Artículo publicado en la revista «Historias de la ciudad. Una Revista de Buenos Aires», pps. 20 a 25, correspondiente al mes de mayo de 2009, año X, número 50, ciudad de Buenos Aires, Argentina.
El fallecimiento de Jorge dejó este trabajo sin completar; le hemos dado forma según sus ideas y escritos. Lamentablemente no citó sus fuentes, en su mayoría orales, lo que hemos respetado; fue hecho en su mayor parte en 1998. Agradecemos a su hija Amalia Alfonsín por facilitarnos el material cuyos originales han sido donados al Instituto Histórico del GCBA.
Puede parecer un absurdo al lector actual que dos comunidades europeas, en el marco de una celebración, compitan para ver cuál edifica la torre más alta. No por cuestiones psicológicas obvias, sino por la simple y a la vez tonta idea de que algo es mejor si es más grande. Pero así es la historia. Ese fue el eje entre las dos torres que tenemos en Buenos Aires aunque sus historias sean totalmente diferentes: la obsequiada por el gobierno de Inglaterra para el Centenario de 1810, ubicada en Retiro, y la Torre Ader, sita en la localidad de Vicente López, hoy casi olvidada. Esta última fue hecha por un individuo para uso personal, aunque luego fue resignificada como gesto para el Centenario de 1816, representando a los franceses, o mejor dicho a los vascos franceses. Se trataba de alguien que había hecho una enorme fortuna personal con el negocio de la cerveza: don Bernardo Ader, cuya torre pasó al Estado antes de su fallecimiento.
Ambas torres son no sólo similares, pero no hay dudas de que la inglesa es mucho más grande y lujosa, sino que hasta ostentan la misma inscripción en su frente, aunque invertidas sus palabras, lo que les da un sutil sentido distinto. En sus similitudes y diferencias está lo interesante, la explicación de porqué una es tan conocida y la otra fue olvidada.
La llamada Torre Ader surgió por la decisión de don Bernardo Ader, nacido lejos de nuestras fronteras aunque desarrolló aquí su vida y su familia. Según su intención, quería demostrar con ella no solo su poder sino también su acendrado cariño hacia nuestro país, que adoptó como suyo, el mismo en que hoy descansa.
La Torre Ader
El 9 de julio de 1916 se recordó el Primer Centenario de esa fecha patria y se inauguró un edificio de gran categoría, entonces en un sitio alejado de Buenos Aires, enclavado en lo que era campo, la localidad de Vicente López. Lejos pero no tanto, en un gesto peculiar, digno de destacar, que mostraba que los festejos no debían hacerse sólo en el centro sino donde se extraía la riqueza.
Ader había llegado a la Argentina poco después del año 1860 (no tenemos el dato exacto). Era un joven vasco-francés muy entusiasta y emprendedor, primo del Barón Emilio Bieckert. Fueron sus padres Bernardo y Juana Michoud, ambos franceses. Comenzó a trabajar en la cervecería y se casó con Elena Schulze, alemana, con la que tuvo tres hijos: Eduardo Bernardo, Enrique Emilio y Ana Elisa. En esos días vivían en una residencia de la calle Bolívar 189 de Buenos Aires. Parece que su traslado al conurbano -campo en ese tiempo-, se debió a la enfermedad de su hijo mayor y para ello compró una quinta de siete manzanas rodeadas por las actuales calles Paraná, límite con el partido de San Isidro -hoy Carapachay en realidad-; la calle Primera Junta que es límite con el partido de San Martín, Montes de Oca y la actualmente denominada Av. Ader, vecino del partido de San Martín; las tierras fueron siempre propiedad de los Bieckert. Cuando falleció Bernardo tenía como domicilio la Av. Callao 159.
