Artículo publicado en los Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, N° 8, División de Estudios de Posgrados, Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pp. 84-93, en Septiembre de 1986.
Desde hace muchos años me interesa en forma particular la vida y obra de Miguel Ángel Fernández, un personaje silencioso cuya obra extensa y fecunda nunca fue demasiado tenida en cuenta; y cuando se estudian los pioneros de la arqueología mesoamericana es común que quede en el olvido. Casi nunca dictó grandes conferencias, ni tuvo cátedras eminentes, ni publicó vistosos libros con láminas a color. Casi no salió del país y su trabajo fue callado pero constante, sistemático, minucioso, y sirvió de base para que otros realizaran obras más espectaculares a partir de su esfuerzo. Fernández fue un hombre modesto, cuya vida se desplazó del arte hacia la Revolución, y de ella a la arqueología maya, a la restauración; después de haber hecho trabajos fundamentales en Palenque, Uxmal, Chichén Itzá, Acancéh, Jaina, Tulum y Tenayuca, hizo trabajos menores en Cozumel, las costas de Quintana Roo y Guerrero. Su vida terminó trágicamente a causa de la fiebre amarilla que contrajo en Palenque, tras doce años de trabajar en el sitio.
El rescate de la obra de este pionero no apunta únicamente a destacar lo importante de su obra sino que quiere llegar mucho más lejos: aspira a mostrar críticamente el trabajo de algunos de los muchos que operaron, en silencio, el surgimiento de la arqueología institucional mexicana.
Miguel Ángel Fernández nació en las cercanías de Puebla en 1890 y rápidamente tomó el camino de su vocación artística ingresando en la Academia de San Carlos, de donde saló en 1914 para plegarse primero a las fuerzas maderistas, y luego para ingresar al socialismo militante luchando junto al Batallón Rojo de Orizaba, en el que posiblemente haya formado definitivamente su carácter: fue un luchador, modesto, inquebrantable, incorrupto, sin afanes de figuración ni lucimiento personal. (1) Como artista produjo varias obras notables que merecieron premios y distinciones ya desde su época de estudiante: logró pintar una obra para el nuevo museo de San Juan de Ulúa y luego los muros del Palacio de Gobierno de Mexicali.
De 1916 quedan rastros de su labor en Mérida, donde su pintura se volcó hacia temas indígenas, populares y hasta neo-prehispánicos. Ya lo apasionaba la arqueología, las ruinas y el arte maya, al que dedicaría el resto de su vida. En 1921 y en esa misma ciudad estableció contacto con dos personas que tendrían una importancia capital para él: Felipe Carrillo Puerto, compañero de ideología y luchas políticas en favor del indio; y Manuel Gamio, quien estaba organizando los futuros trabajos de Chichén Itzá. Debemos recordar que la iniciación de estos trabajos constituía un hecho eminentemente político, planteado por el presidente Obregón como elemento preliminar para el acercamiento con los Estados Unidos, a fin de lograr el reconocimiento político del gobierno revolucionario por parte de su poderoso vecino del norte. (2)
Gamio lo convenció de que comenzara a trabajar —a partir de 1922— como dibujante «re-constructor» en el Departamento de Antropología que entonces tenía a su cargo, aunque su ingreso oficial a la institución ocurrió en 1931, con un cargo de inspector de quinta categoría. Su primera actividad arqueológica fue el viaje que realizó en 1921 con Gamio por Chichén Itzá primero y luego por Jaina, sitios en los cuales trabajaría tiempo más tarde. En 1922 fue comisionado para efectuar trabajos de consolidación en el Juego de Pelota de Chichén Itzá y hacer dibujos reconstructivos de los relieves y pinturas murales. En suma, Fernández permaneció casi cuatro años viviendo en las ruinas, siendo realmente él quien catalizara la introducción de los investigadores de la Carnegie Institution en 1924, dirigidos por Sylvanus Morley. Durante esos años procedió a llevar adelante estudios detenidos de varios edificios, pero su obra más destacada fue la del Juego de Pelota, que incluyó la restauración del edificio sur. Por suerte él mismo escribió algunos artículos al respecto (3), detallando sus actividades y mostrando la alta calidad de sus maquetas y pinturas.
