Artículo publicado en la revista Mesoamérica, publicación del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica y Plumsock Mesoamerican Studies, N° 28, año 15, correspondiente al mes de diciembre de 1994, pps. 321 a 335, ISSN 0252-9963, South Woodstock, VT, Estados Unidos de América.
Si observamos la historia de la arqueología en México y América Central, es fácil notar el rápido proceso de cambio ocurrido entre 1850 y 1880. Así como la bibliografía coincide en que para 1885 la arqueología como ciencia ya estaba iniciada, también hay consenso en que treinta años antes el americanismo no existía, ni siquiera como proyecto (1). Muchas son las causas que motivaron este fenómeno y aún es mucho lo que deberá estudiarse para entenderlo; pero es posible establecer que el movimiento denominado americanismo surgió, aunque pareciera ser contradictorio, con la invasión a– México organizada por Napoleón III, que creó el Imperio de Maximiliano de Austria durante tres años. Esto es interesante ya que permite estudiar la historia de la arqueología durante una etapa políticamente bélica e imposición de nuevos modelos culturales, a través de una línea en la cual los resultados podrían ser considerados no sólo como positivos, sino de gran importancia para el crecimiento de la ciencia en México.
La preocupación por América Latina y en especial por México estuvo presente en el pensamiento francés desde muy temprano, cosa que la bibliografía ya ha ahondado; en especial en el siglo XVIII los pueblos prehispánicos sirvieron para dar veracidad tanto a las teorías del Buen Salvaje como las que lo minusvaloraban o despreciaban por ser racialmente inferior (2). Así continuó hasta después de la Independencia en que algunos viajeros, eruditos y anticuarios comenzaron a modificar la forma de ver el pasado: las publicaciones de Humboldt, gran parte de ellas en francés, y la gran obra del abate Henri Baradere son de destacar. Este último había llegado a México en 1827 en relación con la colonización del Istmo de Tehuantepec y en sólo dos años estableció contactos con el naciente mundo mexicano de las antigüedades y del museo. Editó en París la obra de Dupaix y Castañeda, que incluía artículos de otros franceses como Charles Farcy y Alexander Lenoir (3). Muchos libros más se editaron en francés en esos años, como los de Williams Bullock, Joel Poinsett, Basil Hall, J. C. Beltrami y otros.
También entre los antecedentes franceses debemos recordar a Jean Frédérick Maximilien de Waldeck cuya historia, si bien discutida, está estrechamente vinculada a Francia (4). Llegado en 1825, publicó su gran Voyage pittoresque et archéologique dans la province de Yucatan en 1838, tras haber ganado la medalla de la Société de Géographie (5). Tras ese libro, sus publicaciones quedaron prácticamente suspendidas hasta la llegada de la Commision Scientifique y con el impulso que le diera Brasseur de Bourbourg al editar su Monuments anciens du Mexique.(6) Otro de los coleccionistas e inquieto anticuario fue Joseph Marie Alexis Aubin, llegado en 1821 como pedagogo, y que luego de formar una colección y biblioteca excepcional comenzó a publicar en 1860 su Mémoire sur la peinture didactique et l’écriture figurative (7). Más tarde editaría los códices Tlotzin y Quinatzin, y se haría famoso por los avatares de su biblioteca y los manuscritos que contenía, pero eso sería hacia 1890. Otros franceses más viajaron o publicaron libros sobre el tema, y entre ellos hay que destacar a Henry Ternaux-Compans, quien entre 1837 y 1840, editó sus cuarenta volúmenes sobre viajes y descripciones coloniales (8). Sin embargo, los tres viajeros que jugarían el papel más destacado en los años preliminares a la invasión francesa fueron Désiré Charnay, llegado en 1847, Henri de Saussure que tocó tierra mexicana en 1854, y Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, quien arribó en 1857.
Louis Frederic Henri de Saussure (1829-1905), de origen suizo, llegó a México a los 25 años de edad para recorrer parte del territorio en calidad de geógrafo. Si bien sólo permaneció en el país dos años, sus observaciones sobre vulcanología, zoología, botánica, geografía, hidrología, geología, arqueología y otras ciencias conexas lo transformaron en uno de los mayores conocedores del país; después de Humboldt, prácticamente fue el hombre que mayor cantidad de conocimientos acumulara; su obra, dispersa en trabajos monográficos cortos, no pudo llegar a compendiarse en visiones amplias como las de Humboldt, a quien pudo haber emulado. Queda su breve estudio de las ruinas de Cantona, por él descubiertas, como un buen ejemplo de la seriedad y meticulosidad en el respeto a los datos de campo que algunos de estos pioneros tuvieron. Hacia 1860 publicaba asiduamente las Mémoires pour servir á l’histoire naturelle du Mexique y en revistas como el Bulletin de la Société de Géographie (9). Recibió la condecoración de la Legión de Honor en París y colaboró años más tarde tanto en la Comisión Científica como en la organización de los congresos de americanistas y en la Société des Américanistes. Fue además el primer editor del códice Becker (10). Otro de los viajeros que servía de nexo entre la Comisión Científica formada en París y la realidad del territorio, era Charles Etienne Brasseur de Bourbourg (1814-1874), sobre quien existe, por suerte, nutrida bibliografía (11). Brasseur de Bourbourg llegó a México por primera vez en 1847 y en su viaje inaugural de dos años estableció una serie de relaciones con intelectuales mexicanos como Isidro Gondra y Manuel Larraínzar y viajó por buena parte del país. De su primer viaje hubo logros incontables, desde la edición del Popol Vuh a su extenso libro Lettres pour servir d’introduction á l’histoir primitive des nations civilisées de l’Amérique septentrionale, muchas cartas publicadas en México, y llevó a Francia datos para publicar por varios años más (12). Su segundo viaje en 1854 fue hacia regiones sureñas y su estadía le permitió no sólo aprender nuevas lenguas indígenas, sino también traducir el Memorial de Tecpán-Atitlán, rescatar el Rabinal Achí y compilar su gran Histoire des nations civilisées du Mexique en 4 tomos, además de juntar una biblioteca que hoy en día nos parece admirable (13). Su tercer viaje fue en 1859, y entre otras cosas descubrió la Relación de las cosas de Yucatán del obispo Diego de Landa y en 1861 comenzó a publicar su otra gran obra, la Collection de documents dans les langues indigénes, ya citada aquí (14). En 1864 fue designado profesor de lenguas indígenas americanas en La Sorbonne. Ese mismo año fue nombrado miembro de la Comisión Científica, para la cual realizaría un importante trabajo en cuanto a establecer las normas de funcionamiento de los investigadores en el campo, además de llevar adelante las relaciones públicas con las instituciones y personalidades del país.
