Artículo publicado para al Dirección General de Proyectos Académicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el año 1982.
En los últimos diez años, tanto Estados Unidos como varios de los países centrales europeos, vieron el nacimiento y auge de una nueva especialidad, la denominada Arqueología Industrial; y no es exageración cuando hablamos de un auge, o incluso un “boom”, con su correspondiente impulso publicitario. Es la intención de estas notas el tratar de comprender el significado de esto, y de su significación en América Latina.
Si hacemos un poco de historia reciente podemos ver como el movimiento nació casi simultáneamente en Inglaterra y en Estados Unidos, con las correspondientes fundaciones de la Association for Industrial Archaeology (1969) con sede en Londres, y la Hisorical Engineering Record dependiente del Nacional Park Service en Estados Unidos. En pocos años vieron la luz la Society for Industrial Archaeology, la Association for Preservation Technology, y secciones especiales de la Smitsonian Institution y el Nacional Trust for Historic Preservation.
En cuanto a las publicaciones que podemos considerar ya como clásicas en el tema, la secuencia se inicia con el libro de R. A. Buchanan, Industrial Archaeology in Britain (1972), aunque había tenido un importante predecesor, el volumen editado por Neil Cosson, The Industrial Archaeologist’s Guide (1971), pero que no tuvo la repercusión del primero de los citados. Luego siguen en forma ininterrumpida textos básicos como los de Arthur Raitrick, Industrial Archaeology: an Histoicla Survey (1972), el de Brain Bracegirale, The Archaeology of Industry in Britain (1973), la compilación The Tecniques of Industrial Archaeology (1974), también los bien ilustrados de Kennet Hudson, The Archaeology of Industry y Theodore Sande, Industrial Archaeology: a new look to de American Heritage (1976).
Esto nos pude dar una idea de la intensidad del fenómeno, y como era lógico de suponer, en los últimos años ha habido en nuestro continente un intento de aplicar estas ideas. Es por eso que creemos importante tratar de interpretar este fenómeno, con el objeto de clarificar, y por lo tanto no seguir tergiversando, las verdaderas alternativas que nuestro continente tiene para la salvaguardia real de su patrimonio histórico. Desde hace ya demasiados años venimos impulsando la realización de una historia social de la conservación del patrimonio, y aún más, la construcción de una teoría que explique y convalide esa misma conservación.[1]
La arqueología industrial, en realidad, nunca pudo delimitar con suficiente claridad sus límites reales, ni sus objetivos finales. Si bien esto no es extraño, creemos que vale la pena extendernos sobre ello porque es muy calificador. Por ejemplo, Kennet Hudson (1976:8) nos dice que su objeto es la realización de trabajos de excavación, y el mostrar la realidad del pasado norteamericano. Concretamente:
«En este libro vemos sitios que fueron excavados y sitios en donde toda la evidencia existente aún debe ser descubierta bajo el suelo; sitios que fueron abandonados a su destino y sitios que fueron restaurados y conservados; edificios que son cáscaras vacías y otros en los que aún se conservan sus equipos y maquinarias originales. Estamos interesados en oficinas o pisos, en viejas estaciones de ferrocarril que son ahora garajes, y en las casas que empresas industriales construyeron para sus obreros en diferentes períodos. Todo ello representa la arqueología de la industria y el transporte».
Otro de los conocidos teóricos del tema, R.A. Buchanan (1972) nos dice que:
“La arqueología industrial es un campo de estudio concerniente a la investigación, relevamiento, registro y, en ciertos casos, conservación, de los monumentos industriales. Más aún, apunta a destacar el significado de esos monumentos en el contexto social y en la historia de la tecnología”.