Su intervención en el Juego de Pelota se puede resumir como sigue: quitó los escombros del Templo de los Tigres (tarea que inició Le Plongeon y continuó Maudslay); quitó los escombros de la pared este del Juego de Pelota y también del edificio sur de la cancha. En los tres edificios de la cancha realizó consolidaciones y tomó medidas muy exactas para realizar dibujos reconstructivos y maquetas a escala, incluyendo los colores y dibujos de los relieves. Estos dibujos representan verdaderos prodigios de reconstitución, y fueron la base para las obras que la Carnegie y el gobierno mexicano emprendieron en esos edificos años más tarde. También hizo estudios detallados de la información colonial existente sobre estos edificos, y lo que considero más interesante, hizo una reconsideración de índole estética sobre Chichén Itzá: «El aparente desdibujo de las figuras y motivos ornamentales que algunos creen obedece a falta de conocimientos, es a mi modo de ver en donde radica todo el encanto de este estilo libre, espontáneo y plástico que agrada tanto a la vista y que conmueve profundamente al espíritu». (4) Todo un alegato sincero vertido por un admirador de Sorolla y un ex-impresionista que pintó durante años al aire libre en Santa Anita.
En realidad, la tarea de Fernández fue importante metodológicamente porque planteó que antes de restaurar era necesario proceder a quitar el escombro de los edificios luego de hacer ajustadas mediciones para más tarde hacer reconstrucciones en papel y maqueta, hasta tanto se tuviera una certeza absoluta de la forma original. El mismo demostró con varios ejemplos que una sola evidencia no era bastante para proceder a restaurar una parte del edificio. Por desgracia estas ideas no fueron aceptadas por muchos de los arqueólogos que le siguieron, quienes tomaron a partir de 1928 la senda de la reconstrucción hipotética. Esta es otra de las razones por las cuales quiero destacar la obra de Fernández, para anteponer sus ideas con las que llegaron a prevalecer en el mundo de la restauración años más tarde.
En cuanto a las restauraciones propiamente dichas, intervino la Pirámide del Castillo y el edificio más largo del Juego de Pelota. En la pirámide consolidó la escalera de uno de los lados y luego procedió a resanar cuarteaduras del templo superior. Completó los muros y cornisas a los que les faltaban piedras del revestimiento y coló cemento líquido a presión en las fisuras. En el Juego de Pelota los trabajos fueron más intensos porque rescató del escombro las piedras de revestimiento y procedió a recubrir todo el basamento v los muros hasta la altura que se habían conservado intactos; luego recolectó las piedras del basamento. Si bien fue un trabajo de envergadura, lo hizo con cuidado y tratando siempre de reutilizar la piedra original. Los dibujos que realizó de este trabajo fueron sin duda los mejores que existen aún hoy en día. Siguiendo los dibujos anteriores de Charnay y de Seler al copiar los relieves del Juego de Pelota, produjo obras de arte que rebasan el simple hecho arqueológico para entrar en el ámbito de las obras de arte de nuestro siglo.
Al revisar el libro de Ignacio Marquina ARQUITECTURA PREHISPÁNICA, observamos que en el capítulo de Chichén se destacan los dibujos copiados de los originales de Fernández del Chichanchob y el Templo de los Tigres, y todos los relieves del Juego de Pelota, entre otros más. La diferencia entre este libro de Marquina y su versión preliminar de 1928 —entre los cuales no hay grandes diferencias— (5) es que el más antiguo había reproducido los dibujos originales, mientras que en el posterior los hizo redibujar. Las diferencias y las pérdidas de calidad son evidentes.
No conozco las razones por las que Fernández dejó Chichén a fines de 1924, pero lo más probable es que su forma de trabajo no se ajustara a lo que realizaba el sector representante de México en los trabajos que allí dirigía la Carnegie Institution. Es evidente que la reconstrucción exagerada y sin demasiadas evidencias que se hizo en el Juego de Pelota —en especial la de los dos templetes—, contrastara notablemente con el minucioso trabajo de anastilosis que Fernández había hecho en el mismo conjunto. Y ni hablar de las contradicciones existentes entre su restauración y su consolidación del Templo del Castillo y lo que hizo más tarde. (6)
El regreso de Fernández a México coincidió con el inicio de otro de los grandes trabajos de la época: la restauración de Tenayuca, dirigida por José Reygadas Vértiz, sucesor de Gamio, y donde colaboró junto con otros jóvenes entre quienes estaban Ignacio Marquina y Alfonso Caso.
