Artículo publicado en Bulletin of the History of Archaeology, volumen 14, numero 1, pp. 1524, correspondiente al año 2004, editado por Ubiquity Press bajo el ISSN 2047-6930.
Es una historia que transcurre en Montevideo, capital de la poco antes creada nueva nación llamada Uruguay, entre los finales de 1867 y 1868, y su vecina Buenos Aires, capital de Argentina. En ese año el famoso viajero y explorador de Africa y Asia, Richard Burton, definió esa ciudad como “la capital de esta diminuta republica, una Mónaco sudamericana, un aborto enano entre dos gigantes”, que eran respectivamente sus limítrofes Argentina y Brasil (1). Un país pequeño con una historia compleja, que acababa de terminar un largo ciclo de guerras desgarradoras. En ese lugar y en esos años coincidieron allí una serie de personas que darían los primeros pasos en la naciente ciencia de la arqueología, al menos en lo que en ese entonces comenzaba a llamarse “americanismo”. Esta es la historia en la que intervienen el luego famoso egiptólogo Gastón Maspero (Gaston Camille Charles) cuando solamente contaba con 21 años de edad, los historiadores argentinos Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre, ambos pioneros del estudio del pasado, el casi desconocido lingüista Manuel Larsen, el incansable viajero Richard Burton y el muy joven Samuel Lafone Quevedo quien más tarde sería el fundador de la arqueología argentina, además de otras personas conexas con el tema.
Poco antes había pasado por allí el viajero y artista Moritz Rugendas tras recorrer y pintar ruinas por todo el continente y más tarde llegaría a hacer su primer trabajo arqueológico de campo Florentino Ameghino, tratando de demostrar el origen del hombre americano; el anglo-norteamericano-argentino William Henry Hudson también estuvo precisamente en 1868, dos años antes de hacer sus observaciones sobre objetos prehispánicos en Patagonia en donde incluiría la primer secuencia cultural para la región; los objetos que halló se los envió, ni más ni menos, que a Pitt Rivers en Inglaterra para su colección. Todo esto sucedió en muy poco tiempo y en un mismo lugar. También tendrían alguna relación el linguista olvidado Miguel de Mossi que estaba comenzando sus gramáticas quechuas y, quizás sin siquiera saberlo claramente, el peruanista Johann Jakob von Tschudi y en ese entonces embajador en Brasil, por citar al menos a los más conocidos de la historia de la arqueología americana.
Vicente Fidel López y Gastón Maspero: una extraña relación científica
Vicente Fidel López, un intelectual con larga trayectoria como abogado, político y escritor y que había estado emigrado por mucho tiempo en Chile, regresó a Buenos Aires en 1852 para ser nombrado Ministro de Instrucción Publica: para ese entonces tenía una biblioteca que era excepcional en Sudamérica en su tiempo (2). Pero los problemas políticos generados cuando su propio padre fue elegido gobernador lo llevaron nuevamente al exilio en Montevideo. Para ese entonces ya había escrito sus primeros estudios sobre historia. En Argentina y con el tiempo sería senador, candidato a presidente, profesor universitario, fundaría el Banco de la Nación, llegaría a ser ministro de economía y a escribir una de las historias más utilizadas en el país y que aun sigue en uso. En 1865 comenzó a publicar una larga serie de estudios sobre el lenguaje de los Incas en la mejor tradición americanista francesa: las lenguas explicaban la historia humana y solo a través de su estudio era factible reconstruir el pasado, precisamente la vía de la cultura material, la arqueoogía propiamente dichas, no existía: la estaban creando ellos mismos. Esta técnica fue muy común y aceptada por el mundo moderno al menos hasta una generación mas tarde en que nacería una arqueología de campo, preocupada por los objetos en si mismo y ya no por el lenguaje; en salir al terreno a excavar y ya no a discutir detrás de los escritorios. Este va a ser el preciso momento de ese cambio.