No creo necesario entrar en la vieja polémica acerca de sus ideas sobre el pasado indígena; para el caso no es importante la postura teórica tan peculiar que sustentaba, sino el papel concreto que jugaba en México y en el mundo al ser designado parte de una nueva misión francesa. Para el momento era quizás el mayor conocedor de los sitios arqueológicos y las lenguas indígenas que era posible encontrar en Europa.
El tercer viajero que jugaría un papel importante fue Désiré Charnay (1828-1915), cuya obra es ya conocida, y cuyos libros serían utilizados para dar una justificación racial a la superioridad europea y, obviamente, a la dominación imperialista (15). Charnay fue básicamente un fotógrafo expedicionario y no un interesado en antigüedades, y su viaje en 1857 fue más por seguir la aventura de Stephens y Catherwood que por las ruinas en sí mismas; pero al parecer fue cautivado por éstas. Habiendo llegado con el apoyo financiero del ministerio de instrucción pública francés, pasó dos años recorriendo sitios arqueológicos y tomando fotografías de excelente calidad, las primeras que se publicaban en el mundo sobre el tema. Su Album fotográfico mexicano de 1860 produjo un cambio importante en la forma de ver las ruinas, ya que ahora se contaba con fotos y no con discutidos dibujos como los de Waldeck y Dupaix (16). Entre 1862 y 1863, inmediatamente antes de la invasión de Maximiliano, publicó su Cités et ruines américaines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichén Itzá, Uxmal, con prólogo de Eugéne Emanuelle Viollet-le Duc (17). Es notable la diferencia entre el texto de Charnay y la introducción, ya que Viollet-le-Duc, el arquitecto más célebre de su tiempo, aprovechó el material del viajero para establecer su modelo histórico-racial de la evolución de la arquitectura, donde a cada tipo humano le correspondía una técnica específica de construcción. Ambos integrarían más tarde la Comisión Científica. Más allá de la diferencia entre ellos, en lo que sí coinciden es en la necesidad de que Francia enviara una misión militar; pero su compromiso real fue reducido, ya que en 1863 fue enviado en una misión político-cultural a Madagascar.
Este era el panorama que presentaban las relaciones entre Francia y México respecto a lo arqueológico-indígena: no existía ningún intercambio científico-institucional, ni verdaderas expediciones enviadas por museos, ni siquiera viajeros que no dependieran más que de su propia iniciativa, curiosidad o de intereses primarios diferentes.
En el año 1864 se estaba produciendo en París un cambio en las relaciones con México, ya que la invasión imperial para la implantación de un gobierno colonial bajo el mando de Maximiliano de Austria se había echado a andar. El gobierno francés necesitaba que su invasión militar estuviera avalada por intelectuales de prestigio, que hicieran más aceptables los hechos; y a la vez, éstos podrían recabar información acerca del país, en especial de sus riquezas mineras, agrícolas y ganaderas. Era una verdadera invasión imperial, con características ilustradas junto a ella (18). Ya antes de la invasión a México, Napoleón III había creado por iniciativa de su ministro de instrucción pública Víctor Duruy, una primera «Comisión científica, literaria y artística de México», cuyo reglamento salió en 1864.(19)
Pese a la aceptación de esa Comisión por parte de Maximiliano, ésta nunca llegó a funcionar; se procedió a los pocos meses a la creación de otro grupo de estudiosos que conformaron la Comission Scientifique au Mexique (Comisión Científica en México). El proyecto planteaba que dicha Comisión funcionaría en dependencia del ministerio de Duruy y estaría compuesta por un grupo que dirigiría los trabajos desde París, junto con viajeros que recorrerían México. La idea era similar a la comisión enviada a Egipto por Napoleón I y a las instrucciones hechas para el Perú en 1861 (20).
