Artículo publicado en Las últimas arquitecturas. Encuentro de Reflexión y Crítica. Ponencias y Debates, pps. 116 a 118, Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas «Mario J. Buschiazzo» (Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad de Buenos Aires), año 1993, Buenos Aires.
La historia de las especialidades o de los conocimientos específicos, habitualmente, se transforma en tema de revisión cuando se producen las crisis disciplinarias. No es casual, sino que para hacer el replanteo de los objetivos, métodos o teorías que convalidan un campo del conocimiento, se necesita imperiosamente conocer su historia. No es el único motivo, pero es uno de ellos. Quizás eso explique el interés que ha tenido la actual generación de interesados en la preservación patrimonial por revisar el camino hecho, sus logros y fracasos, avances y estancamientos, caminos asumidos y caminos descartados. Pese a esto es necesario asumir que aun no tenernos una historia de la restauración arquitectónica, aunque sí buenos inicios; y menos aún una historia del pensamiento preservacionista.
Es imposible en estas cortas notas hacer ese trabajo, largo y complejo y lleno de referencias bibliográficas y de obras hechas y no hechas. Pero sí podemos esbozar algunas ideas al respecto. En primer lugar creo que la concepción clásica que asume el inicio de este pensamiento en la generación que se representa por Mario J. Buschiazzo no es del todo cierta. Creo que es posible llevarla mucho más atrás y la polémica por la demolición de la Pirámide de Mayo, en el año 1875, puede ser el principio. Buen ejemplo de una actitud democrática del Intendente Torcuato de Alvear al consultar mediante una encuesta pública sobre su conservación o demolición. Lógicamente, demolieron otros edificios pero, por lo menos pararon en ese caso y aceptaron el cuestionamiento. Esa y otras polémicas que se produjeron durante la Generación del 80 muestran que fue en esos momentos cuando surgió el pensamiento preservacionista. Como contraposición a la construcción de la nueva historia del Positivismo que no todo el mundo aceptaba. Incluso como parte y contraparte a la vez de la historia oficial que «coleccionaba» pertenencias de los héroes y les dedicaba museos enteros. Los ejemplos son muchos y van desde Fray Mocho y sus artículos hasta la negativa del Intendente de San Ignacio para que el portal de la Misión Jesuítica sea llevado a Palermo en Buenos Aires. La demolición del Caserón de Rosas ya ha sido historiada y es otro caso valedero.
Si la historia se inicia allí, es factible entonces ver corno el pensamiento preservacionista se va a ir estableciendo en los inicios del siglo XX como la contraparte, la cara oculta podemos decir, de la triunfante Generación del 80. Y así como no todo el país aceptó la Campaña del Desierto -ni siquiera el consenso absoluto del Ejército lo hizo-, tampoco hubo acuerdo total en el reemplazo de los paradigmas de la historia. La demolición del Cabildo y de la Casa de la Independencia en Tucumán también tuvieron sus opositores, y el Templete de Yapeyú fue criticado y su obra pospuesta por 30 años justamente por eso.
Si damos un paso rápido llegamos así a la década de 1930 cuando la historia ya ha sido construida, cuando el modelo de Positivismo tardío imperaba triunfal. Y Viollet-Le-Duc era el texto central para cualquier discusión y lo siguió siendo por mucho tiempo. Si algo puede aseverarse de esas generaciones fue el desprecio casi total por los libros que se estaban publicando en el mundo sobre estos temas, y el asumir el problema como algo nuevo, sin experiencias previas. Es un tema interesante y digno de ser estudiado. De todas formas lo que se hacía no estaba muy lejos de lo que pasaba en otras tierras: cuando se hizo el Patio Andaluz del Cabildo de Luján, y se lo tomó como ejemplo de la preservación, se estaba consolidando toda una visión del pasado.
Cuando se fundó la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos en 1940 y se la estableció en el restaurado Cabildo, por mano de Ricardo Levene y Mario J. Buschiazzo, es cuando podemosver un nuevo paradigma en el estrado. Una nueva generación estaba estableciendo una nueva forma de hacer historia: al método riguroso de la documentación le corresponde el método riguroso de la restauración. Buschiazzo y Levene son gemelos a su manera y ambos expresan una misma manera de construir el pasado. La Comisión inicial estuvo compuesta por historiadores profesionales, entre ellos José Torre Revello, Guillermo Furlong y Vicente Nadal Mora, con intereses en la arquitectura, no a la inversa. Las diferencias entre las restauraciones hechas por Noel y por Buschiazzo, es decir entre el romanticismo y el tecnicismo, son las diferencias que hay en todo el campo disciplinar, no sólo en la restauración. Son visiones del pasado, son diferencias en las formas de entender la función social de la historia. Son parte de los grandes temas de la cultura nacional.