López publicó su primer articulo titulado Estudios filológicos y etnológicos sobre los pueblos y los idiomas que ocupaban el Perú al tiempo de la conquista en 1865 (3). Desde allí hasta 1869 la Revista de Buenos Aires, creada para difundir investigaciones históricas y científicas en general, difundiría sus artículos sobre el Perú en forma habitual (4). Cabe destacar que, por lo que sabemos, López jamás estuvo en Perú aunque tenía al menos tres piezas de cerámica provenientes del Cuzco, las que incluyó como grabados en el libro, que le habían sido regaladas por Miguel Lobo, un militar español; en 1868 Maspero las publicaría en París a través de su amigo Eggers. Es muy posible que haya habido una conexión entre López y Von Tschudi, quien había pasado por Buenos Aires, Santiago y Montevideo en 1857-58 en su segundo viaje al Perú; en 1860 fue nombrado embajador en Río de Janeiro (5) donde contactó entre otros a Rugendas por dibujos que usó en sus libros; en ese viaje conseguiría una copia de Ollantay, que luego editaría, igual que Mitre y muchos otros participantes de este momento.
Pero volviendo a López, sus estudios sobre los peruanos antiguos fueron llevándolo rápidamente a tratar de demostrar que la cultura andina era resultado de la migración de los pueblos pelasgos y griegos; en cierta medida era darle a los pueblos americanos un nivel que los hiciera más aceptables en la historia universal: ahora serían “arios”, y por lo tanto, más dignos. Con esa hipótesis escribió un extremadamente árido libro durante 1866, pero creyendo que era un gran descubrimiento internacional decidió publicarlo en Paris para que el gran público europeo pudiera acceder a él; para ello era necesario traducirlo y su francés no era suficiente. Escribió a París a Charles Fauvety y éste a M. Egger, quienes buscaron un joven interesado en viajar a Montevideo por un año para hacer el trabajo. Por casualidad la recomendación cayó sobre Gastón Maspero, un estudiante de 22 años que había quedado fuera de la Ecole Normale por problemas políticos. Maspero había estado en contacto con Auguste Mariette en el Museo del Louvre, quien para probar su interés en Egipto le pidió que tradujera dos series de inscripciones. El joven había decidido dedicarse a la egiptología pero su expulsión de la escuela parecía frustrar su interés. Ante la imposibilidad de encontrar un trabajo en París aceptó la oferta de Egger para viajar a Montevideo y traducir el libro de López.
Se han publicado las cartas que Maspero envió a su familia en esos años (6) y gracias a ello conocemos bastante acerca del contrato que le ofreció López, de su viaje hacia esas tierras de las que el francés sabía muy poco, de la buena recepción que allí tuvo al llegar en diciembre de 1867 y sobre los meses de trabajo junto a López. El libro fue finalmente traducido y luego editado en Paris en 1871 bajo el nombre de Les Races Aryennes du Pérou, leur langue, leur religión, leur histoire y fue impreso por la Imprimiere Jouaust y distribuido por la Libraire A. Franck. Posee 421 páginas con pocas ilustraciones. El libro tiene tres agotadores capítulos dedicados a la lingüística comparativa y cuatro apéndices incluyendo un vocabulario quichua. Si bien López estaba orgulloso de su biblioteca, la que debió ser muy importante para la época, las citas sobre arqueología americana no son muchas y en especial falta buena parte de la bibliografía que había en la época. Hay referencias a Prescott, Markham, Rivero y Von Tschudi, Brasseur de Bourbourg y D’Orbigny, además de varios cronistas de los siglos XVI y XVII, lo que por cierto no es mucho pero tampoco es poco. Pocos en Uruguay o Argentina manejaban esos libros, al menos en esos años.
