Artículo publicado en el Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, año 18, números 106 y 107, correspondientes a los meses de enero – abril de 1991, pps. 53 a 69, ISSN 0185-1624, Mérida, Yucatán, México.
El autor aborda el análisis y discusión de ocho códices hallados en Madrid, atribuidos a José Mariano de Echeverría y Veytia en el siglo XVIII. Se trata de ocho ruedas calendáricas, las cuales son referidas en una vasta bibliografía y varias copias de ellas también circulan. El hallazgo de los originales sería importante, sin embargo, los materiales aquí discutidos presentan evidencias de ser falsos.
El año pasado se me presentó la oportunidad de fotografiar en Madrid una serie de ocho códices que están en manos de un prestigioso librero, y que formaban un cuadernillo cuya carátula estaba firmada por José Mariano de Echeverría y Veytia en 1744. De ser verdadero, se trataba de un descubrimiento de primera importancia, ya que permitía demostrar el origen y destino del grupo de ocho ruedas calendáricas las cuales desde los tiempos en que estuvieron en manos de Sigüenza y Góngora han estado quitando el sueño a muchos eruditos: El cuadernillo era sin duda excepcional y de un valor incalculable. No estaba solo, sino que formaba parte de documentos históricos más modernos escritos por Francisco del Paso y Troncoso, en especial borradores de su obra sobre Sahagún.
Respecto a los calendarios, o ruedas calendáricas como se las ha dado en llamar, hay una vastísima bibliografía y por el mundo circulan muchas copias de diversa antigüedad cada una de ellas. Veytia lleva su nombre asociado a éstas, ya que fue quien las incluyo en sus manuscritos, y fueron parcialmente publicados en 1836 por primera vez como un conjunto. A la muerte de Veytia su hijo hizo una relación de sus obras, en la cual incluyo lo siguiente:
«Un tomo de la Historia general del Reyno, con dos libros primero y segundo, y parte de otro, compuesto de cuarenta y cuatro cuadernillos, y cuatrocientas setenta y seis fojas, con exclusión de las sueltas de notas y adiciones.
Otro libro intitulado: Discurso preliminar de la historia antecedente, en dos cuadernos.
Otro primero, de la referida historia general, con siete cuadernillos y ocho calendarios, que es el orden como se habían de colocar, en fojas setenta y una, y concluía con el método de contar las semanas en Mechoacán.
Un cuadernillo de tablas cronológicas.
Otros nueve cuadernillos sueltos.»
La historia es por cierto más antigua, y se inicia con Carlos de Sigüenza y Góngora quien al parecer los tuvo en su poder; a la muerte de éste, sus papeles se dispersaron y una buena parte terminó en poder de Lorenzo Boturini un siglo más tarde (Ballesteros Gaibrois 1947, Glass 1972). Uno de los calendarios llegó directo de manos de Sigüenza a un viajero que lo publicó, Gemelli Carreri, en 1699-1700; se trataba del número 4 de la colección. De éste se hicieron luego varias copias, más o menos fidedignas, las que tuvieron a su vez diversas ediciones. Boturini debió tener estos papeles en su poder desde quizás 1736 hasta que fueron confiscados en 1743. Recordemos que al año siguiente llegó a casa de Boturini el joven Veytia. Los documentos que aquí discutimos están fechados en 1744; Boturini publicó su catálogo de documentos, recordamos de memoria en 1746 (Boturini 1974). Veytia escribió más tarde en su Historia… (Vol. I, pp. 51-52) que:
«Yo he trabajado en esta obra con notable esmero y girando siempre sobre los mismos principios que establece Boturini, y aprendí de él. Me he validado no sólo de los propios manuscritos y documentos que él recogió, sino también de las mismas tablas cronológicas que él dejó comenzadas de su puño: sin embargo no alcanzo ni percibo el cómputo que él se figuraba…»
De todas formas, la rueda No. 2 la había publicado ya Fray Diego Valadés en su Rhetórica Christiana de 1579. Desconocemos si fue en Madrid cuando don Mariano hizo copias de estos papeles, si es que las hizo, pero sin duda fue la oportunidad para hacerlo. Lo que si sabemos es que los calendarios fueron a parar a manos de Juan Bautista Muñoz en Madrid en 1780, y en la colección de éste se incluyeron también 4 variantes de las ruedas originales (Gibson 1972, Glass 1972). En este proceso debe haber sido copiado el calendario No. 5, o simplemente retirado, llegando a poder de Lorenzana, quien lo publicó en 1770; en algún momento antes o después, de ese mismo códice se hicieron copias que fueron dadas a conocer después de Lorenzana. Aparte, también tuvo movimientos grandes el texto escrito por Veytia, que reapareció en 1782 en México. Para terminar con esta primera etapa, el calendario No. 2 posiblemente siguió un recorrido diferente aunque paralelo, llegando a poder de Joaquín García Izcabalceta mucho más tarde, para terminar actualmente en Austin, en la Biblioteca de la Universidad de Texas.
