Artículo publicado en la revista DANA, Documentos de Arquitectura Nacional y Americana, número 12, correspondiente al mes de Octubre de 1981, pps. 99-101, ISSN 0326-8640, Resistencia (provincia de Chaco), República Argentina.
En la historia de la restauración de monumentos, existen tradicionalmente edificios que son tomados como ejemplos «tipo» de lo bueno y lo malo de la especialidad. En la actualidad, existe ya una amplia bibliografía que revisa restauraciones tanto de construcciones aisladas como conjuntos urbanos que han sido duramente criticados (1) al igual que otras exaltadas en forma exagerada. Pero como es lógico suponer, todo es relativo y depende del color del cristal con cual se mire. Y más allá de ello, durante los últimos arios se ha comenzado a trabajar para desarrollar la historia de la restauración y una teoría social de la misma (2).
Es por eso que en una oportunidad en que tuvimos que presentar un trabajo sobre la problemática del desarrollo histórico de la especialidad, y sus cambios en la concepción de lo que es conservar y restaurar, planteamos la necesidad de revisar varios casos latinoamericanos típicos, para reubicarlos en su verdadero lugar (3).
Obviamente existen muchos ejemplos que podrían ser analizados, y en realidad costó mucho encontrar algunos que fueran suficientemente representativos. Uno de los utilizados en sentido positivo fue el trabajo realizado por Francisco Rodríguez en el pueblo y pirámide de Tepoztlán durante 1895, y que sin duda constituyó el primer caso de un trabajo de puesta en valor de todo un pueblo completo, incluyendo trabajo arqueológicos, construcción de edificios nuevos para gobierno, mejoras de los servicios públicos, un museo, accesos, etcétera (4). Asimismo entre los primeros trabajos de readecuación de funciones de edificios históricos, podemos citar las adaptaciones de antiguas haciendas y molinos de la época colonial, que pasaron a ser viviendas: podemos citar como ejemplo la Hacienda de San Antonio Chautla (remodelada en 1880 por Eduardo Tamariz), y la casa de la Hacienda Tecajete (por Antonio Rivas Mercado en 1884). Este último arquitecto realizó algunos otros trabajos interesantes, como los cambios en la casa de la Hacienda de Chapingo en 1900.
Sobre este tema, debemos destacar que ninguno de estos cambios de función se hizo con falsificaciones o imitaciones, sino mostrando claramente que las intervenciones eran modernas en todo sentido: lo colonial quedó así, y lo moderno se hizo en los estilos en boga en ese entonces: neo-árabe, neo-renacentista, etc.
Otros casos de restauración arqueológica contemporáneos han sido los de Leopoldo Batres tan discutidos (Teotihuacán, Mitla, Xochicalco, etc) entre 1905 y 1910, tras unos 10 años de investigaciones preliminares. En Sudamérica tenemos casos como el proyecto y restauración del Pucará de Tilcara en la Argentina (Salvador Debenedetti, en 1910), tras 3 años de investigaciones previos en el campo (5).
En el otro sentido, es decir entre los casos que muchas veces han sido alabados como ejemplos de buenas restauraciones (en especial por la publicidad oficial), creemos que vale la pena analizar con detalle un caso: el teatro Degollado de la ciudad de Guadalajara, México. Obviamente no es nuestra intención el ser meramente destructivos, pero somos conscientes de que la crítica histórica es imprescindible para entender realmente que paso en cada momento, en donde estamos parados, y hacia donde debemos seguir caminando. El quizás más importante restaurador europeo del siglo pasado, Emmanuell Viollet-le-Duc, dijo al respecto que «lanzarse a la polémica no es un tiempo perdido porque la polémica genera ideas e impulsa a un examen mas atento de los problemas dudosos. La contradicción ayuda a resolverlos» (escrito en 1868). De todas formas, existe ya una considerable bibliografía al respecto, de autores como Graziano Gasparini, Ramón Gutiérrez o Carlos Flores Marini (6).
