Artículo publicado en el periódico “Traza. Temas de arquitectura y Urbanismo”, número 4, correspondiente al mes de septiembre y octubre de 1983, en la ciudad de México.
La reseña crítica del libro de Ida Rodríguez Prampolini sobre la vida y obra de Juan O’Gorman, presenta un problema verdaderamente complejo: ¿cómo plantear la revisión de un texto de esa importancia para la arquitectura moderna, sin que se sienta como una simple agresión?, ¿cómo hay que hacer para presentar algunas críticas al libro sin que parezca que queremos destruirlo?, en fin ¿cómo puede hacerse en nuestro medio para que la crítica no se malinterprete? Pese a eso, intentaremos presentar nuestra propia visión del libro y algunas ideas al respecto.
En primer lugar hay que aclarar que el libro, la edición, la autora y el personaje al cual está dedicado son todos de primera calidad. Una presentación de alto nivel gráfico, un texto que, pese a lo apologético, es un trabajo serio y profundo, además de que nos presenta vivamente a un arquitecto-pintor cuyo valor para la historia de la cultura mexicana es indiscutible. Quizás un poco más de texto de la autora hubiera sido deseable, ya que en varios casos, la importancia de las obras realizadas y de los planteos teóricos de O’Gorman, necesitaban mayor extensión.
Nuestras críticas van hacia algunos aspectos relacionados con la obra arquitectónica de O’Gorman, en especial en sus primeros años. El libro nos lo presenta casi como el primer y único funcionalista, como la persona que realmente entendió lo que éste movimiento significaba y sus posibilidades. Creemos que no fue así. La historia del funcionalismo en México —sobre la que tanto se ha escrito aun está por hacerse. Se ha dicho mucho, pero no todo aun.
Por ejemplo. ¿Cómo se inicia esta corriente en el país?, ¿está exenta del proceso europeo, y del resto de nuestro continente? Juan O’Gorman, recordemos, no forma parte de la primera generación del funcionalismo, sino de la segunda. Sus obras se inician cuando arquitectos como José Villagrán, Vicente Mendiola, Carlos Obregón Santacilia, Roberto Alvarez Espinosa, Carlos Tarditi, Juan Segura, Manuel Cortina, Javier Stávoli, Federico Mariscal, Carlos Greenham y tantos otros ya habían desarrollado sus ideas, e incluso habían construido obras de envergadura tanto oficiales como privadas, cuando revistas como Tolteca impulsaban el modernismo (y el consumo de cemento) del concreto armado a la vista, cuando ya se habían dado los primeros. pasos al respecto. Por supuesto no era la corriente en boga, pero tenía un amplio impulso oficial en cuanto a las obras públicas, en particular gracias al abaratamiento de costos que significaba. O’Gorman, junto con Legarreta y otros terminaron su carrera más tarde que los ya citados y su obra comenzó años más tarde, con un camino ya recorrido, con una perspectiva más clara que sus predecesores.
Lo que sí es innegable es que supo darle a esa arquitectura un valor ideológico-político que ninguno antes había previsto. El funcionalismo podría permitir construir viviendas baratas para el pueblo, escuelas para los niños, hospitales para los pobres. Era transformar el contenido formalista y de abaratamiento de costos (es decir, de incrementos en las ganancias) de la construcción, era retomar el fondo de las ideas pioneras de Le Corbusier, en cuanto a crear una plástica nueva, un espíritu nuevo, pero de profundo contenido social.
De allí que creemos que el verdadero funcionalismo en México se definió en años más tempranos, entre 1924 y 1926, para quedar consolidado en sus dos grandes variantes para 1927. De allí en adelante las búsquedas no cesaron, y la de O’Gorman es justamente una de ellas, quizás una de las más importantes, o la más importante de todas, pero no la única. ¿Las casas para obreros de Juan Legarreta no preceden a las de O’Gorman?, ¿y las escuelas al aire libre de Mendiola y Álvarez no son anteriores a las que inicia en 1929?. Por supuesto, la historia de la arquitectura no es la búsqueda del primero en hacer algo nuevo, sino en entender realmente el proceso histórico, con sus contradicciones, con sus avances y sus tropiezos. Creemos que Juan O’Gorman no es el primer funcionalista, al contrario, que es el último verdadero modernista de su generación: fue quien realmente tomó conciencia del significado ideológico de lo que estaba haciendo, lo quiso transformar —acto revolucionario, por cierto-, y adecuarlo a la nueva realidad mexicana posrevolucionaria. Pero el sistema fue más fuerte que él. Y por eso abandonó la construcción, para dedicarse a la pintura.
Recuerdo una larga entrevista que tuve con él en 1978, sentado en su silla de ruedas, en su casa sencilla y acogedora. El tema que me intrigaba preguntarle era ya con la perspectiva de los años transcurridos, porque dejó la arquitectura. Su respuesta fue larga, duró casi dos horas, pero al final nos dijo «tomé conciencia que lo que estábamos haciendo era haberles ganar más dinero a los capitalistas». Para mi estaba más que claro: las nuevas cajas de zapatos encimados que se estaban construyendo para especular con la renta del suelo y la venta a crédito a los sectores medios y bajos de la población, no era realmente lo que O’Gorman había vislumbrado en su juventud, la educación que se daba en las aulas no era la que él había creído que se iba a enseñar, la arquitectura del concreto servía más para dejar lugar a los ornamentos neo-coloniales de las viviendas de la burguesía, que realmente para búsquedas nuevas en lo plástico. El funcionalismo era gastar lo mínimo, para ganar lo máximo. Y nuestra crisis urbana y arquitectónica actual es en parte el resultado de ello.
Las obras de O’Gorman se levantan hoy (es decir, las que quedan) como un verdadero monumento a la genialidad de un hombre que pudo ver un poco más lejos que sus contemporáneos, pero que fue aplastado por el sistema imperante: que quiso remarcar una contradicción de la realidad, y avanzar a través de ella, pero que le cerraron las puertas brutalmente. Un verdadero visionario que supo hacer con sus manos lo que otros no pudieron. Pero cuya obra se halla indiscutiblemente unida a su generación, a quienes como conjunto supieron crear la modernidad mexicana, que hoy cuestionamos pero que aun no podemos modificar.
Con los años, el propio O’Gorman dejó el funcionalismo para adentrarse en una búsqueda plástica totalmente diferente. Su propia casa, se transformó en un sueño hecho realidad, en un mundo propio y único que rompía completamente con los planteamientos hechos durante su juventud, para adentrarse en la fantasía, la magia, el desconcierto y la estética pura. Fue una obra aislada, personal, que también sintetizaba su nueva forma de pensar la arquitectura. Era un hombre maduro que veía más allá de lo que había pasado, que evaluaba la experiencia de una oída y que la sintetizaba con estas palabras: «hay numerosas posibilidades diferentes para ir más allá del funcionalismo: toda la imaginación humana es un enorme campo en el cual el hombre puede aventurarse». Y esa fue, en pintura y arquitectura, su última gran aventura: –quizás la más grande de todas.
Solamente queda esperar dos cosas que creo que a O’Gorman también le gustarían: que sus obras se conserven como parte del patrimonio cultural de México, y que algún día, tengamos libros de esta calidad y envergadura para todos los arquitectos que supieron, como él, ayudar a México a ser un poco mejor.
Referencias
- Ida Rodríguez Prampolini, Juan O’Gorman: arquitecto y pintor. Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México. 1983.