Artículo publicado en Pacarina, Arqueología y Etnografía Americana, volumen 3, año III, pp. 313-322, Universidad Nacional de Jujuy, ISSN 1667-4308, año 2003.
El envío a México de una gran comisión formada por lo mejor de la ciencia francesa de su tiempo, y apoyada por buenos investigadores locales, permitió que por primera vez se juntara en un país de América Latina el apoyo oficial a la arqueología, la compilación de toda la información precedente, se hicieran extensos recorridos de campo, se excavara, crearan museos e instituciones y se establecieran métodos de trabajo. Esto logró, en el lugar y momento adecuado, que cristalizara un nuevo campo del conocimiento: el americanismo, y con él lo que hoy denominamos arqueología científica.
En 1864 México fue invadido militarmente por Francia. Por designios de Napoleón III fue enviado como emperador Maximiliano I de Austria, principe sin corona en Europa. Si bien el imperio sólo duró tres años, tras los cuales los franceses fueron expulsados y Maximiliano fusilado por Benito Juárez, el impacto que causó su labor cultural es enorme y nunca ha sido bien analizado. Es posible demostrar que durante esos años se formó lo que luego se llamó americanismo y con él la arqueología como tal en América Latina.
Si observamos la historia de la arqueología en América Latina es fácil notar el rápido proceso de cambio ocurrido entre 1850 y 1880. Así como toda la bibliografía coincide en que para 1885 la arqueología como ciencia ya estaba iniciada, también hay consenso en que treinta años antes el americanismo que le dio vida no existía ni siquiera como proyecto (1). Esa etapa intermedia es la que interesa revisar aquí.
Muchas son las causas que motivaron este fenómeno de rápido crecimiento y aún es mucho lo que deberá estudiarse para entenderlo, pero es posible establecer que el movimiento denominado americanismo surgió, aunque pareciera ser contradictorio, con la invasión a México que creó el Imperio de Maximiliano. Es cierto que resulta difícil imaginar que en una invasión militar y en plena guerra haya nacido, o se haya institucionalizado y difundido, un nuevo campo del conocimiento, pero creo que la Commission Scientifique au Mexique fue sin duda el disparador para que un conjunto de datos dispersos sobre el mundo pre-español, se transformara en un campo concreto del conocimiento y adquirieria entre otras cosas, nombre, prestigio, reconocimiento de pares en el mundo de la ciencias e institucionalidad.
Los años previos
La preocupación por América Latina y en especial por México estuvo presente en el pensamiento francés desde muy temprano, cosa que la bibliografía ya ha ahondado; en especial en el siglo XVIII los pueblos prehispánicos sirvieron para dar veracidad tanto a las teorías del Buen Salvaje como las que lo minusvaloraban o despreciaban por ser racialmente inferior (2). Así continuó hasta después de la Independencia en que algunos viajeros, eruditos y anticuarios comenzaron a modificar la forma de ver el pasado: las publicaciones de Humboldt, gran parte de ellas en francés, y la gran obra del menos conocido abate Henri Baradère son de destacar en esta etapa inicial. Este último había viajado a México en 1827 con la colonización del y en sólo dos años estableció contactos con el naciente mundo mexicano de las antigüedades y del Museo Nacional recién formado. Editó en París la obra de los viajes y rIstmo de Tehuantepecelevamientos de Dupaix y Castañeda, que incluía artículos de otros franceses como Charles Farcy y Alexander Lenoir (3). Muchos libros más se editaron en francés en esos años, traduciendo a ese idioma a William Bullock, Joel Poinsett, Basil Hall, J. C. Beltrami y varios otros.
También entre los antecedentes franceses debemos recordar a Jean Frédérick Maximilien de Waldeck cuya historia, si bien discutida, está estrechamente vinculada a Francia (4). Llegado en 1825 publicó su gran Voyage pittoresque et archéologique dans la province de Yucatan en 1838 después de haber ganado la medalla de la Société de Géographie (5). Tras ese libro sus publicaciones quedaron prácticamente suspendidas hasta la llegada de la Commision Scientifique y con el impulso que le diera Brasseur de Bourbourg al editar su Monuments anciens du Mexique (6). Otro de los coleccionistas e inquieto anticuario inicial fue Joseph Marie Alexis Aubin, llegado en 1821 como pedagogo, y que luego de formar una colección y biblioteca excepcional comenzó a publicar en 1860 su Mémoire sur la peinture didactique et l’écriture figurative (7). Más tarde editaría los códices Tlotzin y Quinatzin y se haría famoso por los avatares de su biblioteca monumental sobre América Latina y los manuscritos que contenía, pero eso sería hacia 1890. Otros franceses más viajaron o publicaron libros sobre el tema en ese inicio y entre ellos hay que destacar a Henry Ternaux-Compans, quien entre 1837 y 1840 editó sus cuarenta volúmenes sobre viajes y descripciones coloniales (8).