El grupo de París estaba integrado por personalidades de primera categoría: todos eran personajes que, más allá de sus posiciones políticas, representaban lo más selecto de la cultura francesa. Estaban entre ellos el senador Michel Chevalier —quien escribiría largos tratados sobre México—, el barón Gros —embajador en México, fotógrafo y explorador—, el zoólogo H. Milne Edwards —cuya obra era ya famosa—, el antropólogo M. de Quatrefages —el antropólogo más prestigiado de Europa—, el abate Brasseur de Bourbourg y Joseph Aubin. Napoleón III, imbuido del mismo espíritu expansionista que su predecesor, quiso emular la obra hecha en Egipto; así lo establecía Chevalier en su libro publicado en 1863, Le Mexique ancien et moderne, donde intentaba demostrar la incapacidad de los mexicanos para poder vivir en democracia, y por lo tanto justificar la invasión a su territorio y la subsecuente implantación de una monarquía extranjera (21).
El grupo organizador quedó compuesto por veintitrés miembros: el mariscal Vaillant, ministro de bellas artes; Michel Chevalier, senador y escritor; el vice almirante Jurien de la Gravière, ex-jefe de operaciones navales en México; el barón Larrey, miembro de la Academia Imperial de Medicina; Eugene Emmanuelle Viollet-le-Duc, arquitecto e historiador; Léonce Angrand, ex-cónsul en Guatemala y cónsul en México; el coronel Ribourt, jefe del gabinete del ministerio de guerra; César Daly, arquitecto y americanista; Marié-Davy, astrónomo del observatorio imperial de París; Vivien de Saint Martin, geógrafo y americanista; M. de Quatrefages, antropólogo; M. Bellaguet, jefe del gabinete del ministro de instrucción pública; A. Duruy, secretario de la Comisión; el abate Brasseur de Bourbourg, H. Milne Edwards, Joseph Aubin, Adrián de Longperier, De Tessan, Faye, Combes y Decaisne. Para el mes de marzo de 1864, ya se habían instalado los miembros y se estaban publicando las instrucciones y reglamentos para su funcionamiento. Se crearon comisiones internas y se organizó un comité encargado de los trabajos de historia, etnología, lingüística y arqueología que quedó compuesto por el barón Gros como presidente y por Longpérier, Mayry, Angrand, Viollet-le-Duc, Daly, Brasseur de Bourbourg y Aubin como miembros. Luego se procedió a nombrar los corresponsales en México; tras varias cavilaciones se decidió designar a Joaquín Velázquez de León, un prestigioso científico, y junto a él al historiador José Fernando Ramírez, ambos ministros del nuevo gobierno (22). Asimismo fueron designados varios médicos franceses como Biart, Coindet y Ehrman. En Europa fueron nombrados Erkhardt (quizás el antropólogo físico más importante de su tiempo), el geógrafo Henri de Saussure en Suiza, Arthur Morelet, quien publicó dos volúmenes con sus viajes por México (23) y varias otras personalidades que no citamos ya que no tuvieron relación con la temática que estamos estudiando.
Poco tiempo después, la lista se amplió con otro grupo de miembros residentes en México, algunos de los cuales con los años plantearon que su designación no había sido hecha con consulta previa. Algunos de ellos no fueron colaboradores del régimen, tal como Gabino Barreda, en esa época médico, filósofo y activo político y cuya obra trasciende totalmente este estudio, pero que debemos mencionar como uno de los intelectuales impulsores del Positivismo en México. Junto a él estaban Francisco Pimentel, autor de trabajos sobre la cuestión indígena, y Joaquín García Izcalbaceta, el llamado «Kingsborough mexicano» y quizás el bibliógrafo más entendido sobre México de todos los tiempos. Asimismo se encontraba entre ellos Antonio García Cubas, geógrafo que comenzaría así su carrera de arqueólogo, además de ser el fundador de la geografía científica de México; su compañero de trabajo en Teotihuacán también fue incluido, el ingeniero y astrónomo Francisco Jiménez. Para completar la lista figuraba el historiador Manuel Orozco y Berra, quien había escrito parte de un libro junto con Charnay. Unas doce personas más acompañaban esta lista de intelectuales como nunca había visto México reunidos en un solo grupo. Nadie podrá discutir hoy en día la envergadura del proyecto que Maximiliano tenía para la cultura, más allá de su uso político. Para completar el grupo, desde Francia se designaron varios exploradoresviajeros, quienes serían los encargados de buscar la información de campo: E. Guillemin-Tarayre, D. Charnay y Brasseur de Bourbourg entre varios otros geógrafos, ingenieros de minas, geólogos y zoólogos. Gran parte de los trabajos fueron incluidos en el órgano oficial de la Comisión, los Archives de la Comission Scientifique du Mexique, publicados en tres tomos entre 1865 y 1867 (24).
Uno de los colaboradores de la Comisión, aunque nunca formó parte efectiva de ella, fue el coronel Doutrelaine, del Estado mayor de las fuerzas francesas de ocupación, quien era un viajero y observador incansable. Con los años llegó a ser general y a la vez miembro del consejo superior del ministerio de instrucción pública en París, en donde se ocupó de las misiones y viajeros de México; y fue un activo colaborador para la organización del primer Congreso Internacional de Americanistas. Publicó en el volumen tercero de los Archives de la Comission Scientifique tres artículos: el primero acerca de Mitla, otro sobre un relieve de Tlalnepantla y el tercero acerca de un manuscrito de la colección Aubin, más tarde estudiado por Boban.