Según lo que Maspero escribió a su familia y lo que López dejó escrito sobre él (7), su trabajo fue revisar, traducir y no criticar. López entendió que Maspero no aceptaba sus ideas pero que de todas formas hizo bien su trabajo, fue pagado por demás de lo contratado y tuvo una estadía feliz en la casa de su patrón. López en ese año era candidato desde el exilio a la presidencia de Argentina, elección que perdió, pero igualmente impulsó a Maspero a recibir el cargo que había detentado por años el italiano Pedro de Angelis como director de la Biblioteca Nacional (8), lo que de haber aceptado Maspero seguramente le hubiera cambiado el futuro. Pero su interés por la egiptología fue más grande que lo que vió en Montevideo y decidió regresar a París para dedicarse de lleno al tema de su vida. La relación entre ambos no debió ser fácil, ya que nadie estaba más alejado de las ideas de la lingüística comparativa o las migraciones transpacíficas que Maspero y así lo demostró desde el inicio en los estudios que hizo sobre la inscripciones egipcias; López tuvo conciencia de ello y escribió que “el señor Gastón Maspero, destinado sin duda a tener un nombre en la literatura científica (dio) pruebas de delicadeza y de reserva con que ha sabido hacer fácil y placentera para ambos, una relación que ofrecía riesgos” (9). Incluso escribió a su madre sobre lo bien que se llevaba con las mujeres jóvenes, impresionadas con sus antecedentes, con el hecho de ser francés y con sus conocimientos del mundo antiguo (10).
Sabemos que en esa estadía hizo su trabajo para Mariette y la traducción de himnos egipcios como el de Sesostris o la inscripción dedicatoria del templo de Abydos, lo que publicó poco más tarde. En algún momento tuvo dudas si seguir con su interés por el pasado remoto o dedicarse a ganar dinero con la cría de ovejas en Sudamérica, pero tras pensarlo varias veces le escribió a su madre que prefería regresar. El buen manejo del idioma español y su interés por América Latina no decayó con los años y Maspero hizo muchas publicaciones sobre arqueología americana en revistas prestigiadas de su tiempo, fue fundador del la Sociedad de Americanistas en 1875 y participó de varios de sus congresos. Reseñó libros editados sobre el tema y mantuvo correspondencia a lo largo de su vida con arqueólogos americanos.
Con los años Maspero se dedicaría de lleno a la egiptología, heredando el cargo de Mariette en El Cairo: el Servicio de Antigüedades de Egipto, al fallecer el primero en 1881. Su bibliografía y vida en estos tiempos es por demás conocida en la historia de la arqueología internacional.
El contexto cultural de Montevideo en 1868 y la arqueología americana
La pequeña ciudad de Montevideo contaba en ese momento con cerca de 5000 habitantes, de los cuales es posible que el 60 % fuera extranjero tal como Maspero lo observó y en su mayor parte de origen europeo. Tropas de diversos países estaban acantonados allí y entre ellos estaba peleando Giuseppe Garibaldi, mas tarde héroe de la unificación de Italia. La ciudad y el territorio estaban desvastados por las guerras a tal grado que Maspero escribió que “entre la gente muerta por el cólera y la gente muerta por la revolución, la mitad de la ciudad está de duelo en este invierno” (11), lo que era sin duda cierto.
López parece haber creído que estaba solo en la región y en su libro escribió que “no creo engañarme si aseguro que hasta ahora soy la única persona en el Rio de la Plata que se haya ocupado de estudios gramaticales y filológicos sobre las lenguas orientales para compararlas con las lenguas americanas” (12). Pero no estaba solo ni siquiera en eso, ya que el presbítero Miguel Angel de Mossi estaba trabajando también en temas lingüísticos similares: en 1873 publicaba su Tratado fisiológico y psicológico de la formación del lenguaje que derivaría en su Manual del idioma general del Perú, gramática razonada de la lengua quichua (1889, 1916) y otros estudios sobre ese idioma. Mossí, a quien nuestra historia a pasado bastante de largo, había viajadio y residido enntre los hablantes de quechua, publicó sus diccionarios, enncontró extrañas similitudes con el hebreo –una pirueta similar a la de López para darle prestigio de origen a los incas-, tradujo el drama Ollantay que, casualmente, había sido publicado por José S. Barranca por primera vez en 1868, despu´wes de Von Tschudi en 1853 y Marjkham en 1871, para que luego el opositor de López, Mitre, lo retomara entre sus manos varias veces.