La torre, en realidad parte de una proyectada residencia que nunca llegó a construirse, figura en los documentos como una ampliación de su casa, allí existente desde agosto de 1907 cuando Ader inició en la Municipalidad el Expediente N° 163 solicitando autorización para mejorar su vivienda. Durante los trabajos agregó un parque, una pileta de natación y un frontón para pelota-paleta, juego tradicional de su tierra. Lo que deseaba construir, muy de acuerdo a sus tiempos, era un verdadero castillo al estilo Enrique VIII, quizás por sugerencia de su hijo Eduardo que estudiaba ingeniería.
La torre sería una especie de enorme mirador como otras en el conurbano que desaparecieron en su enorme mayoría, aunque esta era de mayores dimensiones. Pero, en 1908, don Bernardo sufrió dos desgracias seguidas y dolorosas: el 16 de abril perdió a su hijo Bernardo de 26 años y el 8 de mayo a su hijo Emilio de 24, ambos solteros, lo que comenzó a hacer que el gran emprendimiento decayera y fuera cada día más lento.
Los años pasaron y en 1914 comenzó la Primera Guerra Mundial. En ese momento Ader decidió que su torre no debía ser un monumento a su tierra o a sus propios logros personales, sino un regalo al país que lo había adoptado. Suspendió de manera definitiva la casa e inició el expediente número 23, del 26 de junio de 1916, para lograr la aprobación de la tarea de completar la torre, bautizada como Torre de la Independencia y obsequiarla a las autoridades. La piedra inicial se colocó el 9 de julio de 1916, aunque al parecer la obra ya estaba iniciada hacía tiempo y suponemos que esto debió ser parte de la nueva idea más que de la construcción misma.
Con los años el sitio se fue transformando en un hito territorial que era visto de lejos y fue un elemento significativo para la estación Carapachay construida en sus cercanías.
El futuro no sería benigno con ella. Fue quedando, tras la venta y fraccionamiento de los terrenos, en una pequeña plazoleta en medio de una calle, que hace imposible acceder a su entrada.
La obra fue construida por los ingenieros civiles Artaza y Marino y la empresa constructora Stefanetti e hijos, quienes entonces trabajaban en San Isidro. Los nombres de los profesionales de la construcción figuran con letras bajo relieve sobre dos grandes rosetones circulares de material, aplicados en el frente del primer nivel de la Torre, a derecha e izquierda de la puerta de entrada de medio punto, de dos hojas, elaborada con perfiles de hierro de respetables secciones. Todo parece indicar, aunque no se tienen constancias, que la Torre fue inaugurada el 9 de julio de 1917, ya pasados los actos del evento histórico. Poco después, según narran las historias locales, a Don Bernardo, enfermo, lo subieron entre varias personas en una silla para que viera desde lo alto el panorama y disfrutara por fin, orgulloso, de su obra magna. Su fallecimiento ocurrió muy pronto, a las 20 horas del 29 de marzo de 1918, en Buenos Aires, a los dos años de inaugurado el actual Monumento Histórico Municipal. Finalmente la obra midió 42,30 metros de altura, lo que para su tiempo no era poca cosa.
El 21 de agosto de 1963, por Decreto Ordenanza número 7, se creó el Museo Histórico de Vicente López, estableciendo la torre como su asiento, pero la construcción seguía siendo privada porque la donación nunca se había completado. La quinta ya había sido loteada en fracciones y vendida. La torre quedó aislada en medio del tránsito y el ruido, algo que seguramente su donante nunca imaginó. El 16 de octubre de 1967 fue cuando las nietas la cedieron al municipio que la aceptó por Ordenanza 3461. Después, el 26 de enero de 1980, según el Decreto 250, se dispuso instalar allí el Instituto de Investigaciones Históricas que funciona en el lugar. El gran lema que tiene inscripto es Droit et mon Dieu colocando de manera obvia sus derechos privados sobre los generales.