Una de las tareas impulsadas por la Comisión fue la carta geográfica de Yucatán; el plano fue realizado por Víctor Adolphe Malté-Brun y se publicó bajo el título de Carte de Yucatan et des régions voisines pouvant servir aux explorations de ce pays en 1864, en una lámina de gran tamaño (25). Fue un mapa notablemente detallado para su época y mostró la calidad de la cartografía de mitad del siglo pasado. Ese mapa fue precedido de un Essai d’une carie ethnographique du Mexique, publicado por Malté-Brun dos meses antes, y luego reseñado por de Quatrefages en los Archives de la Comission Scientifique (26). Poco tiempo después, Malté-Brun publicó su carta geográfica en París, con un texto acerca de la geografía, los monumentos y la historia de Yucatán. El mapa final de la distribución etnográfica fue presentado en el Congreso Internacional de Americanistas de Luxemburgo de 1877 con un estudio introductorio bastante extenso (27).
Los tres tomos que compusieron los Archives de la Comission Scientifique ya citados, tuvieron colaboraciones de otros autores, además de Brasseur de Bourbourg, del coronel Doutrelaine y de Guillemin Tarayre. Podemos citar al barón Jean-Baptiste-Louis Gros, a quien no hay que confundir con su homónimo pintor y paisajista que vivió en México y falleció en 1836. Gros fue uno de los primeros viajeros-fotógrafos del mundo: en 1842 publicó un álbum fotográfico de Bogotá y en 1850 otro de Atenas y sus antigüedades; en los Archives de la Comission Scientifique incluyó instrucciones para los viajeros que vinieran a América a la búsqueda de información antropológica. Otro de los autores fue el arquitecto César Daly, que incluyó, entre otras, una nota técnica sobre las formas de excavación y exploración de monumentos. Michel Chevalier escribió acerca de la organización del sistema administrativo azteca, y Longpérier hizo una instrucción sumaria sobre la forma de fotografiar ruinas y edificios arqueológicos. Remi Simeon aportó un texto sobre el sistema de numeración antiguo; Malté-Brun, por su parte, la ya citada carta etnográfica reseñada por Quatrefages; y Aubin varias páginas acerca de los trabajos que Francisco Pimentel estaba emprendiendo para la Comisión. Asimismo, L. Léouzon-le-Duc hizo una descripción de los objetos mexicanos que se conservaban en los museos de Copenhagen.
Otro de los miembros de la Comisión, Vivien de Saint Martin, se desempeñaba como editor entre 1862 y 1875 de L’année géographique, y realizó algunos estudios sobre arqueología de México. Si bien su contribución bibliográfica a lo largo de su vida estuvo centrada en la geografía, llegó a publicar un estudio extenso titulado «Les études américaines dans le passé, le présent et l’avenir», incluido en 1864 en su revista (28). Se trata de comentarios sobre publicaciones y muestra que su autor estaba al tanto de lo que se hacía y decía sobre el tema. Entre 1865 y 1870 publicó en la revista varias notas acerca de la Comisión y sus trabajos.
Varios de los mexicanos relacionados con la misión francesa realizaron trabajos que fueron publicados y financiados bajo el sello imperial: uno de ellos fue Francisco Pimentel, quien en 1864 dio a la imprenta su libro titulado Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena en México y medios para resarcirla, y al año siguiente su Cuadro comparativo-descriptivo de las lenguas indígenas de México, en dos volúmenes.29 Ambos fueron valiosos por el alto grado de responsabilidad asumida frente a la problemática social del indígena. Para muchos, fue la obra indigenista más importante de todo el siglo XIX. El otro fue Manuel Orozco y Berra, luego activo colaborador de Vicente Riva Palacio: en 1864 publicó su Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, trabajo conexo con los de Pimentel y Malté-Brun (30). También publicó junto con Charnay.
Sin embargo, para la arqueología, el trabajo más importante fue el de la Comisión Científica del Valle de México. Esta tenía como objetivo hacer estudios geográficos que permitieran un reconocimiento exhaustivo de la cuenca de México, en cuanto a orografía, hidrografía, ruinas, poblados y recursos naturales. Los intereses eran claros en cuanto a saber cuáles eran los recursos de México para proceder a su explotación, pero para nosotros lo importante es que era un trabajo exhaustivo de la cuenca de México en lo que a orografía, hidrografía, ruinas, poblados y recursos naturales se refiere, y que esa comisión estuvo formada por científicos de primera categoría, y varios de ellos estaban muy interesados en la arqueología, como Ramón Almaraz, Francisco Jiménez y Antonio García Cubas, todos con conocimientos geográficos, geológicos y topográficos.
Entre los trabajos llevados a cabo se encuentra el estudio detallado de Teotihuacán, sitio del que se publicaron diversos artículos y libros (31). Hicieron un plano con teodolito, el primero de este tipo, incluyendo un corte longitudinal del sitio, idea que si bien había planteado Humboldt anteriormente, nunca se había llevado a la práctica. Además se ubicó Teotihuacán mediante sus coordenadas geográficas y se mapearon los alrededores con detenimiento. El plano se lo debemos a García Cubas, las coordenadas a Jiménez, y a Almaraz una serie de observaciones de gran valor; por ejemplo, el haber establecido por primera vez la posibilidad de realizar una excavación en forma estratigráfica, siguiendo el método geológico de las capas superpuestas, las que debían ser levantadas una por una. El uso científico de este método en México no se daría sino hasta medio siglo más tarde. De los tres científicos, García Cubas siguió dedicado a la arqueología durante parte de su vida, actividad que unía a sus trabajos geográficos. En 1895 volvió a excavar en Teotihuacán, y fue uno de los organizadores del Congreso Internacional de Americanistas de ese año en México (32).
