Artículo de Daniel Schávelzon, con la colaboración de Marisa Gómez y Marta Lazzari, publicado en la revista Todo es Historia, número 251, correspondiente al mes de mayo de 1988, pps. 8 a 35, Buenos Aires, Argentina.
Los túneles existentes en la ciudad de Buenos Aires han sido un tema de gran atractivo a lo largo de todo un siglo, y más aún. Han permitido a la población poblar sus lugares comunes, sus aburridos sitios de trabajo y de vivienda, con duendes, historias fantásticas de aparecidos, de grandes contrabandos, de subrepticias huidas de novios, de soldados o de dictadores. Desde recolectores de anécdotas hasta entusiastas historiadores mucho se ha escrito sobre ellos. Pero salvo un par de investigadores serios, casi nadie ha aportado soluciones al problema que los túneles presentan, y muy pocos han dado información que podamos asumir como definitivamente válida. Cuando revisemos la bibliografía veremos cómo generalmente se describen túneles sin darnos sus medidas o su orientación; ladrillos sin decir cuánto miden; se habla de las mezclas de cal o cemento sin analizar su composición; se asevera que un tramo se une con otro a varias cuadras de distancia sin tener ninguna certeza, o lo que es más grave, se asume que todos forman una red compleja y vasta y que son contemporáneos entre sí. Incluso ha habido supuestos investigadores que ni siquiera estudiaron los objetos incluidos en la tierra que extraían, o que no se molestaron en fotografiar los encontrados en el interior o sobre los pisos. En cambio, se usó lo que alguien decía o escribía para repetirlo una y otra vez, transformando la bibliografía en una serie de aseveraciones que, si bien pueden ser ciertas, muchas de ellas nunca han sido fehacientemente probadas.
Es así que penetrar en el mundo subterráneo porteño es una tarea arqueológica, para la cual necesitamos primero despejar el terreno bibliográfico. Los túneles por cierto existen, pero sólo a través de una estricta metodología científica podremos arrojar un poco de luz sobre ellos. Y si bien hemos comenzado con su estudio excavando en varios con el mayor rigor posible, aún queda la enorme tarea de estudiar en los archivos nacionales y de España, donde posiblemente duerman muchos documentos originales.
Túneles de tradición y túneles nuevos: primeras noticias (1848)
Las primeras referencias publicadas en el siglo pasado relativas a la existencia de túneles en el centro de la ciudad, aparecieron en 1848. La causa: un escándalo relacionado con un supuesto atentado contra la vida de Juan Manuel de Rosas. El motivo de la publicación: los rosistas aprovecharon para inculpar a un viejo enemigo, para insistir en la necesidad de destruir a los unitarios y demostrar la eficiencia de la policía; a su vez, los unitarios divulgaron la noticia para mostrar la barbarie Federal. A unos y otros les sirvió para escribir páginas más llenas de epítetos que de verdades; de allí que hoy sea difícil entresacar qué fue lo que realmente sucedió. Pero lo único importante para el tema es que este episodio permitió descubrir por lo menos 2 túneles importantes (1).
La primera denuncia se produjo cuando el 3 de febrero de 1848 se encontró, cavando un pozo, un túnel en Belgrano 93; al adentrarse en él se ubicó una salida construida en mampostería que conducía a Belgrano 97, propiedad de Claudio Stegman. Este hombre ya había sido denunciado anteriormente por acopio de armas, por lo cual se había excavado un pozo en su patio aunque nada se había descubierto. En esta oportunidad se lo encarceló rápidamente, y el mismo jefe de policía tomó cartas en el asunto. Se inició una larga pericia que llevó a excavar el túnel, descubrir sus accesos, hacer un plano, describir los objetos encontrados en su interior, y —lo más importante—, enumerar los túneles de los cuales había tradición en la época. En medio de ésto quedan los peritajes de Felipe Senillosa, Saturnino Salas, José Arenales y Feliciano Chiclana. Lo interesante es que sus descubrimientos y las pruebas aportadas contra Stegman, hoy las utilizaría la arqueología para demostrar su inocencia. Pero eso es ya otro tema.
En la investigación se encontró un túnel al cual se accedía mediante un pozo de balde, con una orientación este-oeste en el tramo mayor —quizás de unos 20 metros—, y que luego torcía hacia el norte. Estaba sin terminar, habiendo pruebas de haber sido abandonado, y —como se deduce de los textos—, se habían rellenado sus bocas de acceso y luego apisonado y cubierto por dos pisos posteriores en los patios donde estaban las entradas. Uno de éstos había sido construido por Eduardo Taylor al remodelar el edificio en 1839. El tramo más alto tenía “la altura de un hombre” y luego se reducía a una altura como para tener que andar “a gatas”; el ancho máximo descrito es de una vara. Las marcas de las azadas y picos usados para trabajar la tierra estaban aún intactas, lo que se usó de prueba para demostrar que eran muy recientes. ¡Qué pensarían si hoy en día se les pudiera mostrar que estas mismas marcas aún permanecen intactas en los túneles de la Manzana de las Luces! Una de las entradas tenía una escalera tallada en la tierra. Lo que es de lamentar es que, cuando más tarde se descubrió que existían otras cuatro entradas, y que el túnel tenía ramificaciones, no se las describió adecuadamente; además, el plano levantado en la ocasión nunca llegó a publicarse.
El mismo jefe de policía comenzó desde sus primeras actuaciones por diferenciar este túnel de otros más antiguos que la población recordaba. Constantemente escribía acerca “de una tradición de que en tiempos de los antiguos jesuitas expulsos había un conducto subterráneo que conducía al actual Hospital de Hombres o Residencia” (2) que era necesario definir si “la mina descubierta era una mina de explosión o más bien una de esas mismas de que hay tradición se hicieron en el país en otros años”, dejando en claro que existían túneles antiguos y que a éstos tampoco había que confundirlos con cisternas, sótanos, aljibes y otras obras privadas. Según sus propias palabras “que tenían algún uso en las familias o en las casas de comercio”.
En los documentos se enumera una lista de los túneles de tradición respecto a los que se pudo obtener información en ese año de 1848:
“La primera vía subterránea de que se ha hablado desde tiempo inmemorial (…) se halla debajo de la calle Potosí, es decir, atravesando desde el templo de San Ignacio hasta una de las casas que fueron de don José María Coronel, casas que pertenecieron antiguamente a la Compañía de Jesús, antes de su primer expulsión, y en la cual daban aquellos padres ejercicios espirituales. El objeto para que se construyó esta vía de comunicación subterránea es desconocido, pero se sabe que ella fue obstruida completamente después de su expulsión.
La segunda, que es la que puede llamarse legítimamente mina, sobre cuya construcción, que fue en 1806, (…) queda en otra manzana y en distinta dirección de la que se contrae la presente nota. La tercera de que se ha hablado también, y que se decía ser construida en 1812, no fue más que una excavación, de poca profundidad, que se hizo en lo que hoy es el fondo del almacén en la calle de Belgrano N°97, es decir, el de Stegman (…) aquel trabajo tuvo como objeto buscar un armamento que entonces se denunció (…)
También se ha hablado de una vía subterránea que se decía conducía, desde el ya citado templo de San Ignacio, hasta la Residencia, actual Hospital General, mas esto no es cierto según he podido inquirir, hasta no quedarme duda. De donde infiero que es equivocada con la que atraviesa la calle de Potosí y a que ya me he referido”.
Todo ésto nos demuestra que ya se conocía la existencia de túneles en esta época, y que había memoria de ellos. Demás está decir que esta investigaciónhecha por el funcionario es bastante endeble, pero nos trae al menos algunos datos que luego veremos nos serán de gran utilidad. El resultado de su análisis es parco: de los cuatro casos, uno era de 1812 (una excavación), otro no existiría, otro sería una mina hecha en 1806 con objetivos no especificados (¿la hecha por Centenach contra los invasores ingleses?), y sólo quedaría como realmente antiguo el túnel que pasa por San Ignacio hacia la calle Alsina, que por cierto existe. Nada más hubo al respecto; pero esta muestra nos señala la posibilidad que abre el estudio más detallado de la información sobre túneles escrita o documentada en el siglo XIX.
Las investigaciones científicas (1893-1929)
Para el ciudadano común existían diversos tipos de túneles: los tradicionales, los grandes desagües, las nuevas obras de salubridad y los relacionados con las criptas de iglesias; por supuesto las casas tenían sus sótanos diversos, como ya explicamos. Todo esto era parte de la vida cotidiana, pero al parecer, diversas causas llevaron a su olvido desde la mitad del siglo pasado. Para fin de siglo eran poco más que una tradición, un chimento de barrio que tampoco tenía demasiada importancia. Que sepamos, recién fue en 1893 cuando a alguien se le ocurrió investigar, en ocasión de descubrirse una gran habitación bajo piso, abovedada, con un túnel conexo. Fue Burmeister quien trazó un plano del lugar, pero nada más se hizo por aquel entonces.