Actualmente, recordando al periodista Norberto Bardi, existe una biblioteca designada con su nombre y habilitada en el primer nivel. En la misma se guardan diarios, publicaciones periódicas regionales y material destinado a informar a los visitantes. Expuesta sobre el paramento interior, arranque de la escalera recta con descansos y baranda de hierros cuadrados, primer tramo donde finalmente se accede al Balcón Mirador, hay una galería de cuadros que representan a la mayoría de los intendentes municipales de Vicente López. Las obras fueron producto de Alejandro de Palma, artista vicentelopino, también caricaturista y autor del mural que se encuentra en el edificio donde ahora funciona el Concejo Deliberante de Vicente López, aunque realizó la obra cuando en ese edificio funcionaba la empresa SEGBA.
La arquitectura elegida fue de estilo neo-florentino, parte del eclecticismo imperante en su tiempo, con un basamento símil piedra hecho en cemento, una pequeña escalera monumental doble, la planta principal estucada y con modillones imitando rocas y dos óculos ciegos. Por arriba era de ladrillo rojo de máquina a la vista con juntas tomadas, con cuatro niveles decorados, ventanales y el remate con el mirador. Los ladrillos rojos de máquina, poseen dos iniciales en bajorrelieve: F. C., las que indican su fabricante de origen, desconocido a la fecha. En su interior, donde las vigas de hormigón se hacen visibles, una escalera la recorre sinuosamente en una muestra a la vez de ingeniería estructural y de decoración ornamental de una obra no funcional.
Sobre la entrada se aprecia un artístico monograma, de mármol blanco de Carrara, enmarcado con dos elementos rectos casi verticales y ramas de laurel. En su interior, posee dos letras labradas en sobrerrelieve entrelazadas, «A» y «B», iniciales del nombre y el apellido de Bernardo Ader, lo que se repite. Consideramos que el monograma resulta pieza única de los ornamentos de la torre por ser distinto en su material y factura en los cuatro frentes, algunos repetitivos. El referido monograma debió ser proyectado y esculpido a mano por algún hasta hoy olvidado escultor.
La Torre de los Ingleses
La ahora llamada Torre Monumental, habitualmente conocida desde siempre como Torre de los Ingleses, es un enorme monumento situado en el barrio de Retiro erigido en realidad como homenaje a la Revolución de Mayo en su primer centenario. Está hábilmente frente a la gran avenida del Libertador, a las puertas de la estación Retiro y debajo de la plaza San Martín, un lugar único en la ciudad desde la perspectiva paisajista. Se encuentra ubicada sobre la antigua plaza Britannia que, por designo militar, hoy se llama Plaza Aeronáutica Argentina, aunque la población no puede aceptar ni usa por cierto, esas imposiciones dignas de la dictadura.
El proyecto original fue obra del arquitecto Sir Ambrose M. Poynter, mientras la construcción estuvo a cargo de la empresa inglesa aunque de funcionamiento local, Hopkins y Gardom.
Todo el material necesario para la edificación, con las excepciones de la arena y el agua, fue traído desde Inglaterra. Lo mismo ocurrió con el personal técnico encargado de la construcción. El Congreso Nacional aceptó la donación mediante la Ley 6368 de 1909, año en que comenzaron las obras. La inauguración se realizó en 1916.
Fue construida en estilo neo-renacentista haciendo hincapié en el siglo XVI de Gran Bretaña y se encuentra emplazada sobre una gran plataforma con cuatro escaleras de acceso. Sobre la entrada principal al oeste y sobre las demás caras de la edificación, existe un friso donde se alternan triglifos y metopas ornamentadas con soles y emblemas del imperio inglés. Entre otras, pueden reconocerse la flor del cardo, la rosa de la Casa Tudor, el dragón rojo de Gales y el trébol de Irlanda, uniendo así sus grandes territorios. En la parte superior se encuentra un reloj monumental, ubicado a 35 metrod de altura, que cuenta con cuatro cuadrantes de 4,40 metros de diámetro cada uno, realizados en opalina. El funcionamiento de la maquinaria es a péndulo y pesas. Sobre los cuadrantes se hallan las cinco campanas de bronce cuyo tañir puede escucharse en varias cuadras a la redonda. La torre está coronada por una cúpula de forma octogonal cubierta de láminas de cobre sobre cuya cima gira una veleta que representa una fragata de tres mástiles de la época isabelina. El carrillón que marca los cuartos de hora, pesa tres toneladas e imita en su forma al de la Abadía de Westminster
En la puerta principal de ingreso puede leerse la inscripción:
«Al Gran Pueblo Argentino. Los residentes británicos. Salud. 25 de mayo 1810-1910.»