Su obra no fue tan importante como en el caso anterior en que la división del trabajo no fue estricta: únicamente debía dedicarse a estudiar la pintura que se descubriera, y como ésta fue poca, su parte quedó empequeñecida frente a lo arquitectónico y a lo escultórico. En la gran obra publicada con los resultados del trabajo hay un corto capítulo dedicado al tema, con varias láminas a color que incluyen el mural de cráneos descarnados y la reconstrucción de la pintura del coatepantli. Hay que destacar que pese a la falta de materiales y técnicas acordes, el estudio de la superposición de capas pictóricas fue de avanzada para su época. Sus láminas, algunas con anotaciones de mano del autor, eran firmadas por «el pintor Miguel Ángel Fernández». Los trabajos en Tenayuca duraron hasta 1928, y es posible que él estuviera asignado a dicho lugar hasta esa fecha.
Entre el final de su trabajo en Tenayuca —hacia 1928— y 1931 en que entra oficialmente al INAH, realiza varios viajes y recorridos menos importantes e inspecciona sitios arqueológicos diversos. Sólo en 1933 sería nuevamente enviado a Mérida donde comenzaría la parte más importante de su carrera, y además la definitiva: la excavación y restauración de Uxmal, Acancéh, Tulum, Quintana Roo en su parte sur, y Palenque, lo más notable de su trabajo. Con él colaboró una generación completa de personalidades notables: Enrique Berlín, Enrique Juan Palacios, Roque Cevallos Novelo, José Erosa Peniche, Eulalia Guzmán, Eduardo Martínez Cantón, César Lizardi Ramos y Manuel Cirerol entre muchos otros. Prácticamente todos ellos, en sus publicaciones o en los informes de campo, dedican elogiosas notas a Fernández. (7)
Para comenzar se le encomendó que iniciara las excavaciones en Acancéh, un sitio que se había hecho famoso gracias a Teobert Maler por sus notables mascarones de estuco, sus relieves y tumbas con pinturas murales. El estado de conservación era pésimo, y ya Eduard Seler había descrito amargamente el lento pero inexorable proceso de destrucción que estaban sufriendo los estucos de la pirámide y del palacio. Los mascarones ya casi no existían y las figuras de animales del frente del palacio estaban siendo destruidas por los habitantes del pueblo, quienes retiraban las piedras que las protegían: esto sucedía en 1915. No fue sino hasta 1933 cuando se dicidió hacer algo por este sitio, aunque ya era bastante tarde: habian desaparecido los escalones y los mascarones del frente de la pirámide y gran parte de los relieves del palacio, al igual que las pinturas con glifos de las tumbas.
Miguel Angel Fernández se trasladó al lugar con el objeto de hacer exploraciones mínimas y restauraciones de lo que se pudiese encontrar. En la pirámide descubrió que en los laterales y la parte posterior, que estaban aún bajo el escombro, todavía existían los mascarones, pero debido a la imposibilidad de restaurarlos decidió no descubrirlos. Escribió por ello que «no se debe desescombrar ningún edificio, si no se lo consolida simultáneamente». (8) Esta es una buena lección. En el Palacio procedió a continuar la limpieza del escombro hasta el nivel del piso original, descubriendo así el edificio que enfrenta al de los estucos. Dijo también: «consolidé personalmente toda la ornamentación de esta fachada». (9) Las figuras fueron rejunteadas con cemento rellenando los faltantes y uniendo al muro los fragmentos despegados. Fue un gran trabajo que permitió salvar los restos de esta obra única en su género entre los mayas. El problema fue que, salvo la consolidación, no se tomaron medias de protección y el edificio quedó sin techar. Las lluvias comenzaron de inmediato a realizar su labor destructiva sobre el edificio, volviendo a causar daños en los estucos y quitando los restos de pinturas sobre las figuras de hombres y animales.