Fue en 1904 cuando Blas Vidal publicó un breve artículo en Caras y Caretas (3), sensacionalista por cierto, en el cual mezclaba toda la información que había logrado encontrar. Profusamente ilustrado, mostraba las diferencias que había entre los túneles de la calle Defensa del entubamiento del Zanjón de Granados, los descubiertos por Burmeister que tendrían hasta 10 metros de alto —quizás un poco exagerado—; los redescubiertos bajo las obras del Colegio Buenos Aires en la Manzana de las Luces y luego cita varios más a los cuales él mismo logró bajar, en especial el de la calle Victoria, entre Bolívar y Defensa. A continuación describe las criptas de San Francisco y San Lorenzo, las momias bajo la iglesia y otros detalles. Es indudable que estas catacumbas, como él las llamó, dieron mucho que hablar en su momento, y su falta de rigor quedó compensada con creces al haber reabierto el tema. Queda también como el primero en establecer la hipótesis de que los túneles eran circulaciones entre iglesias y que formaban una supuesta red bajo la ciudad.
Tras el artículo de Vidal, Buenos Aires debió esperar cinco años para que se volviera al tema. Esta vez fue una serie de cuatro notas sin firma en La Nación (4). La primera se titula “Los subterráneos de Buenos Aires” y describe el sótano descubierto en la casa de un tal Aguirre, en la esquina de Bolívar e Hipólito Yrigoyen. Se lo había descubierto junto con otros sótanos, al realizarse los grandes trabajos de saneamiento urbano bajo la dirección de Carlos Martínez. Estos trabajos tenían por objeto rellenar pozos, cisternas, letrinas, desagües y toda obra sanitaria anterior a las de Bateman, y excavar conductos de desagüe para desagotar estos viejos pozos. Varios de los túneles descubiertos en los últimos años corresponden a los hechos por Martínez en esos años. Este hombre y sus brigadas de poceros detectaron esta cámara subterránea, de forma redondeada con hornacinas —una de éstas incluía aún un cabo de vela—, una escalera de cómodas dimensiones y en gran parte revocada. Se hicieron excavaciones para ver si se comunicaba con otros túneles o sótanos, pero nada se pudo descubrir.Por cierto, dicho texto es de un periodista que supo manejarse con cautela, aunque sin dejar de demostrar su asombro. Escribió que “mucho se ha hablado de los subterráneos de Buenos Aires, las leyendas han existido siempre y se contaba y se sigue contando de misteriosas comunicaciones entre los conventos, entre sitios determinados por la autoridad y el Fuerte viejo (…) nada de ésto se ha encontrado hasta ahora, no sólo en los trabajos que se practican por orden del Dr. Penna, sino en los serios y profundos que se hicieron para las obras de salubridad (…), subterráneos aislados, sí se han hallado muchos y curiosísimos, pero red de comunicaciones no”. Quizás sin darse cuenta estaba planteando varias de las hipótesis, a favor y en contra, que se manejarían durante los siguientes 80 años.
Al día siguiente se publicó una nueva nota titulada “La casa de don Juan Manuel de Rosas, escondrijos misteriosos” (5), en la cual se describe, sin gran sapiencia, los sótanos descubiertos. Se trataba de una compleja construcción autónoma bajo el patio central, que se compone de 4 pozos y 3 grandes cámaras subterráneas con comunicación entre sí. Si bien ahora es difícil explicar este rompecabezas, el plano y corte publicado no coinciden con la descripción del texto. Lo que no deja dudas es que Rosas tenía allí, con bastante lógica para la época, una construcción mucho más compleja de la que se podía ver a simple vista. Lo que sí podemos ver es que se tomaron como construcciones a varias cisternas y por lo menos un pozo de absorción. Incluso la extraña comunicación entre un pozo y la cámara no sería, a la vista de lo que la arqueología puede decir hoy, más que un sistema de ampliar la absorción del pozo en un patio donde no había lugar para excavar nuevos. No había rastros de túneles ni comunicación con ninguno de los ya conocidos. Es interesante porque se listaron los objetos descubiertos: un plato de loza con el rostro de Napoleón, cubiertos, botellas, tinteros, vasos, una bayoneta, una espada, un embudo, parte de una puerta y otros objetos de uso cotidiano. No sabemos si éstos estaban mezclados con el relleno, cosa muy probable, o sobre un piso vacío. Lo primero es lo más probable, porque en las fotos se ve que el sistema de desagüe había sido reemplazado por un sistema más moderno de cañerías de obras sanitarias. Y el tipo de objetos coincide con los años de uso de la casa.
Al día siguiente la serie continuó (6) con un artículo que describió con detalle los descubrimientos hechos al demoler el Mercado Viejo, en 1907, en la esquina de Perú y Alsina. Allí los descubrimientos fueron de verdad sensacionales y despertaron la curiosidad de la población. Al descubrirse el primer túnel, que tenía tirantes de madera en el techo, intervino la municipalidad; se procedió a vaciarlo descubriendo armas en desuso, vasos, cuchillos y cabellos humanos, a los cuales la leyenda rápidamente atribuyó un origen relacionado con el viejo Motín de las Trenzas. También se encontraron 6 cámaras o sótanos, que seguían en uso en el Mercado, algunos con comunicación entre sí. Los objetos descubiertos no eran más que los comunes de esperar en esos contextos. Y más allá del gran tamaño de estas cámaras y pasadizos, no hubo pruebas de que estuvieran comunicados con el exterior, pese a que se excavó en dirección a la iglesia de San Juan, hacia la calle Chacabuco, hacia San Ignacio y otros sitios. Es decir que por lo menos buena parte de estas construcciones no eran más que amplios sótanos de algunos de los puestos, y cuya antigüedad no pasaba de 1865, año de construcción del mercado. Si entre ellos hubo construcciones anteriores, es difícil saberlo ahora.
Para terminar estas notas del año 1909(7), la última describía y fotografiaba una extraña cisterna, una cámara en forma tronco-cónica de 13 metros de profundidad descubierta en Belgrano 550 y que perteneciera a los Dominicos. Dado que no tenía túneles que llevaran a ella y que remataba en un agujero de un metro de ancho con un brocal de aljibe, no cabe duda que era una de las típicas cisternas hechas durante el siglo XVIII y que abundaban en la ciudad. Su tamaño no es mayor del que existió en el Fuerte, o del que aún existe en la Casa de Ejercicios, todos ellos perfectamente documentados. También se mostraba el túnel de San Ignacio, que según el autor, fue excavado por Martínez, y que unía un pozo revestido de mampostería —tal vez otra cisterna— con la parte inferior del altar mayor de San Ignacio. Por lo menos ésas son las palabras del texto. Describe que al excavar el túnel se hicieron algunos hallazgos paleontológicos y nada más. Quizás más interesante sea la descripción que sigue a ésto, de una cámara bajo los talleres Drysdale, la cual tenía ornatos, decoración y ¡hasta artesonado en la bóveda del techo! La describe de 5 por 5 metros y también aclara que estaba aislada de túneles de cualquier tipo.
El eco de estos artículos y la repercusión del trabajo de saneamiento practicado bajo la ciudad y en especial lo que se descubrió en el Mercado, hizo que una nueva nota de Caras y Caretas (8) destruyera ilusiones y fantasías. “Habiendo la Asistencia Pública emprendido obras de saneamiento (…) se llegó a descubrir una vez un subterráneo en el Mercado Viejo. La noticia produjo honda impresión, pues se encontraban los ánimos predispuestos (…) El ingeniero Carlos E. Martínez, que dirige las obras, ha venido a estropear todas las ilusiones” ya que sólo se han descubierto objetos comunes: “De instrumentos de tortura, ni siquiera una navaja de afeitar; de cadáveres de monjas y chiquillos clavados en la pared, ni el pelo; y de onzas de oro…” Pero más allá de la postura sarcástica del anónimo autor, las fotografías son de importancia: la escalera y el interior de la cámara abovedada de Bolívar 107 en la cual se aprecia el piso de baldosas, las hornacinas para la luz y el revoque de paredes y escalera. Estas fotos nos permiten fechar la construcción con bastante seguridad, como posterior a 1800/1820. También se incluyeron fotos de los objetos provenientes del sótano de Rosas y una vista del túnel del Colegio Nacional.
Todas estas notas más los rumores intensos que corrían en la ciudad, dieron sus frutos: muchos se interesaron por los túneles, y entre 1912 y 1920 se iniciaron en el tema varios de los investigadores que años más tarde harían buenos aportes: Vicente Nadal Mora, Héctor Greslebin, Félix Outes, Angel Gallardo, el ingeniero Topelberg, penetran y recorren la zona a la búsqueda de información; se levantan planos detallados y se toman fotografías que serán únicas más tarde, al comenzarse la destrucción de estos túneles y sótanos. Así aparecieron en esos años algunas noticias como la de Angel Gallardo (9), en la cual se describían visitas en grupo al conjunto de túneles de la Manzana de las Luces. Pero no hubo mayores novedades hasta que en 1920 salió un extenso artículo de Héctor Greslebin (10); fue el primer aporte al análisis científico del tema, y algunas de sus conclusiones aún no han sido rebatidas. Debemos recordar que Greslebin fue uno de los investigadores más prolíficos de nuestra historia, dedicándose a la interdisciplina de arqueología-historia-arquitectura; fue docente universitario y tuvo a su cargo la Sección Arqueológica del Museo Nacional de Ciencias Naturales, que funcionaba justamente encima de los túneles.