Los tres viajeros que jugarían el papel más destacado en los años preliminares a la invasión francesa fueron Désiré Charnay, Etienne Brasseur de Bourbourg, quien arribó en 1857 y Louis Frédéric Henri de Saussure (1829-1905). Este último era de origen suizo, llegó a México a los 25 años de edad para recorrer parte del territorio en calidad de geógrafo. Si bien sólo permaneció en el país dos años, sus observaciones sobre vulcanología, zoología, botánica, geografía, hidrología, geología, arqueología y otras ciencias de la naturaleza lo transformaron en uno de los mayores conocedores del país; después de Humboldt, prácticamente fue el hombre que mayor cantidad de conocimientos acumulara sobre esa region; su obra, dispersa en trabajos monográficos cortos, no pudo llegar a compendiarse en visiones amplias como las de Humboldt a quien pudo haber emulado. Queda su breve estudio de las ruinas de Cantona, por él descubiertas, como un ejemplo de la meticulosidad con los datos de campo que algunos de estos pioneros tuvieron. Hacia 1860 publicaba asiduamente las Mémoires pour servir à l’histoire naturelle du Mexique y en revistas como el Bulletin de la Société de Géographie (9). Recibió la condecoración de la Legión de Honor en París y colaboró años más tarde tanto en la organización de los Congresos de Americanistas y en la Société des Américanistes. Fue además el primer editor del códice Becker (10)
Otro de los viajeros que servía de nexo entre la Comisión Científica formada en París y la realidad del territorio era Charles Etienne Brasseur de Bourbourg (1814-1874), sobre quien existe, por suerte, nutrida bibliografía (11). Brasseur llegó a México por primera vez en 1847 y en su viaje inaugural de dos años estableció una serie de relaciones con intelectuales mexicanos como Isidro Gondra y Manuel Larraínzar y viajó por buena parte del país. De su primer viaje hubo logros incontables, desde la edición del célebre Popol Vuh a su extenso libro Lettres pour servir d’introduction à l`histoire primitive des nations civilisées de l’Amérique septentrionale y llevó a Francia datos para publicar por varios años más (12). Su segundo viaje en 1854 fue hacia regiones sureñas y su estadía le permitió no sólo aprender nuevas lenguas indígenas sino también traducir el Memorial de Tecpán-Atitlán, rescatar el Rabinal Achí, compilar su gran Histoire des nations civilisées du Mexique en cuatro tomos, además de juntar una biblioteca que hoy en día nos parece admirable (13). Su tercer viaje fue en 1859 donde entre otras cosas descubrió la Relación de las cosas de Yucatán del obispo Diego de Landa y en 1861 comenzó a publicar su otra gran obra, la Collection de documents dans les langues indigènes (14). En 1864 fue designado profesor de lenguas indígenas americanas en La Sorbonne; ese mismo año fue nombrado miembro de la Comisión Científica para la cual realizaría un importante trabajo en cuanto a establecer las normas de funcionamiento de los investigadores en el campo, además de llevar adelante las relaciones públicas con las instituciones y personalidades del país. No creo necesario entrar en la vieja polémica acerca de sus ideas sobre el pasado indígena; para el caso no es importante la postura tan peculiar que sustentaba con sus contactos transatlánticos y otras ideas disparatadas aunque no fuera del común de su tiempo, sino que quiero destacar el papel que jugo en México y en el mundo al ser designado parte de una nueva misión francesa. Para el momento era quizás el mayor conocedor de los sitios arqueológicos y las lenguas indígenas que era posible encontrar en Europa.
El tercer viajero que jugaría un papel importante fue Désiré Charnay (1828-1915), cuya obra es bien conocida y cuyos libros serían tambien utilizados para dar una justificación racial a la superioridad europea y, obviamente, a la dominación imperialista (15). Charnay fue básicamente un fotógrafo expedicionario y no un interesado en antigüedades, y su viaje en 1857 fue más por seguir la aventura precedente de Stephens y Catherwood que por las ruinas en sí mismas; pero al parecer fue cautivado por éstas. Habiendo llegado con el apoyo financiero del Ministerio de Instrucción Pública francés, pasó dos años recorriendo sitios arqueológicos y tomando fotografías de excelente calidad, las primeras que se publicaban en el mundo sobre el tema. Su Album fotográfico mexicano de 1860 produjo un cambio importante en la forma de ver las ruinas, ya que desde él se contaba con fotos y no con discutidos dibujos como los de Waldeck y Dupaix (16). Entre 1862 y 1863, inmediatamente antes de la invasión de Maximiliano, publicó su Cités et ruines américaines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichén Itzá, Uxmal, con prólogo ni más ni menos que de Eugène Emanuelle Viollet-le-Duc (17). Es notable la diferencia entre el texto de Charnay y la introducción, ya que Viollet-le Duc, el arquitecto más célebre de su tiempo –e iniciador de los conceptos de la “restauración arquitectónica” en Europa-, aprovechó el material del viajero para establecer su modelo histórico-racial de la evolución de la arquitectura, donde a cada tipo humano le correspondía una técnica específica de construcción; ambos integrarían más tarde la Comisión Científica. Más allá de la diferencia entre ellos, en lo que sí coincidieron fue en la necesidad de que Francia enviara una misión militar; pero su compromiso real fue reducido ya que en 1863 Charnay fue enviado en una misión político-cultural a Madagascar.
Este era el panorama que presentaban las relaciones entre Francia y México antes de la invasión militar, respecto a lo arqueológico-indígena: no existía ningún intercambio científico-institucional serio, ni verdaderas expediciones enviadas por museos, ni siquiera viajeros que no dependieran más que de su propia iniciativa, curiosidad o de intereses primarios diferentes.
La arqueología y el americanismo en la invasión de Maximiliano de Austria a México
En el año 1864 se estaba produciendo en París un cambio en las relaciones con México, ya que la invasión para la implantación de un gobierno colonial se había echado a andar. Francia necesitaba que su invasión militar estuviera avalada por intelectuales de prestigio que hicieran más aceptables los hechos; y a la vez éstos podrían recabar información acerca del país, de sus riquezas mineras, agrícolas y ganaderas. Era una verdadera invasión imperial con características ilustradas junto a ella (18). Ya antes de la invasión a México, Napoleón III había creado por iniciativa de su ministro de instrucción pública, Víctor Duruy, una primera Comisión Científica, Literaria y Artística de México cuyo reglamento fue editado en 1864 (19).
