Artículo de Daniel Schávelzon, Claudia Inchaurraga, Pablo Fracchia y Fernando Méndez, que ha sido publicado en la revista Summa – Temática (Arquitectura para la Educación), número 33, correspondiente al mes junio de 1989, pps. 40 – 45, ISSN 0325-4615, Buenos Aires, Argentina.
Las preliminares
De acuerdo con la ley nacional de 6 de octubre de 1876, promovida por el presidente Sarmiento, el 13 de junio del año siguiente, el mismo presidente firmó un decreto por el cual se disponía la apertura de una Escuela Normal de Profesores en la ciudad de Paraná. Buenos Aires no podía estar ajena a tal decisión y es así que el ministro de Gobierno de la provincia doctor Malaver expresó la necesidad de establecer un instituto similar al fundado en la ciudad entrerriana. Desde el 3 de marzo de 1872 Mariano Acosta era gobernador de Buenos Aires, y fue él quien el 20 de mayo del año siguiente envió a la Legislatura el mensaje y proyecto de ley para la fundación en la ciudad de Buenos Aires de dos escuelas normales, de varones y mujeres, respectivamente (1).
El trámite se prolongó hasta mediar el año 1874: el proyecto de ley del 20 de mayo decía:… «Formar al maestro es pues indispensable y formarlo con la ilustración bastante a responder a las nuevas exigencias; y el maestro no se forma sino en la escuela del maestro, en la escuela que convierte quizás al pobre y al ignorante en el apóstol de las grandes ideas y sobre el cual todos los pueblos tienen hoy puesta la mirada. Con este objeto y con el deseo de que la provincia alcance cuanto antes sus beneficios, el Poder Ejecutivo tiene el honor de someter a vuestra consideración el adjunto proyecto de ley sobre la creación de dos escuelas normales de instrucción primaria y al que espera le prestaréis una atención preferente. Dios guarde a V H; Mariano Acosta». Pero desde mucho antes preocupaba al país el problema de la reñida elección presidencial, y en medio de la conmoción generalizada, la fundación de la Escuela pasó inadvertida.
El primer local de la Escuela, alquilado, fue la casa de Cambaceres, un imponente edificio ubicado junto al barrio más antiguo de la ciudad, en las calles Potosí (hoy Alsina) y Balcarce. A fines del año escolar de 1885 la Escuela ocupó su nueva sede en la calle Estados Unidos: cuatro años después se establecería en su edificio definitivo de la calle General Urquiza.
Proyecto y licitación del edificio
Adolfo van Gelderen, primer director de la Escuela, manifestó en 1882 ante la insuficiencia de la casa que estaban ocupando: «Es de todo punto imposible que una escuela formada, funcione bien en una casa que no esté debidamente levantada para este único y exclusivo objeto». Muy poco después, la ley del 17 de octubre de 1813 autorizó al Poder Ejecutivo a invertir la suma de cuarenta mil pesos en la adquisición de un terreno destinado a la construcción de la Escuela. Abierta la licitación al respecto, en la que se presentan nueve propuestas, fue aceptada la de Andrés Simonazzi: «Aceptar el terreno ofrecido por don Andrés Simonazzi ubicado entre las calles Caridad, Moreno y 24 de Noviembre, representando un área total de diez mil ochocientas varas cuadradas, por la suma de cuarenta mil pesos nacionales, quedando de propiedad del señor Simonazzi los materiales existentes en el terreno». Es aquí cuando el ingeniero-arquitecto Francisco Tamburini, para ese entonces inspector general de Obras Arquitectónicas, hizo su aparición (2).
En el año de 1886, el Departamento de Obras Públicas dio a conocer el llamado a licitación para la construcción del edificio; las propuestas deberían ser presentadas con arreglo a las disposiciones de la Ley de Obras Públicas recientemente aprobada, en estricta sujeción con los planos, especificaciones y presupuesto que estarían a la vista de los interesados en dicha oficina.
