Artículo con la autoría de Daniel Schávelzon y Coralia Taraciuk, publicado en la revista SUMMA Colección Temática, número 1 / 86, correspondiente al mes de enero de 1986, ISSN 0325-4615, pps. 43 – 47, Buenos Aires, Argentina.
La obra arquitectónica de Carlos Vilar y de su hermano Antonio -ingeniero este último- tiene lugar durante uno de los períodos más ricos de la arquitectura de nuestro siglo: comenzaron a trabajar intensamente en 1926 y lo continuaron haciendo por las tres décadas que siguieron. Llegaron a levantar unas cuatrocientas obras -por lo general importantes- y consolidaron un estudio empresarial de prestigio. Su labor ha sido de marcada importancia para el desarrollo de la arquitectura moderna en la Argentina, y así fue reconocido por quienes estudiaron o describieron su trabajo (1).
Aparte de la vastedad de su producción, puede decirse que a partir de 1930 fueron los impulsores de una vanguardia funcionalista que aún no era popular en nuestro medio, y desarrollaron una clara tipología para edificios que, hasta la época, todavía se mantenían dentro de cánones tradicionales. Lo que es más, supieron darle a sus obras un carácter que con los años resultó el lenguaje de más aceptación en la ciudad de Buenos Aires. Sus departamentos -sobre todo- fueron tan funcionales y estéticos que los tipos de plantas que ellos establecieron todavía se respetan, aunque hayan variado las dimensiones internas. Lo mismo sucedió con sus bancos, estaciones de servicio o viviendas mínimas, que siguen estando en vigencia.
El Buenos Aires donde les tocó actuar fue el del Eclecticismo tardío, del primer Art Decó, del ya caduco Art Nouveau y de las primeras y estridentes notas del Modernismo. La realización de ellos -y en particular la de Antonio- constituyó un paso decisivo en la búsqueda de una nueva arquitectura más acorde con las necesidades del siglo y una respuesta más lógica y racional a las nuevas necesidades tanto de las familias como de las empresas que les encargaron sus obras. El Estudio de los Vilar estuvo desde temprano en estrecha relación con las grandes empresas constructoras y, en especial, con GEOPE (2), lo que desde 1926 permitió que su producción estuviera tecnológicamente en la vanguardia constructiva. Era la época de consolidación de los nuevos grandes estudios capaces de levantar simultáneamente varios edificios con un personal mínimo, basados en el sistema norteamericano de empresas modernas. La arquitectura de los hermanos Vilar está así inserta en lo que se ha llamado la modernidad, entendida como la nueva empresa capitalista al servicio idóneo de ese sistema de vida. Pero a diferencia de otros arquitectos, su obra fue de la más alta calidad posible en su época. Quizás sea por ello que las mismas tuvieron un envejecimiento digno, manteniéndose en casi todos los casos en buenas condiciones ante el paso del tiempo y de los usuarios, a diferencia de otros edificios posteriores que, a menos de treinta años de distancia, se hallan por lo general en un estado lamentable.
Por lo general, en la bibliografía existente sobre arquitectura bancaria en nuestro país, se ha establecido que los cambios ocurridos en el siglo XX fueron tardíos, lentos, y que hasta la década del 50 prácticamente se había continuado con los sistemas del siglo pasado (3). La obra de Vilar parece demostrar justamente lo contrario; y si bien podría decirse que los métodos administrativos bancarios avanzaron con extrema parsimonia -sobre todo en los últimos treinta años-, la arquitectura en cambio había evolucionado rápidamente entre 1925 y 1935. Queremos analizar aquí dos bancos, el Banco Popular Argentino erigido en 1926 y el Banco Holandés Unido, de 1936, que nos darán una imagen distinta de la situación.