Estas citas nos muestran que es evidente que el objetivo central está en el estudio y conservación de los sitios industriales de todo tipo, y sus construcciones e infraestructura asociada, con el objeto de destacar su importancia en el proceso histórico de esos países. Es evidente entonces que existe una clara superposición con la tradicional historia de la arquitectura, cuya existencia no puede negarse y que la arqueología ha sido reducida meramente a una función técnica de trabajo, necesaria para estudiar esos mismos restos. Por supuesto, esto no es un nuevo invento: la aplicación de las técnicas de excavación arqueológica en áreas no prehistóricas, es normal desde hace un siglo, incluso en Estados Unidos y en América Latina. Cabe preguntarnos el porqué la necesidad e interés de crear una nueva área de especialidad, el titular en forma incorrecta, el inflar como un globo algo que de hecho ya existía, aunque sin tanta importancia.
Entonces podemos comenzar a entender que la industria, en su totalidad, ha jugado un papel obviamente definitorio en la construcción del mundo actual: el Capitalismo se desarrolló a partir del siglo XVIII unido a la industria, nos muestra que la burguesía no puede deslindar su historia de la industria.
Sande dice que la arqueología industrial es “el mirar a los instrumentos y edificios de la sociedad industrial como artefactos de significado cultural” (1976). Es la propia explicación y la justificación histórica del papel social de esa clase en el mundo, hay una clara intención de mostrar el mundo industrial a través de una óptica desideologizada, transformando la realidad en “monumentos” muertos, utilizables por el consumo turístico y la industria cultural. Es mostrar un pasado aséptico, en el que sólo existen fábricas y molinos, minas y talleres, puertos, puentes y acueductos por siempre muertos, sin trabajadores, sin explotadores y explotados. Casi con la excepción de los libros de Kennet Hudson, no encontramos fotos de los trabajadores en su época, ni referencias a ellos. Un excelente ejemplo, que impacta a la vista, es la fotografía y descripción del abandonado campo petrolero de Volcano (West Virginia, 1859-1899), con todas sus bombas y torres de madera trabajadas a mano, con sus máquinas de vapor a gas todavía intactas (Sande 1976). Pero en ningún momento se habla del papel jugado por el petróleo en la construcción del poder de Estados unidos y en la conformación de la propia sociedad que hoy lo toma como símbolo del país.
Y cuando los autores de esta corriente se acuerdan de los obreros que construyeron ese mundo y esos edificios, y que trabajaron en ellos, es siempre con un característico tono romántico. Sande dice (1976) “ten en mente que esas estructuras son el resultado de la aspiración, inspiración y dolor humano; aspectos que también deben tenerse en cuenta para poder escribir una historia completa”. Al parecer es como si se desconociera la bibliografía más elemental que otras áreas del conocimiento han hecho sobre la revolución. Los trabajos de Eric Hobsbawn, por ejemplo, clarificándonos la otra cara de la construcción del Capitalismo[2] y los grandes aportes que al tema han hecho los historiadores de la economía, de los procesos políticos, de la propia tecnología.
Asimismo debemos recordar el ya planteado problema que normalmente conlleva la restauración de sitios históricos o arqueológicos: el cambio de sus connotaciones ideológicas, la apropiación que un grupo social realiza sobre el patrimonio producido por otro[3]. El transformar el objeto real en “objeto restaurado” y el mitificarlo al transformarlo en monumento nacional. En los mismos años del surgimiento de la arqueología industrial, algunos lúcidos críticos norteamericanos vislumbraron el problema que estaba afectando a la conservación del patrimonio cultural y lo denunciaron (Mass 1973 y Hosmer 1976)[4].
Es decir, que la nueva especialidad “arqueológica” se transforma así en un problema de la nueva necesidad de los países centrales de justificar su propio papel social ante el mundo, construir una nueva historia, o por lo menos darle diferentes connotaciones a la que ya poseen. La historia de los edificios e infraestructura de la sociedad industrial había sido ya estudiada en forma bastante metódica desde la década de 1930 por los historiadores de la arquitectura. Los estudios pioneros de Nikolaus Pevsner y luego de Sigfrid Giedion (1941) son buenos pilares para el tema, más allá de su visión ideológica que presentía el desarrollo actual del tema (Manieri Elía 1976). Más adelante, historiadores de diversas corrientes, como Bruno Zevi (1945), Leonardo Benévolo (1968), Henry Russel Hitchcok (1958) y tantos otros analizaron y estudiaron el tema.