El pliego de condiciones constaba de dieciocho artículos para las consideraciones generales; noventa y tres artículos comprendidos por albañilería-excavaciones y terraplenes, cimientos, muros de elevación, entrepisos y azoteas, revoques, albañales, pisos, aljibes, pozos de letrinas, techos de pizarra, marmolería, herrería, yesería, plomería y zinguería; finalmente, otros artículos estaban referidos a las instalaciones sanitarias. Fue firmado por Tamburini y Guillermo White.
Se presentaron cinco propuestas: Luis Valcavi, Ernesto Leoni y Cía., Luis Stremis y Cía., José F. Lavalle y Cía., y Guillermo Simonazzi y Hermano, quienes además de ser hijos del mencionado Andrés Simonazzi, ganaron la licitación con un presupuesto de 171.205,68 pesos sobre un presupuesto de la oficina de Obras Públicas de 178.205,57 pesos.
Al poco tiempo, en un informe de Tamburíni como inspector general de Obras Arquitectónicas encontramos la siguiente mención por demás interesante: «Esta inspección ha aplicado a los cómputos los precios de los S.S. Simonazzi y Hermano de la que resulta que su propuesta asciende a la suma de 171.205,68 pesos y que, por lo tanto, es la más baja, como lo prueba el adjunto cuadro comparativo de todas las propuestas presentadas, pero dichos señores hacen en la fijación de algunos precios, restricciones o modificaciones a las bases que han servido para la confección de todas las propuestas, y esto no puede aceptarse de ningún modo. Los precios unitarios de los señores Simonazzi deben entenderse como satisfaciendo absolutamente, sin restricciones de ningún género, al pliego de condiciones y demás especificaciones formuladas por este departamento; de otro modo no podría hacerse comparación de estas propuestas y podría resultar que la de los señores Simonazzi no sea la más ventajosa. Si estos señores aceptan esta condición, su propuesta siendo la más baja deberá aceptarse. Setiembre 24/886.»
Una carta fechada en octubre 4 de 1886, con firma de Eduardo Wilde, expresa lo siguiente: «El presidente de la República, en acuerdo general de ministros y de conformidad con lo establecido en el artículo 22 de la Ley de Obras Públicas, y 34 de la Contabilidad, resuelve: 1°) aceptar la propuesta que han presentado los señores Simonazzi, por la cual se comprometen a efectuar en la cantidad de 171.205, 68 pesos».
En una carta con fecha de setiembre de 1884, dirigida al ya mencionado director general del Departamento de Ingenieros, Guillermo White, Tamburini mencionó lo siguiente: «He confeccionado los planos y presupuestos aproximativos para el edificio destinado a la Escuela Normal de Profesores de la Capital, habiendo solicitado y obtenido del director de dicha Escuela un detallado programa a objeto de que ese edificio respondiese a las necesidades de la enseñanza». En el mismo documento se hace una descripción del edificio, y se menciona en más de una oportunidad la higiene de las clases en lo relativo a la superficie y volumen en relación con el número de alumnos: «Según las publicaciones más recientes se tiene que las escuelas inglesas y norteamericanas son las que gozan mejormente de estos beneficios y, con relación a ellas, la Escuela Normal de Profesores tendrá mayor superficie y volumen, habiendo además tenido en cuenta las mejores condiciones acústicas».
