Artículo publicado en la revista Cuicuilco, Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Año III, número 9, correspondiente al mes de julio de 1982, pps. 13 – 18, ISSN 0185-1659, México DF.
La palabra Cuicuilco, hoy en día quiere significar muchas cosas: una pirámide medio abandonada que pocos capitalinos conocen, la cercana Escuela de Antropología, el Perisur, nuevas torres de departamentos, barrios de gran pobreza y varias cosas más. Pero pocos la asocian a uno de los grandes arqueólogos de nuestro continente, Byron Cummings, quien trabajó en ella para Manuel Gamio y quien, pese a ha ber hecho uno de los trabajos más minuciosos de la arqueología mexicana, fue brutalmente calumniado, a tal grado que se tergiversó su obra, transformándola en uno de los peores ejemplos de la historia de la arqueología. Por qué se dio este fenómeno, quién es culpable, por qué se continúa repitiendo aseveraciones no demostrables, es difícil de decir. Trataremos en estas páginas de clarificar un poco esta situación.
Durante la primera década de nuestro siglo, el gran pionero de la antropología científica de México, Manuel Gamio (1883-1960), se encontraba recorriendo y estudiando ampliamente el sector central de la gran Cuenca de México. Se hallaba realizando estudios de superficie, algunos primeros pozos estratigráficos (2) y relevando montículos y zonas arqueológicas. Había ya comenzado una época nueva en la prehistoria americana, iniciada posiblemente con la estratigrafía, introducida en América Latina por Max Ulhe (quien la utilizó en Chan Chan, Perú, en 1901), y Gamio era justamente el modelo del investigador serio, comprometido y antiromántico. La época «aventurera» había finalizado; ahora se trataba de realizar trabajos sistemáticos, tal como el que pocos años después él mismo dirigiría en Teotihuacán, y que es aún hoy un modelo de investigación con un amplio compromiso social.
Posiblemente en uno de sus recorridos por la zona sur de la cuidad consiguió ubicar la actual pirámide de Cuicuilco; desgraciadamente no sabemos cuándo, pero debió de ser antes de 1920. En ese momento sus posibilidades materiales no le permitían ir más allá de observarlo y grabar su ubicación exacta. En esa fecha la zona era un verdadero «pedregal» abandonado, inhabitable, sin agua y con un solo camino que pasaba cerca, la carretera a Cuernavaca (actual avenida de los Insurgentes). Por otra parte, la enorme capa de lava volcánica proveniente de un pequeño volcán del Ajusco cercano, impedía cualquier excavación.
Pocos años después, en abril de 1922, Gamio decidió recurrir a un arqueólogo norteamericano, Byron Cummings (18601954) quien solía venir durante el verano con sus alumnos, para que viajase a México y observase de cerca la construcción con el objeto de realizar una trinchera exploratoria que les dijese con certeza si era o no artificial, y qué tipo de edificio escondía en su interior. Cummings ya tenía 62 años en esa época.
Tras esta invitación, Cummings consiguió que la Universidad de Arizona firmara un convenio con la Dirección de Antropología de México para colaborar en los trabajos. Estos comenzaron al poco tiempo con cuatro trabajadores, aunque muy rápidamente estos aumentaron a veinticinco. Desgraciadamente la Universidad de Cummings lo llamó al poco tiempo para continuar dictando sus clases, y fue recién en junio de 1924 cuando los trabajos pudieron retomarse. Tras este reinicio se trabajó duramente hasta septiembre de 1925, en especial gracias a una fuerte donación de $10,000.00 realizada por la National Geographical Society. Como principal colaborador de Cummings vino Emil Haury (3).