En América Latina debemos entonces ver con claridad el significado de estas corrientes, para no caer en la apología de una historia industrial que no es, ni por asomo, nuestra propia historia. Sólo hay dos alternativas: o nos insertamos en ella dándole su verdadera connotación, o continuamos con lo que desde hace casi diez años también se está realizando. Podemos ver como ya existen búsquedas notables dentro de la historia de la arquitectura industrial en la realidad latinoamericana, libros que si bien recién han comenzado con el tema, pueden servir para seguir en él (Martín, de Paula y Gutiérrez 1976; Katzman 1973; López Rangel 1978).
Referencias
[1] La necesidad de desarrollar una historia y una teoría de la conservación del patrimonio cultural, desde una perspectiva Latinoamericana, puede verse en Daniel Schávelzon 1981 y 1982.
[2] Citamos a Eric Hobsbawn como un ejemplo simplemente de la multitud de autores que han estudiado la revolución industrial en Europa, y en particular sus consecuencias y repercusiones.
[3] Sobre el proceso de apropiación y modificaciones del contenido ideológico por la restauración y puesta en valor de edificios y sitios, véase Daniel Schávelzon, Los primeros proyectos de restauración en México, 1981.
[4] Ver bibliografía.
Bibliografía
Benevolo, Leonardo
1948, Historia de la arquitectura moderna. Gustavo Gili, Barcelona.
Briggs, Asa
1979, Iron Bridge to Cristal Palace: Impact and Images of the Industrial Revolution, Thames and Hudson, Londres.
Buchanan, R.A.
1972, Industrial Archaeology in Britain, Penguin Books, Londres.
Collins, Peter
1973, Los ideales de la arquitectura moderna: su evolución. Gustavo Gili, Barcelona.
Educations Facilities Laboratories
1974-75, Reusing Railroad Stations. E.F.L., 2 vols, New York.
Giedion, Sigfrid
1941, Space, time and architecture, Cambridge.
Hosmer, Charles B.
1976, Historic preservation, tourism and leisure, Monumentum, vol. XIII, pág. 81-91, Luovain
Hudson, Kenneth
1976, The Archaeology of industry. Ch. Scribners and Sons, New York.
Katzman, Israel
1973, Arquitectura del siglo XIX en México, UNAM, México.
Lynch, Kevin
1972, ¿De qué tiempo es este lugar? Gustavo Gili, Barcelona.
Manieri Elía, Mario
1970, William Morris y la ideología de la arquitectura moderna. Gustavo Gili, Barcelona.
Martín, María; Alberto de Paula y Ramón Gutiérrez
1976, Los ingenieros militares y sus precursores en el desarrollo argentino (hasta 1930). Fabricaciones Militares, Buenos Aires.
Mass, John
1976, Historic preservation and the national mythology, Monumentum, vol XIII, págs. 35-42, Louvain.
Rusell, Hitchcock, Henry
1954, Early Victorian Architecture in Britain, 2 vols. The Architectural Press, Londres.
1958 Architecture: XIX th. and XX th. Centuries. Penguin Books, Londres.
Sande, Tehodore Anton
1976, Industrial Archaeology: a new look the American Heritage, Penguin Books, London.
Schávelzon, Daniel
1981, Los primeros proyectos de restauración en México, Tesis de Maestría, UNAM, México.
1981, Conservación y restauración en el subdesarrollo. Ponencia presentada en el II Simposium Interamericano de Conservación del Patrimonio Monumental, Morelia.
1982, Historia social de la restauración en América Latina. Vivienda. Infonavit, México.
Stein, Ralph
1976, The great inventions. Ridge Press Pook, Chicago.
Zevi, Bruno
1060, Storia de la architectura moderna, Milán.