Pese a la aceptación de esa Comisión por parte de Maximiliano, ésta nunca llegó a funcionar; se procedió a los pocos meses a la creación de otro grupo de estudiosos que conformaron una nueva comisión. El proyecto planteaba que funcionaría en dependencia del ministerio de Duruy y estaría compuesta por un grupo que dirigiría los trabajos desde París junto con viajeros que recorrerían México. La idea era similar a la comisión enviada a Egipto por Napoleón I y a las instrucciones hechas para la investigación en Perú en 1861 (20).
El grupo de París estaba integrado por personalidades de categoria, personajes que más allá de sus posiciones políticas representaban lo más selecto de la cultura francesa. Estaban entre ellos el senador Michel Chevalier- quien escribiría largos tratados sobre México-, el barón Gros- embajador en México, fotógrafo y explorador-, el zoólogo H. Milne Edwards- cuya obra era ya famosa-, el antropólogo físico M. de Quatrefages- el antropólogo más prestigioso de Europa-, el abate Brasseur y Joseph Aubin. Napoleón III, imbuido del mismo espíritu expansionista que su predecesor quiso emular la obra hecha por Bonaparte en Egipto; así lo establecía Chevalier en su libro publicado en 1863, Le Mexique ancien et moderne, donde intentaba demostrar la incapacidad de los mexicanos para poder vivir en democracia, justificar la invasión y la implantación de una monarquía extranjera (21).
El grupo organizador quedó compuesto por veintitrés miembros: el mariscal Vaillant, Ministro de Bellas Artes de Francia; Michel Chevalier, senador y escritor; el vicealmirante Jurien de la Gravière, ex-jefe de operaciones navales en México; el barón Larrey, miembro de la Academia Imperial de Medicina;, arquitecto e historiador; Léonce Angrand que era el ex-cónsul en Guatemala y cónsulEugène Emmanuelle Viollet-le-Duc en México; el coronel Ribourt, jefe del gabinete del ministerio de guerra; César Daly, arquitecto y conocido americanista; Marié-Davy, astrónomo del observatorio imperial de París; Vivien de Saint Martin, geógrafo y americanista; M. de Quatrefages, antropólogo físico; M. Bellaquet, jefe del gabinete del ministro de instrucción pública; A. Duruy, secretario de la Comisión; Brasseur de Bourbourg, H. Milne Edwards, Joseph Aubin, Adrián de Longperier, De Tessan, Faye, Combes y Decaisne.
Para el mes de marzo de 1864 ya se habían instalado los miembros y se estaban publicando las instrucciones y reglamentos para su funcionamiento. Se crearon comisiones internas y se organizó un comité encargado de los trabajos de historia, etnología, lingüística y arqueología que quedó compuesto por el barón Gros como presidente y por Longpérier, Mayry, Angrand, Viollet-le-Duc, Daly, Brasseur de Bourbourg y Aubin como miembros. Luego se procedió a nombrar los corresponsales en México que debían ser nacionales; tras varias cavilaciones se decidió designar a Joaquín Velázquez de León, un prestigioso científico, y junto a él al historiador José Fernando Ramírez, ambos ministros del nuevo gobierno; es decir: personalidades del mundo científico en su más alto nivel (22). Asimismo fueron designados varios médicos franceses como Biart, Coindet y Ehrman. En Europa fueron nombrados el antropólogo Erkhardt, el geógrafo Henri de Saussure en Suiza, Arthur Morelet que publicó dos volúmenes con sus viajes por México (23) y varias otras personalidades que no citamos ya que no tuvieron relación con la temática que estamos estudiando.
Poco tiempo después la lista se amplió con otro grupo de miembros residentes en México, varios de los cuales con los años plantearon que su designación no había sido hecha con consulta previa. Algunos de ellos no fueron colaboradores del régimen, tal como Gabino Barreda, en esa época médico, filósofo y activo político Liberal cuya obra trasciende este estudio pero que debemos mencionar como uno de los impulsores del Positivismo en México. Junto a él estaban Francisco Pimentel, autor de trabajos sobre la cuestión indígena, y Joaquín García Izcalbaceta, el llamado Kingsborough Mexicano por su omnisapiencia sobre el pasado y quizás el bibliógrafo más entendido sobre México de todos los tiempos. Se encontraba entre ellos Antonio García Cubas, geógrafo que comenzaría así su carrera de arqueólogo además de ser el fundador de la geografía científica de México; su compañero de trabajo en Teotihuacán también fue incluido, el ingeniero y astrónomo Francisco Jiménez. Para completar la lista figuraba el historiador Manuel Orozco y Berra, quien ya había escrito parte de un libro junto con Charnay. Unas doce personas más acompañaban esta lista de intelectuales como nunca había visto México reunidos en un solo grupo.
Nadie podrá discutir hoy en día la envergadura del proyecto que Maximiliano tenía para la cultura, más allá de su uso político. Para completar el grupo, desde Francia se designaron varios exploradores-viajeros encargados de buscar la información de campo: E. Guillemin-Tarayre, D. Charnay y Brasseur entre varios otros geógrafos, ingenieros de minas, geólogos y zoólogos. Gran parte de los trabajos fueron luego publicados en el órgano oficial de la Comisión, los Archives de la Commission Scientifique du Mexique en tres tomos entre 1865 y 1867 (24).
Uno de los colaboradores de la Comisión, aunque nunca formó parte efectiva de ella, fue el coronel Doutrelaine, del Estado Mayor de las fuerzas francesas de ocupación, quien era un viajero y observador incansable. Con los años llegó a ser general y a la vez miembro del consejo superior del Ministerio de Instrucción Pública en París en donde se ocupó de las misiones a México; fue un activo colaborador para la organización del primer Congreso Internacional de Americanistas. Publicó en el volumen tercero de los Archives de la Commission Scientifique tres artículos: uno acerca de Mitla, otro sobre un relieve de Tlanepantla y el tercero acerca de un manuscrito de la colección Aubin.