Lamentablemente Gamio no publicó nada con sus propias consideraciones sobre Cuicuilco y el motivo de su exploración sistemática, pero de todas formas podemos deducir parte de ellas. Desde 1908, Gamio bajo la dirección de Boas y Seler, siendo parte de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnografía Americana, había mostrado gran interés por la zona del pedregal y lo que en ese entonces era tema de discusión entre arqueólogos: una posible cultura «subpedregalense», arcaica y sumamente antigua. En esta polémica había coincidencia entre Herman Beyer, Zelia Mutall, Boas y Seler sobre esa posibilidad, la que ya había sido planteada por primera vez tiempo antes por Alfredo Chavero y Francisco del Paso y Troncoso. En busca de más información al respecto Gamio realizó amplias excavaciones en Azcapotzalco, las que serían publicadas en 1912. Fueron éstas las primeras excavaciones de tipo estratigráfico de Mesoamérica (4)
En 1917 Gamio comenzó a explorar una zona interesante al respecto y relativamente cercana a Cuicuilco: las canteras de Copilco. Estas eran explotaciones de lava del pedregal, y se encontraban justamente en el borde que había alcanzado la última erupción volcánica. Allí realizó varios túneles por debajo de la capa de roca, gracias a lo cual descubrió varios entierros de cerámica asociada, además de pisos y restos de hileras de piedras. Este nuevo hallazgo confirmó la existencia de una cultura anterior a Teotihuacán que se había extendido por todo el Valle, y a la que Gamio bautizó en primera instancia como «cultura de los cerros» a falta de otro nombre mejor. Pasarían aún unos años más para que George Vaillant, tras las excavaciones de El Arbolillo, Zacatenco, Ticomán y Gualupita definiera claramente este período. Durante esos años que van de 1910 a 1922, en que se inician los trabajos de Cuicuilco, la arqueología de México atravesaba por lo que Bernal (5) definió como «segunda etapa de la arqueología mexicana». Esta comienza en 1910 con la fundación de la Escuela Internacional, y se va a caracterizar por la realización de los primeros textos generales sobre México, pero por primera vez a nivel específico y con hipótesis desarrolladas. Hablamos por ejemplo de Mexican archaeology de Thomas Joyce, A study of Maya art y Ancient civilization of Mexico and Central America de Herbert Spinden. Este último libro debemos destacarlo, ya que en él se postula la posibilidad de un «horizonte arcaico» para toda América.
El final de esta etapa y el principio de la siguiente, va a estar demarcada por el inicio de trabajos de campo de alta especialidad; en el valle de México los de Gamio, en la región maya los de Sylvanus Morley. Pocos años más tarde, comienza a trabajar Alfonso Caso en Monte Albán y George Vaillant sistematiza las etapas de la gran Cuenca Central. Este último va a definir para Cuicuilco tres períodos, inmersos en su «Fase Superior de la Cultura Media», que cronológicamente se ubican en el paralelo de la siguiente forma: Cuicuilco I – Ticomán; Cuicuilco II – Ticomán medio; Cuicuilco III -Teotihuacán I. El mérito de definir correctamente esta secuencia, sin fechamientos de radiocarbono, y ubicarlas entre el 600-200 a. C., nos muestra una capacidad única en la arqueología Americana (6).
Los trabajos arqueológicos en la pirámide de Cuicuilco comienzan justamente en 1923. Gamio ya había sido designado director de la Escuela Internacional en 1917, momento en que también había conseguido del gobierno la organización de una Dirección de Antropología e Historia. Su puesto anterior era el de inspector de Monumentos, cargo en el que había reemplazado a Leopoldo Batres desde 1913, por iniciativa de Zelia Nutall. Bajo su dirección se iniciaban las excavaciones de Teopanzolco (1914), Templo Mayor (1917), Teotihuacán (1922), Santa Cecilia Acatitlán (1923), Mixcoac (1923) y Tenayuca (1925) en las que ya intervienen los arqueólogos de la nueva generación: Caso, Noriega, Reygadas Vértiz y Marquina (7).
Es un poco complejo poder reseñar hoy, tras casi sesenta años de realizados, el órden y método de los trabajos de Cummings en la pirámide, ya que el librito y los diversos artículos que publicó al respecto no los aclaran. La prosa del autor, si bien florida y de alto vuelo lírico, es bastante poco arqueológica (8).
De todas formas los trabajos se iniciaron mediante una gran trinchera perpendicular a los taludes del lado oeste, la que al profundizarse demostró que el montículo era realmente artificial ya que quedó a la vista un muro del revestimiento del primer nivel con sus piedras bien acomodadas y unidas por barro. Al continuar tanto en vertical como en profundidad, se fue limpiando parte de los muros exteriores de los taludes citados, además de verse que la pirámide era el resultado de varias épocas de construcción que se habían superpuesto las unas a las otras.
