Ponencia presentada en las Jornadas de Políticas Científicas para la Planificación de la Arqueología en Argentina, San Miguel de Tucumán (Argentina), realizadas entre el 12 y 16 de octubre de 1986.
El saqueo del patrimonio es una parte inherente a la condición misma de- la dependencia cultural que caracteriza a los países latinoamericanos en forma global, y al nuestro en manera particular. Y por lo tanto es un tema no sólo complejo, sino enormemente amplio: va desde los recursos económicos hasta los humanos, y los culturales sólo son una parte integrante de este gigantesco mosaico. En la actualidad, entender el saqueo arqueológico implica necesariamente entender también el saqueo en su totalidad política, social y económica.
Pero entrando en nuestro tema, es posible ver como la búsqueda de objetos prehispánicos y obras de arte coloniales se realizó con objetivos comerciales desde el siglo pasado. Solo anecdóticamente podemos recordar a Monsieur Seguin quien buscaba fósiles humanos y animales entre 1850 y 1860 en la provincia de Buenos Aires, para luego venderlos al museo de Historia Natural de París. Ya en ese entonces era un buen negocio, el cual justificaba los gastos e inversiones necesarios. A partir de allí y hacia fines de siglo, el problema se fue haciendo cada vez más complejo, ya que a la par que crecía el interés en nuestro pasado por los centros internacionales, los coleccionistas nacionales no se quedaban a la zaga. Asimismo, los arqueólogos e investigadores del pasado indígena, tenían la costumbre instituida de enviar a otros a recoger e incluso excavar sitios, para ellos estudiar luego los materiales. Y así comenzaron a formarse varias colecciones importantes, que poco a poco fueron seleccionando cada vez más la calidad de las objetos adquiridos, y aumentando el valor de venta en el mercado.
No es factible establecer las fechas exactas de la conformación del mercado de objetos arqueológicos en nuestro país, pero es factible que para 1910 éste ya estuviera establecido. La realización del Congreso Internacional de Americanistas en Buenos Aires tuvo un marcado impacto en los círculos intelectuales nacionales, y la historia del saqueo en aquellos años se hace patente en los libros arqueológicos y en las constantes quejas de los especialistas, sobre los sitios ya saqueados a su llegada. Para ellos ésto era grave, ya que la tendencia científica imperante de sólo buscar cerámicas completas, dejando de lado en gran parte los tiestos y su contextualidad, llevaba a que estas críticas se hicieran sentir cada vez más. De esta época es la ley 9080, que pese a su simpleza, aún sigue vigente.
Sería más adelante, cuando los objetos arqueológicos argentinos comenzaron a tener mayor importancia en el mercado internacional, particularmente tras el auge que las ciencias históricas y antropológicas tuvieron hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, y la gran cantidad de libros que se publicaron en la época. Y si los objetos argentinos estaban siendo expuestos en todo el mundo desde el siglo pasado – por ejemplo en la Exposición Internacional de París de 1867-, para 1930 el valor de la cerámica y de los metales había comenzado a subir. Y el alza será sostenida, aunque la guerra en los países centrales cortó este proceso en forma abrupta. Pero lo importante es que desde 1910 hasta 1955 el mercado internacional aceptaba la arqueología argentina con cierta renuencia, ya que se priorizaban los objetos de otros países, en especial México, Guatemala y Paró, siguiendo luego con Honduras, Ecuador y Panamá. Y los precios e inversiones estaban en franca relación con ello; esto hizo que el saqueo no pudiera crecer – por suerte para nosotros- en la misma medida en que crecía en otras regiones.
Pero había una pequeña diferencia, que poco a poco fue cambiando el panorama, a tal grado que para 1955-1960 las cosas habían tomado un cariz diferente: los demás países estaban tomando medidas concretas para impedir la salida de su patrimonio, y nosotros no. Estas medidas eran variadas: legislación, catalogación, creación de instituciones especiales, control aduanal, convenios entre países, penas y multas, y hasta inclusión de artículos especiales en las constituciones nacionales. Para fines de la década de 1960 casi todos los países del continente habían tomado, de una forma u otra, medidas en concreto; por supuesto esto no terminó con el contrabando y expolio, pero produjo dificultades diversas al comercio, haciéndolo tomar nuevos rumbos, e incluso transformándolo en subterráneo. El no verlo no significa necesariamente que no exista. Pero esto encareció los objetos, llevándolos como en el caso de México, Panamá, Perú y otros a niveles tan altos, que llegaron a rebasar la demanda misma. Esto produje una recesión en los países citados, pero sin quererlo incrementó la demanda de piezas de menor valor aunque de similar calidad, y entre ellas estaban las argentinas. Y así comenzó a ser un gran negocio extraer y exportar arqueología en nuestro medio: la inversión era reducida, no había riesgos de ninguna índole, no habla prohibiciones o controles reales, se manejaban divisas no devaluables y la venta era segura. No había crisis ni problemas, todo consistía en garantizar el flujo permanente de objetos de interés, tener buenos tasadores, restauradores competentes y peritos que dieran certificados de autenticidad; y éstos no faltaron en ningún momento. Posiblemente en la década de 1960 se destruyeron en el país más sitios arqueológicos que en todo el siglo que la precedió.