En 1940 se procedió a techar esta estructura. A finales de ese año, Manuel Cirerol Sansores (10) construyó un techo de madera y palma que protegió del sol y la lluvia el muro exterior del Palacio. Lamentablemente este techo no tuvo otro mantenimiento que colocarle cada tanto alguna nueva hoja de palma, de manera que el deterioro en la actualidad es casi total. Desconozco cuáles fueron las razones para que las cosas no se hicieran bien desde el principio, lo que habría ahorrado dinero y permitido resguardar mejor este ejemplo excepcional de estuco maya. El techo actual es poco lo que protege, y además llegó demasiado tarde.
Su obra en Acancéh fue lo suficientemente minuciosa como para que mucho después, el capítulo respectivo del libro de Ignacio Marquina ARQUITECTURA PREHISPANICA (11) esté íntegramente basado en sus informes y dibujos. Los planos, cortes y fachadas fueron dibujados con todo detalle, a tal grado que éstos y los anteriores de Malear y Soler conforman la casi totalidad de los que sabemos del sitio, con la excepción de los cortos estudios posteriores de Jorge Brainerd y Edward Andrews.
En 1934 se encaminó a Palenque, donde trabajó los siguientes doce años de su vida. Contrajo fiebre amarilla en 1939 y desde entonces hasta 1945 la padeció en forma intermitente hasta su muerte, causada por un ataque de dicha enfermedad. Afortunadamente su trabajo en el sitio ha sido bien reseñado no hace mucho por Augusto Molina. (12)
Pero sí debemos de recordar que fue él quien abrió Palenque al turismo y al conocimiento general, ya que anteriormente —salvo Maudslay en 1890-91 y Frans Blom en 1923—nadie había trabajado por liberar las ruinas de la capa de vegetación que las cubría. Limpió la zona, descombró los edificios principales y procedió a restaurar parte de la plataforma del palacio y la torre, a descubrir varias lápidas labradas y restaurar el interior de los templos de la Cruz y la Cruz Foliada; restauró y reconstruyó parte del Templo del Sol; levantó detallados planos y dibujos de los ornamentos de estuco de cada uno de los edificios en que intervino. Cabe destacar que en todos lo casos procedió a recolocar los dinteles con madera de chicozapote, insistiendo en su importancia, cosa que luego se perdió, cuando Alberto Ruiz comenzó a hacer los dinteles de concreto armado. La torre, por ejemplo, cuyos dinteles inferiores fueron repuestos en madera, se terminó en concreto.
En la primera temporada de trabajo se dedicó a la restauración del Templo del Sol. (13) Procedió a retirar el escombro, seleccionar la piedra trabajada y a realizar trabajos de restauración en diversas partes de la construcción. Primero se hizo la consolidación del techo, que fue prácticamente una reconstrucción de la parte superior, realizada mediante el vaciamiento de la mampostería floja del relleno, que fue reemplazada por piedra del río mezclada con cemento. Luego se alisó el techo dándole el declive original. La crestería sólo fue consolidada, teniendo cuidado con los restos de estuco que aún se conservaban.
En el templo colocó dinteles de madera de chicozapote, tanto en la puerta de entrada como en la de la cámara interior; rellenó la excavación del piso existente, consolidó los muros y bóvedas y bordeó con cemento los restos de estuco. La cornisa se volvió a colocar en su sitio ya que muchas de las piedras se habían caído manteniendo su orden relativo. Los muros interiores fueron cuidadosamente lavados con agua pura para quitar el moho, lo mismo que el relieve interior. El piso se recubrió con una capa de tierra cernida, con el objeto de evitar que se pisaran los pisos antiguos (una buena precaución poco tenida en cuenta en nuestros días). En el basamento procedió a excavar la escalera y una esquina de las tres terrazas que lo componen, descubriendo su forma original aunque ya estaba muy destruida. Procedió a reconstruir con piedras antiguas ese ángulo y la mitad de la escalera con su respectiva alfarda, lo que indica la forma original que debió tener, sin necesidad de falsificar haciendo una reconstrucción total.