Estos primeros trabajos demostraron la importancia de la excavación, que lamentablemente se suspendió por un largo tiempo hasta que fue nuevamente retomada en 1924. A partir de ese momento, y con más trabajadores y equipo, se procedió a excavar sistemáticamente sobre los lados sur y este, para continuar al final por el oeste. Se descubrió la rampa occidental que fue despejada totalmente, la oriental sumamante deteriorada, y se centró el trabajo en levantar la lava de la zona sur. Esta última parte fue la más laboriosa sin duda, y respecto a la cual no había a la fecha ningún tipo de antecedentes técnicos para encarar el trabajo ya que estaba totalmente cubierta por lava volcánica.
En este punto aparece un dato muy importante y que nos parece muy confuso. Según el explorador, durante la excavación del lado sur se encontraron fuera de la pirámide y por alrededor una serie de grandes piedras verticales clavadas en el piso, que se pueden ver en las fotografías que incluimos aquí. Hoy están cubiertas por la tierra y el pasto. Estas, que superaban el metro de altura, rodeaban en forma circular la base y habían sido utilizadas para proteger el basamento de la primera invasión de lava.
Una interpretación muy diferente nos da Ignacio Marquina en su libro Arquitectura Prehispánica (9), texto que es difícil poner en duda en cuanto a la autenticidad de la información que maneja. Este autor dice que esas mismas piedras iban en realidad dentro del núcleo, y eran parte del sistema constructivo original, para impedir que los taludes, por su propio peso se desplazaran horizontalmente.
Nos cabe entonces hacernos unas preguntas difíciles: de ser cierta la primera idea -que eran exteriores- ¿por qué la lava quedó con la inclinación del talud, como indicando que en realidad era más ancho que en la actualidad?, y ¿cómo nos explicaríamos hoy la existencia de esos «menhires» tal como los llama Cummings, que no existen en ningún otro sitio contemporáneo de la Cuenca de México? Por otra parte, ¿por qué Marquina -quien evidentemente conocía los artículos publicados por el arqueólogo- nos da una versión distinta en la cual asevera que eran parte de la propia construcción?, y ¿por qué no la había planteado en obras anteriores ni él ni sus contemporáneos? (10).
La única tercera visión del problema la tenemos a través de Emil Haury (11) quien ha defendido mucho la posición de Cummings, aunque criticando en cierta forma su interpretación del fenómeno. Haury insiste en que durante su participación en los trabajos nunca usó dinamita ni explosivos de ningún tipo tal como dice Marquina y todo lo contrario, se trabajó con sumo cuidado. Como evidencia utiliza las fotografías tomadas en ese momento tanto por él como por otros autores (hay varios de Frans Blom). Lo que pasó es que Haury plantea que en ningún lugar del talud sur la lava había realmente tocado la pirámide, ya que -y en cierta forma
se puede ver en las fotos- ésta estaba cubierta por una gruesa capa de barro de hasta un metro de espesor, puesta allí por los primitivos pobladores como forma de proteger la propia pirámide.
De alguna manera, como primera conclusión en base a las evidencias, creemos que podemos pensar en lo siguiente: que las piedras verticales que rodean en parte la pirámide sí estaban al exterior; que los diferentes tipos de piedra existentes en el recubrimiento corresponden en realidad a «reparaciones» hechas en tiempos prehispánicos tal como lo plantea Haury (12) y que la polémica entre Marquina y Cummings en realidad responde a una falta de información -recordemos que Cummings perdió en El Paso todos los documentos e informes del trabajo en 1925-, o incluso a otro tipo de cuestiones más personales aún. No sería la primera polémica entre arqueólogos y para citar sólo algunas de ellas, muy poco anteriores, recordemos las de Maudslay-Batres, o incluso la de Gamio-Batres.