En los momentos actuales de revisión historiográfica de la arquitectura de nuestro país, en los cuales creemos necesario reconsiderar de qué manera se produjo la transición hacia la arquitectura moderna, es importante notar y evaluar el cambio que representó el Banco Popular Argentino, aún académico en parte de su composición, y el Banco Holandés Unido diez años posterior, completamente inmerso en la modernidad, según se lo ha interpretado siempre. Creemos que es posible comprobar que la primera de estas obras fue mucho mas moderna de lo que sus formas exteriores acusaban, mientras que la segunda lo es menos de lo que al verla desde afuera puede suponerse. Una revisión detallada de estas realizaciones arrojará alguna luz sobre este tema.
El Banco Popular Argentino
Este Banco inició sus actividades a fines del siglo XIX ocupando distintos edificios del centro de la ciudad de Buenos Aires hasta que, hacia 1925, dada la envergadura y carácter que había tomado la institución, esta resolvió levantar una nueva sede en un predio de unos 40 m de lado ubicado en una de las esquinas más cotizadas de la ciudad: Florida y Cangallo (hoy Presidente Perón). Para elegir proyecto se llamó a concurso abierto con un jurado compuesto por José Molinari, director del Banco y Justo Sáenz, Pedro Vinent, Horacio Ferrari, Carlos Agote y Alejandro Christophersen. De todas las propuestas presentadas resultó ganadora la de Carlos y Antonio Vilar. El Segundo Premio fue para Eduardo Le Monnier y el Tercero para el Estudio Squirru y Croce Molina. Cabe destacar que los Vilar eran aún muy jóvenes y no tenían a la fecha ninguna obra de envergadura construida, mientras que Le Monnier (4) era uno de los constructores más conocidos del país. Como es de suponer, todos los proyectos presentados estaban enmarcados dentro del Eclecticismo imperante en la época, tónica que también estaba dada por las sucursales que este Banco había abierto en esos mismos años. Por ejemplo, las de Cangallo 946 (1922); San Martín 1699 (1926); Federico Lacroze 3999 (1926); Avenida Rivadavia y Jachal (1928) y Charcas 1299 (1931) (5).
La memoria presentada al concurso define con claridad el partido y puntos de vista adoptados por los ganadores. Sus puntos principales se refieren a: 1) buscar la armonización de la arquitectura propuesta con el ámbito de la calle Florida; 2) evitar caer en los bancos con aspecto grave y frío como un panteón, buscando una solución atrayente y digna; 3) dado el carácter comercial de la calle proyectar locales para negocios no muy grandes que no resten importancia al conjunto bancario y que puedan en un futuro ser englobados por este; 4) no agregar una nueva cúpula a la ciudad (la cual generalmente no asume ningún uso) sino una torre de líneas tranquilas apreciable desde corta distancia dado lo angosto de la calle; 5) acudir a un repertorio formal que refleje ciertos antecedentes históricos, un español modernizado que, empleado con discreción, pueda sentar bases lógicas para un futuro estilo sudamericano; 6) buscar una imagen tranquila enriqueciendo solo ciertos sectores de fachada, basamento y coronamiento, y tratar los aventanamientos en busca del mayor confort.
Los puntos tocados por la memoria son los que queremos destacar, ya que muestran cómo el partido adoptado estaba basado en consideraciones correctas, y que el resultado volumétrico era justamente el que resultaba de los cales externos, el acceso, los dos pisos para el Banco (el basamento formal al exterior), el bloque de la esquina -para resaltar el acceso y la esquina ochavada-, y los pisos para oficinas, todos ellos iguales. La parte superior cambiaba, al igual que se modificaban los usos de sus espacios internos. La ornamentación exterior se basaba en experiencias anteriores de Louis Sullivan en Estados Unidos, sobre todo en sus grandes comercios de principios de siglo y los bancos construidos entre 1905 y 1919 (6). En el exterior se separaban los dos sectores, banco y oficinas, mediante una cornisa y cambios en la decoración superficial, la que -ecléctica al final- se centró en el llamado Español moderno, es decir, un plateresco sui generis. El tema ornamental era imposible de soslayar en 1926, y sin ello quizá no hubieran recibido el premio. Pero no cabe duda que -por sus mismas palabras- los concursantes tenían bien presente la polémica sobre la búsqueda de nuevas alternativas a la arquitectura moderna.