En enero de 1887, Tamburini elevó una nota detallando las láminas que componían el proyecto: plano general, plano del piso bajo, plano del primer piso, frente principal, frente posterior, corte transversal, corte longitudinal. De estos dibujos el único encontrado es una copia de lo que Tamburini llama plano principal, una planta de techos con jardines y algunos otros documentos. En el pliego de condiciones los artículos 59 y 60 se refieren a los techos de pizarra, describiendo detalladamente la forma de construirlos y aclarando especialmente que sería bajo las rigurosas órdenes del arquitecto, lo cual se certifica en el artículo 5 del contrato: «El inspector general de Obras Arquitectónicas, o el inspector que represente al Departamento de Ingenieros en las obras, tendrá las atribuciones que le acuerda la Ley de Obras Públicas y podrá ordenar por escrito la demolición de cualquier parte del edificio que en su opinión sea defectuosa así como rechazar materiales que no satisfagan las condiciones del contrato». Los techos de pizarra no fueron aparentemente construidos nunca. Quizás esto tenga que ver con la carta enviada por Tamburini haciendo mención de la no correspondencia entre el presupuesto presentado por Simonazzi y los materiales requeridos por el pliego de condiciones. El porqué de que Simonazzi igual fuera aceptado no es demasiado claro; quizá Guillermo White determinó que así se hiciera basándose en el artículo 3 de la Ley de Obras Públicas: … «Las obras que se ejecuten por cuenta de la Nación deberán contratarse previa licitación pública, salvo en los casos siguientes: Inciso 2°: cuando las circunstancias exijan reservas».
El barrio de la Escuela hacia principios de siglo
Las calles donde se ubica la Escuela son las ya mencionadas Urquiza (antes Caridad), 24 de Noviembre y Alsina; sector conocido como barrio de Once a dos cuadras de Plaza Miserere, que en ese entonces debía ofrecer un aspecto muy distinto del actual. Según la cita hecha por un alumno en el libro Los maestros que he tenido, de Valentín Mestroni: «El barrio se caracterizaba entonces por la abundancia de barracas y corrales destinados al acopio de lanas, cueros, astas y algunos productos agrícolas y forestales. En dos de esos corralones situados en la calle Rivadavia, tenían asiento los viejos y gloriosos Cuarto y Sexto de Infantería de Línea. La manzana que formaban las calles Rivadavia, Victoria (luego Hipólito Yrigoyen), Loria y Esparza, era un baldío rodeado por altos eucaliptus, conocida con el gráfico nombre de calle de la Basura, porque allí descargaban diariamente los carros del servicio de limpieza… En las proximidades de las calles Maza y Liniers, pocas cuadras al sur de Rivadavia, había una permanente, extensa y profunda laguna, cuyo desbordamiento los días de lluvia obstaculizaba, cuando no impedía, el tránsito por las calles vecinas… Poco tiempo después de inauguradas las clases, se instalaron dos librerías en la acera que mira al oeste en la calle Urquiza entre las de Moreno y Belgrano, fueron las famosas Falucho y La Normal».
Honorio Leguizamón, el segundo director del establecimiento, lo encontraba demasiado alejado del centro «lo que impide tener un contingente de alumnos más selecto y numeroso. Muchos padres ignoran o desconocen su importancia». La escuela estaba cerca de los límites del casco urbano.
El edificio de la Escuela
Si bien es confusa la fecha en la que se terminó el edificio, el 31 de enero de 1889, Honorio Leguizamón comunicó a la superioridad haber terminado la mudanza de la Escuela y entregado a su dueño las Ilaves del local anterior en la calle Estados Unidos.
La Escuela debió ser un objeto totalmente exótico y venerable en medio del barrio, bastando para ello leer esta cita de un alumno ingresado en 1909, que expresó así su primera impresión: «Al cruzar los umbrales me sobrecogió un temor reverencial, causado por el pórtico con gravedad de templo, por el majestuoso vestíbulo, por la escalinata de vagas reminiscencias versallescas, por el salón de actos con un cielorraso donde un artista con inspiraciones de Tiépolo había pintado una composición simbólica en donde se destacaba la figura desnuda de la Verdad; tan diferente a la angosta casita habilitada para la escuela de mis dos últimos grados primarios, comprendí que cerraba una etapa de mi existencia para abrir otra con más serios deberes y más elevados anhelos».