El autor inicia su trabajo bajo la hipótesis de que los túneles de esa manzana habían sido construidos hacia 1800 y que sirvieron como sistema para intercomunicar conventos, la Casa de la Virreina, la Casa de Expósitos y otros edificios oficiales del centro. Hace una reseña de todo lo descubierto hasta la época, con un dato que hay que destacar: señala que la cámara descubierta por Burmeister no tenía conexión con ningún túnel y que no formaba parte de la red más antigua. A continuación, tras mostrar un detallado plano de las galerías con sus correspondientes secciones verticales, hace una descripción de los túneles, sus dimensiones y características constructivas, destaca un ramal que pasa justo debajo de uno de los pilares que sostienen la cúpula de San Ignacio —y el riesgo que esto significó para quienes lo excavaron—: cita los objetos descubiertos y pese a la parquedad —salvada en un artículo posterior—, se refiere a varios azulejos Pas de Calais que encontró en un túnel. Luego hace referencia a la red que formarían y a cuáles edificios podrían llegar a unir. Más adelante plantea las pruebas que, según él, fecharían esta red entre 1780 y 1800. Desde un análisis actual los objetos que enumera son sólo un poco posteriores, quizás no anteriores a 1820, aunque pudieron haber sido introducidos con posterioridad a la construcción. Lo que sí es correcto es que los túneles fueron construidos después que la iglesia de San Ignacio, en fecha en la cual todo el conjunto tenía aún un solo propietario, y que los edificios que unían los túneles sólo fueron construidos a partir de 1780.
Aquí cabría recordar que por iniciativa de Greslebin, en 1915 la Municipalidad había enviado al ingeniero L. Topelberg a levantar un plano detallado de los túneles en esta manzana. El trabajo fue excelente, y salvo algún detalle descubierto con posterioridad, nada se ha hecho en el siguiente medio siglo que lo supere.
El día 6 de octubre de 1920 se publicó otra notan Descrita por Félix Outes, arqueólogo e historiador de enorme prestigio. El artículo del diario La Unión era la explicación al descubrimiento de una entrada al túnel del Zanjón de Granados, que quedó a la vista en Chile y Defensa —donde excavé en 1987 el sector aledaño al mismo túnel—, y que había acumulado gran cantidad de agua. Outes explicó que este túnel había sido construido por Bateman en 1871 para desaguar el antiguo Tercero del Sud, y pedía que se procediera a rellenarlo. Recordemos que en 1904 Blas Vidal también lo había recorrido y trazado un plano; el único error de Outes era que fue Bateman quien lo había dejado fuera de uso hacia 1880, y no quien lo construyó, ya que era una obra de 1865, anterior a que este ingeniero llegara al país. También en 1922 se publicó una nota de Leopoldo Lugones titulada El hundimiento de Buenos Aires (12), donde hablaba de un túnel en Callao y Corrientes, el cual partiría de un convento cercano para unirse a una vasta red bajo la ciudad. La falta de mayores datos no permite tomarlo en serio. En 1926 Manuel Oliver publicó otra nota (13) en la que cuenta que bajo la demolición del Cuartel de plaza Lorea se descubrió parte de un túnel en el cual “creo que hasta había esqueletos, pero un día el jefe de la obra, por orden del jefe, ordenó tapar el túnel”. Nuevamente la falta de datos más precisos, y sus propios «creo que», llevan a tomar el dato con pinzas.
Para fines de la década de 1920 todas las posturas historiográficas estaban planteadas, y por cierto son las que aún prevalecen: la que podemos denominar como científica (Greslebin sería su mejor exponente), la romántico-fantasiosa y la crítica (Outes como ejemplo). Y si uno hacía un análisis lo más metódico posible, el otro trataba de encontrar errores que modificaban la perspectiva. El segundo grupo, que manejaba sensacionalismo, datos a medias o chismes de barrio, seguía siendo el más escuchado, pero nada nuevo aportaba al tema.
Un buen ejemplo de las polémicas que estos túneles llegaban a generar lo da un artículo publicado en La Unión (14) en el cual se declaraba que 4 manzanas céntricas estaban ante el inminente peligro de hundirse al haberse detectado la existencia de un lago subterráneo. Por suerte días más tarde seoyeron voces de cordura que demostraban que no era más que el siempre presente Zanjón de Granados entubado. Podemos recordar que en 1922, Enrique Udaondo (15) en su historia de la iglesia de San Ignacio pone reparos a la existencia de un túnel, y más aún, tacha de inexistente cualquier construcción subterránea.
El 30 de abril de 1950 se descubrió un túnel en Belgrano al 500. Si bien no hay mayor información, podría tratarse de alguno de los ya descritos en el siglo pasado; tendría varias ramificaciones y mediría 1,60 por 1,30 metros de dimensiones interiores.
La postura que llamamos crítica se consolidó cuando Félix Outes publicó un nuevo artículo en La Prensa en 1927 (16) respondiendo a la consulta de un periodista, ya que al demoler un edificio en Alsina y Bolívar se habían descubierto varios túneles y cámaras subterráneas. El diario incluyó una descripción muy interesante de lo encontrado; aunque es muy confusa y sin datos exactos y con medidas tomadas a ojo, se entiende que se encontró un pozo o acceso por el que al descender (¡15 metros!) se llegó a un cuarto con 2 .puertas: una bajaba “hacia un plano inferior”, y por el otro lado se pasaba a una cámara circular de la cual se desprendía un túnel de 10 metros de largo. Este, si se comprende bien el texto, tenía 2 habitaciones a los lados, y había quedado cortado por un derrumbe. Ubicada en cada vano de acceso había una reja. El túnel estaba revestido con mampostería revocada, y no estaba claro si continuaba o no tras el escombro. No hay más datos, salvo que todo este complejo quedaba reducido dentro de las dimensiones del lote. Es de lamentar nuevamente la falta de fotos, planos o datos precisos. Pero a partir de allí Outes desarrolla su postura:
1) Las construcciones subterráneas son de diferentes sistemas constructivos, para diferentes funciones y todas ellas de uso domiciliario.
2) Si bien algunas son coloniales y “sumamente interesantes”, por lo general son del siglo XIX o incluso posteriores.
3) Los túneles de la Manzana de las Luces fueron hechos por las obras de saneamiento de 1909, excavados por el ingeniero Carlos Martínez.
4) Los túneles de Alsina y Chacabuco fueron excavados por Felipe Centenach durante las invasiones inglesas.
5) Los túneles de Belgrano – Bolivar-Perú-Moreno son los del escándalo de Stegman de 1848, hechos para asesinar a Rosas.
6) Los sistemas antiguos de desagüe de letrinas y retretes eran muy sofisticados hasta 1880; por ello hoy no resultan comprensibles. Otras construcciones tuvieron usos como silos y depósitos. Incluso una fue un oratorio.
7) Hay construcciones a las cuales no es posible aún atribuirles una función precisa.
8) Los túneles de los entubamientos de los Terceros son de fin de siglo.
Todo esto ponía un primer punto final a la discusión, obligando a partir de ese momento a dejar de lado la imaginación para entrar en la discusión con argumentos sólidos, en uno u otro sentido. Lo lamentable es que en ese momento, el único que continuaría con una postura fue Greslebin. Pasarían 40 años hasta que alguien tratara de revisar las diferentes posiciones y todo lo discutido. Pero los historiadores abandonaron la cuestión, los arquitectos y arqueólogos que podían haber ayudado se abrieron abruptamente, y como las instituciones se preocupaban más por ellas mismas que por la ciudad, evitaron comprometerse y hacer algo al respecto. Como no eran de nadie, se permitió destruir túneles y construcciones en forma impune. Como en tantas oportunidades en que los porteños pudimos hacer algo bueno por nuestra ciudad y nuestra historia, nos lavamos las manos: ganó la destrucción y la anticiencia.
En 1928 se dio a publicidad el descubrimiento de un nuevo túnel (17) en Victoria (actual H. Yrigoyen) entre Bolívar y Defensa. Se trataba de un túnel del tipo clásico, que doblaba tras un tramo perpendicular a la fachada, hacia Defensa. El autor, posiblemente Oliver, asume que el túnel iba hacia Catedral por un lado, y que se unía con la “red” que venía de San Ignacio —que casualmente queda hacia el otro lado—, pero tampoco hay datos suficientes, salvo una foto verdaderamente excelente. Se aclara que una parte estaba revestida con ladrillos unidos con barro, y que la entrada tenía una reparación “reciente”, hecha con ladrillos refractarios. Estos últimos no pueden ser anteriores a 1850, y mucho más probablemente, a 1880. Es obvio decir que también fue destruido.
Los años del olvido (1930-1957)
Así como la década de los 20 había sido importante para el estudio de los túneles porteños, parecería que la publicación de Greslebin y la respuesta de Outes cerraban temporalmente la cuestión. Durante los siguientes 40 años no se aportaría absolutamente nada nuevo, quizás porque la situación política y la brusca transformación del país a partir de 1930 traería nuevos problemas y temas de que hablar. Hubo sí algunas notas interesantes: en 1934 se descubrió un grupo de contrabandistas en el Bajo Belgrano, que descargaban su mercadería en la boca del entubamiento del arroyo Vega —actual Blanco Encalada—, y desde allí llegaban a un rancho cercano a través de un túnel (18).