Fue éste un trabajo mesurado y bien hecho, utilizando la reconstrucción sólo cuando la consideraba imprescindible y únicamente consolidando los demás, marcando así el inicio de los muchos años de trabajo en ese lugar.
Pero evidentemente el trabajo hecho en Palenque fue difícil, duro, trasladando materiales a lomo de mula durante días enteros, sin caminos transitables; Fernández vivía en una cabaña de bajareque o sencillamente dentro del Palacio. Es conocida la anécdota de que en estos casos prefería usar de cama una lápida tallada en lugar de una hamaca; 14 y por añadidura, entre las distintas temporadas trabajaba en otros sitios diferentes. Uno de ellos fue Tulum, donde junto a César Lizardi Ramos dedicó dos temporadas a hacer obras de restauración, en 1937 y 1938. Recordemos que los accesos eran difíciles y que no había facilidades de aprovisionamiento ni para obtener agua potable en el sitio; pero era el tipo de trabajo que le gustaba hacer.
La obra en sí fue importante: se despejó la zona completamente y se hicieron trabajos de restauración en algunos edificios, además de quitar el escombro en varios otros. Podemos describir tres de estas intervenciones, que corresponden a los edificios más importantes: el Castillo, el Templo de los Frescos y el Edificio 9. En el Castillo consolidó los muros y columnas, rehizo el techo en su totalidad, reconstruyó la banqueta que rodea el edificio y consolidó pinturas, estucos y ornamentos. En la subestructura lo que hizo fue vaciarla por completo de escombro y consolidar muros y pisos. La escalera frontal fue consolidada mientras que las dos alfardas —que en 1922 aún se mantenían en pie— fueron vueltas a construir desde su arranque, ya que se hablan caído en gran parte (cabe aclarar que se dejaron evidencia de lo original y de lo que se rehizo).
La reconstrucción del techo fue quizás lo más discutible: «Después de colocar una capa de mezcla de piedra chica de 10 cm. de espesor, se colocó otra capa de 3 cm. de espesor con concreto y por último se revocó con cemento bruñido dándole al techo el declive original». (15) Aparentemente del techo actual lo único original sería el declive.
En el edifico 9 trabajó en forma similar, procediendo a una reconstrucción de todo un basamento y de gran parte de los muros y esquinas del templo superior. La cornisa fue rehecha gracias a que todas las piedras que la formaron estaban entre el escombro. El techo también fue rehecho completo. En el interior, de donde Thomas Gann extrajo la Estela 1 para llevarla a Londres, se restauraron las pinturas. Sin embargo en otros edificios sólo se hicieron consolidaciones, como en el Templo de los Frescos, aunque en este caso si hubiera sido posible reconstruir ciertos sectores caídos, en especial a la altura de la cornisa y del techo de la estructura inferior. Los macarones y estucos fueron limpiados y consolidados, y únicamente se reconstruyó el relieve de una esquina, que mostraba un rostro gigantesco. Este trabajo significó una modificación en la obra de Fernández, y muestra cómo habían cambiado los tiempos desde su intervención en Chichén Itzá hasta esa fecha. El impulso dado a la reconstrucción en México había empezado.
En Tulum, Fernández pudo dar rienda suelta a sus capacidades de artista y entendido en arte, ya que encontró que en muchos de los edificios aún se conservaban restos de pintura e incluso de murales completos. Los copió con detalle e hizo dibujos reconstructivos de muchos de los templos, entre los cuales se destacan los de las fachadas del Templo 5 y del Templo de los Frescos. Su profundo conocimiento de la pintura posibilitó el rescate de los motivos de cada capa superpuesta y la interpretación de los motivos que ya en muchos casos estaban borrosos. Prácticamente Tulum debe lo que es hoy en día a estas restauraciones, porque en los años siguientes fue poco o nada lo que allí se hizo, salvo alguna tarea de excavación y mantenimiento.
Otro de sus trabajos importantes fue participar en la Expedición Científica Mexicana del Sudeste de México y Centroamérica, (16) llevada a cabo en 1937 bajo la dirección de César Lizardi Ramos, y en la cual participaron Fernández, Alberto Escalona Ramos, y Enrique Vatés. Exploraron gran parte de la costa de Quintana Roo, la laguna Bacalar, las ruinas de Mario Ancona, Ciudad de las Moras, el edificio de Las Higueras y el llamado núcleo de la Sahcabera. Varios artículos e informes aún inéditos dan los resultados de la expedición; estas publicaciones todavía hoy en día son de suma utilidad.