La mejor publicación dedicada a la disciplina en esa época, la Revista de Arquitectura, editó un número casi completo a este edificio destacando así su importancia (7), ya que en veintidós páginas muestra todos sus aspectos notables. En la descripción dice: «El estilo de la obra es el Renacimiento español moderno». Del basamento del edificio tratado con la sobriedad y presencia propias de su destino como casa bancaria, emerge el bloque de los pisos superiores limpio de todo detalle exterior como corresponde a su carácter de oficinas generales, pero rematado en un suntuoso cornisamento que da singular armonía arquitectónica al conjunto.
La torre central que emerge de la ochava, fue concebida basándose en la Giralda de Sevilla, que por la sencillez de sus líneas es posible apreciarla desde corta distancia, detalle importante para calles estrechas en donde a menudo, por falta de visual, se malogran grandes efectos artísticos.
La unidad de la torre y el conjunto arquitectónico se ha logrado bien, por el aditamento de dos cuerpos que prolongan el plano frontal de la torre con ambas fachadas laterales a la altura de los pisos superiores, y armonizan con el cornisamento por detalles decorativos extraídos del palacio de Monterrey en Salamanca. Como un detalle de la riqueza decorativa exterior del conjunto, merece destacarse el revestimiento de piedra travertina artísticamente labrada, que cubre la base del edificio hasta la altura del primer piso.
El edificio, cuyas líneas básicas ya han sido descriptas, cuenta con dos sótanos, planta baja y primer piso dedicados totalmente al Banco y los negocios. Hay que destacar estas dos plantas, ya que si bien la sobria ornamentación oculta un poco el diseño, puede observarse el marcado modernismo del proyecto, es decir, de qué manera inteligente un ropaje ecléctico-académico posibilita un funcionamiento moderno. El acceso y el hall son simétricos pero abren a dos alas de atención al público, una de ellas con el techo a doble altura de tal manera que el piso superior queda halconeando; el espacio de trabajo es amplio y asimétrico, el acceso independiente pero conectado al Banco para las oficinas y pisos superiores, y la solución sencilla pero clara para los espacios restantes. Las circulaciones fueron reducidas al mínimo posible y el espacio está bien sopesado y distribuido. Lo mismo sucede en el primer piso donde se ha dedicado la torre esquinera a sala de reuniones del directorio; pese al hueco hacia abajo logró mantenerse la distribución espacial del piso inferior. No hay búsquedas formales de composición académica ni de ubicación de oficinas o espacios de tipo tradicional -por ejemplo las oficinas del gerente ventilan al aire y luz y no a la calle-, seguramente para lograr un edificio lo más racional y moderno posible. Quizá la gran diferencia con otros bancos de la época o anteriores es que en este caso la modernidad se planteaba por dentro, no por fuera. Preocupaba más la función que la forma.
Sobre estos niveles se desarrollan diez pisos para oficinas con igual distribución, con posibilidades de tranformar varias de ellas en espacios más grandes sobre la base del sistema de planta libre, cosa que actualmente existe en varios pisos. El undécimo estaba dedicado a confitería-cafetería y terrazas, y el remate de la esquina -resabio académico al fin- si bien no fue resuelto con la típica cúpula como expresaran en la Memoria citada, se transformó en un mirador imponente.
Pero para insistir aún más en la modernidad de la construcción, podemos referirnos a las instalaciones, no solo de los seis ascensores ultrarrápidos utilizados, sino de cada uno de los detalles: los locales para oficinas han sido dotados de todas las comodidades aconsejadas por el confort moderno: pisos silenciosos, placards y bibliotecas embutidas, ventanas metálicas de aireación regulable y cierre hermético, cortinas venecianas y stores, relojes eléctricos, calefacción central, ventilación mecánica y extracción del aire viciado, limpieza al vacío, eliminadores de desperdicios, buzones automáticos en todos los pisos, teléfonos internos, etcétera. Todas las oficinas reciben abundante luz natural y aire por amplias ventanas que dan, unas a la calle y otras a un gran patio interior revestido en todas sus superficies con mayólicas Engers (8).