La historia de este teatro ya ha sido bien reseñada en varias oportunidades, y para este análisis utilizaremos básicamente el artículo de Jesús Hernández Padilla publicado en la Revista del Colegio de Arquitectos de Jalisco. (7)
Según sabemos la construcción del teatro fue realizada por Jacobo Gálvez (1821-1882) a partir de la iniciativa del entonces gobernador Santos Degollado, por quién lleva ahora su nombre. Al parecer el proyecto fue trazado totalmente en el año 1855 y la primera piedra colocada al año siguiente. El edificio, dada su magnitud y alto costo para su época, sufrió los lógicos vaivenes de suspensiones, retrasos y recontinuación de las obras en muchas oportunidades y en funciones de los difíciles años que se vivían en la región. En 1869 se terminó la cúpula central, hecho que fue todo un evento. En 1882 murió Gálvez, quien por 13 años había llevado el control de la obra, gracias a lo cual ésta se realizó casi sin que se le hicieran cambios al proyecto.
A partir de 1888 se realizaron en el edificio algunas mejorías menores, tal como la instalación de la luz eléctrica, cambio del techo del foro (el primero era de madera), colocación de un arco de acero para consolidar la mampostería del proscenio, cambios de butacas, puertas, etc. Todos estos cambios fueron realizados con anterioridad a 1904 y recalcamos que ninguno modificó al teatro como tal. En 1909 se encendió el Mercado que rodeaba al edificio (al parecer fue intencional), y que lo liberó en sus costados; en 1910 se le encargó a Roberto Montenegro un gran mosaico para el frontis de la fachada.
Hemos realizado este recuento informativo, con el objeto de mostrar que el Teatro Degollado, era, en 1959, uno de los únicos teatros de toda América Latina realizado en fecha tan temprana y que se mantenía intacto aunque deteriorado.
En el año 1959, y por un excelente medida oficial, se le encargó al arq. Ignacio Díaz Morales el inspeccionar la obra y realizar los trabajos necesarios para su restauración y puesta en valor (8).
Este arquitecto, al parecer, tomó dos resoluciones: recimentación del edificio y restauración general por una parte. Por la otra decidió la modificación de todo el frente del edificio, y otras partes, también, en forma totalmente arbitraria, sin ninguna base científica, y sin la más mínima consideración o respeto por el monumento que tenía entre sus manos. Veremos detalladamente sus intervenciones, ya que este caso es un ejemplo perfecto para uno de los postulados que aquí queremos analizar: el restaurador que destruye parte de una obra magnífica original, porqué él considera que puede «mejorarla».
Los trabajos de recimentación y consolidación no tienen crítica y al parecer fueron muy bien ejecutados. El problema es el resto. En primer lugar se procedió a destruir casi totalmente el pórtico de 8 columnas sobre pedestales del frente. Luego modificó completamente la fachada, cerró ventanas, cubrió todo de cantera nueva, agregó tímpanos quebrados, realizó un nuevo pórtico de tres filas paralelas de columnas más altas con basa, etc. (9)
En primer lugar la destrucción del pórtico original se debió, según el trabajo que antes citamos, a que «el arq. Diaz Morales, habiendo estudiado los cuatro libros de arquitectura de Palladio, cambió el pórtico a unas proporciones idénticas a las del Panteón de Roma; quitó los pedestales, levantó ocho columnas más ubicadas en sentido transversal en el pórtico, que obligó a ampliarlo en el sentido transversal, haciéndolo ver como un elemento integrado al propio edificio… además se ubicaron cuatro gradas a manera de estilóbato» (10)
En primer lugar nos preguntamos ¿porqué Díaz Morales decidió que el pórtico anterior no servía y realizó otro nuevo y diferente?, y si realizó este cambio ¿porqué lo hizo de tal manera que pareciera original?, o en 1959 se utilizaba acaso la arquitectura de orden corintio?. De no existir una buena justificación podemos incluir este caso, no en la historia de la restauración, sino en el de la destrucción indiscriminada, en el de la omnipotencia del arquitecto y la falsificación histórica.
Al parecer, según la frase citada anteriormente, el arquitecto estudió (sic) la obra de Palladio. No sé que tiene que ver una cosa con la otra. Aunque por suerte fue Palladio, ya que si hubiera sido un constructor gótico tendríamos ahora otro esperpento como el de la iglesia principal de San Miguel Allende. En realidad sólo debió haber visto en Libro 3º de Palladio, en el que el Panteón de Agripa es casualmente la primera lámina del libro. Si hubiese continuado «estudiando» a Palladio, podría haber visto que en ese mismo volumen hay suficientes ejemplos que justificaban (por si la historia: no era suficiente) el frente realizado por Gálvez.