El recorrido por Cozumel y otras islas fue metódico y se destacan los dibujos de Fernández, al igual que los planos y levantamientos de fachadas. He utilizado y constatado sus medidas en varios casos (el Observatorio y El Cedral) y son muy exactas; observó también construcciones peculiares como el arco de El Cedral. Por haber sido un recorrido de pocos meses, tuvo excelentes resultados, sobre todo teniendo en cuenta que las condiciones eran mucho más precarias que las actuales, en lo que a viajar se refiere.
Para terminar, debemos aunque más no sea citar su trabajo en la isla de Jaina, donde procedió a mapear los montículos, levantar un campamento y hacer excavaciones en algunas de las tumbas que aún no estaban saqueadas. (17) Poco tiempo le quedaba para otras cosas, pero pese a ello pudo hacer varias ilustraciones por encargo de Marquina, quien estaba ya iniciando la compilación de dibujos para reeditar su libro. Fernández le dió sus planos y levantamientos y algunos dibujos hechos especialmente, como el dintel de Tikal que se encuentra en Basilea; también le facilitó sus fotografías.
Pero la fiebre amarilla y el debilitamiento general que el malsano clima de Palenque le acentuaba de año en año fueron minando su férrea voluntad. La última temporada, la de 1945, culminó con un feroz ataque y Fernández tuvo que ser sacado de la zona atado a la silla de montar de su caballo. Poco después falleció y sus amigos escribieron notas en honor de su mentoria. (18) Su compañero de tantos años, Enrique Berlín, escribió pocos días después:
La antropología mexicana se encuentra de luto por tener que lamentar la pérdida de uno de sus más talentosos arqueólogos: Miguel Ángel Fernández. Sagaces analistas hay muchos; pacientes contadores de tiestos abundan; pero la feliz unión de artista y arqueólogo en un sólo hombre no se repetirá tan fácilmente. Porque el eminente arqueólogo mexicano fue ante todo artista, escultor y pintor con sólidos conocimientos de arquitectura, dotes que explican su preferencia por la cultura maya, a la cual consagró los últimos años de su existencia. Debe haber habido ciertos nexos simpatéticos entre los artistas mayas prehispánicos y el arqueólogo artista moderno que permitieran al último reconocer con un sólo golpe de vista los conjuntos artísticos, donde el arqueólogo medio sólo veía elementos inconexos. (19)
Un justo y merecido homenaje de otro de los grandes arqueólogos de nuestro tiempo.
NOTAS Y BIBLIOGRAFÍAS
1. Sería de desear que algún historiador del arte realizara una tesis sobre la obra plástica de Fernández. Creo que nos llevaríamos una gran sorpresa.
2. Véase en Daniel Schávelzon, Teoría e historia de la restauración en México (1780-1980), tesis doctoral, UNAM, 1984, México. Marta Strauss Neuman, El reconocimiento de Álvaro Obregón: Opinión Americana y Propaganda Mexicana, UNAM, 1983, México.
3. Miguel Ángel Fernández 1925a, 1925b y s/f, también varios informes inéditos en el INAH.
4. M. A. Fernández s/f, p. 372.
5. Ignacio Marquina, Estudio comparativo de los Monumentos Arquitectónicos de México, Sep., México, 1928.
6. Daniel Schávelzon, op. cit.
7. Véanse los trabajos de los citados durante esos anos. Por ejemplo, Enrique Juan Palacios, «Más gemas del arte maya en Palenque». Anales del INAH, época 5a., Vol. 25, pp. 193-225, México, 1935. Incluye varias láminas dibujadas por Fernández.
8. Fernández 1939a, p. 249.
9. Idem, p. 253.
10. M. Cerrera Sansores, Informe inédito en el archivo técnico del INAH.
11. Ignacio Marquina, Arquitectura prehispánica, Memorias del INAH, México, 1951.
12. Augusto Molina, «Palenque: the archaeological city today», 3ra. Mesa Redonda de Palenque, vol. 4, pp. 1-8, Precolumbian Art Research Center, Palenque, 1978.