Actualmente llama la atención comprobar que aún funcionan perfectamente el sistema hidráulico para correspondencia, las bajadas de agua interiores a las oficinas para incendio, los sistemas de intercomunicación, los marcos metálicos de las ventanas, los cerramientos en general, los vidrios permeables a la luz ultravioleta, los baños y demás instalaciones. Las cajas de seguridad fueron construidas especialmente por la firma York Safe Lock en Estados Unidos. Cada oficina contaba a su vez con un reloj eléctrico, calefacción central, aire acondicionado y extractor de olores. Los muros exteriores poseían cámara de aire en el interior para mantener la temperatura ambiente. También los locales abiertos a la calle Florida habían sido pensados como posibles áreas de crecimiento del edificio.
En resumidas cuentas, esta obra académica por fuera era lo más moderno que la tecnología del siglo permitía. Tenía una distribución y un uso del espacio acorde con los avances del siglo, y había logrado descartar muchos de los resabios académicos más tradicionales -cúpula, decoración clásica- en aras de un edificio que aún continúa en uso y que ha permitido que en su interior se realizaran cambios y modificaciones sin necesidad de transformar su estructura o su envolvente, rasgos todos estos que señalan su importancia y su modernidad bien entendida. No siempre es moderno lo que se ve como tal.
La transición en la obra de Antonio y Carlos Vilar
A partir de 1930 la arquitectura de Buenos Aires comenzó a cambiar, ahora sí también formalmente y no solo en la racionalidad de su funcionamiento: el impacto de Le Corbusier en 1928/1929, las primeras obras racionalistas en nuestro medio y las revistas que difundían las novedades europeas tenían amplia acogida, y poco a poco el público fue aceptando el nuevo lenguaje. El Estado tardaría en cambio mucho mas tiempo en hacerlo. En estos años las obras de los hermanos Vilar fueron tomando senderos diferentes: Carlos Vilar continúa dentro del academicismo monumentalista, por ejemplo cuando en 1930/1931 construye el edificio de la calle Rufino de Elizalde 2875, o los departamentos de Palermo Chico. En cambio Antonio Vilar va a dirigirse hacia búsquedas cada vez más funcionalistas, hasta arribar inclusive a la construcción de ejemplos paradigmáticos del Modernismo en el país. Basta citar el Club Hindú (1931); las casas Ferrari y Lutzeler y los departamentos de Santa Fe 1334 (1932); el edificio en altura de Santa Fe y Libertad (1934); o su similar de Leandro Alem 2228; o de ese mismo año las casas Petley, Finochietto y Wiltshire, por citar las más conocidas. En 1935 construyó el edificio de la esquina de Cabello y Ugarteche y el edificio de Nordiska -una de sus obras más importantes-, todos estos anteriores al Banco Holandés Unido que luego analizaremos. Su obra culminará con los edificios para el Automóvil Club Argentino.
En 1931 publicó un artículo (9) titulado «Arquitectura contemporánea», donde definía con notable claridad sus postulados sobre la arquitectura moderna. Decía, entre otras cosas, lo siguiente: «Me inclino a considerar como una gran causante de la situación actual al enorme despilfarro y al enorme desacierto con que se ha desarrollado en nuestro siglo la actividad de la construcción. Es cierto que en los últimos años se ha venido definiendo una franca reacción en todo el mundo, que solo los ciegos o los obsesionados podrán desconocer o negar. Pero hay que preguntarse si esta reacción que podemos Ilamar de las sanas tendencias de la arquitectura contemporánea’, no nos llega un poco tarde (…).