También Haury maneja otros elementos en defensa de Cummings, tales como las ideas que tenia resecto a no reconstruir nada, sino simplemente reponer piedras caídas en los lugares faltantes. Este concepto -lo que actualmente se llama anastilosis-, casi no existía aún en arqueología de América (13). Por otra parte nos recuerda que, aunque si lo hubiese querido, hubiera sido imposible rehacer todos los muros del monumento con el poco personal, tiempo y dinero disponibles.
Esto que Marquina escribió en 1951, y que no dijo en sus obras anteriores (1928) sobre el tema, ha tenido tal repercusión que hoy día es lugar común entre arquólogos y alumnos el repetir que Cuicuilco es el caso más drástico de reconstrucción del país. El texto de Marquina nos dice claramente que la pirámide fue descubierta de su capa de lava mediante el uso indiscriminado de dinamita, y que el talud inferior que hoy podemos ver está reconstruido varios metros más atrás del original.
Vale la pena observar detenidamente la pirámide para notar que esto es difícilmente verdad, aunque la observación no sea prueba definitiva. Tanto las piedras, su colocación, el tipo de juntas, e incluso las «reparaciones» son idénticas en todo a las partes supuestamente «no restauradas» del sector norte. E incluso la parte del desagüe inferior, comentado en las juntas, fue realizado por otros arqueólogos casi treinta años después de Cummings.
Existen otros dos problemas graves que debemos sumarle a la ya confusa situación; la errónea reconstrucción que realizó en 1939 Eduardo Noguera del altar superior, y los muchos trabajos que otros arqueólogos realizaron desde esa fecha hasta la actualidad (14) de los cuales ninguno publicó informes. La tradición de la «arqueología ágrafa» continúa perjudicando tanto a investigadores como a la propia arqueología.
También queremos destacar los dibujos que publicó Marquina en su obra, los que a todas luces no son correctos, pese a que fueron y son constantemente utilizados para cuanto se escribe sobre el tema. No sólo la planta del edificio está simplificada, sino que incluso sus dos superposiciones no tienen ninguna prueba de haber existido. Todo lo contrario, están en franca contradicción con su propio dibujo del detalle de los altares.
Por supuesto, esta «modificación» que realizó Marquina, quien sin duda tuvo sus razones para hacerlo ya que fue uno de los más importantes arqueólogos que tuvo el país, tuvo terribles consecuencias para Cummings. Lo que pasó es que para Cummings, incluso si respondió a ellas indirectamente, al igual que para Haury, el problema era poco importante: se había transformado para la década de 1930, en el pilar de la arqueología del sur de Estados Unidos, además de su papel como director de la University of Arizona.
A tal grado Cummings no se preocupó demasiado, que en 1933, es decir casi 10 años después de su trabajo, publicó su único librito sobre Cuicuilco, presentando las evidencias que no le habían sido robadas y unas cuantas buenas fotografías. Y si bien pudo haber realizado un libro más importante, no lo consideró necesario.
Por supuesto, en última instancia, este ejemplo de la historia de la arqueología no es trascendente, ni modificó el camino que ésta siguió a lo largo de nuestro siglo. Pudo haberlo hecho, pero el resultado fue que no lo hizo. Y casos como éste ha habido varios, con o sin razones.
Sin embargo, debemos de tener en cuenta que cualquier crítica al uso de explosivos -de poder comprobarse éste-, no debe pasar por el simple hecho de usarlos, sino ubicándolo en su contexto histórico: probablemente no hubiera habido muchas otras posibilidades de excavación en esa época y tampoco hubiera atentado demasiado contra las ideas que otros investigadores tenían sobre el asunto: en 1922 todavía estaban frescos los trabajos de Batres en Teotihuacán.
Ya que estamos con revisiones críticas, hay factores que deben ser tomados en cuenta al ver el monumento en la actualidad: es factible que éste tubiera al exterior un recubrimiento de barro, que ha desaparecido totalmente. Sobre el lado sur del talud lateral de la rampa occidental quedan algunos fragmentos de él pero no hay datos al respecto en la bibliografía.