Algunas tareas de la Commission Scientifique
Una de las primeras tareas impulsadas por la Comisión fue hacer cartas geográficas adecuadas ya que lo existente era difuso e incompleto; más allá del uso militar y de explotación de los recursos por primera vez se veían trabajos topográficos de esa naturaleza en forma sistemática: la primera fue la de Yucatán y el plano fue realizado por Víctor Adolphe Malté-Brun y se publicó bajo el título de Carte de Yucatan et des régions voisines pouvant servir aux explorations de ce pays en 1864, en una lámina de gran tamaño (25); un mapa notablemente detallado para su época que mostró la calidad alcanzada por la cartografía de mitad del siglo XIX. Ese mapa fue precedido de un Essai d’une carte ethnographique du Mexique publicado por Malté-Brun dos meses antes y luego reseñada por Quatrefages en los Archives de la Commission Scientifique (26). Tiempo después Malté-Brun publicó su carta geográfica en París con un texto acerca de la geografía, los monumentos y la historia de Yucatán. El mapa final de la distribución etnográfica fue presentado en el Congreso Internacional de Americanistas de Luxemburgo de 1877 con un estudio introductorio bastante extenso (27).
Los tres tomos que compusieron los Archives de la Commission Scientifique ya citados tuvieron colaboraciones de otros autores: podemos citar al barón Jean-Baptiste-Louis Gros a quien no hay que confundir con su homónimo pintor y paisajista que también vivió en México y falleció en 1863. Gros fue uno de los primeros viajeros-fotógrafos del mundo: en 1842 publicó un álbum fotográfico de Bogotá y en 1850 otro de Atenas y sus antigüedades; en los Archives incluyó instrucciones para los viajeros que vinieran a América a la búsqueda de información antropológica. Otro de los autores fue el arquitecto César Daly, que incluyó una nota técnica sobre las formas de excavación y exploración de monumentos. Michel Chevalier escribió acerca de la organización del sistema administrativo azteca y Longpérier hizo una instrucción sobre la forma de fotografiar edificios arqueológicos. Remi Simeon aportó un texto sobre el sistema de numeración antiguo; Malté-Brun la ya citada carta etnográfica y Aubin varias páginas acerca de los trabajos que Francisco Pimentel estaba emprendiendo para la rama mexicana de la comisión. Asimismo, L. Léouzon-le-Duc hizo una descripción de los objetos mexicanos que se conservaban en los museos de Copenhagen.
Otro de los miembros de la Comisión, Vivien de Saint Martin, se desempeñaba como editor entre 1862 y 1875 de la revista L’année géographique y realizó algunos estudios sobre arqueología de México. Si bien la contribución bibliográfica de su vida estuvo centrada en la geografía, llegó a publicar un estudio extenso titulado “Les études américains dans le passé, le présent et l’avenir” incluido en 1864 en su revista (28). Se trata de comentarios sobre publicaciones y muestra que su autor estaba al tanto de lo que se hacía y decía sobre el tema; en los siguientes cinco años publicó varias notas acerca de la Comisión y sus trabajos.
Hay otros dos activos colaboradores: Adrián de Longpérier quien excavó en Teotihuacán después de Almaraz y su dibujante Eugéne Leon Méhédin, quién por su parte después excavó en Xochicalco. Más adelante veremos el papel de estos dos hombres en los inicios de la excavación estratigráfica en América Latina.
Trabajos de la comisión mexicana
Varios de los mexicanos relacionados con la misión francesa realizaron trabajos que fueron financiados y publicados bajo el sello imperial: uno de ellos fue Francisco Pimentel, quien en 1864 dio a la imprenta su libro titulado Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena en México y medios para resarcirla, y al año siguiente su Cuadro comparativo-descriptivo de las lenguas indígenas de México en dos volúmenes (29). Ambos fueron valiosos por el alto grado de responsabilidad asumida frente a la problemática social del indígena; para muchos es la obra indigenista más importante de todo el siglo XIX. El otro fue Manuel Orozco y Berra, luego activo colaborador del historiador Vicente Riva Palacio y amigo personal de quien expulsara a los franceses; en 1864 publicó su Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, trabajo conexo con los de Pimentel y Malté-Brun (30). También publicó junto con Charnay.
Sin embargo para la arqueología el trabajo más importante fue el de otra rama local que se organizó en 1865: la Comisión Científica del Valle de México. Esta tenía como objetivo hacer estudios naturalistas, históricos y geográficos que permitieran un reconocimiento exhaustivo de la cuenca de México y se estableció que sus objetivos eran “la orografía, hidrografía, ruinas, poblados y recursos naturales”. Los intereses eran claros: saber cuáles eran los recursos de México, pero para nosotros lo importante es que esa comisión estuvo formada por científicos de primera categoría y varios muy interesados en la arqueología, como Ramón Almaraz, Francisco Jiménez y Antonio García Cubas, todos con conocimientos geográficos, geológicos y topográficos. Fue la posibilidad concreta de unirlos y ponerlos a trabajar en conjunto con instrucciones claras, concretas y tras objetivos factibles y financiados desde el Estado. Entre los trabajos llevados a cabo se encuentra el estudio detallado de Teotihuacán, sitio del que se publicaron artículos y libros (31). Hicieron un plano con teodolito incluyendo un corte longitudinal del sitio, idea que si bien había planteado Humboldt anteriormente nunca se había llevado a la práctica; además se ubicó Teotihuacán mediante sus coordenadas geográficas y se mapearon los alrededores con detenimiento. El plano se lo debemos a García Cubas y las coordenadas a Jiménez.