Viendo la obra cultural impulsada por Maximiliano de Austria, es factible reinterpretar un poco mejor su aporte a México. Obviamente no hay justificación para la invasión militar, pero recordemos que él mismo era un romántico que creía en la redención del indígena a manos de los hombres ilustrados. Otra de sus decisiones que pasó desapercibida fue la creación del Comité Indigenista, en el cual participó Galicia Chimalpopoca y otros intelectuales de la época. Maximiliano no supo controlar su amor al exotismo, a la arqueología y al arte junto con sus aspiraciones imperiales y de dominación, y las unas chocaron con las otras. Cuando adoptó a un pequeño indígena huérfano en Querétaro, de apenas dos meses de nacido, creyó ver en él a su futuro sucesor del trono (33). Lo bautizó bajo el nombre de Fernando Maximiliano Carlos José María; sin embargo, el niño, subalimentado y enfermo, moría antes de cumplir un año. Por supuesto, tal gesto permite acusarlo de demagogo y es una muestra del carácter contradictorio de Maximiliano; pero más allá de eso, dejó en México las puertas abiertas para el surgimiento de una arqueología científica. Maximiliano tomó durante esos años muchas medidas más respecto del patrimonio cultural: entre ellas, el traslado del Museo Nacional de su antiguo local en la Universidad al que mantendría por el siglo siguiente en la calle Moneda, a un lado del Palacio Nacional; si bien el movimiento de todas las piezas tardó treinta años más (34). Durante ese tiempo, hubo un serie de despachos oficiales al Ministerio de Fomento, insistiendo en que se habían recibido noticias acerca de la salida ilegal de objetos o de destrucciones de monumentos, y que era responsabilidad de esa dependencia el impedir ambos (35).
Ya hemos mencionado que también integró la Comisión el abate Brasseur de Bourbourg, a quien se le asignó la tarea de escribir una serie de instrucciones para los exploradores (36). Brasseur de Bourbourg era el indicado, y es notable su grado de conocimiento de las costumbres; se ocupa de detalles como el no bajarse del caballo al pedir alojamiento hasta que el dueño de casa invite al viajero, o cuándo y por qué se debe pagar y en qué circunstancias; un sinnúmero de detalles de la vida cotidiana que para un francés de la época debían ser, de otra manera, incomprensibles. En 1865, Brasseur de Bourbourg regresó a esas tierras acompañado del fotógrafo-dibujante Henri Burgeois, quien años más tarde publicaría artículos sobre Mixco Viejo y otras zonas de Guatemala. La misión era la de fotografiar las ruinas siguiendo los pasos de Désiré Charnay. A su llegada, el emperador Maximiliano lo quiso designar director de Educación y Museos, cargo que Brasseur de Bourbourg no aceptó ya que le hubiera impedido continuar viajando. A su regreso a Europa un año más tarde, se dirigió nuevamente a España, que por experiencia sabía que era un vasto repositorio de importantes materiales para la antigüedad americana: descubrió un códice maya en la biblioteca privada del marqués de Tro y Ortelano, que desde ese momento se conoció como el códice Troano. Gracias a la colaboración de León de Rosny, otro interesado en el tema de los jeroglíficos mayas, se pudo identificar al Troano como parte de otro fragmento ya conocido por Rosny: el códice cortesiano (37).
En Archives de la Comission Scientifique, Brasseur de Bourbourg publicó algunas cartas, las instrucciones ya mencionadas, un trabajo acerca de Mayapán y Uxmal en Yucatán, otro similar acerca de las ruinas de Izamal y Mérida y varias notas cortas. En 1866 publicó en París un libro sobre Palenque basado en Ordóñez y sus contemporáneos Félix Cabrera y Antonio del Río, al que agregó una serie de dibujos del conde Waldeck en una edición de gran lujo, además de dos trabajos cortos sobre esas mismas ruinas (39). En 1868 publicó un nuevo tomo de su serie de documentos titulado Quatre lettres sur le Mexique: exposition absolue du systéme hiéroglyphique mexicain d’aprés le Teomaxtli et autres documents (38), en el cual intentaba la traducción de textos mayas siguiendo a Diego de Landa. A este texto polémico le siguió en 1870 el códice Troano en dos volúmenes y ochocientas páginas de texto e ilustraciones, auspiciado por la Comission Scientifique (40). En los últimos años de su vida, sus trabajos se fueron haciendo cada vez más fantasiosos y menos apegados a los hechos y datos, pero el estudio de tal aspecto queda fuera de los límites de este trabajo.