En estos años se descubrieron muchos túneles importantes y algunos fueron fotografiados y mapeados, aunque no se escribió sobre, ellos, por lo menos por muchos años. Podemos citar los de la Asistencia Pública, encontrados en la remodelación de 1931 del edificio y los del Cabildo, descubiertos en 1936 y que describimos en este artículo. Este último fue descrito por primera vez por Vicente Nadal Mora recién en 1957 (19). En 1934 Manuel Bilbao publicó un libro sobre la ciudad antigua (20) en el cual trae varias referencias a construcciones subterráneas y algunas mínimas a túneles.
En 1938, cuando se demolió el frente de la Casa Rosada que daba a la antigua calle Victoria, y ante la posibilidad de hallar túneles, se publicó una nota de Dardo Cúneo (21). En ella se entrevista a Outes, quien afirma que esto era probable y que los túneles habían sido hechos por los españoles como un medio de defensa en conexión con el Fuerte. Si bien esto modificaba en parte la hipótesis de Outes de años antes, en realidad sólo agregaba un dato más: la probable existencia de sistemas de defensa subterráneos en ese sector. De lo que se habían olvidado todos es que los túneles allí existentes correspondían a la vieja Aduana Nueva hecha por Taylor en 1856, y que fueron excavados recientemente.
Este dato nos trae un nuevo argumento para una visión actual del tema: la notable falta de memoria urbana, producto de la destrucción de la identidad ciudadana. Hitos urbanos tan importantes como la Aduana, que fue destruida en 1897, sólo cincuenta años más tarde ya estaba totalmente olvidada. ¿Cómo podemos pedir que se recordaran los túneles de siglos anteriores?
Recuperando la memoria (1957-1967)
Desde esa página aislada pasó la friolera de 30 años hasta que un nuevo artículo saliera publicado; esta vez fue Vicente Nadal Mora, el conocido y prestigioso historiador de la ciudad, que había participado en varias bajadas a los túneles desde la década del 20, quien incluyó un trabajo titulado “Los subterráneos secretos de Buenos Aires” en la desaparecida revista Historia (22) de 1957. Si bien era una especie de acumulación de datos dispersos y de ilustraciones y dibujos que tenían 30 años de publicados, sirvió para retomar el tema. Le daba nueva vida al plano hecho por Burmeister en 1893, ilustraba un túnel en la calle Belgrano y el ya destruido salón circular de Bolívar 107. Pero lo importante, más allá del resumen general, era que aportaba algunos datos nuevos: la existencia de un túnel bajo el Museo Etnográfico, ex Facultad de Derecho, en Moreno 350; describió los de la Manzana de las Luces como un descubrimiento propio —sin citar a otros autores anteriores como Gallardo o Greslebin- y describió por primera vez los túneles que se encuentran bajo el Cabildo, descubiertos en 1936. También menciona que en 1931 se había descubierto un túnel bajo la antigua Asistencia Pública —actual plaza Roberto Arlt—, del que luego hablaremos. Otro dato de interés es que recuerda a Manuel Bilbao, al artículo de Caras y Caretas de 1904 (el de Blas Vidal) del cual tomó las ilustraciones, y otros trabajos publicados. También cita como publicado un libro de Félix Outes, titulado El misterio de los subterráneos de Buenos Aires, el cual había sido anunciado por su autor con anticipación, pero que nunca llegó a editarse (23). Conclusión: “no sabemos con certeza para qué sirvieron (…) más presumiblemente es que fueran, pues, comunicaciones secretas con un fin desconocido”.
Dos años más tarde volvía sobre el tema un tal Carlos Tero (24). Su trabajo es muy interesante, ya que atrás del sensacionalismo de la presentación trae datos nuevos e incluso alguna hipótesis. Comienza citando los consabidos túneles de la Manzana de las Luces, del Cabildo, del Mercado Viejo, de Rosas y otros, para luego citar el descubrimiento de un túnel bajo la Catedral (primera noticia al respecto) y hace una atenta apología de Greslebin. Trae errores básicos: atribuye el descubrimiento de Burmeister a 1833, asume como verdad que los mechones de pelo del Mercado Viejo fueron las trenzas cortadas por Belgrano a los Patricios, y expresa otras aseveraciones no comprobadas. Pero informa sobre dos túneles que se habían descubierto al hacer el subterráneo de Constitución a Primera Junta (no da su ubicación precisa) que “parecen unir”, uno de ellos, al Cabildo con Capuchinas, y el otro “llegaba hasta la Casa de Ejercicios”. Al citar a Greslebin asume que éste había dado como solución del enigma estas palabras: “Estábamos ante un ingenioso sistema que permitía al virrey complicarse en el contrabando… sin dejar de guardar las apariencias”. Mostraba así no sólo que no había leído a Greslebin, sino también su escaso conocimiento del contrabando y su funcionamiento en la época colonial.
Más adelante asume la existencia de una red de túneles que salía de la ciudad por Palermo, Villa Crespo y San Telmo; que en el túnel que unía el Cabildo con San Ignacio (¿quién lo había demostrado?) había celdas “con argollas adosadas a sus muros, como para sujetar prisioneros” destinadas a los negros traídos de contrabando, ¡los que eran bautizados en la capilla descubierta años antes! Pero luego plantea que existe una especie de confabulación para que no se estudie el tema, que habría impedido que el libro de Outes se publique. En lugar de tratar de entender qué era lo que nos pasaba a los porteños que no podíamos estudiar nuestra propia historia, se le echaba la culpa a una confabulación misteriosa.
En 1964 Héctor Greslebin volvió a publicar una síntesis de su pensaamiento en una página entera de La Prensa (25). Pasados casi 40 años desde que se había empezado a interesar en este tema, y gracias a la compilación meditada de la información existente, logró dar un panorama de lo que se conocía: un plano simplificado del ya citado de Topelberg, un plano de la ciudad en el siglo XVIII mostrando los edificios que podrían unir los túneles, fotografías, una descripción, y centró la explicación en la defensa de la ciudad y en el contrabando. De todo ésto hay 3 puntos que quiero destacar: el primero es un llamado a la preservación del los túneles ya que varios habían sido destruídos en la propia manzana; el segundo es que identifica uno de los ramales (el E), como el que hicieron en 1806 para dinamitar a los ingleses en La Ranchería, lo cual significaría que la red existía en esa fecha y era conocida y utilizada. La tercera es que incluye los túneles descubiertos en la década de 1930 en el plano general, y deja fuera a varias construcciones que pueden considerarse como meros sótanos fuera de la cuestión. El análisis minucioso nos puede llevar a hacer críticas, como la no coincidencia del túnel a Catedral, con lo descubierto en el Cabildo; pero ése es otro tema.
La primera síntesis e interpretación (1967)
Hubo que esperar así hasta 1967, cuando se publicó el texto completo de Héctor Greslebin (26) en los Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología. Cuarenta y dos páginas de texto minucioso y varias fotos a gran tamaño, permitían al interesado tener, tras tantos años, una síntesis general de las hipótesis y documentación recabada a la fecha. El mismo recuerda a su compañero, Rómulo Carbia, con quien hasta su muerte había tratado de escribir un estudio más amplio; y a Félix Outes, su opositor, a quien dedica palabras de elogio, ya también fallecido. Eran ya 54 años de trabajar y difundir el tema.
El texto se inicia describiendo sus propias andanzas en los túneles, para luego traer algunos datos sobre el Zanjón de Granados, donde se había producido un hundimiento —en la calle Chile 370 en 1960—, ubicándolo como una obra tardía, distinta de la red de túneles más viejos. El capítulo siguiente es unahistoria de la Manzana de las Luces desde 1661, fecha en que se instalan allí los Jesuitas. Luego procede a una descripción de cada uno de los detalles de los túneles: recodos, ángulos, accesos, nichos, grados de curvatura, paramentos, formas de bóvedas, relación y continuidad entre cada uno de los tramos, posibles diferencias en las técnicas de ejecución. Era la primera vez que un trabajo arqueológico-arquitectónico se publicaba sobre el tema. Tiene algunos asertos magistrales: la identificación de la función de los testigos en las bóvedas, el asunto de los pozos de agua o letrina que fueron atravesados por los túneles —éstos son posteriores a los pozos—, borrando la fantasía de que eran bajadas a niveles más profundos, y determina con certeza que el chicote oeste del túnel Des efectivamente el excavado en las Invasiones Inglesas por Centenach hacia La Ranchería y que nunca fue terminado. También logró confirmar las causas del abandono del túnel que pasa bajo San Ignacio, a causa de los problemas técnicos producidos por la formación geológica y que hubieran producido el colapso de la excavación, de haberla continuado. A partir de aquí intenta resumir las hipótesis esgrimidas por otros autores: la de Outes de que eran sistemas defensivos típicamente europeos, la del contrabando, la comparación con los túneles de otros países y ciudades y la adjudicación de su hechura al ingeniero Carlos Martínez en 1909, cuando hizo las obras de saneamiento urbano. En este último caso, quizás el que aún mantiene mayor vigencia, lo descarta por el hecho de que por esos túneles nunca había corrido agua, y que las sinuosidades que presentan los hacen una obra no digna de la ingeniería y la técnica modernas. También rebate a Udaondo y aclara bien las diferencias entre los subterráneos de uso personal —de una sola entrada—, y los túneles —de más de un acceso—, y sus diferentes funciones. Además señala con precisión la ubicación de la cámara mapeada por Burmeister en 1893 y la conecta a la red general.