Unos años mas tarde comenzaría a trabajar sobre las lenguas americanas el gran rival de López, Bartolomé Mitre. También Manuel Larsen y David Lewis escribirían mucho sobre las lenguas, polemizando incluso con López. Realmente se engañaba si creía que estaba solo; ¿y si no con quiénes discutía y contra quienes publicaba?
Pero sin duda la presencia más significativa en la región, aunque no debe haber tenido contacto con él, era la de Aimée Bonpland, quien después de los largos recorridos con Humboldt se quedó vivir en la zona, aunque estuvo bajo las órdenes compulsivas del dictador Francia, del Paraguay, por casi treinta años. Ese sí hubiera sido un contacto extraordinario para Maspero. Pero hubo otros personajes que conformaban el entorno de un Montevideo preocupado por el pasado indígena aunque fuera tan lejano como el del Perú. Podemos recordar que allí estaba Alejandro Ross Lafone, padre de Samuel Lafone Quevedo, un comerciante que se hizo millonario con la guerra y cuyo hijo, ya cruzado el Río de la Plata, fue uno de los que fundo la arqueología argentina (13). También vivía allí un pastor protestante llamado Porter C. Bliss, proveniente de New York, quien fue descrito por Burton como “de unos 32 anos, lingüista, especializado en dialectos indígenas” (14). Burton había estado allí en ese mismo año como cónsul en San Pablo, Brasil, cargo que ocupo entre 1865 y 1868; había sido enviado a informar acerca de la guerra entre Brasil, Argentina y Paraguay. De esa forma estuvo dos veces en Argentina y Uruguay, de allí surgió su libro Letters from the battlefields of Paraguay de 1870. Burton hablaba bien el español como parte de las 29 lenguas que utilizaba además de diversos dialectos y en 1863 fue uno de los fundadores de la Anthropological Society en Londres. No tenemos certeza de que haya estado en contacto con López y Maspero, pero habiendo viajado por Egipto no dudo que lo haya contactado; Montevideo era demasiado chico para que estos personajes estuvieran en el mismo sitio sin conocerse.
William Henry (Guillermo Enrique) Hudson vivió casi toda su vida en ambas márgenes del Río de la Plata y en Montevideo en el año 1868; sus trabajos como naturalista, en especial como ornitólogo, son muy conocidos; al final de su vida se refugió en Inglaterra. En 1870 escribió un libro sobre su recorrido por la Patagonia llamado Idle Days in Patagonia donde cuenta acerca de su constante recolección de puntas de flecha, incluyendo un día en que encontró entre 300 y 400 las que “figuran actualmente, según creo, en la famosa colección Pitt-Rivers” (1956:49). Tambien describe restos de alimentación indígena antigua con una lista de los animales a los que pertenecían los huesos y lo que resulta mas interesante es que insiste en que las puntas de flecha pertenecían a dos tipos diferentes en talla y tamaño, que asocia al Paleolítico y al Neolítico europeo, por lo que “aquí se hallaban, entonces, los restos de dos grandes periodos de la Edad de Piedra” (1956:49-50). De esta forma mostró sus conocimientos sobre la clasificación europea de objetos de este tipo y asi estableció por primera vez un intento de cronología cultural. No hay referencias previas a investigaciones locales que hayan imaginado tal profundidad temporal para restos prehispánicos, incluyendo la adscripción de cada tipo de objeto a un nivel estratigráfico determinado. Esto toma mayor significación cuando sabemos que las ideas de Boucher de Perthes circularon en Uruguay desde1875 (15).