La entrada principal sobre la calle Urquiza está separada de la acera por un jardín de 10 metros de ancho, rodeado a su vez por una reja de hierro asentada en un zócalo. El jardín cubierto de árboles fue pensado por Tamburini como área para el estudio práctico de botánica, otorgándole al edificio una autonomía y lejanía que quizá no eran necesarias pero que reafirmaban su imponencia idolátrica. El edificio comprendía un partido simétrico por excelencia: la planta baja con dos patios laterales y un corredor central que finalizaba en el salón de gimnasia. El corredor mencionado seccionaba un volumen central de doble altura que dominaba el espacio, pensado para los sectores administrativos en planta baja y oficinas del director y vise en planta alta. Ubicarlos allí se explica con la idea de dominio que surge desde su posición. Este volumen se remataba con un mirador en la terraza, lo cual nos da una idea del tamaño del edificio para la época.
El volumen central ofrecía una fachada a cada patio lateral sumamente elaboradas, otorgándoles gran autonomía espacial. Los patios eran descubiertos. Por el corredor central, del lado derecho, una escalera de mármol conducía a los pisos altos. En el frente y en torno de los patios funcionaban la escuela, gabinetes y dependencias. En la planta superior se encontraban las aulas del curso normal, la biblioteca y algunos locales administrativos. Los locales fueron variando su función año tras año.
El fondo comprendía un gran jardín con árboles, «… saliendo por la parte posterior del edificio, un corredor con balaustrada dominaba ese espacio, lugar de recreo, deportes y de reuniones de conjuntos en las solemnidades. A lo largo de la calle Moreno había un subsuelo que servía de depósito y donde se instaló después el taller de trabajo manual; en la otra ala (la derecha desde la entrada) se levantaban el gimnasio, la sala de música y el gabinete de historia natural «. Según nos cuenta Astolfi en su historia de esa Escuela (3), adosada a la fachada posterior avanzaba sobre el terreno una terraza a la que se accedía por dos escalinatas laterales y desde donde se presenciaban las justas deportivas. «Había árboles en el fondo, y algunos recovecos servían de guarida de murciélagos. Ejemplares que se renovaban misteriosamente, eran cazados y llevados a las aulas donde se los hacía fumar poniéndoles cigarrillos encendidos en la trompa». En el centro de cada salón pendía un sencillo lampadaio de cuatro brazos en cruz con mecheros de gas cubiertos por globos de vidrio blanco, otros treinta y cinco se alineaban en los corredores; en el salón pendía un lampadaio – araña de bronce de muchas luces- . En 1905 se implantó el alumbrado eléctrico pero los viejos artefactos subsistieron durante largos años.
Los pisos de los vestíbulos y corredores eran de mosaico veneciano, dispuestos en polígonos de colores, con rosetones centrales y guardas en los bordes. Los umbrales, gradas y escaleras eran de mármol blanco, al igual que las balaustradas, los asientos de las letrinas y los lavatorios. Según el proyecto de Tamburini, «las columnas son de hierro fundido; los canceles y barandas exteriores, de hierro batido con adornos de cinc fundido (…). Los cielorrasos construidos sobre listones de pino blanco sin cepillar, colocados a una distancia suficiente para permitir la toma sólida del yeso a la junta. Las puertas de entrada construidas con cedro del Paraguay y marco de algarrobo al igual que las ventanas. Las puertas interiores construidas con marco a cajón de pino blanco, las celosías de cedro del Paraguay. Los pisos de tabla, hechos de pinotea libre de nudos, machiembradas y clavadas en la ranura, irán sobre tirantillos de madera; a diferencia de los del piso bajo que además irán sobre pilarcitos de mampostería. Los forros de los lavatorios y letrinas serán de cedro del Paraguay, y a los asientos se les pasaría tres manos de aceite hirviendo y lustrado a muñeca. Los cristales de las puertas principales son dobles al igual que en las puertas-ventanas, el resto serán simples (…). Los inodoros serán de fabricación inglesa de válvula y simple sifón; los originales ingleses de porcelana con servicio de agua automática; los lavatorios con sifón de una válvula para la limpieza de este». Algunos de los elementos mencionados pueden todavía verse, aunque ciertas celosías no se abren ya por miedo a que se desprendan del muro. Todos los muebles fueron importados y todavía hoy son usados a pesar del deterioro. Los alumnos aún se sientan en los bancos individuales traídos por Sarmiento de Estados Unidos.