Para terminar con esta parte, realiza la identificación de la terminación de cada uno de los túneles hacia 1780, época que supone nuevamente como la de su construcción, y trata de conectar la red con otros túneles o construcciones subterráneas descubiertas anteriormente, Belgrano 550, Victoria y Bolívar, etc. De esta mane ra logra presentar un esquema razonablemente claro, con las posibles funciones de cada túnel: militar, de unión de edificios religiosos, políticas, etc. (27).
El último capítulo es quizás el más importante desde la perspectiva de una investigación científica: trata de la identificación y fechamiento de los objetos descubiertos. Habíamos visto que anteriormente se habían citado algunos objetos, pero nadie había hecho un resumen general del tema. Greslebin nos indica que posiblemente la poca cantidad de cosas descubiertas se debiera justamente a la limpieza hecha por Martínez en 1909. Hace una extensa lista de objetos de cada túnel, en especial los del Mercado Viejo, los de Rosas, los azulejos Pas de Calais de la Manzana de la Luces y otros. Lo que es de lamentar es que los objetos en sí mismos, desprendidos del contexto en el cual fueron descubiertos, no dan mayor información que la de su fecha de fabricación. Es así que en cuanto a los azulejos, que pueden ser perfectamente fechables (no exactamente en la época que los ubica Greslebin sino un poco más tarde), no es lo mismo que hubieran estado unidos a las obras mismas, o que los hubieran llevado más tarde, o que hayan simplemente caldo por un pozo de desagüe. Sólo una excavación arqueológica hubiera podido determinar esto con certeza.
Volver a empezar (1967 – 1985)
Tras la publicación de la síntesis de Greslebin, parecía que quedaban cerrados varios temas, y claramente abiertos otros. Se podía haber pensado que ahora ya era más fácil el camino, pero parece que no fue así. Al año siguiente se formó una comisión municipal para profundizar en el tema, bajo la dirección de Carlos Krieger —en la que fue dejado de lado Greslebin—, y con la colaboración de varias personalidades. De inmediato se publicó un artículo de mano de Jorge Larroca (28) en Todo es Historia, que presentaba el tema nuevamente como un conjunto de problemas aún insolubles. Resumía las mismas viejas publicaciones aparecidas desde 1904, pero no traía mucha información nueva; su autor nunca visitó uno solo de los túneles, tal sus propias palabras.
Los años siguieron pasando, y en 1971 Carlos Krieger publicó los resultados de su trabajo en un pequeño libro (29). El título mismo presenta un panorama que, por cierto es replanteado desde la primera página: Túneles con misterio; lo cierto es que Krieger dice en el prólogo: “lo narrado en este cuaderno no tiene nada de fantástico…”
El libro comienza con una sucinta historia del puerto, en la que se detallan los motivos que podían haber hecho que una red de túneles uniera los edificios más importantes, civiles y religiosos: el tema del contrabando y de los negros esclavos. Luego pasa a una crónica de los descubrimientos: aquí hay un dato importante, ya que por primera vez recuerda el sonado Caso Stegman de la época de Rosas que ya he mencionado, y en el que se diferenciaban los túnes más viejos de otros más modernos. Luego continúa con la bibliografía tradicional, podríamos decir clásica, pero lo que vemos es que se repiten aseveraciones que, realmente, son de difícil demostración. Paso a citar: el de asociar las trenzas (¿qué largo tenían?, nadie lo dice) con las coletas cortadas por Belgrano en 1811. Hace también una descripción de la cámara abovedada de Moreno 350 y de un túnel anexo de tierra, el que se comunicaría con Moreno 330. Allí se descubrieron dos pozos con bóveda comunicados entre sí por un conducto estrecho. Aquí cabría la salvedad de aclarar que los dos pozos de Moreno 330 no eran más que dos viejos pozos ciegos cegados en 1894, y que el túnel existente, que pude visitar personalmente, se trata del conducto de la instalación eléctrica de éste, que fue el primer laboratorio de Química de la Municipalidad, fundado por Pedro Arata en 1885 y que conduce al tablero eléctrico de cada cuarto de la actual escuela. La instalación en parte aún está en su sitio. Tampoco queda claro dónde está el túnel del Museo Etnográfico, ya que nos habla “del segundo patio”, cuando el Museo tuvo y tiene un sólo patio (30).
Otro punto que puede discutirse desde la actualidad arqueológica, es el asombro respecto a los pozos ciegos y pozos para aljibes, algunos de los cuales atraviesan los túneles. Krieger aprovecha la cita de Angel Gallardo, quien los había interpretado fantasiosamente como parte de un sistema de puentes levadizos. Quien haya estudiado la historia urbana, sabe que desde el siglo XVI cada casa construía su propio pozo de letrina, su pozo de agua y, desde el siglo XVIII su propio aljibe. Y que cuando uno de éstos se llenaba o dejaba de ser útil, simplemente se cavaba otro a su lado. Los censos municipales desde el de 1867 traen los números de los existentes en la ciudad para cada tipo de casa. Los higienistas, como Wilde, escribieron extensos libros contra esta costumbre y los describen perfectamente bien. Nada raro hay en ellos, y los que he excavado en los últimos años así lo demuestran.
Krieger cita testimonios viejos y otros nuevos, algunos muy interesantes, como el de los túneles descubiertos en Independencia 735, los de Venezuela 770 y alguhos más. Por último, destaca la amplitud de las cinco enormes galerías paralelas que se encontraron en la calle Ayacucho, dentro de las cuales más tarde se construyó un conocido restaurant llamado El Lagar del Virrey. Estos túneles fueron salvajemente destruidos y enterrados, al igual que la casa que aún subsistía encima, en 1985, sin que nada pudiéramos hacer; aparentemente son parte de otra de las grandes obras hechas por Torcuato de Alvear, para salvar el área deprimida existente en el sitio y poder lotear los terrenos, con las mismas técnicas constructivas que la obra de entubamiento del Zanjón de Granados, según pudimos observar durante la demolición (31).
En resumen, más allá de estas objeciones, el libro de Krieger vino a llenar un lugar vacante en la bibliografía, y si no tiene el rigor del estudio dé Greslebin, su tono ameno lo transforma en una obra para citar.
Años más tarde, en 1977, se editó una versión reescrita del artículo ya citado de Larroca en una antología de la revista Todo es Historia. En 1982 vería la luz una nota escrita por Federico Kirbus (32) en la cual se cita un apócrifo plano jesuítico, del cual he tenido en mis manos varias versiones, todas ellas supercherías hechas por alguien que ni siquiera sabe escribir bien en latín, con paleografía y pluma moderna. Recién fue en 1983 cuando se publicó un corto capítulo escrito por Ruth Tiscornia, parte de su libro La política económica rioplatense a mediados del siglo XVIII (33). No casualmente el capítulo se titulaba Túneles sin misterio. Este trabajo es el primero que intenta desarrollar con exclusividad una hipótesis sobre cronología y funcionalidad de los túneles.
En resumen, Tiscornia plantea que los túneles fueron hechos por particulares para entrar contrabando, inclusive de negros; que están fechados entre la primera mitad del siglo XVII y fines del XVIII; la existencia de documentos históricos sobre túneles durante el gobierno de Pedro Esteban Dávila, y descarta totalmente la hipótesis de sistemas defensivos. Quedan en el tintero algunas cosas, más que nada debido al mal manejo de la bibliografía y a una lectura de fuentes secundarias: las monedas de Carlos III no fueron halladas en un túnel, sino en un edificio ubicado sobre un túnel, las grandes bóvedas de la calle Ayacucho nunca asomaron al río que siempre estuvo a varias cuadras de allí, y otros detalles similares. Y si bien no logra demostrar su hipótesis, salvo por el eufemismo de que ninguna otra hipótesis puede demostrarse como correcta y que ésta en cambio se adaptaría bien a lo descubierto, hay casos en que es difícil aceptarla, como el de la cisterna de la calle Belgrano 550. Lo que sí demuestra un razonamiento lúcido, y un punto en el que nadie había reparado, es que los túneles mostrarían evidencias de un perfeccionamiento debido a su uso y a su reutilización continua. Pero quizás el argumento mejor esgrimido es la aparente falta de documentación histórica en los archivos acerca de estos túneles. Esto, aclaramos nosotros, tal vez se deba más a una falta de investigación específica que a que realmente no existan. En mi caso, de los túneles que he estudiado hasta hoy, núnca me faltó la documentación, aunque sí hubo veces en que me fue difícil encontrarla.