Respecto de Almaraz tenemos de él una serie de observaciones de gran valor; por ejemplo, el haber sido el primer mexicano en haber establecido la posibilidad de realizar una excavación en forma estratigráfica siguiendo el método geológico de las capas superpuestas, las que debían ser levantadas una por una; el uso científico de este método en México no se daría sino hasta medio siglo más tarde; la importancia de esto no puede ser dejada de lado como se lo ha hecho. Almaraz le dio los créditos por esto a los franceses y hoy sabemos que posiblemente ésta haya sido Adrián de Lonpérier quien excavó en el mismo stio después que él; junto a Lonpérier estaba el arquitecto Leon Méhedin quin hizo más de cien dibujos a gran escala de las ruinas, las que se conservan en el museo de Rouen; es interesante que en ellos se dibujaron las capas que cubrían cada construcción, no como parte de elas sino como estructuras superpuestas.
De los tres científicos mexicanos citados sólo García Cubas siguió dedicado a la arqueología, actividad que unió a sus trabajos geográficos. En 1895 volvió a excavar en Teotihuacán y fue uno de los organizadores del Congreso Internacional de Americanistas de ese año en México (32).
El papel institucional
Viendo la obra cultural impulsada por Maximiliano es factible reinterpretar su aporte a México. Obviamente no hay justificación para la invasión militar, pero recordemos que él mismo era un romántico que creía en la redención del indígena a manos de los hombres ilustrados. Una de sus decisiones que pasó desapercibida fue la creación del Comité Indigenista, en el cual participó Galicia Chimalpopoca y otros intelectuales de la época. Maximiliano no supo controlar su amor romántico al exotismo, a las ruinas y al arte precolombino junto con sus aspiraciones imperiales y de dominación, y las unas chocaron con las otras. Cuando adoptó a un indígena huérfano en Querétaro de apenas dos meses de nacido, creyó ver en él a su futuro sucesor del trono (33). Lo bautizó bajo el nombre de Fernando Maximiliano Carlos José María; sin embargo, el niño, subalimentado y enfermo, moría antes de cumplir un año. Por supuesto, tal gesto permite acusarlo de demagogo y pero no es mas que una muestra del carácter contradictorio de Maximiliano; pero más allá de eso dejó en México las puertas abiertas para el surgimiento de la arqueología científica y bien establecido lo que se denominaría americanismo por mucho tiempo. Los Congresos de Americanistas serían impensables sin la invasión a México.
Maximiliano tomó durante esos años varias medidas respecto del patrimonio cultural: entre ellas el traslado del Museo Nacional de su antiguo local en la Universidad al que mantendría por el siglo siguiente en la calle Moneda, a un lado del Palacio Nacional, aunque el movimiento de todas las piezas tardó treinta años más (34). Cuando Porfirio Diaz inauguró su gran museo, todos se olvidaron de que no lo había creado él. Durante ese tiempo hubo una serie de despachos oficiales al Ministerio de Fomento acerca de la prohibición de la salida de objetos arqueológicos o de destrucciones de monumentos y que era responsabilidad de esa dependencia el impedir ambos (35).
Este conjunto de acciones de la comisión en Francia, la comisión local, la del Valle de México, la Indigenista, el museo instalado en el mismo Palacio de Gobierno, el apoyo a la protección patrimonial y el finacimiento de investigaciones y publicaciones, fue lo que produjo que se concretara, en ese lugar y momento, la formación de un campo de conocimientos de otra forma imposible en América Latina.
Las consecuencias de la Comisión
Ya hemos mencionado que también integró la Comisión el abate Brasseur a quien se le asignó la tarea de escribir una serie de instrucciones para los exploradores (36), es decir el primer método de trabajo en antropología y arqueología en la región. Sin duda Brasseur era el indicado y es notable su grado de conocimiento de las costumbres locales; se ocupó de detalles como no bajarse del caballo al pedir alojamiento hasta que el dueño de casa invite al viajero, o cuándo y por qué se debe pagar y en qué circunstancias; un sinnúmero de detalles de la vida cotidiana que para un investigador francés de la época debían ser, de otra manera, incomprensibles. En 1865 Brasseur regresó a esas tierras acompañado del fotógrafo-dibujante Henri Burgeois, quien años más tarde publicaría artículos sobre las ruinas de Mixco Viejo y otras zonas arqueológicas de Guatemala. La misión era la de fotografiar las ruinas siguiendo los pasos de Désiré Charnay. A su llegada, el emperador Maximiliano lo quiso designar director de Educación y Museos, cargo que Brasseur no aceptó ya que le hubiera impedido continuar viajando. A su regreso a Europa un año más tarde se dirigió nuevamente a España, que por experiencia sabía que era un vasto repositorio de importantes materiales para la antigüedad americana: descubrió un códice maya en la biblioteca privada del marqués de Tro y Ortelano, que desde ese momento se lo conoce como el códice Troano. Gracias a la colaboración de León de Rosny, otro interesado en el tema de los jeroglíficos mayas, se pudo identificar al Troano como parte de otro fragmento ya conocido por el: el códice Cortesiano (37).
En los Archives, Brasseur de Bourbourg publicó algunas cartas, las instrucciones ya mencionadas, un trabajo acerca de las ruinas de Mayapán y Uxmal, otro acerca de las ruinas de Izamal y Mérida y varias otros estudios cortos. En 1866 publicó en París un libro sobre Palenque basado en Ordóñez y sus contemporáneos Félix Cabrera y Antonio del Río, al que agregó una serie de dibujos del conde Waldeck en una edición de gran lujo, además de dos articulos sobre esas mismas ruinas (38). En 1868 publicó un nuevo tomo de su serie de documentos titulado Quatre lettres sur le Mexique: exposition absolue du système hiéroglyphique mexicain d’après le Teomaxtli et autres documents (39), en el cual intentaba la traducción de textos mayas siguiendo a Diego de Landa. A ese texto polémico le siguió en 1870 el códice Troano en dos volúmenes y ochocientas páginas de texto e ilustraciones, auspiciado por la Commission Scientifique (40).