El traspaso de la Colección Muñoz, donde quedaron varias copias aunque ninguna completa, hacia México, es aún difícil de reconstruir, aunque por lo menos una parte la tuvo en su poder Antonio León y Gama en 1802 (Moreno Bonett 1978, Glass 1972). Lo que resulta cierto es que las copias ya eran muchas: el texto y 7 calendarios, provenientes de un obsequio hecho por el Brigadier Antonio Bonilla, secretario del virreinato de Joaquín Pérez Gavilán, quien a su vez los pasó a C. Francisco Ortega, que procedió a hacer la primera edición en 1836. Este Ortega, en ese momento prefecto de Tulancingo, los envió al museo que estaba formado en Tlalpan, del cual no hay más noticias salvo su dato de que «deben existir en la biblioteca de Toluca» (Veytia 1836). Tengamos presente que ya se sabía que en la colección había de colocar, en fojas 71, y concluía con el método de contar las semanas de Mechoacán (1836: XII y XIII).También es posible que sea cierta la afirmación de que todo lo que estuvo en poder de Bonilla y de Ortega no haya sido original de Veytia, y menos aun antiguo, sino que sería una copia hecha sobre lo existente entre los papeles de Muñoz para su gran Historial General de América. Según Ortega la portada del manuscrito tenía la fecha 1782, no 1744 como dice en los calendarios del cuadernillo. Tampoco parece ser el usado en 1836 el manuscrito que actualmente se halla en el Museo Nacional de Antropología, ya que se trata de una copia incompleta, reducida, que perteneció a Diego García Panes y luego a José Ignacio Esteva quien la regaló al ler. Congreso Mexicano siendo diputado, pasando de allí al Museo Nacional.
El editor de Veytia escribió en su introducción (Ortega 1836: 191-196) que sólo los grabados 1, 2 y 5 «son indudablemente copias suyas» (de Veytia); las 6 y 7 lo fueron de las existentes en el Museo y se aclara que «se han hecho algunas ligeras variaciones, para que quedasen enteramente conformes con la explicación del texto» (1836:195); la rueda No. 4 fue tomada de Gemelli Carreri y la tercera simplemente inventada por el editor. El códice No. 2 desapareció entre 1892 y 1907.
La segunda edición de estas ruedas calendáricas se hizo en 1907, y estuvo a cargo de Genaro López, un conocido copista y litógrafo del Museo Nacional, que trabajaba con Francisco del Paso y Troncoso (Zavala 1938), y a quien atribuiremos más adelante la autoría (o falsificación) de estos manuscritos que aquí discutimos. La edición fue hecha con cierta calidad a partir de un grupo de láminas que estaba en poder de Troncoso desde 1892; cabe señalarse que fue la primera vez que se incluyo el Códice Boban como el octavo calendario. En el prólogo de la reedición hecha en 1973 de la de 1907, IgnacioBernal escribió que «las dos series (la de 1836 y la de 1907) tienen evidentemente una base común aunque ambas han sido alteradas, redibujadas y añadidas con anotaciones en Español» (Bernal 1973); y aclara que el códice Boban “Veytia no debió haberlo conocido, pues en ese caso lo hubiera incluido con los otros que estudiaba en su obra”. Es decir que López y García debieron incluir el octavo calendario como decisión propia, sin que mediara explicación alguna, suponiendo de buena o mala fe, que éste era el octavo en cuestión: ¿tuvieron López y García en su poder este cuadernillo de 8 códices y se basaron en ello para la edición? Es muy difícil saberlo.