Mientras tanto, en la Manzana de las Luces había comenzado a funcionar una comisión para investigar su historia y preservar algunos de sus edificios. Sin entrar a discutir la calidad de los trabajos hechos se intentó hacer algo con los túneles. Y pese a los presupuestos y los años transcurridos, lo único que se logró fue la liberación de un acceso, una serie de obras interiores ya discutidas por los expertos, y la iluminación para abrir un pequeño tramo al público. Esto es quizá lo más loable de todo el trabajo. No se hizo investigación arqueológica seria ni investigación histórica, lo que quedó demostrado al publicarse recién en 1984, tras 13 años de mantener allí un cuerpo completo de investigadores, dos pequeños folletos. El primero de ellos (34) sólo le dedica una página al tema y, bajo el título Mapa de túneles del siglo XVII, se señala a renglón seguido que son del siglo XVIII; obvia decir que es más que una versión resumida, incluyendo los errores, del plano inicial de Greslebin de 60 años antes.
El segundo folleto tiene 2 partes (35) y está integramente dedicado al tema. La primera es un resumen ligero del tema basado en Krieger. Se utilizan muchas veces fuentes terciarias, como al decir “recuerda el ingeniero Krieger lo publicado por Manuel Bilbao…”, e incluso algunas como la anécdota del soldado inglés que había ido del Socorro hasta la Recoleta. Luego se describe el aporte de Héctor Greslebin, se apoya la idea de atribuir su factura a los Jesuitas, sus usos para contrabando y defensa, y básicamente sigue los trabajos de Krieger y Tiscornia. A continuación un texto (36) intenta describir las obras de excavación y consolidación de los túneles. Es lamentable que, más allá de las palabras, de los datos anárquicos sobre la historia de la arqueología en otras partes del mundo, y sobre cómo se debe excavar —con métodos que por cierto ya han dejado de usarse en la arqueología urbana— poco o nada queda de rescatable. Tras casi 18 años de investigación en el lugar nada se ha avanzado, salvo que ahora es posible visitar un pequeño sector de los túneles. En razón de este trabajo se han publicado algunos artículos en diarios (37), que presentan fotos inéditas.
Cabría citar entre los últimos aportes, un artículo de 1986 (38) sobre la plaza Roberto Arlt y su túnel. Recordemos que allí había funcionado la Asistencia Pública, y que al remodelarse en la década de 1930 se había descubierto un gran túnel paralelo a Esmeralda. Al arreglarse la plaza después de la demolición se lo redescubrió, procediéndose simplemente a taparlo, dejando el acceso cerrado por un enrejado. Estamos ya a fines de la década de 1980; y esto que hemos presentado es prácticamente todo lo que se ha publicado sobre el tema.
Arqueología urbana y túneles (1985-1988)
En 1984 se decidió la formación de un equipo de investigación para el estudio del pasado urbano de Buenos Aires. Se había previsto que gran parte del trabajo se haría a través de la arqueología, no sólo porque era la forma adecuada para las características del área histórica donde los restos de los edificios más antiguos estaban enterrados bajo las casas posteriores, sino porque sus metodologías y técnicas habían avanzado enormemente durante los últimos años en el mundo. El equipo se formó con la colaboración de arquitectos, arqueólogos, historiadores, restauradores y especialistas en áreas conexas, dentro del Instituto de Arte Americano Mario Buschiazzo, de la Universidad de Buenos Aires. Fue así que se estableció una serie de programas de excavación, uno de los cuales le daba particular atención al tema de los túneles. Pero al contrario de lo que se había hecho hasta la fecha, la estrategia consistió en excavar y explorar primero los túneles más modernos, como ejercicio metodológico, y también para poder comenzar a construir una cronología de materiales, objetos y sistemas constructivos. Más tarde se la llevaría hacia épocas más antiguas. Para evitar repetir errores era necesario poder fechar con precisión cimientos, muros o un simple fragmento de loza o cerámica. Y también era necesario penetrar en cisternas, pozos ciegos, letrinas, desagües, albañales y todo tipo de instalación subterránea antigua que fuese accesible.
Comenzamos con el Caserón de Rosas en Palermo (39) donde, según los rumores y la tradición, había túneles y sótanos. Nada se pudo descubrir al respecto, salvo un albañal que descendía hacia un pozo ciego. El resto eran cimientos, paredes y objetos típicos y habituales de encontrar en un edificio de esas características (40).
Casi a continuación se inició un trabajo extenso, que aún no se ha completado: la exploración del edificio de la que fuera Primera Usina Eléctrica de la ciudad, establecida en 1887 por Rufino Varela y Cía. en una isla del lago pequeño de Palermo. Si bien ya hemos publicado un informe preliminar (41), se halló una compleja red de túneles bajo el piso, los cuales habían sido rellenados, salvo un sector utilizado como desagüe de un baño. Se penetró en el interior, retirando muy lentamente el relleno y el líquido, avanzando centímetro a centímetro durante días, hasta liberar varios metros y definir su forma y dirección. La investigación histórica confirmó la exploración, demostrando que se trataba de túneles contemporáneos al edificio más antiguo, que luego fueron ampliados, y estuvieron en uso hasta 1913. Eran parte de la instalación necesaria para entrar carbón desde la orilla del lago hasta los generadores eléctricos, los cuales funcionaban semi-enterrados. Los ladrillos, la mezcla utilizada, los perfiles de hierro y los objetos hallados en el interior también confirmaron este fechamiento. Quedan aún por liberar tres ramales, pero las excavaciones hechas en la orilla del lago demuestran que no pasan ni por debajo de éste, que rodea al edificio, ni que tiene entradas de agua directas.
Con el objeto de comparar estos túneles con otros, comenzamos a recorrer varios edificios que habían tenido instalaciones similares contemporáneas. Uno de los más interesantes es el de Moreno 330, donde ya se había dicho que existía un túnel. Esto resultó cierto, pero —véase la foto— se trataba de un conducto cuadrado de mampostería por el cual pasaban los cables eléctricos desde la bodega donde estaba el generador hasta los laboratorios, ya que funcionaba allí el Laboratorio de Química Municipal, fundado por Pedro Arata en 1880. Aún se conservan los aislantes, caños y parte de los cables, y ningún misterio había en ellos.
Estudiamos varios otros casos, al menos en la medida en que logramos acceder a ellos; por lo general encontramos que muchos de los túneles o construcciones subterráneas citados en la bibliografía habían sido totalmente destruidos, tapados hasta borrarlos, o simplemente no nos fue franqueado el acceso. Un ejemplo de ello fue el sistema de túneles ya citado en Ayacucho al 1600. Allí llegamos precisamente cuando la demolición estaba terminando con el edificio superior y había ya comenzado la destrucción de los túneles, para hacer allí un estacionamiento. De todas formas logramos entrar por unos minutos para tomar fotografías, pero no pudimos obtener de los arquitectos ni siquiera un plano de la demolición. Eran éstas 5 grandes naves, 4 paralelas a otra perpendicular, la última paralela a Ayacucho. Si bien la observación fue rápida, las dimensiones de los ladrillos, el tipo de mezcla —los muros habían sido revocados a nuevo—, y fragmentados de loza y gres provenientes del relleno, nos permiten identificar esta obra como el relleno hecho allí por Torcuato de Alvear en 1881, para salvar la lagunita que se formaba cuando llovía y así lotear los terrenos. Estos túneles tenían por lo menos una extensión que llegaba a Vicente López 1452 y que fue destruida en 1977 y la Comisaría 17 tiene, según versiones no confirmadas, por lo menos un sector del mismo túnel aun intacto. Estas bóvedas son similares a las encontradas enel Zanjón de Granados, lo que per mitiría explicar la función que cumplían. Debemos afirmar que no estaban a orillas del río —cosa que se ha repetido en la bibliografía—, ya que la costa siempre estuvo varias cuadras más hacia el oeste.
Otro trabajo de exploración a pequeña escala fue la identificación de los restos del Polvorín de Cueli, que se encontró bajo uno de los invernaderos del actual Jardín Botánico. Basándonos en la existencia, sobre uno de los muros inferiores, de una serie de arcos subterráneos, la excavación hacia el exterior permitió reconstruir la forma del edificio original y hallar el muro perimetral que lo protegía (42).
Los trabajos más amplios fueron llevados a cabo en San Telmo. A partir de la ubicación del Zanjón de Granados y su entubamiento, por Jorge Eckstein y Alejandro Baca Bononato en 1986, se creó un proyecto sistemático de excavación del relleno del túnel, y de las construcciones de su alrededor. Estas exploraciones llevaron varios meses y gracias a la labor arqueológica se lograron recuperar unas 30 mil piezas diversas —de metal, vidrio, porcelana, loza, cerámica, etc.— que, encuadradas en su estratigrafía, permitieron reconstruir el proceso de ocupación del lugar desde inicios del siglo XVII hasta la actualidad (43).
El Zanjón de Granados es el nombre con que fue conocido el riacho que, descendiendo desde Constitución, desemboca en el río de la Plata. Se trataba más específicamente del Tercero del Sur, un río estacional básicamente formado por agua de lluvia, y que marcó el límite sur de la ciudad hasta el siglo XVIII. Mucha bibliografía se ha escrito al respecto, en especial destacando su mal olor, su constante acumulación de barro y basura y las enormes dificultades que le causaba a la población. El acceso de carretas a la ciudad desde el sur se hacía cruzando el Zanjón, y a veces quedaba cortado durante semanas. De allí que en muchas oportunidades se intentara encauzarlo, pero no se pudo por la fuerza del agua en las crecidas. Se hicieron puentes y algunas casas a su alrededor, pero sus adyacencias nunca fueron zona de habitación digna.