Fue en ese mismo año en que Florentino Ameghino se inició como un joven dedicado a la paleontología y la arqueología presentando en su colegio la primera colección de objetos y fósiles, aunque el sabio alemán radicado en Buenos Aires Hermann Burmeister se negó a aceptarlo porque iba contra sus ideas acerca de la posible coexistencia del hombre con fauna extinta (16); pese a eso –o quizás precisamente por eso-, Ameghino logró publicar sus resultados en Paris en el Journal de Zoologie con P. Gervais. Al año siguiente publicaría su libro Antigüedades indias de la Banda Oriental (17) sentando las bases de la arqueología uruguaya; en 1878 inició su viaje a Europa para excavar junto con los antropólogos franceses y completar su formación académica. Burmeister estaba publicando sobre arqueología de la región pampeana desde 1864; Francisco P. Moreno y Ramón Lista lo harían desde 1876; Estanislao Zeballo publicaría desde 1878. Para ser justos con Moreno debemos recordar que él mismo aceptó que sus colecciones las había iniciado tan tempranamente como 1867 cuando sólo tenía 15 años (18); a los 23 años ya tenía una colección de más de quince mil ejemplares. En la Patagonia había estudios hechos por el suizo Pellegrino Stroebel desde 1867 y a quien muchos atribuyen el haber impulsado a Moreno a la Patagonia; en el noroeste se iniciaron los trabajos de campo con los estudios de Inocencio Liberani y R. Hernández de 1877 (19), en la zona central también con los escritos de Stroebel de 1867, en la región nordeste con Manuel Trelles de 1864 y a partir de 1874 por Moreno y luego Lista y Zeballos.
López no estaba tan solo como creía y ya existía un ambiente propicio para que la arqueología creciera y se llegara a fundar el que luego sería el gran Museo de La Plata en 1877, en base a la colección privada de Moreno (20). Burmeister había sido designado director del Museo Nacional en 1863, con lo que los intereses por la arqueología se habían sumado a ese primer museo de Buenos Aires.
Lenguaje y pasado precolombino
Cuando López envió en 1865 su primer articulo sobre sus estudios del lenguaje a la Revista de Buenos Aires, lo hizo a través de José Maria Gutiérrez, un reconocido escritor, bibliófilo y político de su tiempo. La Revista ya había publicado siete gruesos tomos y Gutiérrez presento a su amigo como alguien que quería “entrar en la oscuridad de los orígenes de las razas americanas” y que había decidido hacerlo a través “del eslabonamiento de las raíces del lenguaje”, único camino valido según ellos. La hipótesis básica que asumía y que seguía la de los lingüistas europeos, era que la humanidad era una sola, producto de un solo acto de la Creación, por lo que rastreando el lenguaje era posible remontarse en el tiempo y reconstruir las familias y troncos que lo componían. Aun eran pocos los que vislumbraban la posibilidad de reconstruir el pasado con restos materiales; esa sería la tarea de la siguiente generación y Maspero era sin duda uno de ellos.
Esta era la concepción de la Filología Histórica, herencia de Alemania y Francia que asumía que los hechos materiales del hombre o los cambios culturales no alteraban las raíces del lenguaje, esencias inmodificables que podían ser rastreadas con estudios eruditos y grandes diccionarios. Y no cabía duda que pertenecer al tronco ario y griego, como pretendía hacerlo López, le daba al quechua una estirpe venerable, una tradición inmejorable, un pedigree histórico internacional excepcional (21).
Hemos ya citado los estudios que Mossi estaba haciendo en Buenos Aires y Chascomús y para la misma época escribían allí Mariano Larsen (22) y David Lewis (23), quienes polemizaron con López de manera casi constante y a través de la misma Revista de Buenos Aires. Lo absurdo de todo esto es que sólo Maspero debía entender que todos discutían al final sobre lo mismo, aunque unos atribuían el origen en el sánscrito, otros en el griego o en el chino, nadie se dedicaba realmente a estudiar las lenguas prehispánica en sí mismas.