Es oportuno recordar que la historia del Códice Boban es diferente a la de los otros 7, y no tenemos ninguna prueba que haya estado en poder de Boturini, ya que de haber sido así, él mismo lo hubiera descrito con detalle. con la información existente se lo puede rastrear hasta el abate Charles Brasseur de Bourbourg quien lo tuvo en su colección. De allí lo tomó su amigo el coronel Duotrelaine para publicarlo por primera vez (1867). De Brasseur pasó a la colección de Joseph Aubin, más tarde a la colección de Goupil en 1889 y en 1891 lo publicó Eugene Boban de donde tomó su nombre. Fue luego adquirido por Alphonse Pinart, luego por el norteamericano C.F. Gunther y llegó a su destino actual en la John Carter Brown Library de Rhode Island, previo a un corto período en la Chicago Historical Society. Es decir que hasta la edición de Veytia de 1907, no había ninguna asociación entre todo el grupo de códices y este, y a nadie se le había ocurrido incluir al Boban entre los otros publicados para completar el juego de 8. Podría ser que este cuadernillo se le hubiera llegado, o le hubiera sido vendido a Francisco del Paso y Troncoso, y que éste, obrando de buena fe, hubiera asumido que el conjunto era una sola unidad, haciendo que fuera incluido en la edición de 1907 que estuvo a cargo de Genaro García y copiado por López. Esto es lo que nos hace suponer que se trata de una verdadera falsificación, hecha con anterioridad a esa última fecha pero con posterioridad a la publicación del códice en 1867, el cual fue copiado el del cuadernillo.
Hasta el presente no hay pruebas de ninguna índole que puedan atribuirle a Boturini la tendencia del códice Bobán. Por el contrario, el estudio sistemático de su colección hecho por John Glass (1972) a través de todos y cada uno de los catálogo y listas de sus pertenencias, indica que en su poder sólo se hallaban las ruedas calendáricas 1, 3, 5, 6, y una copia del original de la 7; es más sólo los números 5 y 7 están citados en los inventarios hecho en 1743 y en 1745, y al parecer ambos habían desaparecido poco más tarde. Es decir que incluso se podría llegar a poner en duda la posibilidad de que Veytia hubiese siquiera copiado los códices de Boturini en 1744; menos aún podría ésta ser una copia de una copia de Veytia, dada la diferencia de letra con otros manuscritos del mismo autor.
Tal vez sea oportuno resumir lo dicho y nos basaremos en el estudio de John Glass (1964: 102-104): de los 7 calendarios incluidos en la edición de Veytia, con la posible excepción del número 2, todos los originales están perdidos, y sólo es posible asegurar que dos de ellos hayan estado realmente en manos de Boturini. El que don Mariano haya visto los 8 juntos es, por así decirlo, casi imposible. Hay copias de 6 de ellos en el Códice 35-54 (falta el 2), entre los capítulos de la Historia del origen de las gentes que poblaron la América Septentrional, en el Museo Nacional de Antropología. No hay pruebas de que el manuscrito ni las copias sean de mano del autor y ya narramos la historia de su publicación en 1907.