Tras las excavaciones ya reseñadas se procedió a atacar la parte superior del basamento. Se realizaron varias calas hasta que se detectaron en primer lugar los altares superpuestos en el centro, varios de los cuales fueron desmontados para poder estudiarlos. A partir de ese pozo central se hicieron cuatro grandes calas o túneles hacia los puntos cardinales, de tal forma que se pudo estudiar la estructura interna de la construcción, realizada en lodo y piedras, además de entender la superposición de etapas constructivas. Desgraciadamente no quedó claro lo que son etapas o fases de construcción y lo que son simplemente superposiciones. Menos aún cuando éstas corresponden no a épocas distintas, sino a procedimientos constructivos particulares.
Existe también lo que se ha dado en llamar el «gran pozo», una excavación de casi 6 metros de profundidad y unos 10 de diámetro, el que fue cubierto por una losa de concreto, lucernario y un acceso, posiblemente para que se pudiese apreciar la estratigrafía interior y las superposiciones. Hoy se ha vencido la losa del techo y por dentro es un gran depósito de desperdicios. Evidentemente la idea fue buena, aunque era necesario un buen mantenimiento para que funcionara como tal (15).
ANEXO 1°
BIBLIOGRAFÍA DE BYRON CUMMINGS SOBRE CUICUILCO
A partir de los indicios sobre las excavaciones en 1922, Cummings realizó algunas publicaciones en relación a sus trabajos, tres de ellas en 1923, otra en 1926 y la última en 1933. De los tres primeros trabajos, dos de ellos son de divulgación general y un tercero fue más específico. Los citados en primer término se publicaron en Ethnos, vol. II, nro. 1, Págs. 90-94 bajo el título de «Cuicuilco», en 1923. El otro fue incluido en la revista Art and Archaeology volo XVI, págs. 51-58 el título era «Cuicuilco, the oldest temple discovered in North America». El artículo más detallado fue incluido en el National Geographic Magazine con el larguísimo título de «Ruin of Cuicuilco may revolutionize our history of Ancient America: lofty mound sealed and preserved by great lava flow for perhaps seventy centuries is now being excavated in México», número XLIV, págs. 203-220.
Pocos años después, en 1926, se editó un artículo en el Scientific Monthly de octubre, tibulado «Cuicuilco and the Archaic cultures of México»o En 1933 vio la luz por fin el librito que publicó la Universidad de Arizona, titulado «Cuicuilco and the Archaic cultures in México», Social Science Bulletin, volo IV, que fue lo más completo y detallado que llegó a realizar.
ANEXO 2°
BIBLIOGRAFÍA SOBRE BYRON CUMMINGS
HAURY, Emil. 1975 «Cuicuilco in retrospect», The Kivao vol. 41, No.2, pp. 195 – 200.
HILL, Gertrude. 1950 «Annotated bibliography of papers of Byron Cummings»o For the Dean, essays in anthropology in honor of Byron Cummings on his eighty-ninth birthay, pps 5-9, Honokam Museum y Southwestern Monuments Association, Tucson y Santa Fe.
JUDD, Neil M. 1954 «Byron Cummings (1860-1954)», American Antiquity, volo 20, N° 2, pps 154-157.
1954, «Byron Cummings (1860-1954)»o American Anthropologist vol. 56, pps. 871-872.
TANER, Clara Leeo 1978 «A dedication to the memory of Byron Cummings (1861-1954)» Arizona and the West. vol. 20, N° 4 University of Arizona Press
NOTAS:
1. Estas notas son una síntesis del libro La Pirámide de Cuicuilco: álbum fotográfico de la restauración (1922-1925), Fondo de Cultura Económica, México, 1982, que saldrá a la venta dentro de pocos díaso Agradecemos especialmente a Emil Haury la información suministrada y a la Arizona Historical Society el envío de las fotos de Cummings.
2. Existen ya varios trabajos dedicados a la obra de Gamio como introductor de la arqueología estratigráfica en Méxicoo Al respecto pueden verse los siguientes artículos:
– Mercedes Olivera, «Notas sobre la obra de Manuel Gamio» América Indígena, vol XXV, N° 5, México 1965.
– David Strug, «Manuel Gamio, la Escuela Internacional y el origen de la excavación estratigráfica en América Latina» en América Indígena, vol. XXXI, noo 4, 1971, México.
– Gonzalo Rubio Orbe, «La desaparición del Dro Manuel Gamio», en América Indígena, volo XXXI, N° 94, 1971, México.