Las antigüedades egipcias en Sudamérica en el siglo XIX
La rápida difusión internacional de la egiptología y las enormes posibilidades que daba para demostrar que uno era parte del nuevo mundo ilustrado de la cultura, al igual que para construir un pasado considerado digno aunque con independencia de Europa, llegó hasta el Río de la Plata. En Buenos Aires el tema de Egipto y sus descubrimientos se difundieron al parecer muy rápidamente en especial gracias al trabajo de De Angelis en la Gaceta Mercantil. Ya en los inicios del siglo XIX Rivadavia había incluido en su colección de monedas algunas de origen egipcio. Más tarde comenzarían los viajeros locales a ir a Egipto y traer desde recuerdos hasta momias, como el caso del arquitecto Viglione y de su amigo Dardo Rocha. Los sarcófagos que hay en el Museo Etnográfico de Buenos Aires provienen de un obsequio hecho a Juan Manuel de Rosas por su acuerdo con Inglaterra, otras las llevó un viajero relacionado con el coleccionismo en 1848, quien iba de paso para Estados Unidos. Es decir que para la década de 1860 tanto en Buenos Aires como en Rio de Janeiro ya había objetos egipcios antiguos, incluyendo sarcófagos, que de haberlo sabido Maspero seguramente los hubiera estudiado. ¿López no lo sabía o simplemente no considero oportuno decírselo?
En Brasil la relación con el Egipto antiguo fue aun más fuerte que en Argentina. El emperador de Portugal, Don Pedro I le compró un conjunto de objetos al italiano Incola Fiengo en 1824; al parecer las iba a vender en Buenos Aires pero no logró hacerlo (24). Más tarde Pedro II aumentó la colección, visitó dos veces Egipto en 1871-72 y 1876-77 y en ese segundo viaje le fue oficialmente obsequiado un sarcófago de la época Saita; hay detalladas descripciones de estos viajes y su significación (25). Todo este conjunto aun está conservado en el Museo Nacional de Rio de Janeiro, son más de mil objetos ya estudiados en su época por Alberto Childe, quien falleció en 1870, y más detalladamente hace poco tiempo (26). Pedro II estuvo en contacto con Mariette, Brugsh y otros egiptólogos y sus cartas se han conservado.
La polémica por un cuadro: Los funerales de Atahualpa de Luis Montero (1867)
En el año 1867 llegó a Montevideo, de improviso, una obra de arte de carácter monumental destinada a generar enormes polémicas que fueron mucho mas allá del arte, entrando en la política de su tiempo. Se trataba de cuadro pintado por el artista peruano Luis Montero, de grandes dimensiones y que mostraba el funeral del inca Atahuallpa. Lo había pintado en Florencia e iba en viaje hacia Perú, pasando por Montevideo y Buenos Aires (27). Era la primera vez que se veía en la región una obra histórica de tema americano, fuertemente anti-español y que haría que los artistas y sus críticos comenzaran a discutir acerca del arte y de su papel en la sociedad; a los escritores, historiadores y políticos les permitió entrar en temas más complejos. Obviamente López rápidamente escribió sobre el cuadro y lo publicó en Buenos Aires donde aprovechó para criticar duramente a Mitre, su opositor político en la presidencia (28). Una docena de otros autores discutieron el tema y la obra fue vista masivamente al ser expuesta en el Teatro Solís. Esta coincidencia con lo que López y Maspero estaban haciendo y publicando sobre las lenguas y cultura del Perú fue un apoyo importante para difundir su trabajo y demostrar la supuesta importancia que ello tenía en una ciudad donde todo esto era bastante nuevo para el público general. Fue la primera discusión pública que hubo en el Rio de la Plata en relación a una obra de arte.
La difusión, las visitas masivas, los escándalos políticos, la evidente fuerza estética del cuadro, su circulación por toda Sudamérica, su mismo tema sobre el mundo pre-hispánico, fueron factores significativos en el establecimiento de un campo de debate y apertura hacia el conocimiento del pasado desde una perspectiva diferente al anterior desprecio por el mundo indígena. La monumentalidad, la esteticidad, su paralelo al arte clásico greco-latino, y el que las lenguas americanas pudieran tener un origen griego, era un situación en extremo útil para darle al pasado sudamericano un aura de mayor respetabilidad para la intelectualidad de la época. Era evidente que tanto Montevideo como Buenos Aires estaban más preocupado por mirar hacia Europa y tener un pasado digno que en asumir su lugar en el mundo y su propio pasado. Sólo aceptando eso sería posible comenzar a estudiarlo científicamente. En cierta medida eran las posturas de Maspero y López enfrentadas.