Entre los miembros de la Comisión cabe destacar también la obra de Edmond Guillemin Tarayre (1832-1920), un ingeniero de minas que inició sus estudios viajando intensamente. Antes de entrar en la Comisión había trabajado en su país natal, así como en Rusia, Italia y Madagascar. Al ser designado mineralogista de la expedición partió a México donde permaneció dos años recorriendo el centro y norte del país, visitando sitios arqueológicos en los estados de Jalisco, Chihuahua, Durango, Baja California, San Luis Potosí, Michoacán y Guanajuato, los que fueron detenidamente revisados y levantó mapas detallados en varios de ellos. En arqueología aún hoy son irreemplazables sus levantamientos trigonométricos de La Quemada. A su regreso a Francia su obra fue bien apreciada y la emperatriz Eugenia lo condecoró como Caballero de la Legión de Honor. Tres años más tarde fue ingeniero militar en Argelia y en 1872 diagramó la red de canales de navegación del interior de Francia; entre 1882 y 1893 fue director de los yacimientos de oro de Granada. Como parte de esas actividades publicó trabajos sobre arqueología: cabe destacar su Exploration minéralogique des régions mexicaines suivie de notes archéologiques et etnographiques incluido en el tomo III de los Archives (41). Hizo un largo recuento de los sitios visitados, los lugares descubiertos y los grupos indígenas que habitaban en la región; su colección de objetos fue estudiada y parcialmente publicada por Ernest Hamy en 1882.
Entre las actividades de extensión y difusión de lo que la Comisión estaba realizando en México se había planeado participar en la Exposición Internacional de París en 1867. Mas la caída de Maximiliano impidió que se concretara salvo por la intervención de un arquitecto, León Mehedín, quien hizo cientos de dibujos de Teotihuacan y Xochicalco junto con Longpérier, y con ellos construyó un pabellón que reproducía escenográficamente la pirámide central de Xochicalco. El edificio utilizaba la iconografía conocida de sus relieves, además de sus propios relevamientos enviados desde México; en la entrada había réplicas en tamaño natural de la Coatlicue, del calendario azteca y, rematando las alfardas, dos figuras tomadas de los grabados de Charnay. Al interior, entre muchas piezas arqueológicas de su colección privada se mostraba una copia del códice Troano y la interpretación de Brasseur (42). Fue la primera vez que los europeos tuvieron una maqueta en escala natural de una pirámide americana.
Las influencias posteriores
Independientemente del grupo de americanistas relacionados con Napoleón III o con la invasión misma, hubo un grupo de científicos franceses que no colaboraron directamente aunque si trabajaron en el tema arqueológico. Algunos no aceptaban la invasión militar, otros eran muy jóvenes aún y no fueron invitados a participar, de muchos más desconocemos los motivos; lo interesante es que varios de ellos se transformaron con los años en personalidades que generarían una nueva etapa del americanismo. Uno fue Charles Félix Hyacinthe Gouhier, conde de Charencey (1832-1916), quien a los 16 años escribió sobre el códice Telleriano; su tema predilecto fue la filología y la lingüística indígena, editó antiguos vocabularios y catecismos misionales y desde 1870 estuvo tratando de traducir las inscripciones mayas. Fue el fundador y editor de L’année lingüistique y más tarde uno de los famosos fundadores de la Sociéte des Américanistes.
Ernest Théodor Hamy (1842-1908) era un joven destacado en la época de la invasión: en 1865 había publicado su Paléonthologie humaine, lo cual le permitió en 1872 publicar con Quatrefages –miembro de la Comisión- parte de la Crania ethnica. Fue el fundador del Museo del Trocadero con apoyo del duque de Loubat –otro mecenas y americanista activo-, y publicó años más tarde material recogido por la Comisión; fue también fundador y editor del Journal de la Société des Américanistes.
León de Rosny, quien llegaría a ser presidente de la Société d’Etnographie de París se inició en 1863 con la publicación del Mapa Quinatzin; fue un estudioso metódico muy apegado a los datos de campo y criticó abiertamente las fantasías de Brasseur y Le Plongeon. A partir de 1885 editó la Biblioteca Sínica y la biblioteca oriental de Eric Nordenskjöld, es decir, un trabajo impresionante para la antropología universal (43).
Los interesados en el tema americanista contaban con una organización que les permitía reunirse desde antes de la invasión imperial: en 1858 ya existía en París una reducida Société Américaine de France formada por Aubin, Renan, Brasseur de Bourbourg, Rosny y Madier de Montjau. Si bien no eran una organización demasiado amplia llegaron a editar ocho tomos de la Révue orientale et américaniste; esta revista se transformó en 1875 en Archives de la Société d’Ethnographie que más tarde pasó a ser Archives du Comité d’Archéologie. Debido a la pérdida del americanismo en esta serie de uniones, un grupo encabezado por Brasseur, Hamy, Rosny, el duque de Loubat y Alfred Maury fundaron la Société des Américanistes que, desde 1895 continúa publicando su Journal de la Société des Américanistes (44).
Los efectos de la Comision fueron mucho más lejos que lo que se podía suponer en su momento: el americanismo francés continuó trabajando y en los años inmediatos posteriores se destacaron personalidades como Rémi Simeon, Désiré Pector, el marqués de Nadaillac, León y Lucien de Rosny, el archi-famoso egiptologo fundador del Museo del Cairo, Gastón Maspero (quien vivió en Uruguay y se inició en la arqueología con el argentino Vicente Fidel López), Louis Capitain, Eugène Bouvais, Jules Pipart, los esposos Le Plongeon, León Lejeal, Henry Cordier y Alphonse Pinart, todos ellos entre 1865 y el final del siglo XIX. Es decir, una generación completa cuya formación se dió bajo los empujes de la Comisión Científica y que en mucho contribuyeron al conocimiento del pasado americano. Demás estaría citar a Teobert Maler, el austríaco por todos conocido, que llegó a México como soldado de Maximiliano y, tras la derrota, comenzó a dedicarse a la fotografía y después a la arqueología, siendo uno de los exponentes de la arqueología científica americana que más alto llegaran.