Entre los miembros de la Comisión cabe destacar también la obra de Edmond Guillemin Tarayre (1832-1920), un ingeniero de minas que inició sus trabajos viajando intensamente. Antes de entrar en la Comisión había trabajado en su país natal, así como en Rusia, Italia y Madagascar. Al ser designado mineralogista de la expedición, partió a México, donde permaneció dos años recorriendo el centro y norte del país, y visitando sitios arqueológicos: los estados de Jalisco, Chihuahua, Durango, Baja California, San Luis Potosí, Michoacán y Guanajuato fueron detenidamente revisados y se levantaron mapas detallados en varios de ellos. En arqueología aún hoy son irreemplazables sus levantamientos trigonométricos de La Quemada. A su regreso a Francia su obra fue bien apreciada y la emperatriz Eugenia lo condecoró como caballero de la Legión de Honor. Tres años más tarde trabajó como ingeniero militar en Argelia y en 1872 diagramó la red de canales de navegación del interior de Francia; entre 1882 y 1893 fue director de los yacimientos de oro de Granada. Como parte de esas actividades publicó trabajos sobre arqueología: cabe destacarse su «Exploration minéralogique des régions mexicaines suivie de notes archéologiques et etnographiques», incluido en el tomo III de los Archives de la Comission Scientifique (41). Hizo un largo recuento de los sitios visitados, los lugares descubiertos y los grupos indígenas que habitaban en la región. Su colección de objetos fue estudiada y parcialmente publicada por Ernest Hamy en 1882.
Entre las actividades de extensión y difusión de lo que la Comisión estaba realizando en México se había planeado participar en la Exposición Internacional de París en 1867. Mas la caída del régimen de Maximiliano impidió que se concretara, salvo por la intervención de un arquitecto particular, León Mehedín, quien a través de información enviada por Daly construyó un pabellón que reproducía escenográficamente la pirámide central de Xochicalco. El edificio utilizaba la iconografía conocida de sus relieves, además de copias en papier-maché enviadas desde México; en la entrada había réplicas en tamaño natural de la coatlicue, del calendario azteca y, rematando las alfardas, dos figuras tomadas de los grabados de Charnay. Al interior, entre muchas piezas arqueológicas de la colección privada del autor se mostraba una copia del códice Troano y la interpretación de Brasseur de Bourbourg (42).
Independientemente del grupo de americanistas relacionados con Napoleón III, o con la invasión misma, hubo otro grupo importante de científicos franceses que no colaboraron directamente con ellos, aunque trabajaron en el tema arqueológico. Algunos no aceptaban la invasión militar, otros eran muy jóvenes aún y no fueron invitados; de mucho más desconocemos los motivos. Lo interesante es que varios de ellos se transformaron con los años en personalidades que generarían una nueva etapa del americanismo. Uno de ellos fue Charles Félix Hyacinthe Gouhier, conde de Charencey (1832-1916), quien a los 16 años escribió sobre el códice Telleriano; su tema predilecto fue la filología y la lingüística indígena, editó vocabularios y catecismos misionales y desde 1870 estuvo tratando de traducir las inscripciones mayas. Fue el fundador y editor de L’année lingüistique, y más tarde uno de los fundadores de la Sociéte des Américanistes. Sus publicaciones llegaron a ser más de cien, pero en su mayoría son post-Comisión. También Ernest Théodor Hamy (1842-1908) era un joven destacado en la época de la invasión: en 1865 publicó Paléonthologie humaine, lo cual le permitió en 1872 publicar con Quatrefages parte de la Crania ethnica. Fue el fundador del Museo del Trocadero con apoyo del duque de Loubaut, y publicó años más tarde material recogido por la Comisión; fue también fundador y editor del Journal de la Société des Américanistes. León de Rosny, quien llegaría a ser presidente de la Société d’Etnographie de París, se inició en 1863 con la publicación del Mapa quinatzin; fue un estudioso metódico, muy apegado a los datos de campo y criticó abiertamente las fantasías de Brasseur de Bourbourg y de Le Plongeon. A partir de 1885 editó la Biblioteca Sinica y la biblioteca oriental de Eric Nordenskjöld, es decir, un trabajo impresionante para la antropología universal (43).
Los interesados en el tema americanista contaban con una organización que les permitía reunirse desde antes de la invasión imperial: en 1858 ya existía en París una reducida Société Américaine de France formada por Aubin, Renan, Brasseur de Bourbourg, Rosny y Madier de Montjau. Si bien no eran una organización demasiado amplia, llegaron a editar la Revue orientale et américaniste, de la que se publicaron ocho volúmenes. Esta revista se transformó en 1875 en Archives de la Société Americaine, que hasta 1893 publicó diez tomos, momento en el cual pasó a unirse a la Société d’Ethnographie. La nueva revista fue Archives du Comité d’Archéologie. Debido a la pérdida del americanismo en esta serie de uniones, un grupo encabezado por Brasseur de Bourbourg, Hamy, Rosny, el duque de Loubat y Alfred Maury fundaron la Société des Américanistes que, desde 1895 continúa publicando su Journal de la Société des Américanistes (44).
Si bien nos encontramos ya en los años posteriores a la Comisión, no podemos dejar de notar que sus efectos fueron mucho más lejos que lo que se podía suponer en su momento. El americanismo francés continuó trabajando, y en los años inmediatos posteriores se destacaron personalidades como Rémi Simeon, Désiré Pector, el marqués de Nadaillac, León y Lucien de Rosny, Gastón Maspero, Louis Capitain, Eugène Bouvais, Jules Pipart, los esposos Le Plongeon, Léon Lejeal, Henry Cordier y Alphonse Pinart, todos ellos entre 1870 y 1900. Es decir, una generación completa cuya formación se dio bajo los empujes de la Comisión Científica y que en mucho contribuyeron al conocimiento del pasado americano. De más estaría citar a Teobert Maler, el austríaco por todos conocido, que llegó a México como soldado de Maximiliano y, tras la derrota, comenzó a dedicarse a la fotografía y después a la arqueología.