– Richard Adams, «Manuel Gamio and stratigraphic excavations», Américan Antiquity, vol XXXI, pago 99, Salt Lake City.
Eduardo Matos Moctezuma ha editado un volúmen en homenaje a Gamio que incluye varios de sus artículos, titulado Arqueología e Indigenismo, Sepsetentas, 1972; asimismo en el Homenaje a Manuel Gamio, INAH, México, 1965, hay varios artículos sobre su obra y publicaciones.
3. Emil Haury colaboró estrechamente con Cummings durante la segunda etapa de trabajos.
4. No es factible aseverar en forma terminante quien introdujo el concepto estratigráfico en América Latinao En mesoamérica lo utilizó Gamio, posiblemente por influencias de Engerrand y Boaso En Sudamérica Max Ulhe, quien trabajó desde 1895 con Ries y Stübel, y lo aplicó desde principios de nuestro siglo.
5. Ignacio Bernal, «La Arqueología mexicana de 1880 a la fecha», Cuadernos Americanos, vol. IXV, No. 5, México, 1952.
6. Es interesante destacar la importancia de la obra de George Vaillant en ese sentido, ya que fue quien sentó las bases para una cronología del Formativo en la Cuenca de México. Referencias a Cuicuilco pueden verse en varios de sus trabajos y en la La Civilización Azteca, Fondo de Cultura Económica, México, 1944o La edición original en ingés fue en 1941.
7. Todos estos trabajos representan una época muy importante en la historia de la restauración, en especial Tenayuca y Santa Cecilia, aunque esta última fue totalmente reconstruída, por sobre la restauración de Gamio, durante la década de 1950, con un tipo de trabajo que ya fue ampliamente criticado.
8. Es probable que esta prosa de alto vuelo lírico haya tratado de reemplazar un poco la falta de información específica; provocada por el robo de todas las notas de campo de Cummings, durante el viaje de regreso a su país, en El Paso, Texas, en 1925, (Haury 1975).
9. Ignacio Marquina, Arquitectura Prehispánica, INAH, 1951.
10. Ignacio Marquina, Estudio comparativo de los monumentos arquitectónicos de México, Secretaría de Educación Pública, México, 1928.
11. En varias oportunidades es notable una diferencia de criterio entre los autores citados, ya que en 1925 Cummings tenía 66 años y Haury 23. El mismo lo destaca en sus escritos.
12. Haury 1975
13. El concepto de anastilosis en la restauración es bastante recienteo Al respecto puede verse el libro de Augusto Molinao La Restauración arquitectónica de edicifios arqueológicos, INAH, 1975.
14. En Cuicuilco han trabajado una enorme cantidad de arqueólogos, y salvo Noguera (1939) ninguno ha publicado nada al respectoo En el libro citado en la nota 1 hemos identificado algunas de las intervenciones, pero es actualmente imposible saber con exactitud qué hizo cada uno de ellos, ya que algunos excavaron y recontruyeron partes originales y partes que ya habían sido intervenidas por otroso La reconstrucción del altar central por Eduardo Noguera en 1939 es bastante polémica, ya que «completó» el altar superior, el que evidentemente, según las fotos de Cummings, tenía forma de herradurao Fue completado hasta quedar con forma ovalada y con la parte superior de la misma alturao Compárense las ilustraciones de antes y despuéso Eduardo Noguerao «Excavaciones en Cuicuilco», XXVIII Congreso Internacional de Americanistas, vol. 2, pp. 210-221 México, 1939.
15. La pirámide y su entorno no ha tenido mantenimiento de ninguna índole, a excepción de alguna limpia de la vegetación en ciertos sectores, y el recambio de los techos protectores, cuando los viejos ya estaban casi desaparecidoso El año pasado se realizaron algunas obras mínimas, que modificaron completamente la parte superior, no sólo creando circulaciones absurdas mediante túneles, sino que también destruyeron del todo la ya casi destruida restauración de Cummings, la que no sólo era un excelente ejemplo de exposición del edificio (de haber estado bien cuidado, por supuesto), sino que era parte ya de la propia historia de la arqueología mexicana.