La arqueología en nuestro continente no puede negar lo sucedido en la etapa del Imperio en Mexico. Es verdad que mucho de lo que en ese momento eclosionó ya estaba surgiendo y que los lazos con Francia preexistían aunque débilmente. Más la formación de la Comisión Científica, del Comité Indigenista, de la Comisión Científica del Valle de México, y el financiamiento de sus trabajos, significó la consolidación de esa tendencia. Es verdad que en el movimiento hubo de todo, mucha fantasía a veces, poca preocupación por lo que no fueran códices, jeroglíficos y lenguas, pero no todo fue así. Por eso es de lamentar la insistencia historiográfica en los peores aspectos de Brasseur o de Le Plongeon ya que eso sólo representa una parte: el marqués de Nadaillac escribió en una carta del 27 de agosto de 1901, cuando el americanismo francés ya se extinguía en el mundo, que:
“Cuanto más se estudia, más se duda en las conclusiones. Un sabio americanista ha dicho que América es un gran misterio; esa es la única conclusión a la que arribo. Actualmente no es posible dar ninguna conclusión definitiva; a todas las hipótesis se oponen objeciones insuperables que los argumentos de sus partidarios no pueden resolver”.
El Imperio y su preocupación arqueológica fueron el catalizador histórico para conformar el primer campo profesional en el tema: se produjo en el lugar y en el momento preciso. El americanismo, tal como se lo concebía hasta que surgieron las grandes excavaciones universitarias y de los museos a partir de 1900, fue francés en casi todos sus aspectos. Lo fue especialmente en su predilección por encontrar explicaciones a partir del estudio de las lenguas y los códices, más que con los restos materiales. Fue un movimiento de envergadura, significativo y moldeador de las formas del conocimiento en todo el continente.
Notas y bibliografía
(1) Ignacio Bernal, Historia de la arqueología en México (1979), Editorial Porrúa, Mexico; Eduardo Matos (2001), Descubridores del pasado en Mersoamerica, Antiguo Colegio de San Ildefonso, Mexico; Daniel Schávelzon (1989), La polémica del arte nacional en México: 1850-1910, Fondo de Cultura Económica, México.
(2) Antonio Gerbi (1960), La disputa del Nuevo Mundo, Fondo de Cultura Económica, México; Silvio Zavala (1983), América en el espíritu francés del siglo XVIII, El Colegio Nacional, México.
(3) Guillaume Dupaix (1834), Antiquités mexicaines: Relation de trois expéditions du Capitan Dupaix ordonées en 1805, 1806 et 1807, 2 tomos, Henri Baradère Editor, París.
(4) Carlos Echánove Trujillo (1974), Dos héroes de la arqueología maya: Teobert Maler y el conde Waldeck, Universidad de Yucatán, Mérida; y Howard F. Cline (1947), The Apocryphal Early Carrer of J. F. de Waldeck, Acta Americana 5: 278-299.
(5) Jean Frédérick Waldeck (1920), Voyage pittoresque et archéologique dans la province de Yucatan, C. R. Menéndez Editor, Mérida.
(6) Jean Frédérick Waldeck (1866), Monuments anciens du Mexique: Palenque et autres ruines de l’ ancienne civilization, Edición de Ch. E. Brasseur de Bourbourg, París.
(7) Joseph M. Aubin (1859-1861), Mémoire sur la peinture didactique et l’écriture figurative des anciennes cultures méxicaines, edición del autor, París.
(8) Henry Ternaux-Compans (1837-1840), Voyages, relations et mémoires originaux pour servir à la conquête du Mexique, 20 tomos, París.
(9) León Léjéal (1906), Henri Louis de Saussure, Journal de la Société des Américanistes 3: 97-99; y René Naville (1952), Un américaniste genevois du XIXe. siècle, Bulletin de la Société Suisse des Américanistes 5: 27-29.
(10) Henri de Saussure (1891), Le manuscrit du cacique, antiquités mexicaines, edición original sin editor, Paris.
(11) Carroll E. Mace (1973), Charles Etienne Brasseur de Bourbourg: 1814-1874, Handbook of Middle American Indians, University of Texas Press, XIII: 299-325.
(12) Charles Etienne Brasseur de Bourbourg (1861-1868), Collection de documents dans les langues indigènes pour servir à l’étude de l`histoire de la philologie de l’Amérique ancienne, 4 tomos, Arthus Bertrand, Partis; vol. I: Popol Vuh: le livre sacré et les mythes de l’antiquité Américaine.
(13) Brasseur de Bourbourg (1857-1859), Collections de Documents dans les Langues Indigènes, vol. II: Rabinal Achi ou le drame-ballet du tun; y Charles Etienne Brasseur de Bourbourg (1858), Histoire des nations civilisées du Mexique et de l’Amérique Centrale, 4 tomos, ambas son de edición del autor, París.
(14) Brasseur de Bourbourg, Collections de documents dans les langues indigènes, tomo III, Relation des choses du Yucatan de Diego de Landa, op. cit.
(15) Véase Keith Davis (1981), Désiré Charnay, Expeditionary Photographer, University of Texas Press, Austin.
(16) Désiré Charnay (1860), Album fotográfico mexicano, J. Michaud e hijo. México.
(17) Désiré Charnay y E. E. Viollet-le-Duc (1863), Cités et ruines américaines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichén Itzá, Uxmal, 2 tomos, Gide-A. Morel et Compagnie Editeur, París.