Hacia 1850 la situación ya era grave, por lo que la Municipalidad decidió proceder al entubamiento del arroyo. Se llamó a un concurso (44) en 1865 y tras diversas alternativas se optó por un sistema de reloteo de las manzanas para hacer la obra con lo producido por las ventas. Los trabajos se iniciaron en 1866 y, en algunas manzanas continuaron hasta 1871. Se hizo una enorme bóveda de mampostería sobre muros rectos cavados en el lecho mismo del arroyo, transformando así la zona en un túnel de grandes proporciones que corría bajo 5 manzanas. Fue la primera gran obra de este tipo en la ciudad, pero cuando al iniciar Bateman sus trabajos para el desagüe de la ciudad, ésta quedó eliminada. El proyecto de Bateman, que realizó todo el desagüe cloacal y pluvial del centro urbano, estaba pensado de manera integral, de forma que el Tercero dejaba de existir como tal; se procedió a rellenarlo o a dejar al viejo túnel inutilizado. A partir de 1895 comienzan los vecinos a destruirlo en parte y a bajar las medianeras hasta cortarlo en segmentos. Pronto se perdió de la memoria urbana y ya hemos visto que cada tanto se lo volvía a descubrir con asombro y una aureola de misterio.
Nuestros trabajos consistieron en la limpieza del relleno, que al haber sido depositado en los años citados, contenía un número de objetos antiguos, tanto de la época como anteriores. Cabe citar que se encontró desde cerámica indígena hasta todos los tipos de cerámicas coloniales, particularmente Talavera; también rescatamos lozas, porcelanas, innumerables botellas de cerveza y ginebra, botellas de vidrio de vino y de productos diversos, en particular las célebres ginebras de base cuadrada, juguetes y hasta ropa y zapatos. Hubo botones, pipas, alfileres, dedales, bolitas, cabezas de muñecas de porcelana, y un sinnúmero de utensilios de la vida doméstica, cuyo estudio está permitiendo una mejor reconstrucción de las formas de vida populares en los siglos XVIII y XIX.
Dado que el túnel fue excavado ampliando el lecho mismo del arroyo antiguo, supimos que a sus lados debía encontrarse la tierra que se sacó de allí, y que se usó para subir el nivel del terreno adyacente. Y como el Tercero fue el basural de la ciudad desde el siglo XVI, creímos con acierto que en esa tierra se encontrarían objetos de alto valor histórico. Así fue, y por suerte se descubrió que en las orillas del antiguo riacho se habían acumulado estratigráficamente, desechos desde los primeros años de población. Así se logró ir levantando lentamente objetos, y en especial cerámicas de cada época de nuestra historia. Esto ha permitido establecer una secuencia continua, y tipológicamente amplia, que permite una base de comparación para excavaciones similares futuras.
La gran sorpresa fue identificar los restos de dos casas del siglo XVIII, muy reducidas, cuyos cimientos y pisos estaban aún bajo los pisos de la casa construida en 1865 por la familia Cajaraville. Y si bien estas casas no tenían relación con el túnel, fueron destruidas al construir y relotear la manzana, quedando así sus restos cortados por las nuevas medianeras. Esto no es más que una muestra de las enormes posibilidades que un trabajo arqueológico sistemático puede presentar. Si los túneles de la ciudad fueran excavados todos de esta manera, rápidamente podríamos solucionar muchas de nuestras dudas e inquietudes. Pero el trabajo es lento, y es necesario continuar haciendo esta tarea en cada túnel y construcción.
Paralelamente se hicieron otras investigaciones en San Telmo, relacionadas con sótanos y construcciones subterráneas. Hasta la fecha se han podido identificar con precisión los siguientes elementos:
1) Pozos ciegos: son pozos profundos, que rebasan la napa freática, excavados en la tierra con un ancho de 1 a 1,50 metros, cubiertos por una bóveda de ladrillo con o sin acceso. Serían de descarga de letrinas; es común hallar hasta 5 o 6 en cada lote de la ciudad vieja.
2) Pozos de balde, o de agua: se trata de pozos de 1 a 1,50 metros excavados a la primer napa, con o sin recubrimiento de ladrillo, de los cuales se extraía agua mediante una roldana, balde y soga. Por lo general tenían un brocal, es decir una pieza de mármol cilíndrica o de 5 caras con agujero central por el cual bajaba el balde. Habitualmentese los mal denomina aljibes, siendo en realidad sólo pozos con brocales similares a los de los aljibes de verdad.
3) Aljibes o cisternas: son grandes cámaras subterráneas generalmente cilíndricas, recubiertas totalmente de mampostería revocada, con piso de baldosa, con acceso por un brocal con balde. El agua llegaba por conductos de ladrillos que bajaban desde la terraza o los pisos de los patios y acumulaban agua limpia. Los dos primeros se construyeron en el siglo XVIII. Alcanzan los 10 metros de profundidad y unos 3-4 de ancho.
4) Albañales y conductos: hasta fin del siglo pasado el agua de desagüe fue conducida a pozos y aljibes mediante largas cámaras de ladrillo y baldosas, que llegan a tener 50 centímetros de alto, y que son comunes de encontrar bajo cualquier edificio anterior a 1900. Son simples conductos de aguas servidas y fueron reemplazados por caños de barro vitrificado y más tarde de hierro.
5) Conductos, cañerías e instalaciones sanitarias del proyecto Bateman: son todas obras fáciles de identificar, ampliamente descritas en las publicaciones oficiales de la Comisión de Aguas Corrientes desde 1880, y difícilmente puedan confundirse con otro tipo de túneles.
Conclusiones
La revisión de lo que hasta la fecha se ha hecho en el tema, nos suma en cavilaciones que van más allá de la realidad de los túneles mismos. No porque éstos sean misteriosos, o que en ellos se hayan encerrado esclavos, ultrajado monjas, o torturado prisioneros, o jóvenes mancebos hayan huido con inocentes doncellas. Lo terrible es que si tomamos como fecha el descubrimiento de Burmeister, en 1893, se está por cumplir un siglo de ello, y por cierto, a excepción de los trabajos de Greslebin y algunos textos recientes, casi nada se ha progresado. Se ha escrito, se han mezclado datos, se ha condimentado todo con una dosis de romanticismo vernáculo, y el resultado fue la destrucción y pérdida de la mayor parte de estos túneles. Lloramos en vez de investigar, escribimos sobre lo que se debería hacer, pero fueron pocos los que realmente tomaron la iniciativa para la investigación sistemática. Vimos cómo desde 1930 en adelante nada importante se hizo hasta casi fines de la década de 1960, Y, pese a las comisiones y grupos de estudio, lo único logrado fue la preservación de algunos segmentos en la Manzana de las Luces y su apertura turística. Al parecer la década de los ’80 está abriendo una nueva perspectiva. La arqueología urbana tiene ahora la mitad de la palabra; la investigación documental en los archivos tiene la otra mitad. Pero lamentablemente la palabra fundamental ya está destruida: el misterio no está en los túneles, sino en los porteños que hemos destruido nuestro propio pasado en aras de un progreso de muy dudosa calidad.
– SEPARATA –
Los túneles bajo el Cabildo
Si bien hubo referencias en varias oportunidades acerca de la existencia de túneles y habitaciones subterráneas bajo el antiguo Cabildo, fue recién durante los trabajos previos a la restauración hecha por Mario Buschiazzo en que se los logró ubicar y hacer un plano de ellos. Esto fue en 1936, pero lamentablemente durante la obra de 1939 no se los trató de dejar a la vista o por lo menos accesibles, sino por el contrario se los cubrió con una gruesa capa de hormigón y se los desapareció definitivamente. También es de lamentar el plano que se levantó, muy poco detallado, en escala reducida, y muestra sólo lo que se observó a simple vista. No se hicieron estudios o excavaciones para confirmar dimensiones, lo que hubiera sido muy importante. Unicamente Vicente Nadal Mora en 1957, publicó unos pocos renglones.
Se trata de dos ramales que se interceptan a 90°, cuyos inicios y término no están definidos, y que se conectan con un cuarto de 12,70 por 5,10 metros de lado y profundidad no definida, techado con bóveda de ladrillo. Todos los túneles se hallan aproximadamente un metro del suelo, teniendo 1,10 de ancho salvo el tramo este -oeste que es más ancho en un extremo (2 metros) y menor en el otro. El extremo este se pierde tras pasar debajo del vestíbulo y primer cuarto del Cabildo, exactamente por su centro, para doblar hacia el norte quedando allí interrumpido, no sabemos si por el cimiento o porque no se siguió su búsqueda. Por dentro de este tramo pasa un caño de Obras Sanitarias.