De esa generación pionera a la siguiente hay mucho en el medio: desde el abandono de Buschiazzo de la restauración para refugiarse en el Instituto de Arte Americano yen la historia pura, a la desvinculación de los expertos en las obras en el Ministerio de Obras Públicas. Es también la historia del país, de las dictaduras militares, del oscurantismo, de la negación del pasado y de su apropiación por el estado nacional, Allí deben buscarse los orígenes por los cuales el pueblo se desvincula de su patrimonio, en el estado patriarcal y dictatorial, que asumió un rol de custodio de los paradigmas de su propio poder. Por eso la generación siguiente construyó la postura contrapuesta, la conservación como bandera política y la restauración como reivindicación social, el patrimonio como expresión de la identidad de una sociedad heterogénea que busca comprenderse, expresarse y ser dueña de su pasado y su futuro. El nuevo paradigma establecido por Ramón Gutiérrez, Dick Alexander, Marina Waisman y quienes fundaron el Instituto Argentino de Investigaciones de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo -no casualmente en Resistencia-, sentó las bases para un movimiento de carácter latinoamericano, comprometido, resuelto a llevar la preservación al frente de batalla, embanderarse y entenderlo como el enfrentamiento aun sistema mayor. Se preserva porque se destruye, se restaura porque se deteriora. Para lograr un extremo del par dialéctico es necesario atacar el otro extremo. En esa bipolaridad es que se mantendrá la restauración por muchos años. Allí se insertan la mayor parte de los estudios hechos, la bibliografía publicada, los cursos y las actividades a lo largo y ancho del país. O por lo menos lo que fuese significativo.
La llegada de la democracia en 1983 significó un cambio tan profundo que recién ahora estamos entendiendo su dimensión. El nombramiento de Jorge E. Hardoy como Presidente de la Comisión significaba la apertura de una visión diferente, en una comisión representativa de lo que estaba sucediendo, ya sin delegados de las Fuerzas Armadas como hasta la fecha. Pero una nueva generación estaba asomando y la perspectiva de una preservación autónoma se hacía cada vez más clara. Comenzó a surgir una nueva postura, en la cual se planteaba la historia urbana y la historia de la arquitectura necesitaba desvincularse de la preservación para construir nuevamente su autonomía científica. La polémica no se hizo esperar y fue dura por cierto. Quedaba claro que la separación entre el arquitecto y la arquitectura, entre el historiador y su objeto de estudio, había producido en buena parte la pérdida patrimonial. El historiador de la arquitectura en épocas anteriores, se cuestionaba, no se había involucrado en su preservación, o en la forma en que lo hizo no fue suficiente o adecuada. Lo que ahora se pedía no era ya que se involucren masivamente, sino que asuman críticamente lo que los especialistas decían o hacían.
Pero el cambio más profundo comenzó desde adentro de la misma Comisión: el replanteo del concepto mismo de patrimonio. Hasta 1983, y esto llama la atención, la concepción de lo patrimonial no era diferente de la del Positivismo de inicios del siglo XX. De allí a la fecha se produjo un cambio: se amplió bruscamente el espectro de lo que se están discutiendo. Ya no era cuestión de hablar de arquitectura paradigmática -aunque se incluyeran edificios de cultura negados durante la dictadura-, sino que se abría al patrimonio de la producción artesanal e industrial, los centros históricos, los poblados, calles y avenidas, subterráneos y sistemas ferroviarios, las visuales urbanas. Y los sitios arqueológicos y de pintura rupestre que habían sido dejados de lado en forma sistemática. Ahora la Comisión tiene establecidos proyectos concretos de estudio, declaratoria e intervención de ellos. La ampliación de la definición misma de monumento histórico obligó a cambios importantes, mas difíciles en la situación habitual de crisis y dificultades económicas, pero implican una perspectiva para ingresar al siglo XXI. También, y por influencia de Hardoy, se ha comenzado a introducir nuevos parámetros cruciales para analizar la factibilidad de la preservación: las herramientas de la sociología, el urbanismo de la planificación económica ya no pueden dejarse de lado.
Otra lección aprendida fue la que dio la preservación de la naturaleza: un movimiento mucho más reciente, con una historia en el país de menos de dos decenios, logró avanzar con una rapidez increíble, difundirse y ser asumida por la población y por el estado. Dista mucho de haberse resuelto la problemática, pero sólo con ver el espacio que se le dedica en los diarios podemos entender cómo hemos sido superados. Más allá de lo absurdo que es el que ambas tendencias estén separadas una de la otra, es toda una lección sobre objetivos, estrategias y políticas de acción y gestión.
Por último, otra tendencia que aun no ha sido revertida, es la bibliográfica. Se escribe, se discute, se teoriza siempre sobre propuestas y proyectos, jamás sobre obras hechas. Es verdad que éstas no son muchas, pero las hay. Seguimos sin ver trabajos siquiera descriptivos sobre el quehacer específico. Esperamos que eso cambie como proceso natural de crecimiento.
Bibliografía
– Adrián Gorelik, Graciela Silvestri. «Lo nacional en la historiografía de la arquitectura en la Argentina: el peso de una tradición». En Historiografía Argentina 1958-1988. Comité Internacional de Ciencias Históricas, Buenos Aires,1990. Págs. 174-185.
– Ramón Gutiérrez. «La historiografía de la arquitectura americana: entre el desconcierto y la dependencia cultural». En, Summa N°215/216. Ediciones Summa S. A., Buenos Aires, agosto 1985. Págs. 40-59.
– Daniel Schávelzon. La conservación del patrimonio cultural en América Latina. Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas «Mario J. Buschiazzo». Buenos Aires, 1991.
– Daniel Schávelzon. El expolio del arte en la Argentina. Sudamericana, Buenos Aires, 1993.