Es decir que por lo visto la decisión fue arbitraria, ya que era al «restaurador» al que le gustaba el Panteón, y no al autor, que de haberlo querido lo hubiera hecho de esa forma de primera instancia. Lo mismo sucedía con el frontón, el que se encontraba despegado del muro frontal, tal como se ve en las fotos de época, y que Hernández Padilla (11) vio como «efecto escenográfico». Es de hacer notar que esto tenía un obvio sentido funcional: el tercer piso era un hotel, y el cerrar con techo a dos aguas el frontón implicaba tapiar las ventanas y no dar buena luz al interior. Al realizarlo no sólo se destruyó parte del edificio original, sino que se cambió también la iluminación natural, el juego de sombras de la fachada y el orden general de la construcción.
Otros detalles de la intervención fueron el recubrimiento de cantera, la modificación del pretil superior por una balaustrada con remates, las entradas laterales, todo el frente, y el reemplazo del mosaico de Montenegro por un relieve de igual dibujo, pero de infinita menor calidad.
Respecto a los muros laterales, que el arq. Hernández considera que eran «simples muros de ladrillo ensalitrados» (12), no entendemos porqué en las fotografías existentes que muestran los lados antes de 1959, nos enseñan unas airosas semi-pilastras sobre bases rectangulares que siguen el orden monumental del pórtico frontal. En realidad lo que se hizo fue alargar las pilastras adosadas hasta el piso, pararlas sobre basas simples y modificar la terminación superficial. El orden sigue siendo exactamente el mismo, por lo que intuimos que tal mal no estaba.
En fin, nos vemos enfrentados a un caso típico, en el que una persona considera que puede mejorar un edificio histórico. ¿Es esto restauración? Dejo planteada la duda. Personalmente considero que la respuesta es más que obvia. Creo que la famosa «dignificación» (13) o «terminación armónica» (14) no fue más que una simple degradación monumentalista. Y esto no sólo nos tiene que servir de lección para el futuro en cuanto a la obra en sí, sino también el saber «leer» ciertos trabajos de tipo descriptivo, que en realidad no son tal cosa, es decir supuestamente «imparciales», sino que al no tomar una posición concreta frente a la arquitectura, se transforman en institucionalizadores de errores históricos.
NOTAS
1. Esta bibliografía es sumamente extensa, pero puede verse el Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas n° 13, Caracas, 1973 (editado por G. Gasparini). Augusto Molina, La restauración arquitectónica de edificios arqueológicos, INAH, México, 1975.
2. SCHAVELZON, Daniel; Los inicios de la restauración en México (en prensa), México, 1980.
3. SCHAVELZON, Daniel; Hacia una teoría ideológica de la restauración: notas sobre la historia de la restauración y su papel social, ponencia presentada en el seminario «Arquitectura, historia y sociedad», Museo de Guadalajara, 1980. En el libro citado en la nota 2 se revisan varios casos realizados entre 1980 y 1910.
4. Ver nota 2.
5. SCHAVELZON, Daniel; «La restauración de monumentos en la Argentina: ideología y política en la restauración de monumentos prehispánicos», en Symposium interamericano de conservación del patrimonio artístico, Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 1979, pp. 62-69.
6. Ver notas 1, 2 y 5.
7. «El teatro Degollado», Jesús Hernández Padilla, Revista del Colegio de Arquitectos de Guadalajara, Nº 12. Tomo III, vol. 6, pp.4-27, 1977.
8. La restauración fue iniciada en 1959 por el gobernador Juan Gil Preciado y se finalizó en 1966.
9. Puede compararse con las fotografías anteriores aquí incluidas.
10 – 11 – 12. Ver nota 7, pags. 25 y 27.
13. No es el caso de criticar el principio por el cual un arquitecto moderno puede intervenir en una obra histórica, ya que si bien las condiciones lo requieren esto es siempre conveniente. Para solo citar un caso antiguo, por suerte Miguel Ángel completó y adecuó la Basílica de San Pedro que había iniciado Bramante. El compromiso de ambos, y no solo de ellos, sino de muchos más, permitió crear una de las grandes obras de la arquitectura. El caso en discusión no es -obviamente- el mismo.
14. Ver nota 7, pag. 26.