En este caso hay varios datos interesantes como pistas de datación: el ramal norte-sur se desvía por la existencia de un pozo negro, los muros de la habitación subterránea son coincidentes con los de las paredes que tenían las construcciones hechas en 1879 por Pedro Benoit en el Cabildo, y su trazo es coincidente con las habitaciones que tuvo arriba. Dentro de uno de los tramos pasa un caño de agua corriente e incluye 2 cámaras de inspección que sin dudas son posteriores a 1900.
Todos estos túneles que pasan debajo del actual patio y del edificio principal no pueden ser anteriores a la construcción del cabildo mismo, iniciado en 1725. Pero sabemos que en años posteriores se hicieron varios pozos ciegos, en especial por los problemas suscitados por la gran cantidad de presos en la prisión. Es imposible sin excavación arqueológica fechar el pozo por el cual se desvía el túnel, pero podemos como máximo suponerlo como contemporáneo a la obra original. Es factible que el ramal que pasa justo por el centro del acceso tenga esa misma fecha, y que en algún momento, al colocársele el sistema de agua y desagüe, se haya ubicado este túnel y se lo aprovechó. Esto se deduce dado que los caños están apoyados sobre un relleno de tierra dentro del túnel, el que tiene sus muros hasta una profundidad no identificada. Respecto a la habitación subterránea, ésta podría coincidir, como dije, con las obras de Benoit, pero es también lógico que, por estar unido a los túneles sea contemporánea, y que el poco ancho de la pared se deba únicamente a que éstas sirven para limitarlo y no a soportar pesos mayores. En total hay 66 metros lineales de túnel. El extremo sur, que asomaba en 1936 por debajo de lo que ahora es Diagonal Sud, y cruza Hipólito Yrigoyen, es factible que haya sido parte de un túnel mayor.
Notas y bibliografía
1) La Gaceta Mercantil, Nos. 7325 y 7358, del 17 de abril y 16 de mayo de 1848, Buenos Aires, págs. 1-2; El Comercio del Plata, Montevideo, 29 de febrero de 1848.
2) ídem, 17 de abril, pág. 2
3) Blas Vidal, “Una excursión por los subterráneos de Buenos Aires”, Caras y Caretas, 26 de marzo de 1904, Buenos Aires.
4) “Los subterráneos de Buenos Aires, una serie de hallazgos curiosos: la tradición y la realidad”, La Nación, 17 de agosto de 1909.
5) “Los subterráneos de Buenos Aires, la casa de Juan Manuel de Rosas; escondrijos misteriosos”, La Nación, 18 de agosto de 1909.
6) “En el mercado central; las grandes cámaras ocultas”, La Nación, 19 de agosto de. 1908.
7) “El pozo de la calle Belgrano. El túnel de San Ignacio”, La Nación, 20 de agosto de 1909.
8) “Los subterráneos de Buenos Aires”, Caras y Caretas, 29 de agosto de 1909.
9) Angel Gallardo, “Colegio Nacional de Buenos Aires. Visita a los subterráneos”, La Nación, 10 de octubre de 1918.
10) Héctor Greslebin, “El subsuelo porteño. Detalles de los subterráneos en la manzana delimitada por las calles Alsina, Perú, Bolívar y Moreno”, La Unión, 11 de octubre de 1920, pág. 3.
11) Véase referencias en nota 14.
12) Leopoldo Lugones, “El hundimiento de Buenos Aires”, La Nación, 9 de julio de 1922.
13) Manuel Oliver, “Buenos Aires a través de 56 años. Cuartel de Plaza Lorca y un misterioso túnel”, La Razón, 16 de junio de 1926.
14) Hubo varias noticias; véanse: “Hallazgo de un lago subterráneo en la capital, cuatro manzanas en peligro”, La Unión, 6 de octubre de 1920; Luis Macheroni, “A propósito del lago subterráneo, alguien que recuerda algunos interesantes antecedentes”, La Nación, 15 de octubre de 1920; “Sobre el Tercero antiguo, una alarma infundada”, La Nación, 13 y 14 de octubre de 1920.
15) Enrique Udaondo, Reseña histórica del Templo de San Ignacio: 1722-1922, Buenos Aires, 1922.
16) “En un terreno céntrico se comprobó la existencia de una galería subterránea”, La Prensa, 26 de noviembre de 1927.
17) “Se ha descubierto un nuevo subterráneo o es una ramificación de otros ya conocidos”, La Razón, 27 de octubre de 1928.
18) “Una guarida de contrabandistas comunicaba con el río por un túnel”, La Nación, 23 de mayo de 1934.
19) Vicente Nadal Mora, “Los subterráneos secretos de Buenos Aires”, Historia, N° 8, 1957.
20) Manuel Bilbao, Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires, Talleres Gráficos Ferrari Hnos., Buenos Aires, 1934; cap. LXXXIX.
21) Dardo Cúneo, “Los subterráneos misteriosos de la Casa de Gobierno”, Mundo Argentino, N° 1416, 9 de marzo de 1938.
22) Ver nota 19.
23) Francisco de Aparicio, “Félix Outes” (bibliografía, curriculum), Publicaciones del Museo Etnográfico), Facultad de Filosofía y Letras, vol. IV, págs. 253 299, Buenos Aires, 1940/2.
24) Carlos Tero, “Los túneles secretos de Buenos Aires”, Mundo Argentino, N° 2469., 25 de junio de 1958, págs. 22-24.
25) Héctor Greslebin, “Aspectos de los antiguos subterráneos secretos de Buenos Aires”, La Prensa, 9 de setiembre de 1964, pág. 13.
26) Héctor Greslebin, “Los subterráneos secretos de la Manzana de las Luces en el viejo Buenos Aires”, Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, vol. 6, págs. 3173, 1966/7, Buenos Aires.
27) Es de lamentar que no haya hecho una lista completa de túneles en la ciudad, ya que para esa época se habían descubierto algunos otros más que aún esperan ser publicados y cuya información debió tener a mano.
28) Jorge Larroca, “El misterio de los túneles coloniales de Buenos Aires”, Todo es Historia N° 2, págs. 84-91, 1967; también en Crónicas de Buenos Aires II, 1977,.
29) Carlos Krieger, Túneles con misterio, Edición República de San Telmo, Buenos Aires, 1971.
30) Daniel Schávelzon, “La arquitectura para la educación en el siglo XIX”, Documentos para una historia de la arquitectura argentina, Ediciones Summa, Buenos Aires, 1978.
31) Es triste que sobre estos túneles y sobre su remodelación no se haya hecho ninguna publicación específica, ni oficial ni por los mismos arquitectos que hicieron allí las obras.
32) Federico Kirbus, Guía de turismo y aventuras, edición del autor, Buenos Aires, 1982.
33) Ruth Tiscornia, La política económica rioplatense a mediados del siglo XVII, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1983. Veáse el capítulo “Túneles sin misterio”, págs. 229-234.
34) 400 años de historia, Instituto Histórico de la Manzana de las Luces, Buenos Aires, sin fecha.
35) E. Mayochi y N. Poitevin, Manzana de las luces, túneles del siglo XVIII, Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces, sin fecha.
36) Jorge Gazzaneo, “Excavación, consolidación, y puesta en valor de los túneles de la Manzana de las Luces”, ídem nota 35, sin paginación, sin fecha.
37) “En los túneles misteriosos”, La Nación, pág. 8, 4 de octubre de 1982 y “Primera visita guiada a los túneles de la época colonial”, La Nación, 3 de julio de 1984.
38) Carlos Scavo, “Misterios en la Plaza Roberto Arlt”, Clarín, 25 de febrero de 1986.
39) Daniel Schávelzon y Jorge Ramos, “El Caserón de Rosas en Palermo: las excavaciones arqueológicas”, Historia, vols. 20 y 29, 1986 y 1988. Hubo gran cantidad de notas periodísticas en Clarín y La Nación en 1985.
40) Daniel Schávelzon y Jorge Ramos, El Caserón de Rosas en Palermo: arqueología, arquitectura e historia, en prensa.
41) Daniel Schávelzon, “La exploración de los túneles de Palermo”, Clarín arquitectura, 7 de febrero de 1986.
42) Daniel Schávelzon, “Ubican en Palermo los restos de un antiguo Polvorín”, La Nación, 21 de octubre de 1986 y “Excavación arqueológica del antiguo Polvorín de Cueli en el Botánico”, La Gaceta de Palermo, N° 4, págs. 4-9, Buenos Aires.
43) Daniel Schávelzon “Una investigación deparó valiosos hallazgos históricos: arqueología urbana en San Telmo”, La Nación, 1° de diciembre de 1986, pág. 16; “Hallan restos indígenas en San Telmo, objetos de cerámica cerca de un túnel del siglo pasado”, Clarín, pág. 42, 5 de setiembre de 1987; “Arqueología urbana hoy: Buenos Aires”, Clarín arquitectura, 26 de febrero de 1988, pág. 1.
44) Daniel Schávelzon, “Construcciones históricas bajo la cota cero de Buenos Aires”, Summa, colección temática, vol. 19, págs. 58-61, Buenos Aires. Daniel Schávelzon, Sergio Caviglia, Marcelo Magadán y Santiago Aguirre Saravia, Excavaciones arqueológicas en San Telmo: informe preliminar, Instituto de Investigaciones Históricas, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Buenos Aires, 1987.