Las obras contemporáneas que llamamos de ‘estilo clásico’ (disparate inicial), no tienen nada que ver con esos tres fundamentos: primero porque están lejísimos de la perfección técnica, y para probarlo basta pensar que hoy hacemos alarde de reproducir cosas antiguas notoriamente imperfectas y basta también considerar que, en principio, el arquitecto ha profanado todas las conquistas técnicas de esta maravillosa época para esclavizarlas a la ‘manera antigua’. ¡Cuánta industria se malogra hoy en el mundo transformando en ‘viejo’ trabajos ya terminados tan perfectos, que dejarían atónitos a nuestros abuelos! ¡Y qué desastre económico significa, en su pésimo rendimiento, semejante actividad! (…)
Y detrás de estos desatinos, nuestras casas se han abarrotado con las decoraciones mas absurdas y costosas, sacrificando la eficiencia de sus funciones, la simplicidad de sus plantas, los requerimientos de la circulación, la luz natural, la acción preciosa del sol, las consignas higiénicas actuales, el rendimiento de las instalaciones, el tiempo, el espacio, el dinero y, sobre todo, la belleza, que no puede vivir de la mentira! (…)
Con el afán insensato de copiar, no solo las viviendas del pasado sino la concepción misma de las viejas ciudades que fueron consecuencia de problemas muy distintos de los nuestros; en una palabra, por salvar el mentado ‘Clasicismo’ hemos concluido por no poder vivir, y en la época que más ha pensado en el culto de la salud, nos agotamos en una neurosis terrible, nos jugamos la vida en las aventuras diarias de una circulación enloquecida, nos asfixiamos en un aire sin oxígeno, confinados entre sombríos y sucios mazacotes alumbrados por mal distribuida luz artificial, mientras el sol brilla en el cielo; y reducimos en forma desesperante el rendimiento del trabajo humano, perturbado por tanta dificultad y tanta lucha. Agravándose todo esto por la pérdida del contacto con la naturaleza que es el medio para el cual hemos nacido y en el que nuestras facultades han de producir su máximo (…).
¿Es posible que alguien tome en serio nuestra arquitectura ‘clásica’? ¿Es posible que haya alguien que pueda probar la belleza insustituible de una ménsula colgada, de una ‘pesada’ columna de enduido sobre metal desplegado o de la ‘llave’ de un arco que no existe? … ¿Y como esto, de los mil disparates que tenemos que soportar en nuestras desgraciadas viviendas? (…)
…¡Cuánto dinero, cuánto trabajo, cuánto tiempo ha perdido la Humanidad en cosas que no le sirven, que le han complicado la existencia y que además son feas!».
El Banco Holandés Unido
En 1936, Antonio Vilar, con la colaboración de Franz Meyer, realizaría un nuevo edificio bancario, esta vez para el Banco Holandés Unido, la Cámara de Comercio de Holanda y el Consulado de los Países Bajos. Estos tres comitentes encargaron un edificio de dimensiones más reducidas a las del Banco Popular, pero no por eso la calidad fue menor. Sí quiero hacer notar que, pese a una aparente mayor modernidad -incluso se lo conceptuó como el primer banco moderno de la ciudad- en realidad no superó funcionalmente al trabajo de diez años antes. En cuanto al equipamiento tecnológico no alcanzó siquiera las comodidades del otro Banco. Pasemos a describirlo.
El edificio está ubicado en la esquina de las calles 25 de Mayo y Bartolomé Mitre, en un lote de menos de 25 metros de lado, incluyendo una entrante en la parte posterior. El terreno presentaba un fuerte desnivel sobre 25 de Mayo. Se optó por construir un volumen cúbico con un sótano que salvara el desnivel, entrada por la esquina, planta principal de doble altura -incluia un entrepiso-, y tres pisos superiores, además de una terraza con servicios.
Desde el exterior se lo ve como un bloque sólido, recortado por los grandes ventanales de la planta baja y las ventanas de los otros pisos. La entrada de la esquina tiene una escalera curva -que salva la diferencia de altura- y una tradicional puerta giratoria. Hay otra entrada lateral al sótano para independizar su funcionamiento. En el primer sótano funcionaba la Sección Inmigrantes, un sector independiente del Banco que se ocupaba de los holandeses residentes en el país. En un segundo sótano se habían reunido las áreas de servicios y archivos, las cajas de seguridad y un pequeño sector de Títulos, con atención al público. Es interesante observar cómo fue resuelto este sótano, con doble entrada y doble sistema de mostradores para la atención del cliente.