La arqueología en México no puede negar lo sucedido en la etapa del Imperio. Es verdad que mucho de lo que en ese momento eclosionó ya estaba surgiendo en todo el continente, y que los lazos con Francia preexistían aunque débilmente. Mas la formación de la Comisión Científica, del Comité Indigenista y de la Comisión Científica del Valle de México, y el financiamiento de sus trabajos, significó la consolidación de esa tendencia. Es verdad que en el movimiento hubo de todo, mucha fantasía a veces, poca preocupación por lo que no fueran códices, jeroglíficos y lenguas, pero no todo fue así. Por eso es de lamentar la insistencia historiográfica en los peores aspectos de Brasseur de Bourbourg o de Le Plongeon ya que eso sólo representa una parte: el marqués de Nadaillac escribió en una carta del 27 de agosto de 1901, cuando el americanismo francés se extinguía en el mundo, que:
cuanto más se estudia, más se duda en las conclusiones. Un sabio americanista ha dicho que América es un gran misterio; esa es la única conclusión a la que arribo. Actualmente no es posible dar ninguna conclusión definitiva; a todas las hipótesis aún se oponen objeciones insuperables que los argumentos de sus partidarios no pueden resolver.
El Imperio y su preocupación arqueológica fueron el catalizador histórico para conformar el primer campo profesional en el tema: se produjo en el lugar y en el momento preciso. El americanismo, tal como se lo concebía hasta que surgieron las grandes excavaciones universitarias y de los museos a partir de 1900, fue francés en casi todos sus aspectos. Lo fue en su predilección por encontrar explicaciones a partir del estudio de las lenguas y los códices, más que con los restos materiales. Fue un movimiento de envergadura, significativo y moldeador de las formas del conocimiento en todo el continente.
Notas
- Ignacio Bernal, Historia de la arqueología en México (México, D.F.: Editorial Porrúa, 1979); y Daniel Schávelzon, compilador, La polémica del arte nacional en México: 1850 – 1910 (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1988).
- Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1960); y Silvio Zavala, América en el espíritu francés del siglo XVIII (México, D.F.: El Colegio Nacional, 1983).
- Guillaume Dupaix, Antiquités mexicaines: Relation de trois expéditions du Capitan Dupaix ordonées en 1805, 1806 et 1807, 2 tomos (Paris: Henri Baradère Editor, 1834), I.
- Carlos Echánove Trujillo, Dos héroes de la arqueología maya: Teobert Maler y el conde Waldeck (Mérida: Universidad de Yucatán, 1974); y Howard F. Cline, «The Apocryphal Early Career of J. F. de Waldeck», Acta Americana 5 (1947): 278-299.
- Jean Frédérick Waldeck, Voyage pittoresque et archéologique dans la province de Yucatan (Mérida: C. R. Menéndez Editor, 1920).
- Jean Frédérick Waldeck, Monuments anciens du Mexique: Palenque et autres ruines de l’ ancienne civilization (Paris: Edición de Ch. E. Brasseur de Bourbourg, 1866).
- Joseph M. Aubin, Mémoire sur la peinture didactique et l’écriture figurative des anciennes cultures méxicaines (Paris: edición del autor, 1859-1861).
- Henry Ternaux-Compans, Voyages, relations et mérnoires originaux pour servir á l’histoire de la découverte de l’Amérique: recueil des pièces relatives á la conquéte du Mexique, 20 tomos (Paris, 1837-1840).
- León Léjéal, «Henri Louis de Saussure», Journal de la Société des Américanistes 3 (1906): 97-99; y René Naville, «Un américaniste genevois du XIXe. siècle», Bulletin de la Société Suisse des Américanistes 5 (1952): 27-29.
- Henri de Saussure, Le manuscrit du cacique, antiquités mexicaines (Genève: sin editorial, 1891).
- Carroll E. Mace, «Charles Etienne Brasseur de Bourbourg: 1814-1874», en Handbook of Middle American Indians, Robert Wauchope, editor general (Austin: University of Texas Press, 1973), XIII: 299-325.
- Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, Collection de documents dans les langues indigènes pour servir ó l’étude de l’histoire de la philologie de l’Amérique ancienne, 4 tomos (Paris: Arthus Bertrand, 1861-1868), I: Popol Vuh: Le livre sacré et les mythes de l’antiquité Américaine.
- Brasseur de Bourbourg, Collection de documents dans les langues indigènes, II: Rabinal Achi ou le drame-ballet du tun; y Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, Histoire des nations civilisées du Mexique et de l’Amérique Centrale, 4 tomos (Paris: edición del autor, 1857-1859), respectivamente.
- Brasseur de Bourbourg, Collections de documents dans les langues indigènes, tomo III, que lleva por título Relation des choses du Yucatan de Diego de Landa.
- Véase Keith Davis, Désiré Charnay, Expeditionary Photographer (Austin: University of Texas Press, 1981).
- Désiré Charnay, Album fotográfico mexicano (México, D.F.: J. Michaud e hijo, 1860).
- Désiré Charnay y E. E. Viollet-le-Duc, Cités et ruines américaines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichén Itzá, Uxmal, 2 tomos (Paris: Gide-A. Morel et Compagnie Editeur, 1863).
- Juan Comas, Los congresos internacionales de americanistas, síntesis histórica e índice bibliográfico general (México, D.F.: Instituto Indigenista Internacional, 1954); y Michel Lhéritier, «L’Amérique et la coopération intelectuelle, le rol des sociétés des Américanistes», Congresso Internazionale degli Americanisti 22, 2 tomos (Instituto Cristóforo Colombo-Stabilimento Tipográfico Riccardo Garrón, 1928): I: 69-72.