13. M. A. Fernández 1940 y 1943, e informes del INAH.
14. Información personal de Carlos Margain.
15. Fernández 1945a, p.96
16. César Lizardi Ramos, «Exploraciones arqueológicas en Quintana Roo», Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, México, 1937. Este trabajo incluye varios planos hechos por Fernández.
17. M. A. Fernández 1946, e informes en el INAH.
18. Hugo Moedano Koerdell, «Necrología de Miguel Ángel Fernández». Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, vol. VIII, pp. 133-136, México, 1946; Heinrich Berlín, «Miguel Ángel Fernández (1890-1945)». Boletín Bibliográfico de Antropología Americana, vol. VIII, pp. 78-79, México 1945.
19. H. Berlín, op. cit., p. 79.
Bibliografía de Miguel Ángel Fernández
1925a, «El Juego de Pelota en Chichén Itzá», Anales del Museo Nacional, época IV, vol. III, pp. 363-373, México.
1925b, «El Templo de los Tigres», Ethnos, vol. III, pp. 35-42, México.
1935a, «Estudio de la pintura en la pirámide de Tenayuca», en Tenayuca, Dirección de Arqueología, SEP, pp. 103-105, México.
1935b, «Bajorrelieves desconocidos de Chichén Itzá», Mapa, vol. II. 11, pp. 32-35, México.
1938, «Las ruinas de Tulum, I», Anales de Museo Nacional, época V, vol. III, pp. 109-116, México.
1939a, «Exploraciones en Acancéh», Actas de! XXVII Congreso Internacional de Americanistas, vol. 2, pp. 249-253. México.
1939b, «Los dinteles de Zapote y el secreto de cómo fueron tallados», Cuadernos Americanos, vol. XXVII, tomo 1, pp. 601-611, México.
1940a, «Bibliografía de Miguel Ángel Fernández», Boletín Bibliográfico de Antropología Americana, vol. IV, pp. 284, México. (artículo sin firmar).
1940b, Exploración y reconstrucción del «Templo del Sol en Palenque», Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, vol. IV, pp. 57-64, México.
1941, «El Templo No. 5 de Tulum, Quintana Roo», Los mayas antiguos, pp. 155-180, Fondo de Cultura Económica, México.
1943, «New discoveries in the Temple of the Sun in Palenque», Dyn, Nos. 4/5, pp. 55-68, México.
1945a, «Las ruinas de Tulum, II», Anales del INAH, vol. I, pp. 95-106, México.
1945b, «Exploraciones arqueológicas en la isla de Cozumel», Anales del INAH, vol. I, pp. 107-120, México.
1946, «Los adoratorios de la isla de Jaina», Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, vol. VIII, pp. 243-260, México.
s/f, El juego de Pelota de Chichén Itzá, México.
Heinrich Berlin.
1954, «Drawing of glyphs of structure XVIII, Palenque», Notes on Middle American Archaeology and Ethnology, vol. V, No. 119, pp. 39-44, Carnegie Institution, Washington.
César Lizardi Ramos y Rómulo Pozo.
1938, «Las pinturas de la galería sur del Templo de los Frescos, Tulum», Anales del Museo Nacional, época V, Vol. III, pp. 117-132, México.
INFORMES INÉDITOS EN EL ARCHIVO TÉCNICO DEL INAH*
VOLUMEN XIV
1. Una subestructura en el Templo Norte del Palacio de Palenque Chis. Presentado al Congreso Internacional de Americanistas. 1933. 2 pp.
2. Trabajos de exploración y reconstrucción del Templo del Sol en Palenque, Chis. Temporada 1934. Congreso Internacional de Americanistas, 10 pp.
3. Informe de los trabajos llevados a cabo en la Zona Arqueológica de Palenque. 1934. 2 pp.
VOLUMEN XVII
4. Informe del desmonte total de la Terraza del Palacio, así como de los del Norte y el Conde. Junio 14 de 1935. 3 pp.
5. Trabajos de exploración y reconstrucción de la subestructura del Templo Norte del Palacio de Palenque, Chis., durante la segunda temporada de trabajos. 1935. 4 pp.
