Artículo publicado en el Boletín Hábitat, volúmen N° 1, número 1, correspondiente al año 2002, Buenos Aires. También se encuentra publicado en su versión digital, cuya URL es http://www.revistahabitat.com/boletin/numero2/#nota_4
Un día que prefiero olvidar, pasé frente a la maravillosa fachada de la entrada al Convento de las Teresas en Córdoba. Estaba allí, como siempre, un espectacular portal y el mejor ejemplo que queda del barroco cordobés. Fue construido en 1770 aunque con un origen más antiguo, que se remonta hasta la fundación del convento en 1628. La fachada estaba como siempre la había visto, ya lo dije, majestuosa con su monumental remate y sus columnas cortadas a mitad de la altura; éstas habían sido recortadas en 1810 o poco antes, cuando se obligó a respetar a rajatabla la línea municipal que imponían las leyes borbónicas desde finales del siglo XIX. Por ello todo lo que sobresaliera, fuera lo que fuese, debía ser cortado hasta dos metros de alto. Las monjas, obedientes, así lo hicieron y se perdieron los delicados haces de delgadas columnas y sus basas, parte sustancial del perfecto juego que forma ese pórtico y su espadaña ahora única.
Fue ese nefasto día en que se me ocurrió que era factible, gracias a los muchos amigos que tenía en el municipio y en las oficinas de patrimonio de Córdoba, revertir ese recorte de 1810, reconstruyendo los faltantes. Pero era sólo una idea y me fui tranquilo a rumiarla; lamentablemente lo hablé con varios funcionarios de turno.
Poco tiempo más tarde decidí que la idea era acertada; si bien implicaba una reconstrucción, esto podía hacerse si se respetaban varias premisas que más adelante enumero, si se hacía una buena investigación previa -arqueológica y documental-, si se recuperaba el nivel de piso antiguo y si se aprovechaba para ensanchar la vereda evitando que estacionaran los autos en la puerta, tapándola. Aunque había un cartel que prohibía hacerlo jamás nadie se enteró. Y de paso se veía cuál había sido el color original para volver a pintarlo igual mediante algunas calas hechas por un profesional.
La propuesta enviada, escrita y dibujada, consistía en:
- Un trabajo arqueológico en piso y pared, para recuperar el nivel original -que no es el actual-, y observar las marcas de las basas en los muros.
- Un estudio documental para ver si era posible encontrar descripciones o ilustraciones de la forma real de las basas.
- Bajar el nivel de la vereda al que se hallara en la excavación recuperando el solado antiguo, de ser posible, o dejar alguna evidencia de cómo fue.
- Proceder a reconstruir las columnas siguiendo la forma de lo existente y las marcas en la pared y piso.
- Dejar testimonio, mediante una marca muy ligera, entre lo original y lo nuevo.
- Dejar testimonio mediante una textura muy ligera en el revoque, de lo que se haga a nuevo.
- Si no se hallara evidencias concretas sobre la forma de las basas, usando los datos arqueológicos (marcas en piso y pared), debía dejarse evidencia clara de que eran reconstrucciones arbitrarias.
- Aprovechar esas obras para hacer calas de color en las paredes, columnas, capiteles y otros sectores para devolverle la coloración original.
- Publicar los resultados de todo el trabajo.
- Ensanchar la vereda el ancho de un auto para evitar el estacionamiento.
- Este era mi proyecto y envié a la Dirección de Patrimonio un plano con planta y alzada y una memoria descriptiva de la propuesta.
Demás está decir que el tiempo pasó y nunca tuve respuesta, ni siquiera hubo un acuse de recibo. Más tarde me olvidé del tema e incluso en varias oportunidades pasé cerca y ni siquiera miré para ese lado –mea culpa-; hasta el día, dos años más tarde, en que me di cuenta que Las Teresas tenían su pórtico completo. ¿Casualidad?, sí, seguramente… Nadie me avisó ni me pidió permiso para usar mi proyecto, ni siquiera me llamaron para que vaya a la inauguración. Simplemente alguien lo hizo igual, y para peor, seguro se emborrachó en mi nombre en la fiesta.
Pero no era igual. No se hizo arqueología, no se recuperó el nivel original de los pisos, no se dejó evidencia del solado antiguo -ni siquiera una piedra-, no se hicieron texturas o indicaciones que diferencien lo nuevo de lo original, y menos aún se evidenció de manera alguna de dónde se tomó la forma de las basas. Al parecer y según se me informara después en la Municipalidad, se usó un grabado de Pedro Grenón (Mi álbum gráfico de motivos del pasado, 1945-48, Córdoba), quien obviamente nunca pudo ver los originales porque nació un siglo más tarde, y en su dibujo, simplemente, hizo las basas rectas siguiendo la forma de los capiteles superiores. Es decir, aparentemente se les inventó la forma. O se usó el invento de otro anterior.
La coloración también parece arbitraria: amarillo por el neocolonial de Martín Noel & Cia., quienes inventaron el color «amarillo colonial» inexistente en la colonia; y el rosa por cuestiones obvias: es un convento de mujeres. Puede ser que así fueron, ¿pero quien lo probó?
O a lo mejor me equivoco, se hizo todo muy bien, pero o no se publicó, o no me enteré -o daba ocupado el teléfono cuando me llamaron-, y seguramente la culpa es toda mía. Pero quiero que quede claro que si bien la idea sí fue mía, no soy responsable de lo hecho, porque eso sí: ¡me han llegado a mí las críticas!
En síntesis: Las Teresas tiene, después de casi dos siglos, su pórtico reconstruido, que es lo que importa. Mi único consuelo es que la justicia a veces llega sin saberlo: como la mezcla usada en las columnas es de mala calidad (le deben haber incluido gran cantidad de cemento en lugar de cal), se ha fisurado precisamente en la unión con el mortero antiguo, separando lo nuevo de lo viejo sin quererlo. Algo es algo, pusdo haber sido peor. Pero…