La planta principal, que como dijimos tiene un entrepiso en la mitad de su superficie, es quizá lo más logrado del conjunto desde el punto de vista formal. Se recurre como siempre al uso de materiales de alta calidad y a un lenguaje austero, sobrio, aunque no por ello parco formalmente. Siempre era importante en un banco la imagen de cierta forma de lujo y poder. A partir de la entrada al área para público se distribuye a lo largo de los dos muros exteriores ubicando al centro el mostrador con ventanillas, y se comunica con el extremo de la construcción por el lado de 25 de Mayo, donde se halla el acceso a los pisos superiores.
El entrepiso, simétrico en su planta y forma, sirve para albergar todas las oficinas; estas tienen visuales hacia el gran salón, pero pueden funcionar por separado. Fue sin duda una buena solución para incrementar la superficie útil de la planta exigua con que contaban. El primer piso en cambio muestra una distribución invertida respecto de la planta baja, ya que el público se concentra en el centro y los mostradores y oficinas lo rodean por cuatro lados. El segundo piso está totalmente ocupado con oficinas y el tercero está destinado al Consulado Holandés y a la Cámara de Comercio.
En la descripción que realizó la Revista de Arquitectura en setiembre de 1937, dedicándole gran cantidad de páginas a la obra (10), se lee lo que sigue: «La entrada principal en la ochava resulta axiomática dada la forma del terreno, sus dimensiones y la angostura y poca importancia de ambas calles. Esta entrada queda, por las mismas razones, en el eje del gran salón de público y resuelve a la vez la falsa escuadra de la esquina que se hubiera acusado de manera inconveniente en el caso de un salón rectangular sobre uno de los frentes. Las columnas centrales forman un rombo atravesado sobre dicho eje y mediante el cual se resuelve la unión de los cuadriculados en las columnas internas de ambos costados. En este rombo se han procurado luces máximas para evitar columnas innecesarias, y esto sugirió un sistema independiente en las columnas de la fachada teniendo en cuenta razones de distribución de las plantas superiores y consiguiendo pórticos impares sobre cada frente. La falta de terreno obligó a la construcción del ya mencionado entresuelo para ciertas oficinas que no estando en la planta baja, deben quedar muy próximas y aun permitir un control directo sobre el salón del Banco, tales como la gerencia y la secretaría. La arquitectura del edificio ha respetado fundamentalmente la estructura, por lo que dominan las superficies y líneas rectas, pero con el objeto de introducir líneas curvas que neutralicen un dominio exagerado de las rectas, se ha buscado la solución del balcón o frente del entresuelo que mira al salón mediante una gran curva central y dos curvas inversas extremas que empalman con los pilares de la fachada produciendo un ambiente principal simétrico con tres grandes aberturas sobre cada calle y consiguiéndose el control o visibilidad desde las oficinas altas mediante cristales curvos estirados, sin que desde abajo se vean los interiores de dichas oficinas, para no alterar la tranquilidad y armonía de las superficies buscadas».
En el caso de la gran caja fuerte construida con el sistema de dejar liberados los cuatro lados de los muros colocando espejos que permitan visualizar sus cuatro caras desde un solo punto, deja sentado un principio que, años más tarde, sería muy utilizado en la arquitectura bancaria. En el texto antes citado Vilar escribió que: «Merece también mención el aprovechamiento de la luz natural, la eliminación de dinteles en los venta¬nales que llegan hasta el cielorraso, la transparencia de todo el edificio respondiendo a la moderna consigna de que el Banco se incorpore a la calle sin el antiguo prejuicio de que todos quieren asaltarlo; porque la verdad es que no hay nada que robar en los bancos. Los valores del público y los propios del banco están permanentemente protegidos en los tesoros que son prácticamente invulnerables, y el ‘banco abierto’ condice con la función social y de progreso útil, franca y bien intencionada que estas instituciones están llamadas a llenar».