Las polémicas con Bartolomé Mitre
López tuvo un fuerte enemigo, como político y como historiador: Bartolomé Mitre, a quien iba a reemplazar como presidente de Argentina precisamente en el año 1868, lo que no pudo ser ya que perdió las elecciones. Mitre había tenido su primer encuentro con la arqueología americana en su viaje a Bolivia en 1846 cuando, a los veinticinco años, pasó por las ruinas de Tiahuanaco (Tiwanaku), sobre las cuales escribió un libro editado en 1879 y llamado Las ruinas de Tiahuanaco, recuerdos de viaje (29). Viajó a Bolivia desde Montevideo donde había estado exiliado igual que López. En La Paz estuvo en contacto con otro interesado por la arqueología, sobre quien nada sabemos, Domingo de Oro, que había logrado que el presidente boliviano Ballivián trasladara esculturas desde las ruinas a la ciudad para protegerlas y exhibirlas; fue también amigo de Rugendas en su estadía en Uruguay y otros exiliados y viajeros. Mitre publicaría su primer gran libro de historia argentina en 1858 y a partir de allí su carrera de político e historiador seria pareja a la de López, aunque con mucha mas suerte. Y también había sido el segundo viajero Latinoamericano en recorrer las ruinas con una mirada arqueológica, ya que sólo lo hizo casi al mismo tiempo Mariano Rivero, quien luego publicaría con Von Tschudi. Los demás viajeros escribieron antes que él, pero pasaron por allí más tarde, como Angrand, el ya citado Von Tschudi, Bollaert y tantos otros. El artículo sobre Tiahuanaco de Scrivener fue incluso publicado en la Revista de Buenos Aires en 1865, la misma en que López publicaría sus artículos. Es interesante lo que López escribiera sobre Mariano Rivero, “un peruano laborioso y celebre por sus trabajos sobre las antiguedades de su pais, vivió mendigando los recursos de que carecía para publicar su famoso libro; y al fin tuvo que ceder sus trabajos y que cobijar su mérito bajo el ala de un extranjero que lo publicó en Viena, vistiendo la piel del leon” (30). Ese era precisamente Von Tschudi.
Mitre polemizó con López por mil y un tema y su famosa pelea por la forma de escribir historia los ha trascendido a ambos, volviendo a tener modernidad: Mitre sostenía la necesidad de trabajar exclusivamente con documentos escritos, López insistía en la importancia de lo que ahora llamamos historia oral. Mitre creía que los pueblos prehispánicos eran salvajes y había sido parte de su matanza durante sus primeros años como militar en la frontera sur, López nunca participo de eso y sus intentos de darle un pedigree basado en Grecia era una búsqueda opuesta a la otra; la polémica por el cuadro de Los funerales de Atahualpa puso en evidencia esas visiones enfrentadas. Mitre era seguidor de Herbert Spencer a grados que ni el mismo Spencer hubiera creído posible y leer su libro sobre Tiahuanaco hoy nos parece simplemente una historia de horror racista, López miraba con bastante más respeto las culturas del pasado americano.
Por otra parte Mitre formo una formidable biblioteca sobre historia de América Latina donde estaba realmente todo lo publicado en el mundo, y si bien adoleció del mismo problema de su contrincante en cuanto a escribir sobre arqueología y no hacerla, su conocimiento bibliográfico fue sin duda superior al de López. La biblioteca de este último ha desaparecido, la de Mitre se ha conservado en buen estado y sigue funcionando.