(18) Juan Comas (1954), Los congresos internacionales de americanistas, síntesis histórica e índice bibliográfico general, Instituto Indigenista Internacional, México; y Michel Lhéritier (1928), L’Amérique et la coopération intelectuelle, le rol des sociétés des Américanistes, Congresso Internazionale degli Americanisti, vol. 22, Instituto Cristóforo Colombo-Stabilimento Tipográfico Riccardo Garrón, tomo I: 69-72.
(19) Juan Comas (1962), Las primeras instrucciones para la investigación antropológica en México: 1862, UNAM, México.
(20) Alfonso Sandoval Arriaga (1981), El primer plan de trabajo en la historia de la antropología, Anales de Antropología 18-1:173-199; y Juan Carlos Comas (1961), El centenario de las primeras instrucciones para la investigación antropológica en el Perú: 1861, Revista del Museo Nacional de Lima, vol. 30:331-362.
(21) Michel Chevalier, Le Mexique ancien et moderne (1863), Hachette, Paris.
(22) La bibliografía de Ramírez puede verse en: Ignacio Bernal (1962), Bibliografía de arqueología y etnografía, INAH, México.
(23) Arthur Morelet (sin fecha), Voyage dans l’Amérique Centrale et le Yucatan, Gide et Baudry, París; publicada en español como Arthur Morelet (1990), Viaje a América Central, Yucatán y Guatemala, Academia de Geografía e Historia, Guatemala.
(24) Archives de la Comission Scientifique du Mexique (1865-1867), 3 tomos, Imprimerie Impériale, París.
(25) Esta carta geográfica fue incluida en un sinnúmero de publicaciones hechas en esa época y hasta 1900.
(26) Víctor Adophe Malté-Brun (1864), Essai d’une carte ethnographique du Mexique, Commission Scientifique au Mexique et l’Amérique Centrale, Imprimerie Impériale, París.
(27) Víctor Adolphe Malté-Brun (1878), Tableu de la distribution ethnographique des nations et des langues au Mexique, Comptes-rendus du Congrès International des Americanistes 2: II: 10-44.
(28) Vivien de Saint Martin (1864), Les études américains dans le passé, le présent et l’avenir, L’Année Géographique vol. 2.
(29) Luis Villorio (1979), Los grandes momentos del indigenismo en México, CIESAS, México; Francisco Pimentel (1862), Cuadro comparativo-descriptivo de las lenguas indígenas de México, 2 tomos, Imprenta del Estado, México.
(30) Manuel Orozco y Berra (1864), Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, precedidas de un ensayo de clasificación de las mismas lenguas y apuntes, Imprenta del Estado, México.
(31) Ramón Almaraz (1865), Apuntes sobre las pirámides de San Juan de Teotihuacán, Memoria y Trabajos Realizados por la Comisión Histórica de Pachuca, Imprenta Imperial, pp. 349-358, México.
(32) Rafael Aguilar y Santillán (1934), Bibliografía y cartografía de Antonio García Cubas, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística 44: 371-381; Daniel Schávelzon (1999), The History of Stratigraphic Excavation in Latin America: a New Look, Bulletin of the History of Archaeology vol. 9, no. 2, pp. 1-10.
(33) Luis González y González (1965), El indigenismo de Maximiliano, La intervención francesa y el imperio de Maximiliano cien años después, Asociación Mexicana de Historiadores-IFAL, pp. 102-110, México.
(34) Bernal, Historia de la arqueología en México, op. cit.
(35) Daniel Schávelzon (1991), La conservación del patrimonio cultural en América Latina, Instituto de Arte Americano, Buenos Aires.
(36) Comas, Las primeras instrucciones para la investigación antropológica en México, op. cit.; véase también Bernal, Bibliografía de arqueología y etnografía, op. cit.
(37) Charles E. Brasseur de Bourbourg (1869), Manuscrit Troano, études sur le système graphique et la langue des mayas, 2 tomos, Comission Scientifique au Mexique et l’Amérique Centrale, París.
(38) Waldeck, Monuments anciens du Mexique: Palenque et autres ruines de l’ancienne civilization, ver nota V.
(39) Charles E. Brasseur de Bourbourg, Quatre lettres sur le Mexique (op. cit.): exposition absolue du système hiéroglyphique mexicain d’après le Téomaxtli et autres documents, tomo IV de Collection de Documents dans les Langues Indigènes pour Servir à l’Etude de l`Historie de la Philologie de l’Amérique Ancienne, op. cit.
(40) Leoncio Angrand (1870), Reseña del libro Manuscrito Troano de Brasseur de Bourbourg, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística 2ª época, 2: 712-713.
(41) Edmond Guillemin-Tarayre (1869), Exploration minéralogique des régions mexicaines suivie de notes archéologiques et ethnographiques, en Archives de la Comission Scientifique vol. III, París.
(42) Fausto Ramírez (1988), Dioses, héroes y reyes mexicanos en París, 1889, Historia, Leyenda y Mitos de México: su Expresión en el Arte, UNAM, pp. 201-258, México.
(43) León de Rosny (1875), L’intérpretation des anciens textes mayas: suivie d’un aperçu de la grammaire maya, d’un choix de textes originaux, Archives de la Société Américaine de France 1: 53-118.
(44) Juan Comas (1974), 100 años de congresos internacionales de americanistas: ensayo histórico-crítico y bibliográfico, UNAM, México; Paul Broca (1864), Histoire des travaux de la Société d’Anthropologie 1859-1863, Mémoires 2:7-51, Société des Américanistes, París; Paul Broca (1869), Histoire des progrès des ètudes anthropologiques depuis la fondation de la Société, Compte-Rendu Decennal 1859-1869, Société des Américanistes III: 105-125.