También en el país se comenzó a incrementar el amateurismo y el coleccionismo en pequeña escala; ya no eran grandes potentados que poseen centenares de piezas selectas, ahora era una intelectualidad clasemediera que verá con agrado tener puntas de flechas, hachas de piedra o vasijas cerámicas en un estante de su biblioteca. Allí nacieron los negocios que, durante muchos años, caracterizaron la calle Florida y ciertas galerías. La crisis si haría tambalear este mercado una década después. El otro, el trasnacionalizado, siguió incólume. Cada vez mejores precios en los remates de Sotheby’s o Park Bennet, lo cual permitía cubrirlos cada vez más altos costos aquí, ya que los sitios de saqueo habitual estaban ya muy destruidos, y había que ir más lejos a buscarlos. Prácticamente desde esos años, los huaqueros dejan de ser simples campesinos para pasar a ser profesionales del saqueo: son ahora hombres que leen la bibliografía científica, que saben seleccionar lo que encuentran y trasladan y a cuya mano de obra pagan miserablemente, pero ellos cobran divisas extranjeras.
Estos saqueadores trabajan de dos formas, los que lo hacen para suministrar piezas a un solo revendedor o coleccionista, o quienes invierten capital por su propio riesgo, para luego ofrecer en remates, casa de antigüedades o a otros revendedores su mercadería. Muchos de ellos poseen catálogos propios, o incluso trabajan sobre pedido, previo pago del 50%, garantizando el hallazgo de lo que el cliente quiere en un lapso prudencial de tiempo.
Este es que quizás uno de los eslabones más difíciles de romper, ya que tras 20 años, se ha creado una red comercial establecida en el interior del país, de la cual depende gran cantidad de mano de obra, y estas personas han logrado adquirir un poder importante en sus comunidades, siendo protegidos por su entorno inmediato.
El otro nivel es el del revendedor o del minorista al público. Es decir, quienes ya en Buenos Aires adquieren las piezas de a una, y las ofrecen a los coleccionistas de mayor envergadura o las envían para su venta a remates nacionales o internacionales. Este grupo ha variado enormemente en los últimos veinte arios, y es factible observar su evolución; en la década de 1960 lograron un enorme fuerza gracias al manejo de cifras muy fuertes, y al ser unos pocos que monopolizaban el mercado; eran los connoisseur, que tenían acceso a los precios en Europa o Estados Unidos, que tenían las listas de compradores y sabían quienes podían darles los certificados necesarios; es decir en este último caso, cuáles eran las firmas en el país que podían incrementar los precios por su prestigio como arqueólogos. Era un medio bastante cerrado y al cual era difícil acceder. Se amasaron grandes fortunas en ese período, a tal grado que varios de ellos trabajan actualmente en empresas extranjeras dedicadas a este tema.
Pero para fines de 1970 los golpes de la crisis, los vaivenes del mercado internacional, en especial en Estados Unidos, la baja del dólar en Europa y otros problemas que se escapan de esta ponencia, llevaron a la ruptura del selecto grupo de los connoisseur. Eran ahora pequeños anticuarios o sujetos externos al mercado que simplemente le tomaban fotos a sus piezas y las ofrecían a los museos o instituciones internacionales, o directamente a las casas de remates del exterior. Esta posibilidad de comenzar a exportar piezas en pequeña escala fue bien visto por el mercado exterior, quienes aprovecharon para reducir los precios de adquisición aumentando así sus márgenes de ganancia. Lo que no podían hacer con otros países, el nuestro les daba la oportunidad: grandes ganancias con bajas inversiones. Esto produjo un incremento de la demanda a los huaqueros del interior, los que comenzaron a llevarse también piezas no completas, cerámicas con fisuras o incluso rotas, fragmentos no decorados de los pequeños objetos de metal, puntas de proyectil rotas y otros objetos que hasta ese entonces habían sido descartados en la mayoría. Era la época de los lotes y la nueva competencia fue minando el poder de los grandes comerciantes, transformando así el mercado.
Este proceso de cambio se ha visto recrudecido en los últimos años, iniciándose un proceso difícil de comprender, y más aún complejo para predecir su evolución. De allí la necesaria importancia de iniciar estudios sistemáticos, desde una perspectiva económica seria.
Existen miles de casos particulares en esta historia que pueden ser señalados con cierto interés: como los saqueadores que invitan en el exterior -casi siempre en Estados Unidos – a venir al noroeste para excavar uno mismo los objetos que luego se llevará de regreso. Primero se hacía en Guatemala, al ser allí perseguida esta actividad, se reinstaló en la costa Ecuatoriana – donde rinde grandes dividendos a ex-gobernantes-, y ahora se hace en Catamarca. Los diarios de Miami poseen anuncios del tipo «Encuentre usted mismo la tumba del rey Inca»; los costos son altos, ya que incluyen estadía, pasajes, equipo, peones y demás accesorios; pero nunca rebasan los costos de unas vacaciones en el Caribe o un hotel en los Alpes para la temporada de ski.