Las remodelaciones e instalaciones no tardaron en llegar; al parecer el éxito superó lo previsto. El alumnado era cada vez mayor para el gusto de Honorio Leguizamón, quien soñaba con grupos selectos de educandos. Se restringió la entrada por medio de difíciles exámenes y pruebas, pero igualmente el edificio tuvo que «acomodar sus huesos» para recibir a los nuevos vándalos, como eran llamados.
Los primeros planos de las nuevas instalaciones datan de 1892, aunque la remodelación original se realizó en 1904; se agregó un pabellón en el fondo, sobre la calle Moreno, con un piso con entrada directa desde la calle, adonde se trasladó la residencia del director, dejando así disponible un sector del volumen central. En el piso bajo se instaló el taller de trabajo manual, que había estado funcionando en el depósito; también se cubrió el patio de la izquierda con un techo de cristales con armazón de hierro. La pared y reja de la calle 24 de Noviembre fue remplazada, y al año siguiente se procedió al blanqueo y pintura general. Todas las modificaciones mencionadas se realizaron bajo la dirección de Clemente Fregeiro entre 1897 y 1908.
Hacia 1909 se demolió la terraza con las escaleras laterales, construyéndose posteriormente la que llegará a nuestros días. Entre 1908/1915 se construyó un ala paralela a la de 1904, ubicada en el fondo y lindera a la escuela vecina, continuando así con la simetría del edificio: serían el aula de biología y los nuevos sanitarios. En 1917 y bajo la dirección de Alejandro Bergalli, la capacidad de la Escuela no respondía definitivamente a la población estudiantil, surgiendo ante este problema propuestas de trasladar el establecimiento a otro edificio. Finalmente se tomaron medidas a corto y largo plazo; se creó el turno de la tarde y, posteriormente, se propuso la construcción de un ala en el primer piso sobre la sala de biología y los sanitarios. El proyecto para las nuevas aulas sería presentado en 1944 para su construcción. De aquí nacerá la legendaria Siberia, nombre otorgado a las nuevas aulas por su baja temperatura. Unos años más tarde se cubrió el patio interior de la derecha.
Analizando las remodelaciones hechas en el edificio, es el ala llamada Siberia la que realmente contribuyó a romper el equilibrio que había subsistido hasta la fecha. De todas maneras existieron dos propuestas para esta sección del edificio, una ya mencionada y otra que proponía la creación de más aulas y, proporcionalmente, transformando la mayor parte del edificio. Finalmente, fue Siberia la única remodelación que modificó la estructura espacial rompiendo la simetría del edificio y elevando la altura de sus techos, contribuyendo a generar un espacie fuera de escala respecto del resto de la construcción. El espacio inferior resultante de esta intervención fue considerado como zona residual susceptible de ser apropiada como área de ejercicios físicos, ya no como vinculación del antiguo edificio con el pabellón de música y biología.
Las anteriores y posteriores intervenciones no modificaron sustancialmente el edificio, contribuyendo en su mayoría a seguir el partido propuesto por Tamburini; partido por demás sin posibilidad de crecimiento. Quizá la claridad del proyecto original de este colegio fue de una fuerza y autonomía tal que permitió su subsistencia a través de cien años de historia.
Conclusiones
Encontrarnos evidente que Tamburini, procedente de Italia, sumado a las corrientes predominantes de la época y a la situación del país, dieron a la Escuela una imponencia y un estilo característicos. Al ver hoy el establecimiento registramos dos tipos de lecturas: la primera, a nivel urbano, nos enfrenta a un antiguo edificio, mejor conservado exteriormente que su compañero, la escuela vecina para niñas, hoy jardín de infantes. Quizá la escala de la Escuela generó en su momento la misma ruptura con el entorno que actualmente ejercen las obras de propiedad horizontal. La implantación del edificio en el terreno, su retiro de la línea municipal, apoyaban por entonces firmemente su autonomía; hoy su escala ha disminuido pudiendo perderla del todo si se hubiera concebido en un primer momento sobre el perfil de la cuadra. Quizá Tamborini era un visionario… pero ya no es más «la rosa en medio del pantano», como lo describió anecdóticamente su actual directora, profesora Armenia Euredgian. Hoy los edificios de departamentos y los árboles lo esconden urgiendo el cole como un viejo testigo de la historia del país y las transformaciones del barrio.