6. Trabajos de exploración y reconstrucción de la Torre en Palenque Chiapas, durante la segunda temporada. Septiembre de 1935. 4 pp.
7. Informe del descubrimiento de 2 cabezas en la Pirámide del Palacio, en el lado Norte. Palenque, Chiapas. 1935. 2 pp.
8. Trabajos en la Zona de Palenque, Chis. 1936. 2 pp.
9. Trabajos ejecutados en la Zona Arqueológica de Palenque, Chis., 1936. 6 pp.
10. Exploración y reconstrucción del Templo del Sol, Palenque, Chis. Ponencia presentada al XXVII Congreso Internacional de Americanistas. 1936. 5 pp.
11. Informe de la visita de Inspección a la Zona Arqueológica de Palenque, Chiapas. 1939. 3 pp.
12. Informe de las exploraciones arqueológicas en Palenque, Chis., durante la temporada de 1942. Mayo 31 de 1943. 18 pp.
13. Informe de los trabajos llevados a cabo en Palenque, Chis., durante la temporada de 1943. 5 pp.
14. Informe de los trabajos desarrollados en Palenque, Chis., del 14 de mayo al 23 de junio de 1945. 2 pp.
VOLUMEN LVII
15. Informe de la inspección a las ruinas arqueológicas de Tetipa en El Cerro de la Huaca, Guerrero. 4 pp.
16. Dios Descendente. Templo 5. 1 p.
17. Láminas de la Núm. II a la XVII.
18. Informe de los trabajos efectuados en la Zona Arqueológica de Tulum, Quintana Roo. Septiembre 23 de 1938. 3 pp.
19. Exploraciones de 1937 en el Templo No. 5 de Tulum, Quintana Roo. 29 pp.
20. Informe de los trabajos de reconstrucción llevados a cabo en la Zona Arqueológica de Tulum, Quintana Roo, febrero 28 de 1938.
VOLUMEN CXLII
21. Informe de los trabajos de exploración arqueológica de Acancéh. Yucatán. Octubre 19 de 1933. 5 pp.
22. Informe de los trabajos de reconstrucción en el Palacio de los Estucos en Acancéh. Noviembre 19 de 1933.
23. Exploraciones en Acancéh, Yuc. Ponencia Núm. 5 en el Congreso Internacional de Americanistas: XXVII a Sesión de 1939. 3 pp.
VOLUMEN CXLVII
24. Informe del viaje efectuado al Palenque y de los trabajos desarrollados en Acancéh. Septiembre de 1933.
25. Informe de los trabajos llevados a cabo en la Zona Arqueológica de Chichén Itzá. Junio 30 de 1933. 3 pp.
VOLUMEN CLVIII
26. Descripción de los bajorrelieves de la bóveda del Templo Norte (conocido también por el Templo del Hombre Barbado) del llamado Juego de Pelota de Chichén-Itzá. Febrero 12 de 1934. 6 pp.
VOLUMEN CLXXII
27. Informe sobre las pinturas de la Galería Sur del Templo de los Frescos, Tulum. Julio 16 de 1937. 15 pp.
28. Informe de las exploraciones en Faro de Punta Molas, Quintana Roo. Septiembre 22 de 1937. 5 pp.
29. Informe de los trabajos de reconstrucción y exploración llevados a cabo durante el año de 1938 en la Zona Arqueológica de Tulum, Quintana Roo. Febrero 23 de 1939. 7 pp. (sin firma)
VOLUMEN CLXXIII
30. Fernández Miguel Ángel, César Lizardi Ramos y Rómulo Pozo. Tres informes sobre los trabajos arqueológicos llevados a cabo en las zonas de Tulum. Mario Ancona, Mario Ancona y la zona del Templo de las Higueras. Julio 16 de 1937, 1 p.
* Basado en Roberto García Moll, índice del Archivo Técnico de la Dirección de Monumentos Prehispánicos del INAH, Colección Científica, vol. 120, INAH, México, 1982.
** Doctorado en Arquitectura, UNAM. Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Buenos Aires.