Otros trabajos de Maspero sobre América Latina
Es evidente que Maspero mantuvo su contacto con Sudamérica y hasta es factible se llevó fotos y otros papeles relacionados con la región. Valga de ejemplo el que en 1875 facilitó fotos a Bermondy fotos sobre aborígenes de la Patagonia (31). El primer envío de una comunicación que hizo a París fue leída en 1868 por M. Eggers en la Academie des Inscriptions et Belles Lettres del 6 de noviembre, describiendo objetos provenientes de una tumba del Cuzco hallada en 1810.
El primer trabajo escrito por Maspero sobre Egipto, L’Hymne au Nile des Papyrus du British Museum (32) fue hecho y fechado en Montevideo en 1868; al año siguiente y ya en París publicó un texto titulado Ollanta en la revista Academy, que en ese entonces era uno de los grandes hallazgos sobre el mundo precolombino del Perú y sobre el cual también escribió López; un año mas tarde y en la misma revista hizo una reseña de la edición del Códice Troano de Brasseur de Bourbourg, también participó de la creación de la Societe des Americanistes y de su primer congreso en 1875, le interesaron las poesías gauchescas de Estanislao del Campo e Hilario Ascasubi a quienes les dedicó sendas reseñas, igualmente hizo varias otras sobre gramáticas quechua y náhuatl. En 1873 había escrito sobre las características del lenguaje en Uruguay y nuevamente volvió sobre el tema de 1907. También colaboró con la entrega del premio del Duc de Loubat y fue miembro honorario de varias instituciones que se mantuvieron en estrecha relación con América Latina. En la Société de Linguistique presentó en 1871 una ponencia sobre La fonética de los dialectos españoles en la América del Sud de la que no ha quedado registro (33) y sabemos que asistió a otras reuniones en esa Sociedad.
Conclusiones
La visita de Maspero a Sudamérica fue demasiado corta y la estrecha relación con López y sus ideas no permitió que fructificara su estadía, aunque por cierto sus primeras traducciones de textos egipcios las hizo en Montevideo. Quizás si hubiera estado en Rio de Janeiro o en Buenos Aires, donde habían ya colecciones de objetos egipcios y la arqueología tenia un mayor desarrollo, quizás se hubiera quedado o iniciado sus trabajos mas sistemáticamente. Imposible de saber que hubiera pasado. Pero no hay duda que, por lo que escribió en las cartas a su madre, su interés por el pasado se vió reforzado en esa estadía, más aun al ver el tipo de estériles estudios que hacia López. Posiblemente fue el choque necesario para que hiciera una carrera como la que hizo sin entrar en disquisiciones sin fundamento, como las maniobras lingüísticas su jefe detrás de un escritorio.
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Nota
Uso la grafía Tiahuanaco en lugar de la más reciente Tiwanaku porque es la forma usada por López y sus contemporáneos, asimismo con Quechua en lugar de Kechua.
Agradecimientos
Este trabajo se ha hecho gracias a un Visiting Scholar Grant, del Center for Latin American Studies de la University of Pittsburg, usando la Hillman Library. Mi agradecimiento a David Watters de la sección de antropología del Carnegie Museum of Natural History, que hizo posible esto y a Tim Murray que solicitó el artículo para publicarlo. Los datos de Lafone Quevedo se los debo a Adolfo Linardi, al Museo Mitre en Buenos Aires el uso de su biblioteca, a Ana Lang y la biblioteca del Instituto de Arte Americano el acceso a las publicaciones de Vicente F. López, a Jim Richardson por su oficina durante ese tiempo y a María Auxiliadora Cordero por hacer más fácil el uso de las computadoras ajenas.
Referencias
1 – Burton 1998:63
2 – (Piccirili 1972:84)
3 –
4 –
5 – Como texto actualizado sobre Tshudi véase a Peter Kaulike (editor), Aportes y vigencia de J. J. Von Tschudi (1818-1889), Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2001.
6 – Cordier 1920
7 – Máspero 1871: 1-6
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10 – Cordier 1920
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31 – Vignati 1945
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