Durante la guerra de Malvinas sufrió enormes daños, fue destruido gran parte de su basamento el que nunca fue restaurado, se incendió su interior perdiéndose el recubrimiento de madera y mobiliario, por lo que ha llevado años de restauración devolverla a su estado original para habilitar su acceso al público. Lo mismo sucedió con el reloj, de compleja restauración.
La donación y construcción tuvo sus avatares; ya dijimos que fue donada en 1909 y aceptada por el Estado argentino y, al año siguiente, los proyectos, ya que se trataba de un concurso, fueron exhibidos en el Salón del Bon Marché, actual Galerías Pacífico. El ganador resultó ser Sir Ambrose Macdonald Poynter (1867-1923), arquitecto muy conocido en su país natal y a la vez nieto del fundador del Royal Institute of British Architects e hijo de otro gran arquitecto.
Pero esta torre estaba signada a construirse lentamente y a tener un problema tras otro. Primero, debido a la muerte de Eduardo VII el 6 de mayo de 1910, Gran Bretaña no envió su delegación a las fiestas del Centenario, lo que llevó a que la colocación de la piedra fundamental recién se pudiera llevar a cabo el 26 de noviembre. Las obras fueron lentas, la importación de materiales también, por lo que la inauguración se realizó el 24 de mayo de 1916 ya en plena Guerra Mundial. Por otra parte nuestro país también tenía problemas ya que la plaza no estaba vacía. Ni siquiera era una plaza, eran terrenos de la Compañía de Gas, la que los dejó libres en 1912 tras largas polémicas. La altura final de la torre es de 75,50 metros y tiene ocho pisos. A los 35 metros se encuentra el reloj ya citado.
La empresa constructora, Hopkins y Gardom, inglesa aunque reconocida localmente, tenía aquí, en esos años, otra gran obra entre manos, lo que hacía compleja la construcción de la torre y a su vez encargo del gobierno nacional: el puente Victorino de la Plaza, inaugurado el mismo año de 1916. Había sido autorizado por Ley 4301 de 1904 y la empresa contratista era The American Cement Construction, pero no sabemos por qué motivos el contrato se rescindió y la construcción fue adjudicada a la empresa Hopkins y Gardom.
Conclusiones
La torre de Ader fue un capricho personal que luego, por hechos de la vida privada de su propietario, pasó a la comunidad, lo que es loable, pues de otra manera hubiera sido destruida. Para su época era lo más alto de la ciudad y nadie podía competirle aunque era una arquitectura modesta, de pocos lujos por cierto. No sabemos si con intencionalidad o no, al surgir en 1909 el tema de la donación inglesa de una torre monumental, la decisión de Ader se aceleró ya que no iba a ser el único en tener algo de estas características; pero también Inglaterra tuvo sus problemas y ambas se inauguraron mucho después de lo planeado. No hay dudas que una mide el doble de altura y no repara en lujos, mientras que la otra es menor y más sencilla.
La de Ader hace elogio a sus derechos privados primero y los depone ante los divinos, sutileza que generalmente pasa desapercibida. Una representa a un país poderoso que tenía una fuerte relación económica con la Argentina y la otra y dependía de la capacidad económica de una familia de cerveceros.
De todas formas ambas son parte del legado histórico que tiene Buenos Aires, la Capital y su conurbano.
Ambas son monumentos destacables por igual y cada una representa un estilo diferente. No era ni es una competencia, aunque algunos así lo sintieron; son sólo expresiones de una sociedad aluvional compleja en un momento aun más difícil de la historia.