También en Madrid existen actualmente 7 calendarios y 4 variantes en la Colección Muñoz conjunto que aún permanece inédito. Del Grupo usado en 1836 los calendarios 1, 2, 5, y 7 fueron copiados de otros desconocidos actualmente; ya hemos visto la historia de este manuscrito y su destino. Respecto a los 7 códices podemos recordar que el primero es una rueda fechable para 1649-1700 y debió ser un verdadero original azteca. El segundo, un ciclo ce 260 días, tiene al parecer su origen en la versión existente actualmente en la Universidad de Texas. El códice No. 3, cuadrado, fue posiblemente reconstruido tanto en 1836 como en 1944, por falta del original, a partir de su descripción. El cuarto, del que sabemos que es de la edición de Gemelli Carreri, fue usado gracias a Sigüenza, es fácil comprobar las diferencias existentes entre esa copia y la de Veytia porque la de Carreri gira hacia la izquierda, mientras que las posteriores giran hacia la derecha. Otras variantes se pueden ver también en las publicadas por Lord Kings-borough (1831-48), Constantini (1778), y por Isidro Gondra (1846: lam. 7,pp. 45-7). El quinto es el que fue publicado por Lorenzana y hay varias otras copias del siglo XVIII. Se trata de un calendario tlaxcalteca de 365 días, que ha sido atribuido a Santos y Salazar (Kubler y Gibson 1951:60 y Gibson 1952:268). Hay copias en el Museo Nacional (Códice 35-125), en el Archivo General de la Nación y en la Real Academia de la Historia en Madrid. El sexto en realidad podría bien ser sólo una ampliación de la parte central del siguiente. El séptimo debió pertenecer a Boturini, quizá sea tlaxcalteca según Paso y Troncoso (1892:270) y hay por lo menos otra variante en el Museo (Códice 35-124).
El cuadernillo en discusión es de papel antiguo, sin marcas de agua salvo líneas verticales y su color es amarillento. La tinta es de pluma y de color violáceo, el mismo tono que toma la tinta negra tras mucho tiempo de decolorarse a la luz. Todas las hojas tienen el mismo tono de tinta, y ésta a veces traspasó el papel manchado al reverso. Las hojas miden 20.50 por 24.50 cm. La primera tiene escrito: «Soy de Mariano Jph. Fernández de Echeve / ria y Veytia / Contiene geroglificos de todos los mapas de / los indios / Apuntes del Sr. Dn. M. Lorenzo Boturini Be / naduci / Madrid en 26 dias de abril de 1744 / (firma)».
En las hojas siguientes están los 8 dibujos, cada uno con su número al pie, trazados con una pluma dura, sin experiencia alguna de dibujo, hasta burdamente, estando el segundo salido de la hoja, por error o por haber estado en una hoja mas grande y que fue mal cortada más tarde. En el séptimo, al pie, está escrito «(…)ion de la Corte / (firma) LBB. / Cbro. de Hono» con la misma letra que la portada; en el último dice «Unicos geroglificos de la Cronología / de los Indios / Nva. Epña. junio de 743 / LBB».
Respecto a la historia del manuscrito sabemos que fue adquirido en México hace no muchos años junto con los citados papeles de Francisco del Paso y Troncoso, los que pude ver comprobando que eran auténticos e incluso incluían pruebas de edición corregidas de algunos de sus libros. Esto, si bien no es prueba de ningún tipo, nos permite acercarnos a una hipótesis sobre el autor de este cuadernillo, y a tratar de dilucidar si se trata de una copia o calco de un original de Veytia, o simplemente de una falsificación.