Conclusiones
Si revisamos muy someramente la evolución de la arquitectura bancaria en nuestro país, podemos ver que las dos obras de Vilar fueron notables: avanzadas para su época, de una alta modernidad -según la palabra era entendida en 1928 y en 1936-, y ambas representando aportes sustanciales al desarrollo de esta tipología tan especial. Pese a que algunos críticos dijeron que hasta 1954 no existió ningún banco en el país que tuviera méritos arquitectónicos, es posible demostrar con estas dos obras que sí han habido realizaciones concretas que significaron momentos importantes en la historia de nuestra arquitectura. Cuando Enrico Tedeschi escribió que: «La única disyuntiva para los estilos clasicistas se ha manifestado en un corto brote de Manierismo neoplateresco, fruto de las endémicas inquietudes por una arquitectura nacional que, por supuesto, no ha modificado la tipología ni la expresión orgánica sino que solo ha vestido en forma diferente los esquemas acostumbrados» (11). Una evidente crítica al Banco Popular ya otros bancos contemporáneos como el de Boston, que confundía la imagen formal externa con la realidad del edificio. El Banco Popular de 1928 puede significar un avance más importante en la búsqueda de una verdadera modernidad que el Banco Holandés de diez años después. Si observamos con detalle esta segunda obra, vemos que la rigidez formal, la simetría aparente o real y el lujo de los materiales la transforman en un paradigma bancario sin duda, aunque no deja de ser un nuevo clásico bancario de Buenos Aires. Al recorrer hoy en día ambos edificios, no puedo dejar de pensar en que hay realizaciones modernas que en el fondo son clásicas, y obras clásicas que resultan modernas.
Por otra parte, y quizá no casualmente, el Banco Popular aún sigue en pie, perfectamente conservado y respetado aunque la institución que lo utilizaba tuvo que construir una nueva sede justo enfrente; el Banco Holandés vendió rápidamente el edificio, trasladándose a nuevas oficinas muy cerca de allí, y la vieja construcción, tras albergar varios otros bancos, espera pacientemente el ser derruido. Aún hoy en día, los empleados del Popular consideran un honor y un orgullo poder trabajar en las viejas oficinas: el tener que pasar a las nuevas, en lugar de ser un premio, es tomado como una incomodidad, casi como un deshonor a sus años de trabajo. La opinión de los usuarios, más allá de la crítica de los especialistas, sigue siendo un aspecto importante de recordar al hacer historia.
Notas
1. Mabel Scarone, A. U. Vilar, Instituto de Arte Americano, Buenos Aires, 1970.
2. GEOPE, sigla de la Compañía General de Obras Públicas, fundada en 1913 por la unión de dos empresas alemanas en Buenos Aires, la Holzmann y la Goedehart.
3. Enrique Tedeschi, «Forma y tipología en la arquitectura bancaria», Summa, N» 12, julio 1968, Buenos Aires.
4. Eduardo Le Monnier (1873 /1931), realizó obras en Francia, Brasil, Perú, y Argentina. Sus edificios más importantes en esta ciudad son: la residencia Fernández de Anchorena (actual Nunciatura), varias iglesias, el Yacht Club, residencias, etcétera. Con él trabajaba Héctor Morixe, quien años mas tarde colaboraría con Antonio Vilar.
5. Esta última sucursal, de 1931, fue de tipo moderno, aunque se trató de la remodelación del piso bajo de una casa del siglo XIX.
6. Un buen análisis puede verse en Albert Bush-Brown, Louis Sullivan, Brazilier, New York, 1960.
7. «Banco Popular Argentino», Revista de Arquitectura, Buenos Aires, agosto 1927.
8. Idem, nota 7.
9. Antonio Vilar, «Arquitectura contemporánea»‘, Nuestra arquitectura, pp. 18/19 agosto, Buenos Aires, 1981.
10. «Banco Holandés Unido», Revista de Arquitectura, Buenos Aires, setiembre 1937
11. Idem, nota 3.
Galería de fotografías
Adjuntamos a este artículo una serie de fotografías del Banco Popular Argentino.