Otras formas sofisticadas surgidas durante la década de 1970, es el interés que militares y oficiales de gendarmería tomaron por coleccionar estos objetos. Gracias a sus contactos, establecieron un trueque de arqueología por hojas de coca decomisadas en la frontera con Bolivia, que les ha reportado grandes colecciones sin gasto alguno. Sitios como Cerro Colorado en Salta, y varios otros sitios cercanos a La Quiaca fueron saqueados hace diez años atrás en base a este sistema.
Otro de los temas importantes de estudiar es la operatividad del mercado en sí mismo. Como puede suponerse, esto implica una compleja red de intereses: desde los hombres contratados y su forma de contratación, hasta los sistemas de transporte, embalaje y despacho aduanal. Actualmente existen empresas dedicadas al transporte de obras de arte y arqueología, cuya publicidad podemos ver en la guía de teléfonos; a esto debemos sumarle la publicidad en el exterior, los catálogos y listas que se envían, los negocios a la calle, los gastos en corrupción aduanal, la burocracia, los sistemas de transferencia de divisas, gastos de peritaje y restauración, etc. Esto da cifras enormes que influyen en nuestra economía.
Por desgracia, la falta de estudios serios hace muy difícil saber con exactitud el monto de piezas que sale anualmente del país. Además tampoco tenemos una idea clara de cuantas piezas entran a coleccionistas privados nacionales, y de qué tipo y calidad son éstas. Todo el tema del coleccionismo nacional esta aun por ser comprendido científicamente, y que yo sepa, a la fecha aun nadie se ha tratado de meter en él pese a su enorme importancia.
En cambio existen cifras, aunque anticuadas, sobre el tráfico transnacional; o por lo menos lo hay para las piezas de primera categoría, es decir tipo A. En estudios anteriores que hemos realizado para otros países del continente, hemos tendido a separar esta categoría en dos, es decir A1 y A2, que incluyen objetos de la misma calidad, pero con una sutil diferencia: las A1 son piezas únicas, realmente excepcionales, mientras que las A2 son también de primera calidad, aunque tipológicamente estándar. De ambas se puede suponer que salen anualmente -o lo hacían hace unos años atrás- hasta 8000 piezas, muchas de ellas de metal. Si calculamos precios que oscilan en los 4000 dólares cada una cuando son pagadas por el último comprador, tenemos una cifra de 32.000.000 millones de dólares. En función de lo ya sabido en otros países similares, es posible suponer que esta cifra significa un 15% del valor total de la mercadería e inversiones en el mercado, lo cual lleva la cifra en juego a mas de 200 millones de dólares en movimiento en el país.
El tener una perspectiva de esta índole, quizás más económica que meramente arqueológica o cultural, nos permite buscar nuevas formas de encarar este flagelo, formas que vayan más allá de la mera legislación. El saqueo es parte de una industria internacional de gran envergadura, según algunos la tercera del mundo, es decir, la industria del tráfico de obras de arte ilegales o robadas. Tres el tráfico de drogas y la venta de armas la tercera industria mundial. Y el enfrentarse a ella no es simplemente un problema de leyes, de creación de museos, o de establecer sistemas represivos; implica el iniciar los estudios sistemáticos, científicos e interdisciplinarios del tema. Y la búsqueda de soluciones debe tener muy claro a quién y a qué se enfrenta. Sino caeremos en la simpleza de pensar que con un enunciado legislativo lograremos parar en seco el mercado tras-nacional. Un buen ejemplo de ello es lo sofisticado que actualmente es el mercado en los países que han establecido controles a medias. El análisis de lo que han avanzado otros en la región y los problemas a que se han enfrentado es quizás el mejor camino para empezar a estudiar el problema. Países hermanos como Guatemala, Panamá, Ecuador, México, Perú, Costa Rica, Cuba o Nicaragua han dado pasos decisivos en este camino que debemos considerar imperiosamente. Sino corremos el riesgo de que la destrucción de los sitios se dé a tal escala en los próximos años, que ya poco quedará para hacer arqueología.
Otro problema grave que tiene el país, es que su posición geográfica, y las facilidades por la falta de control y la libertad total para el manejo ilegal interaduanal, lo ha transformado en puerto de estacionamiento y paso de obras de arte ilegales de otras regiones del mundo. ¿O acaso a todos no nos asombra la calidad de la cerámicas peruanas que se exhiben en las galerías y anticuarios porteños? ¿Alguien cree que son para el consumo interno?, y pero aún, los selectos negocios que poseen centenares de máscaras y tallas africanas de primera clase, ¿a quién están destinados? Buenos Aires, ciudad portuaria, fue desde hace tiempo lugar ideal para enviar cerámica peruana, boliviana o ecuatoriana, para de allí ofrecerla con libertad al mundo consumidor.
Asimismo, en los últimos tiempos han habido cambios desfavorables para América Latina en cuanto a la relación con los grandes consumidores: simbólicamente ésto quedó expresado en el momento en que la esposa de Ronald Reagan decoró la Casa Blanca con piezas arqueológicas mexicanas exportadas ilegalmente. Quizás esto no obligue a meditar un poco más en el problema.