- Juan Comas, Las primeras instrucciones para la investigación antropológica en México: 1862 (México, D.F.: UNAM, 1962).
- Alfonso Sandoval Arriaga, «El primer plan de trabajo en la historia de la antropología», Anales de Antropología 18 (1981): 1: 173-199; y Juan Comas, «El centenario de las primeras instrucciones para la investigación antropológica en el Perú: 1861», Revista del Museo Nacional de Lima 30 (1961): 331-362.
- Michel Chevalier, Le Mexique ancien et moderne (Paris: Hachette, 1863).
- La bibliografía de Ramírez puede verse en Ignacio Bernal, Bibliografía de arqueología y etnografía (México, D.F.: INAH, 1962).
- Arthur Morelet, Voyage dans l’Amérique Centrale et le Yucatan (Paris: Gide et Baudry, sin fecha); esta obra fue publicada en castellano como Arthur Morelet, Viaje a América Central (Yucatán y Guatemala) (Guatemala: Academia de Geografía e Historia, 1990).
- Archives de la Comission Scientifique du Mexique, 3 tomos (Paris: Imprimerie Impériale, 1865-1867).
- Esta carta geográfica fue incluida en un sinnúmero de publicaciones hechas en esa época y hasta 1900.
- Víctor Adolphe Malté-Brun, Essai d’une carte ethnographique du Mexique (Paris: Comission Scientifique au Mexique et l’Amérique Centrale, Imprimerie Impériale, 1864).
- La edición más accesible es Víctor Adolphe Malté-Brun, «Tableu de la distribution ethnographique des nations et des langues au Mexique», Comptes-rendus du Congrès International des Americanistes 2 (1878): II: 10-44.
- Vivien de Saint Martin, «Les études américaines dans le passé, le présent et l’avenir», L’année géographique 2 (1864).
- Luis Villorio, Los grandes momentos del indigenismo en México (México, D.F.: CIESAS, 1979); y Francisco Pimentel, Cuadro comparativo-descriptivo de las lenguas indígenas de México, 2 tomos (México, D.F.: Imprenta del Estado, 1862), respectivamente.
- Manuel Orozco y Berra, Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, precedidas de un ensayo de clasificación de las mismas lenguas y apuntes (México, D.F.: Imprenta del Estado, 1864).
- Ramón Almaraz, «Apuntes sobre las pirámides de San Juan Teotihuacán», en Memoria y trabajos realizados por la Comisión Histórica de Pachuca (México, D.F.: Imprenta Imperial, 1865), pp. 349-358.
- Rafael Aguilar y Santillán, «Bibliografía y cartografía de Antonio García Cubas», Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística 44 (1934): 371-381.
- Luis González y González, «El indigenismo de Maximiliano», en La intervención francesa y el imperio de Maximiliano cien años después (México, D.F.: Asociación Mexicana de Historiadores-IFAL, 1965), pp. 102-110.
- Bernal, Historia de la arqueología en México.
- Daniel Schávelzon, La conservación del patrimonio cultural en América Latina (Buenos Aires: Instituto de Arte Americano, 1991).
- Comas, Las primeras instrucciones para la investigación antropológica en México: 1862; véase también Bernal, Bibliografía de arqueología y etnografía.
- Charles E. Brasseur de Bourbourg, Manuscrit Troano, études sur le système graphique et la langue des mayas, 2 tomos (Paris: Comission Scientifique au Mexique et l’Amérique Centrale, 1869-1870).
- Waldeck, Monuments anciens du Mexique: Palenque et autres ruines de 1′ ancienne civilization.
- Charles E. Brasseur de Bourbourg, Quatre lettres sur le Mexique: exposition absoluedu système híéroglyphique mexicain d’après le Téomaxtli et autres documents, tomo IV de Collection de documents dans les langues indigènes pour servirá l’etude de l’histoire de la philologie de l’Amérique ancienne.
- Leoncio Angrand, «Reseña del libro manuscrito Troano de Brasseur de Bourbourg», Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística 2, 2a época (1870): 712-713.
- Edmond Guillemin-Torayre, «Exploration minéralogique des régions mexicaines suivie de notes archéologiques et ethnographiques», en Archives de la Comission Scientifique III (Paris: Comission Scientifique, 1869).
- Fausto Ramírez, «Dioses, héroes y reyes mexicanos en París, 1889», Historia, leyenda y mitos de México: su expresión en el arte (México, D.F.: UNAM, 1988), pp. 201-258.
- León de Rosny, «L’interpretation des anciens textes mayas: suivie d’un aperçu de la grammaire maya, d’un choix de textes originaux», Archives de la Societé Américaine de France 1 (1875): 53-118.
- Juan Comas, 100 años de congresos internacionales de americanistas: ensayo histórico-crítico y bibliográfico (México, D.F.: UNAM, 1974); Paul Broca, «Histoire des travaux de la Société d’Anthropologie: 1859-1863», Mémoires 2 (Paris: Société des Américanistes, 1864): 7-51; y Paul Broca, «Historie des progrès des études anthropologiques depuis la fondation de la Société», Compte-rendu Decennal 1859-1869 (Paris: Société des Américanistes, 1869), III: 105-125.