En primer lugar, desde ya hace muchos años se ha puesto al descubierto la obra de un falsificador mexicano, Genaro López, copista de códices y dibujante del Museo Nacional entre 1885 y 1900 (Glass 1972:302). Fue López un eximio copista y llevan su firma muchas de las mejores ediciones de códices de México, ya que ese era su trabajo: hacer copias exactas para su edición. Quedan los dibujos para la Junta Colombina como homenaje a su capacidad. López mantuvo una estrecha relación con Francisco del Paso y Troncoso, primero en el Museo y más tarde como acompañante de sus largos viajes a España, donde copió el Códice Matritense y luego las ilustraciones de Sahagún (Paso y Troncoso 1905/7). También él firmó las ilustraciones a color de las ruedas calendáricas de Veytia publicadas por el Museo en 1907. El problema es que López, además de este trabajo, hizo una serie de otras copias que fueron vendidas como originales, esto es, hizo falsificaciones. Lo antes expuesto nos lleva a pensar que, posiblemente, haya sido este hombre el único que pudo reunir la información histórica necesaria para escribir la carátula, que conocía el orden y contenido de los calendarios y la posibilidad de que el octavo fuera una rueda similar al Códice Bobán. La única duda es la ligereza del trazo, el copiado de las roturas (en el octavo) y el borroneado de las partes complejas de dibujar; esto podría hacer suponer que la autoría fuese de alguien menos entrenado en estos menesteres. También podría pensarse en un borrador rápido hecho por encargo del mismo Paso y Troncoso para luego continuar trabajando pero eso no explica el por qué de la imitación de la firma o el uso de papel antiguo.
La presencia de códices falsificados es muy antigua, aunque no tanto como la de cerámicas y otros objetos prehispánicos; sabemos que al conde Waldeck le fueron vendidos dos de ellos, el Códice de la Conquista de Azcapotzalco y una rueda calendárica en 1831, ambos claramente falsificados. El Manuscrito No. 1 de Chavero, códice que según él había pertenecido a Pichardo, es también falsificado, y recordemos que Pichardo murió en 1812 (Glass 1972). Esto nos permite ver que para fin del siglo XIX ya había en México una larga tradición de falsificaciones que eran adquiridas incluso por los especialistas.
En la actualidad las copias conocidas de estas ruedas calendáricas se encuentran en las siguientes bibliotecas: en la Biblioteca de la Universidad de Texas en Austin, el número 2 incluido en un manuscrito de Motolinía; en la Biblioteca W.I. Clements de la Universidad de Michigan en Ann Arbor el número 5; en la Biblioteca Newbery de Chicago el número 4; en la Biblioteca del Congreso en Washington en juego del 1 al 7 en un manuscrito de Veytia, y en la Biblioteca de la Universidad de Yale en New Haven otro juego similar. También hay copias en la Biblioteca Nacional de París, donde se encuentra el 2 en la versión de Valadés copiada por Pichardo y otra variante anónima, y el número 4 en copia de Pichardo; en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia se encuentra un juego de los 7 junto al manuscrito de Veytia y otras dos copias del número 5; en México se halla en el Museo Nacional un juego del 1 al 7 y su respectivo manuscrito en el Archivo Histórico de la Biblioteca y una copia del número 2; en la Colección de Códices se encuentran los números 1, 3, 4, 5, 6 y 7; salvo el primero, todos los demás pertenecieron a del Paso y Troncoso; en el Archivo General de la Nación hay una copia del número 5.
De todas formas, la atribución a Genaro López de estas copias no puede ser demostrada; menos aún la intención de engañar a Troncoso haciéndole presumir que la octava rueda calendárica era el Códice Boban para que más tarde él mismo propusiera publicarlo a través del Museo Nacional, en 1907. Pero entre las preguntas que quedan pendientes en este caso hay una más para hacer ahora: ¿por qué un eximio copista hizo dibujos tan burdos, a los que les falta incluso partes y detalles? Podemos suponer que lo único que le importó es mostrar que Veytia, quien habría copiado a la ligera los originales de Boturini, le daba la razón, y por ello era necesario hacer una nueva edición más cuidadosa. Todo esto difícilmente pase alguna vez de ser algo más que una simple conjetura, pero abre muchos interrogantes sobre las tantas copias que circulan de estos calendarios, generalmente fechados para el siglo XVIII y XIX, y que en muchos casos no fueron copias sino directamente falsificaciones, hechas con afán de engañar y no simplemente de reproducir un documento para su estudio.
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