de los recintos próximos o sobre restos de muros, también generó alteraciones en los contextos. A modo de ejemplo se puede citar lo ocurrido con las estructuras I-T y III-E, donde los problemas derivados del manejo de las excavaciones han sido importantes. En el primer caso se afectó considerablemente el piso. En el segundo, se dejaron expuesto los cimientos del muro en el sector interno del recinto; la trinchera en cuestión tiene ó0 cm. de profundidad, 90 cm. de ancho y un largo de 4 m. Actualmente el fondo de la misma está situado a 25 cm. por debajo del nivel de implante del muro. Esto ha permitido el deslave del terreno en ese sector, motivo por el cual el derrumbe parcial del muro aparece como inevitable. Otra trinchera atraviesa este recinto de Norte a Sur, con una longitud de 8 m., un ancho de 80 cm. y una profundidad promedio de ó0 cm., el resto del piso está cubierto en un 80% con el material removido de las citadas excavaciones.
Nota
1. El equipo de investigación de la Comisión Nacional de Monumentos se completó con el arquitecto Hugo Leguizamón. Se contó con la colaboración de la Dirección de Cultura de la Provincia de Salta, del Museo de Antropología de Salta y el Museo Arqueológico de Cachi. Se contó con el apoyo de las antropólogas Gladis Plaza, Catalina Buliubasich y Elvira Barbarán de Soler y del arquitecto Mario Lazarovich; los estudios se hicieron en 1987.
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