En una segunda lectura, traspasando el todavía imponente vestíbulo y pórtico deslumbrante, los patios techados, las aulas, la sala de conferencias, se percibe una sensación muy fuerte, impactante con la monumentalidad de la época para los templos del saber, bien resuelta. Es indudable que, pese a los cambios y al deterioro, las ideas de Tamburini y van Gelderen siguen teniendo vigencia.
A pesar de poder afirmar que en su momento fue una obra más de las tantas que trasculturaron la ciudad y sus lecturas, hoy continúa existiendo incorporada a la cotidianeidad del barrio, a los miles de alumnos que estudiaron en ella y a los miles de significados que trasmite a los que la vivieron.
Finalmente, pensemos en cuál sería la impresión hoy, del alumno que ingresado en 1909 sintió que su vida había tomado un nuevo rumbo, cuando la pintura de cierto creador con alma de Tiépolo corre peligro de desaparecer por un proyecto de arreglar el cielorraso y pintarlo de blanco, donde aparecen roturas y manchas de humedad, donde la cara de la Verdad aparece desfigurada…
Notas
1. Debe recordarse que en ese momento la ciudad de Buenos Aires era sede del Gobierno de la Nación y del de la provincia de ese nombre. Las escuelas entonces se fundaron en la jurisdicción provincial.
2. Tamburini llegó al país en 1884, invitado por el Gobierno nacional para hacerse cargo del puesto de inspector de Obras Arquitectónicas, que había quedado vacante tras la renuncia de Enrique Aberg y avalado por el prestigio de haberse desempeñado como profesor de Ornato, en la Real Academia de Nápoles.
Tras su arribo fue de inmediato consultado por varios problemas que el Gobierno terna desde hacía algunos años y que no habían sido satisfechos con las respuestas de Aberg, en especial respecto de la construcción de un nuevo edificio de gobierno. Sería él el que daría a la Casa Rosada su fisonomía actual. Ese mismo año también realizó un proyecto -no construido-para el Palacio Legislativo. Con los años llegaría a ser el arquitecto que mayor número de grandes obras haría en el país, pudiéndose recordar algunas de ellas como el Teatro Colón -en su etapa inicial-; la Escuela Superior de Medicina; la Jefatura de Policía, rehaciendo la anterior propuesta de Buschiazzo; el Hospital Militar Central (en Córdoba); el Teatro Rivera Indarte; el Banco de Córdoba, y la Cárcel; parte del Arsenal de Guerra; las residencias del presidente Juárez Celman y su ministro Eduardo Wilde; varios proyectos para Santiago del Estero y el Asilo de Maternidad, entre otros. En 1890 renunció a su cargo oficial para dedicarse íntegramente al Teatro Colón, pero falleció en 1892 dejándolo inconcluso.
Su obra en los ocho años de ejercicio para el Estado fue de extrema importancia para el país ya que estableció nuevos parámetros formales, estéticos, para nuestra arquitectura, abandonando el viejo modelo formal basado en una Europa central y nórdica, para mirar directamente a Italia. Nuevas formas de ornamentación, nuevos (amaños de patios, diversidad de soluciones para fachadas con profusión de columnatas y pórticos, molduras más atrevidas y ligeras, un nuevo lenguaje para el Buenos Aires de fin de siglo.
3. José Carlos Astolfi, Historia de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, Edición de la Asociación de Ex alumnos de la ENPMA, Buenos Airres, 1974, obra publicada con motivo del centenario de la fundación del establecimiento.